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CRISALIDA

Y así fue, en aquel lugar que hoy no puedo definir ni mucho menos precisar. Recordé…
…Si, yo la amaba. Y la pregunta naufragó por mi mente, sin ningún rumbo fijo.
¿Por qué amamos?
Es ese misterio que hoy no sabemos porque ocurre, pero se siente en lo más profundo del alma, me tocó.
Si hasta el hombre más inhumano que existe sobre la tierra no está exento de esta sinrazón, que el corazón no puede descifrar.
Su imagen, esa imagen, se presentó ante mi como aquel día, como una cascada inagotable que golpea la roca y la va erosionado sin que ella se de cuenta que algún día desaparecerá.
Y aquellas frases que decimos repetimos sin cesar: ¡Te quiero con todo mi amor!, ¡Te necesito con toda mi alma! ¡Te amo con toda pasión de mi vida!
Cuantas y cuantas frases que recaen y caen, se renuevan y quedan flotando en los labios de quien la pronuncia.
¿Qué habrá de cierto? ¿Qué habrá de creerse?
No necesito contar mi historia, nuestra historia, porque las historia de amor son siempre las misma.
Pero si, tengo que confesarlo. Lo confieso, la amé; la amé con toda la fuerza que da el amor. Si la esculpí con mis labios y recorrí todos los contornos de su cuerpo, yo la tenía para mi y en mi, como nadie, así, igual que a esta sombra que ahora se refleja a mi alrededor.
Viví con ella, no se, meses, años, no contaba el tiempo, el tiempo era ella. Solo me acuerdo de su mirada, sus labios, su cuerpo, su perfume, que hasta hoy lo huelo destilarse ante mi y que me envuelve día a día, noche a noche. Me aprisiona todo aquello que viene de ella, el recuerdo de nuestras jornada juntos, donde el amor, hacía que usurpábamos las horas a las noches, sin tener en cuenta al mundo.
Los hechos ulteriores, se han deformado hasta llegar a lo inexplicable.
…Y si, murió…
…Ella murió, cómo, no lo se, verdaderamente no lo se.
Luego entré y entré más, a ese exiguo y nítido laberinto, donde uno quiere asomarse para esbozar su alarido, deshogarse y donde solo uno encuentra con una fina voz que nadie escucha.
Era una noche tormentosa y cerrada, pausadamente, se oía caer un aguacero constante y helado.
Y si, yo la esperaba, con el ansia que solo espera un enamorado. Miré el reloj, sabía que ya estaba varias horas retrasada, pero mi impaciencia, solo hacia que la amara más y en pensar solo en el momento de nuestro encuentro.
Fue así, que me decidí calentar el resto de sopa que había quedado en la heladera. Mientras levantaba mi último bocado, miré por la ventana y la vi entrar, cruzó por las penumbras del corredor y se movía con tal parsimonia, como si estuviera en el fondo de un acuario, portaba toda su dulzura de una forma ostensible y segura. Después, escuché la llave masgullar en la cerradura y ahí fue, que mi corazón, comenzó a latir de otra manera.
Entró y la vi parada inmovil, como un pajarito ensopado. Me quede perplejo. De su cabello, rodaban lenta, gotas heladas, su blusa y su pollera estaban totalmente mojadas. Su estado lindaba con la desesperación, pero ella no inmutó un solo sonido, una sola palabra.
De sus zapatos de tacos negros, recién estrenado, vi como le brotaban las burbujas de agua.
Me levanté raudamente y corrí hacia ella, la abrasé con pasión, con la única pasión de poseerla, en ese mismo acto, quererla secarla con mi calor. Sentí su temblor descontrolado con un sudor gélido que corría por su piel, temblorosa, desenfrenada acompañados de movimientos involuntarios. Después, una tos garraspeada sobre mi hombro, despegó nuestros cuerpos y supe que esa noche iba a ser muy larga… muy larga.
Le fui quitando su ropa mojada con mucha suavidad, como si estuviera sacándole los pétalos a una flor, la dejé casi desnuda y tomé primera toalla que encontré en el placard, la seque como pude, la levanté en mis brazos, y sin decir una sola palabra, la llevé a la cama cubriéndola con una manta. Me acerqué y me quedé viendo su rostro, sus ojos de hielo reflejaban la tristeza, pedía ayuda. Le fui acariciando suavemente la cabeza y fui peinando con mis dedos su cabellera. Así poco a poco, se obligó a dormir.
Tratar de construir y referir con alguna realidad los hechos de esa noche, sería difícil, quizás hoy se podría decirse, improcedente.
