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El aire refrescaba las mejillas del niño, que al atardecer, iba de la mano de su padre.
- ¿Papá, porqué a la noche está todo oscuro?
- Porque tenemos horas en que hay luz, cuando sale el sol, y otras en que no, de noche con la luna.
- Yo a veces tengo miedo a la noche, cuando aparecen los fantasmas.
- ¿Cómo, Joaquín?
- Eso, que a veces me despiertan los fantasmas. –Martín inclinó la mirada hacia el pequeño, para acercarse más a su niñez -
- Pero los fantasmas no existen mi amor, quizás hallas soñado.
- No, yo los he visto; con las cabezas grandes de color blanco, y los ojos iluminados, que me miran. –El padre se detuvo unos instantes; para sentarse, junto a él, en un banco de la plaza-
- Mi vida, todos hemos soñado alguna vez con ellos, se llaman pesadillas; a veces también sentimos que nos caemos al vacío, y luego nos despertamos; son solo sueños-
- Como digas papá, pero yo los vi.

La noche cubrió sus cuerpos, con un manto de suspiros. Martín estaba separado, y vivía solo con su hijo Joaquín, quien había sufrido demasiado, con el abandono de su madre, y recién comenzaba a socializarse en el colegio.
El grito estalló en la madrugada:
- ¡Papá!
- ¿Qué mi amor? ; ¿ otro sueño?
- No, ¿ no los ves?
- ¿A quienes Joaquín?
- A los fantasmas que te dije, ¿ ya no te acordás?,vinieron para llevarme.
- Ah, si mi amor, ¿dónde están?
- Allá arriba, en el ropero; ¿vez como me miran? – El padre algo dormido, trató de seguir su juego-
- Sí, los veo; que feos son; ¿llevarte?
- Sí, a su planeta; viste que te dije, son horribles
- Si, si, horribles, pero no los mires; no le des el gusto de tenerles miedo - Martín había caído en un letargo repentino; su cuerpo entumecido ya no tenía fuerzas, y sin previo aviso, se desvaneció sobre la cama-

Por la mañana, la luz entró en la habitación, en busca de sus ojos. Martín yacía junto al niño, con su brazo fundido sobre el pecho:
- ¡Las nueve! - gritó sofocado-
- Joaquín, nos dormimos; llegamos tarde al cole - El pequeño parecía no escuchar las palabras de su padre, mientras se abrazaba a un oso-
- Joaquincito, ¿ no me oís?- insistió Martín-
- Si, papi, pero tengo mucho sueño
- Bueno, si querés hoy faltas, pero yo me tengo que ir a trabajar, ¿ te quedas solito?.
- Si, papito si – vociferó Joaquín, a la vez que se enroscaba en el acolchado, hacia la ventana.
El padre se alejó apresurado a la oficina, con algo de culpa por dejarlo solo, pero no podía faltar.

A su regreso, el pequeño aún dormía. Que suerte- pensó Martín- ni se dio cuenta de mi alejamiento; ahora podré hacerle la comida tranquilo. Después de unas horas, y con el almuerzo listo, se lo llevó hasta la cama.
- Hola corazón, te traigo lo que te gusta; panchos. – El niño, con los ojos vencidos de cansancio, y la voz ronca, respondió;
- Gracias papi, ahora me levanto y como.

Debajo de la cama, los ojos luminosos no dejaban de mirar, mientras una boca blanca, manchada de sangre, deglutía de un bocado, los dos panchos de Joaquín.

Ana.



Texto agregado el 12-11-2002, y leído por 561 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
19-12-2005 AnaCecilia: Cuando vi tu nick pensé que eras una chica peruana que me prometió escribir un cuento. Para más tu personaje se llama Joaquín. /// Bueno, un cuento para no dormir... te felicito. /// Joaquín joaqledo
13-11-2002 ¡AAAAAAAGGGH!... me asusté... Giovanni
 
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