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quntur,04.02.2013
Ya llega el Carnaval, y en la radio de los cuentos nos gustaría saber:

¿Qué significa el Carnaval para vos? ¿Qué te representa?

¿Qué recuerdos tienes del Carnaval?

¿Tienes alguna anécdota del Carnaval?


A mi me significa fiesta y también lo asemejo con la muerte, ya que el Carnaval nos iguala a todos...
Es alegría, desenfreno, locura, esperanza y también una puerta de entrada al amor.

Los recuerdos que tengo son muchos. Las tardes en que los vecinos salían a jugar con agua a la vereda y a darse de baldazos. Los grupos que armábamos los varones más chicos y adolescentes para salir por el barrio buscando a alguna chica para mojarla. Los pomos de plástico cargados con agua que cada año se iban sofisticando más en sus modelos (creo que el último fue el llamado Bombero Loco), y las bombitas de agua (o globos). Esas eternas rondas en medio de las calurosas tardes de Buenos Aires al cabo de las cuales al no aparecer ninguna “víctima” terminaban con las bombitas de agua reventándose o nosotros con la panza hinchada de tomarnos el agua de los pomos. Las chicas no asomaban la nariz a la calle, salvo caso de fuerza mayor y si en ese caso alguien las mojaba se armaba flor de escándalo. Eso sí, cuando las chicas se decidían a jugar con agua, no perdonaban a nadie.
Por las noches estaban los bailes de carnaval en el club del barrio, en los cuales los chicos jugábamos con papel picado. Los disfrazados. La música variada desde el tango al twist. Las lamparitas y los banderines de colores, las paredes con dibujos alusivos pintados por un pésimo artista.
Y ¡el Corso!
El primer Corso al que me llevaron fue al que se hacía en la avenida San Martín, en las Diez Esquinas, el Cid Campeador... el barrio de Caballito. Era muy chiquito en ese entonces y mi papá me llevaba sobre sus hombros. Mi único recuerdo es como una foto, eso de estar sobre sus hombros y ver una multitud de personas felices. Debe de haber sido allá por 1958.

Ya de pre adolescente recuerdo haber ido con mis padres y mi hermanito al Corso de la avenida de Mayo, el gran corso de la ciudad de Buenos Aires, donde iban todas las comparsas y murgas.
De eso tengo una anécdota que para mí es graciosa, para mi viejo no lo fue tanto; como no se podía ir en auto, fuimos y volvimos en el subte A. Justamente de regreso, el subte venía lleno de personas, en esos años se había puesto de moda un martillo de plástico en cuyos extremos tenía un fuelle que al golpearlo hacía ruido. No tuve mejor idea que darle un golpe a una mujer bastante mayorcita ahí, en el subte. Lo hice rápido y escondí el “arma”. La vaga se dio vuelta, lo miró a mi papá y le zampó un castañazo. Boludeces que uno hacía.

Ya de adolescente iba a bailar al Club Municipalidad, ya era otra cosa, puro levante. El club era enorme y tenía varias pistas de baile improvisadas en las canchas de básquet, así como lugares oscuros para ir... cuando no se bailaba.

El recuerdo que tengo ya de mayor y de recién casado es de una tarde de Carnaval de febrero de 1986. Me había casado hacía cinco meses, en Mar del Plata. Como era sábado y no trabajábamos fuimos a la playa, de regreso había que andar con cuidado para que desde los balcones de los edificios no te mojen con agua o algo peor. Veníamos bien, zafando, y justo una cuadra antes de llegar... ¡Zas! Terrible baldazo que nos empapó hasta la coronilla y más allá.
Como nos quedamos con la sangre en el ojo, compramos una bolsa de cien bombitas de agua, llenamos la bañera con las bombitas de agua. Era nuestro arsenal.
Vivíamos en la avenida Colón y San Luis, en un piso doce que más el entrepiso sumaba trece, por ende estábamos a unos cuarenta metros de altura. Desde la ventana lateral, porque el departamento no daba a la calle se veía la vereda ya que en el terreno lindero estaba el chalet donde funcionaba la Peña Salteña.
Apostados en la ventana esperábamos a que pasen nuestras víctimas, yo seleccionaba y apuntaba. Mi blanco preferido eran esos micros de paseo para turistas (había uno con forma de pato, otro de conejo, y los más nuevos simulaban naves espaciales.
Como en la vereda había árboles me parecía divertido tirar las bombitas a la copa del árbol, porque al reventar el agua se desparramaba más.
Sucedió entonces que veo que aparece alguien como para empaparlo, miré bien y vi que era un hombre mayor, de setenta años o más y encima trajeado, así que decidí no mojarlo... Fue entonces cuando veo un brazo que arroja sin piedad alguna una bombita que dio de lleno en el pobre caminante. Mi esposa no fue tan piadosa con él.

En fin, esos son algunos de los recuerdos y anécdotas, los más nuevos se refieren al Carnaval de la Quebrada Jujeña, otro tipo de Carnaval... pero sobre eso ya escribí una vez, y si quieren enterarse de qué se trata busquen entre mis cuentos.

SI TE ANIMAS TAMBIÉN A ESCRIBIR UN RELATO, CUENTO O POEMA, SERÍA MUY BUENO

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