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siempre recordá
que la cabeza pesa más que el culo...


Carlos Heras (1928-2002)

El señor Sergio Herrera llega a su casa un jueves por la noche rendido por el cansancio. Antes de cenar, como es su costumbre, va a lavarse las manos a la pileta de la cocina. Con la derecha lava la izquierda, y con la izquierda la derecha. Deja el jabón al lado y está por cerrar la canilla cuando ve el estado de sus antebrazos: llenos de tierra. Así que mete los antebrazos bajo el chorro de agua fría que sale de la canilla, toma el jabón, y comienza a jabonarse los antebrazos. Los está enjuagando cuando nota el contraste entre sus antebrazos limpios y el resto de sus brazos, mugrientos a más no poder. Entonces decide lavarse también los brazos. La sensación del agua corriendo por sus brazos es tan reconfortante que ni siquiera se da cuenta de cómo está mojando el piso. Y eso que el señor Sergio Herrera es muy cuidadoso en ese aspecto: nunca, en sus treina y siete años de albañil, ha dejado nada desprolijo. El señor Sergio Herrera se deja llevar plácidamente al ensueño de esa sensación, y con sus manos, ya con un poco más de esfuerzo, moja su cuello, del que sale un chorro de barro. Con dificultad se saca la remera de trabajo arrojándola a un lado, y sigue echándose el agua sobre el cuello, frotándoselo para sacarse la mugre. Así descubre que el agua ya chorrea por su torso, y entonces aprovecha y comienza a refregarse las manos por el torso, por el cuello, por los brazos. Cuando se agacha para mojar sus hombros mete, sin saber por qué, la cabeza bajo el chorro de agua, y es tan linda esa sensación, que el señor Sergio Herrera se queda allí un rato. Cuando se yergue, sus pelos chorrean agua por su espalda, entonces decide mojarse al menos los omóplatos. Cabeza abajo, el principio o el final de la espalda bajo el agua, el señor Sergio Herrera se deleita con esa sensación divina, y avanza cada vez más dejando que el agua caiga sobre su espalda, y de ella al piso. No siente el peso de su cuerpo sobre sus antebrazos, ni cómo su nuca toca la canilla de metal inoxidable. Le cuesta un poco respirar, porque el agua que cae por su cuello hacia su cabeza va a parar directamente a su cara. Ya tiene la cintura contra la mesada, y su cabeza está retenida por la canilla, pero busca avanzar un poco más. Y entonces cae dentro de la pileta, el enorme cuerpo cayendo por la pileta junto a un chorro de agua fría que lo refresca.

Texto agregado el 24-02-2005, y leído por 86 visitantes. (1 voto)


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