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Los hierros de la silla perdían su brillo bajo el camisón, en un recorrido cíclico, que acarreaba sus dos piernas mudas. El pasillo, como un tubo imaginario, abría su vientre de metal, perpendicular a las habitaciones; detrás, su mirada se perdía en un horizonte de silencios. Elisa estaba allí, paralizada; con la mente limpia recorriendo historias, sin poder salir al mundo; con sus ojos pegados al recuerdo y la mirada atrapada en cuatro paredes de hospital. Como una mancha blanca, los doctores deslizaban sus vidas una y otra vez, en el aroma de los cuartos; mientras, alcohol y comida se mezclaban, en una suerte de cóctel extraño. Ella solo esperaba; su cuerpo se deslizaba por la cama, con la suavidad de un cisne, que pedía todo y no obtenía nada; hasta la hora de visita, en que su semblante, rejuvenecía. No tenía familia, sólo un pariente lejano, Flavia, que la iba a visitar de vez en cuando.
La tarde se había fundido en pequeños ramilletes de fuego, por encima de la habitación; justo cuando Flavia llegaba, entre paquetes y bolsos: -¡Llegaste! - exclamo Elisa, con una sonrisa cóncava- creí que hoy no vendrías.
- Si, como no hacerlo; el tránsito estaba imposible
- Imagino
- Apenas pude tomarme media hora en el trabajo.
- Entiendo - murmuró Elisa- con la cabeza inclinada hacia su vientre.
- ¿Y cómo estás hoy?
- Igual, acá, sin poder nada
- No, no, yo te veo mejor que ayer
- ¿Sí?
- Claro; tu cabello; o la luz que entra en él, desde la ventana, te hace más viva.
- Gracias, sos la única persona que me lo dice
- Debería haber más gente que opinara lo mismo; enfermeras; doctores
La puerta se abrió para dar paso al médico:
-Buenas tardes
-Hola doctor, ¿Cómo estoy?
-¿Ah, hoy estamos ansiosos?
-Un poco
-Te noto algo mejor, pero sabes que el proceso de recuperación es lento
-Si, si lo sé
Flavia lo miró para que asintiera con sus ojos que estaba mejor, aunque él solo observaba a su paciente. Luego, se esfumó por las paredes amarillentas del nosocomio, sabiendo que ella nunca iba a caminar.
-¿Parece buena persona?-preguntó Flavia-
-Sí, es lo mejor de la ciudad
-Tuviste suerte en encontrarlo, justo el día del accidente
-Es verdad, vos me ayudaste en eso
-No, solo fue casualidad; o el destino, como dicen ahora - Flavia, estaba nerviosa, apurada, no quería perder su trabajo una vez más, ni hablar del episodio-
-Bueno me tengo que ir
-¿Ya?
-Y si, no puedo descuidar mi empleo, vos sabés
-Si, claro que sé
-Bueno mañana a la misma hora trato de venir
-Gracias por todo, Flavia, siempre te lo voy a agradecer
-No seas tonta, hasta mañana
La puerta volvió a cerrar el camino, que las haría reencontrar nuevamente. Y bajo las luces de la tarde, Flavia partió con una mueca de dolor; sin dejar de pensar en voz alta; “Ella nunca sabrá que ese día fatal, yo venía del hotel con el conductor que la atropelló; su eminente médico de cabecera”.

Ana.



















Texto agregado el 18-11-2002, y leído por 561 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
19-11-2002 vaya, vaya.. creo que pudiste haber descrito un poco más a flavia para inpregnar aún más su dolor o shock por presenciar el atropello de la amiga... eso, cariños Giovanni
 
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