Te picaba la nariz y te rascaste frotándote contra mi pecho. Después de la batalla ese fue tu último movimiento. Me he quedado a solas con el peso de tu cabeza y el olor a manzanas verdes de tu pelo alborotado. Has gruñido algo que debía de ser un te quiero medio dormido y has dado un beso casi sin mover los labios al aire. Ahora respiras como respiran los que sueñan algo agradable. Como duermen los que están agotados. Sólo tengo miedo de moverme para no despertarte. Creo que tú sabes que puedes dormirte tranquila porque me dejas en la proa gritando “i`m the king of the world”.
Y miro el techo, sin moverme, con su grieta en forma de costa gallega y esa mancha que no parece una cara, ni nada, por más imaginación que le eches. Siento como si la mancha y la grieta me miraran celosas. Con tu respiración en mi costado la grieta no me parece tan importante como antes. Me sonrió al recordar todo lo que mirado ese techo, como he desbarrado acerca de si que la mancha no tuviera forma era su mejor coartada, igual que para lucifer su mejor trampa es que creamos que no existe. Pero eso ya pasó. Ahora la habitación huele a manzanas verdes y la grieta es sólo un grieta.
Además si la grieta y la mancha con forma de nada me quisieran de veras se alegrarían de que fuera feliz y no empezarían con reproches.
Mejor juego con el pilotito rojo del despertador. Ese juego es apasionante. Entrecierro los ojos, sólo dejo una rendija y el pilotito se convierte en una estrella rojísima con unos rayos larguísimos. Como soy un maestro después de tantas horas, no me pongo las cosas fáciles. Cada vez me exijo pruebas más difíciles. Como que todos los rayos sean igual de largos, eso es muy difícil hasta para mí.
Te has movido.
Vuelvo a mirar el techo.
A lo mejor hay suerte y te despiertas antes de que me terminen de convencer.