Llame al médico y fui a calentar el resto de sopa que quedaba en la olla…
…Después, no se, no lo se.
Pasaron días, noches y su estado era cada vez más grave.
Y solo el laberinto de mi incertidumbre, navegaba con su dulzura, hasta lugares donde ella nunca se hubiese imaginado.
Lloré entre las sábanas sin que se de cuenta y con escuálido abrazo trataba de consolarla hasta que ella se durmiera, pidiéndole a dios que la curara. Pero el desconsuelo de perderla, sería fatal.
Después de unos días, el médico habló conmigo, pero no dio muchas esperanzas. Contraté a una señora para que todas las tardes se quedara a cuidarla.
Y llegó el día. El día de su último suspiro, ese, el del desgarro del corazón, ese, el que cuando la noche se hace más noche todavía.
Y se fue. ¿Cómo? No lo se, no lo se.
Olvidé, olvidé, olvidé.
Creo, que a las horas se presentó un clérigo para dar la bendición episcopal, me habló de mil cosas, yo solo atinaba a gesticular con la cabeza derrocándome con pensamientos aciagos.
Sentí el pasado sin futuro de situaciones inconclusas, truncadas por el destino.
Me vinieron a hacer un sinfín de preguntas, sobre la sepultura, como ejemplo, qué quería poner en su epitafio, en donde la enterrarían.
En aquel tiempo fuera de tiempo, en aquel desorden de perplejidades y sensaciones inconexas llenas de vértigo, preguntaron y preguntaron…
… Si estábamos casados, si vivíamos juntos, me pidieron papeles y me llenaron de cientos de palabras de consuelo.
Y a su velatorio, vinieron muchas personas, incluso personas que nunca había visto, cosa que no entendía, que no supe nunca, ni alcancé a comprender, decían que venían no se de donde, hasta llegué a ver a unos hombres, que le brotaban lágrimas y me daban el pésame.
El ataúd, lo colocaron en el centro del salón, hacia que las personas las rodearan y le hablaran, algunos incluso murmuraban no se que cosas.
Quizás, en forma paradójica, la fatiga venía a ser una fuerza, pues me obligaba a concentrarme en los pormenores, y hacia en forma mágica ocultar el fondo del fin.
Al llegar el amanecer, cuatro hombres, vinieron a colocarle la mortaja y soldar su ataúd, le clavaron seis clavos a la tapa de madera lustrada. Los golpes retumbaron en mi cabeza de tal forma que no pude mantenerme en pie y caí sobre el primer sillón de la habitación.
Cuando desperté, ya todo estaba listo.
Oh mi dios. La sepultaron, la sepultaron para siempre en ese agujero. No la veré más.
Comencé a correr, a evadirme de ese lugar, vagué por las calles sin ningún rumbo fijo, vi pasar cientos de autos por adelante y por detrás, no se gritaban, tocaban bocinazos, pero me encontraba muy aturdido.
Volví a mi casa.
Al día siguiente, me fui de viaje.
Ayer regresé.
Cuando entré a mi habitación, a nuestra habitación, nuestra cama, nuestros muebles, nuestras cosas, a ese hogar donde quedan todas las reminiscencias de momentos compartidos; ella no está más.
Me sumergí el en túnel de penas nostálgicas y comencé a tirar todo lo que veía a mi paso, hasta tal punto que abrí la ventana y pensé en la osadía, de arrojarme a la avenida. No tenía la fuerza de seguir viviendo en medio de aquellas cosas, de aquel encierro de aquel cuarto, colmado de recuerdos grises.
Y en el aire, todavía guardaba su perfume, que se olía volatilizarse hasta los rincones más inverosímiles Pero ya, el último crepúsculo agravaba mi insípido trajín..
En ese momento, se reflejó ante mi, el espejo del vestíbulo, recordé que fue idea de ella después de varias discusiones, de donde colocarlo, sentí que estaba ahí, reflejada en ese fondo infinito de figuras planas, la busqué en ese espacio y hasta creo que le dije unas palabras, una frase, una de ellas fue, te amo, perdón. Me arrimé con mis labios y besé el cristal frío, tratando de hacer coincidir sobre la estampa de un beso de pintura labial que había dejado de regalo en unas de aquellas mañanas.
Pero ya no pude resistir, salí de ese lugar que me aprisionaba. Sin saberlo, sin quererlo quizás. Caminé.
Y no se porque caminé hacia ella, al levantar la vista estaba en la puerta del cementerio. Entré.
Sentí en el pecho un doloroso y descoordinado latido. Vagué entre esos pasillos, Mi desventura y ansiedad comenzaron a multiplicarse.
