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Todos estaban jugando, pero Santiago no. No podía apartar sus ojos del oscuro depósito de herramientas situado al otro extremo del patio del colegio. Algo atraía su mirada, pero no sabía qué, porque desde donde estaba, la ausencia de luz le impedía ver lo que había adentro de aquel cuarto. De pronto notó una sensación extraña, una sensación de como si alguien lo estuviese mirando desde ese tenebroso lugar, y esto lo intranquilizó aún más.
No podía dejar de pensar, o tal vez de imaginar, qué o quién lo miraba. Por un momento le pareció haber visto un ratón gigante con los dientes de metal que esperaba que entrase un niño al depósito para devorarlo. Santiago podía ver los ojos negros del sucio animal fijos en él, y notó que el enorme ratón en vez de cola tenía una serpiente de colmillos blancos, quien lo miraba también.
No había pasado mucho tiempo cuando sonó el timbre del colegio. Santiago tembló de miedo, porque sabía que inevitablemente tendría que pasar frente al depósito con el ratón gigante de dientes de metal y cola de serpiente para poder llegar a su salón de clase. Lentamente se levantó y muy despacio empezó a caminar. Con cada paso que daba sentía acelerarse su corazón más y más y sentía con mayor intensidad el helado viento que chocaba contra su rostro.
A medida que se iba acercando al sitio al cual no quería acercarse, el niño veía al ratón aún más grande. Pensaba que tal vez el inmenso roedor tendría garras de león muy afiladas que le ayudarían a devorar a sus víctimas. Santiago temblaba de miedo.
Cuando ya faltaba poco para llegar al depósito, el niño se estremeció de pavor. ¿Qué tal si el ratón gigante de dientes de metal, cola de serpiente y garras de león también arrojaba fuego por la boca para quemar a los padres que no le dejaran comerse a sus hijos? El niño no quería continuar, pero tenía que hacerlo.
Era inevitable. El momento que Santiago no quería que llegara al fin llegó, y cuando ya estaba pasando cerca de aquel oscuro depósito, el niño se detuvo junto a la entrada de aquel lugar, lentamente giró su cabeza en dirección al cuarto de herramientas y se sorprendió al no ver nada más que escobas, viejos pupitres y algunos escombros. Entonces se acercó al umbral de la puerta e introdujo su mano para tantear en la pared en busca del interruptor de la luz, pero no lo encontró. Armándose de valor, introdujo esta vez su cabeza, vio dónde estaba el interruptor y rápidamente lo activó. Al iluminarse la habitación, Santiago apenas alcanzó a ver cómo velozmente un punto negro en el suelo se escondía entre los escombros. Entonces el niño apagó la luz, sonrió, y siguió su camino hasta el salón de clases.
Santiago sonreía. Sonreía porque el ratón gigante de dientes de metal, cola de serpiente, garras de león y que también arrojaba fuego por la boca no existía. Lo que le miraba desde el oscuro depósito no era más que un pequeño ratón, asqueroso e indefenso. Todo se lo había imaginado… o al menos eso pensó él.

Texto agregado el 20-03-2005, y leído por 19532 visitantes. (1 voto)


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