Viajé por esos laberintos decrecientes y opacos, derramando inquietud y soledad.
Ignoro el tiempo que debí andar entre confusas pompas de mármoles y granitos, que se iban agrandándose achicándose hasta bifurcarse hacia las oscuridades más eternas.
Debo confesar que hasta logré confundirme, con la misma nostalgia purpúrea de la muerte.
Me habitué a ese dudoso mundo, consideré increíble que pudiera existir estas articulaciones escabrosas de galerías, columnas y dinteles erigidos a mi paso, y vi como esta ciudad de agujeros, hace de duende, a la otra ciudad, vertiginosa y audaz.
Quizás logré dar desde mi perspectiva, dar vida, donde yace la muerte.
Buscando, detrás de unos colosos panteones la encontré ella, estaba allí. ¡Ahí, en ese ataúd, podrida!
¡Que espanto! Sollocé con la frente contra el suelo y me quedé allí un tiempo, mucho tiempo.
Después me di cuenta de que se hacía noche, entonces un deseo extraño, loco, un deseo de amante desesperado, se apoderó de mí. Quise pasar la noche junto a ella, la última noche, llorando sobre su tumba. Pero me verían, me echarían.
¿Qué hacer?
Fui inteligente. Me repuse y empecé a caminar por esas siembras de de carne humana.
En un lado del cementerio, percibí un sector de sepulcros abandonados, ahí donde los viejos ataúdes se confunden y logran mezclarse con el suelo, y donde las imágenes se van transforman en osamentas.
El lugar, estaba repleto de árboles vigorosos, que casi tocaban las nubes y por debajo lo rodeaba jardines de flores marchitas achicharradas por el tiempo.
En uno de los ángulos, una ligustrina, dividía los dos sectores, era obvio que ese lugar estaba reservado para los que llegaran algún día. Pero fue el olor lo que más me llamó la atención, porque era un olor muy peculiar, impregnante, olía algo así, como a azufre y rosas.
El sitio, se caracterizaba por lúgubres sepulturas abiertas, de tierras zarandeadas, seleccionadas para oxigenar los efluvios que emanan los cuerpos putrefactos, y así darle lugar, a los recién llegados. Se extendían por todo el predio formando un reticulado de compartimientos bien definidos y dejaban una corredera en los laterales para caminar.
El silencio era hostil y casi perfecto. Solo se oía un rumor viental que silbaba entre los corredores escatológicos y eternos. Y de ese silencio, solo se escuchaba de un grifo, caer gotas herrumbradas en cámara lenta.
Y luego, a lejos, escuché música de un aparato de radio. La tranquilidad de la noche me ayudó a distinguir con detalle de donde provenía. Era de una pequeña casilla que probablemente pertenecía al cuidador pero al girar mi cabeza divisé también, una luz tenue, que iluminaba la entrada y me ayudó a marcar mi posición en todo aquel terral, cultivado de historias inconclusas.
El cansancio adormeció mi espíritu.
De repente, una luz móvil y proyectaba y barría todo el lugar, así fue que comencé a acelerar mis pasos, sin darme cuenta produje una estampida de gatunos que estaban durmiendo entre el pastizal, con ese el escándalo que ocasioné, llamé la atención del cuidador, que detuvo su camino cambiándolo hacia el lugar que yo me encontraba. Me agazapé, corrí y corrí, por las galerías de piedras, hasta rodar al suelo mareado, entre en ese olvido que anula en tan poco tiempo la imagen, y hasta mi nombre. Me oculté a la vuelta de un corredor, perplejo y enigmático, cuando comenzó a dolerme la soledad. La intrincada concatenación de causas y efectos de lo que estaba ocurriendo era tan basta y nítida que no logré acaso, anular ningún hecho remoto.
No pude cambiar el pasado, pero si algunas imágenes del pasado y pude ver, como quién dice, del otro lado del cristal.
Logré evadirme, poco a poco me fui dirigiendo sin quererlo, o queriendo acaso, hacia donde estaba ella, mi crisálida.
Fui culebreando entre los cenotafios que se expandían a mi alrededor hasta poder lograr que mi corazón volviera a quedarse nuevamente en su puesto, y al levantar la cabeza, ya me encontraba prosternado sobre su tumba, donde todavía la tierra, aún blanda humedeció mis rodillas.
Y anestesiado por mi derrota, en esa oscuridad casi infinita, tanteé con las yemas de mis dedos lo escrito en su epitafio. Y leí lentamente, como un ciego lee el braile:

+AQUÍ YACE LARA VILAR, MUERTA A LOS 28 AÑOS, FUE AMADA Y ENTREGÓ SU AMOR Y HONESTIDAD A LOS QUE AMABA.
PERECIÓ EN AQUELLA NOCHE DE LLUVIA.
QUE EN PAZ DESCANSE. +

Al querer modificar el pasado no es modificar un solo hecho, no es anular sus consecuencias que tienden a ser ineluctable.
En este proceso no accesible a los hombres, una suerte de escándalo a la razón, por algunas circunstancias mitigó ese privilegio tan temible.
Sigue……………………… FINAL II CRISALIDA
Un confuso ruido me enloquecía aún más…
…Cuanto tiempo estuve allí. No lo se.
Me senté sobre una sepultura común, que estaba escavada superficialmente entre un agrio declive de una montaña. Se encontraba tapada con una gran placa de mármol blanco, con sus ángulos quebrados y pulidos por el tiempo.
En algún momento, ese mármol sobre el cual me había posado, comenzó a moverse. Sentí en el pecho un doloroso e in reproducible latido y la sensación de que esa oscuridad, deseaba abrazarme en sus sombras.
Noté como si alguien intentara levantarla, pero eso sería imposible, pero me equivoqué. Comprobé que era verdad, se estaba moviendo, sentí gruñido de la losa, que muy lentamente comenzaba a deslizarse.
¡No puede ser! Me asomé y grité débilmente como pude, pero en verdad, no pude emular ni un solo sonido, tal fue así, que la garganta se me atoró al querer tragar mi saliva.
Di tal salto que terminé acostado en la tumba vecina, me agazapé y solo me dedique a mirar y a tratar de poder comprender eso que estaba viendo. Ignoré si creí alguna vez en las ciudades de inmortales.
Terminó de caer la tapa y de ahí mismo ví emerger al muerto, si un muerto. Era de una osamenta desnuda y brillante, con varios jirones de pieles grises que se desprendían de sus extremidades. Sus brazos colgaban alicaídos hacia delante, sus manos, ya husos, las arrastraba por el piso y su columna vertebral, desarticulada e inestable, se iban descomponiendo y componiendo al compás de sus movimientos
Ya lo veía bien, muy bien, a pesar de lo profunda que fuera la noche, pero no podía creerlo.
Negligente y audaz el esqueleto se paró frente a su tumba y tirando la cabeza hacia atrás, buscó leer lo que estaba escrito en su epitafio.
Y yo más asombrado todavía, pude acompañar su lectura desde mi lugar.
Y en un antiguo grabado gótico, decía:

+AQUÍ YASE ALFONSO LAVIERI. FALLECIO A LOS SESENTA Y DOS AÑOS
QUERIA A LOS SUYOS, FUE BUENO Y HONESTO CON PRINCIPIOS INTACHABLES.
QUE EN PAZ DESCANSE. +


Luego, mientras movía la de cabeza para ambos lados, tomó una piedra de una canaleta del corredor y se puso a raspar letra por letra, con la parcimonia de un sabio.
En su acción mostraba una actitud sumamente plena y segura, sabiendo que lo que hacía estaba correcto.
Después que esa esfinge de huesos desahuciados, logró borrar lo escrito y corregido frase por frase, intentó pararse más firme. Al terminar, contempló su obra, y volvió asentir con su cabeza.
Pero ya en su lugar, vi escrito su nuevo epitafio:

+AQUÍ YASE ALFONSO LAVIERI, FALLECIO A LOS SESENTA Y DOS AÑOS CON GRAVES ACCIONES DE INDIFERENCIA, ADELANTÓ LA MUERTE DE SU PADRE A QUIEN LUEGO HEREDO. MALTRATO A SU ESPOSA. ATORMENTO A SUS HIJOS. ROBO Y ENGAÑO SUS AMIGOS.
MURIO COMO UN MISERABLE.
QUE EN PAZ DESCANSE. +

Al darme vuelta, noté que todas las tumbas estaban abierta, todos los cadáveres habían salido, borraban y corregían las mentiras inscriptas en sus epitafios, dejando en claro la verdad.
Ahí vi. En ese horror sagrado, como de alguna forma, se sinceraban de todos sus actos de deshonestidad e hipocresía, de calumnias, mentiras, envidias y deshonra. De aquellos que habían robado, matado, engañado y todas esas acciones abominables y vergonzosos que habían realizado en su vida a sus parientes y amigos: padres egoístas, esposas infieles, hijos traidores, comerciantes ladrones, todos, todos estaban cambiando al verdadero discurso, poniendo la tan temible e irremediable verdad que muchos ignoran sobre la tierra.
Y ahí supuse que ella, también había trazado su nuevo epitafio.
Ahora sin miedo, corrí en medio de los ataúdes y cadáveres desparramados, fui hacia su lugar, sabiendo que la encontraría.
La distinguí inclinada, tapada solo con su manto rojo.
Y bajo de su cruz de madera pude leer con claridad y decía:

+AQUÍ YACE LARA VILAR, MUERTA A LOS 28 AÑOS DE EDAD,
SALIO UN DIA A ENGAÑAR A SU AMANTE, TOMO FRIO BAJO LA LUVIA Y MURIO.
QUE EN PAZ DESCANSE. +
Emiliano Rodríguez



(sigue final ll)
Sin invalidar el presente, actué.
Comprobé que el miedo siempre realiza lo que teme y sentí la necesidad de cambiar algunas cosas.
Tomé una piedra dura que se encontraban esparcidas alrededor y en ese momento cúspide, cuando mi desventura y ansiedad se multiplicaron, con un trabajo sobrehumano, comencé a raspar y corregí algunas palabras de su epitafio:

+AQUÍ YACE LOS RESTOS DE LARA VILAR, QUE A LOS 28 AÑOS
FUE ASESINADA DESPUES DE ENGAÑAR A SU AMANTE UNA NOCHE DE LLUVIA.
QUE EN PAZ DESCANSE.-+


Nerismi

Texto agregado el 22-03-2005, y leído por 204 visitantes. (1 voto)


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