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free_spirit,30.01.2006
La pérdida de los controles instintivos

Niko Tinbergen, científico de renombre mundial, ha dicho que el hombre es un asesino desorganizado, queriendo significar con esto que el hombre carece de las barreras naturales instintivas que impiden al animal matar a sus congéneres. Carencia que lo obliga a la creación de disuasivos -normas, leyes, preceptos y mandamientos-, que no tienen por cierto la eficacia de los frenos e inhibiciones que dio natura al resto de animales.
En el comportamiento agonístico o agonal de los animales, esto es, cuando luchan o pelean (agón, en griego, significa lucha, combate, y por eso dice agonía de la lucha postrera de la vida contra la muerte); repito que en el comportamiento agonístico de los animales, un gesto de sometimiento, de humillación, pone fin a la contienda. No bien reconoce uno de los contendores su derrota, muestra el adversario su punto más vulnerable. Los cuervos y otras aves ofrecen la parte posterior de la cabeza; los perros y los lobos, la garganta. En el mismo instante del ofrecimiento, el vencedor debe interrumpir la lucha, y la interrumpe. Una inhibición propia de su especie le impide dar el mordisco fatal. De esa manera, el más fuerte se impone, pero el más débil sobrevive. El hombre, en cambio, carente de tal inhibición automática, da el mordisco y mata al rival.

La significación de las armas

La pérdida de dicho control, según Lorenz, se debió al uso de las primeras armas, que permitieron al ser humano actuar con rapidez mayor que la del instinto, de modo que la inhibición de matar ya no fue eficaz.
Con el perfeccionamiento de las armas, el hombre pudo matar a distancia y, además, sin ser visto por el enemigo. Pero no sólo eso: pudo matar también -y esto es importantísimo- con impunidad emocional. El asesino que tira, por ejemplo, un misil de un continente a otro, no vive directamente las terribles consecuencias que ocasiona.
Para sentir plenamente, emocionalmente, lo que significa matar, hay que hacerlo sin armas. Si un fin de semana fuésemos a cazar conejos y tuviésemos que matarlos con los dientes y con las uñas, y sintiésemos cómo se defiende el conejo, y cómo le brota la sangre, y todo el esfuerzo que hay que hacer para finiquitarlo a mordiscos, entonces viviríamos realmente, sentiríamos profundamente, lo que es matar. Pero no, nosotros no hacemos eso; vamos con la escopeta y le disparamos a cien metros. Así no sentimos nada.
El camino de la maza a la bomba atómica es en realidad la trayectoria de una desinhibición. Perdido el control instintivo que impide matar al contrincante, surgió la posibilidad de matarlo innecesariamente. El hombre mata por gusto y se complace en ello. También es el único animal que se ensaña, esto es, que se deleita en causar el mayor daño y dolor posibles a quien ya no está en condiciones de defenderse. El hombre, ha dicho Rolf Denker, no puede comportarse como un animal, sino con mayor bestialidad que cualquier animal.

La compulsión de matar

En los primeros ciento cincuenta años de los últimos doscientos, en el Occidente civilizado -supuestamente civilizado-, la principal ocupación del hombre ha sido matar. Cada minuto, un ser humano ha dado muerte a otro ser humano. En los últimos cincuenta años, la pausa entre una y otra muerte violenta se ha reducido a un tercio; es decir que actualmente cada veinte segundos un hombre mata a otro hombre.
"El hombre necesita matar, es un ser predatorio. Comenzó haciéndolo, hace millones de años, porque era la única manera de sobrevivir, de comer, de no ser matado. Y ha seguido haciéndolo siempre, en todas las épocas de su historia, de manera refinada o brutal, directamente o a través de testaferros, con puñales, balas, ritos y símbolos, porque si no lo hiciera se asfixiaría, como un pez fuera del agua." (Mario Vargas Llosa, El Lenguaje de la Pasión, 222.)
Según el historiador Eric Hobsbawn, a causa de la violencia intencional desplegada desde 1914 hasta 1990, han muerto 187 millones de seres humanos. (Cf. Manuel Piqueras, Lectura del Siglo XX, 7.)
La brutalidad, dice Friedrich Hacker, parece ser el lema de nuestro tiempo. Tanto la aplicación crudelísima de la violencia brutal cuanto la habituación indiferente a la brutalidad como suceso diario, son cada vez más frecuentes. Hasta tal punto que hemos de tenerlas por solencias, como diría Julián Marías.
Considerando, pues, la destructividad, la brutalidad y la estupidez de la especie humana, yo comparto la opinión de Lorenz de que es inútil seguir buscando el eslabón perdido, porque el eslabón perdido somos nosotros.
"Si yo creyera -dice Lorenz- que el hombre es la imagen 'definitiva' de Dios, entonces no tendría mucha confianza en Dios."
Habrá que pensar, en consecuencia, como ciertos gnósticos, que a nosotros no nos creó Dios, sino el Diablo, en un momento en que Dios estaba descuidado.

Nuestra incomparable diabolicidad

Somos, pues, diabólicos, y manifestación palmaria de ello es nuestra perseverancia en el error. Bueno fuera, o mejor dicho, no tan malo, que sólo nos equivocásemos; pero no, cometida la equivocación, perseveramos en ella, persistimos en el yerro, en el desatino o despropósito, en la estupidez monda y lironda. Es que no tenemos servomecanismos verdaderamente eficaces; y para enderezar y componer nuestra conducta los necesitamos; porque con la sola razón y las buenas intenciones seguiremos como estamos, desmedrados.

Servomecanismo

Acaso los más de los lectores ignoren lo que es el servomecanismo. Convendrá, pues, noticiarlos al respecto.
Dícese servomecanismo del sistema electromecánico que se regula por sí mismo al detectar el error o la diferencia entre su propia actuación real y la deseada. (Servo-, del latín servus, siervo, esclavo, sirviente, es elemento compositivo que entra en la formación de palabras con las que se designan mecanismos o sistemas auxiliares.)
En el ser humano, la detección del error o de la diferencia entre la propia actuación real y la deseada, no motiva la corrección, salvo ocasionalmente, y en consecuencia el yerro o el desfase prosigue y la actuación empeora. Pareciera haber en nosotros vocación de peoría y no, como sería menester, ánimo de mejoría.
Suele decirse, repitiendo a Séneca, que es propio del hombre equivocarse ("errare humanum est"); y es cierto; sólo que siempre conviene agregar, como hacían los escolásticos, que es diabólico perseverar en el error ("perseverare autem diabolicum").
La perseverancia en el error es una de las características más detestables del ser humano y una de las más peligrosas.
Como decía el fisiólogo francés Charles Richet, estar dotado de razón y ser insensato es algo mucho más grave que no estar dotado de razón.
El hombre no es, pues, homo sapiens. ¿Y entonces qué es?

¿Qué es el hombre?

El hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados, del subfilum de los vertebrados, de la clase de los mamíferos, de la subclase de los euterios, del grupo de los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los homínidos, del género homo y de la especie stupidus.
"Todos los hombres -decía Mussolini- somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!"

Nosotros y los antropoides

"Recientemente -dice José María Cabodevilla, en El Libro de las Manos-, tras un serio estudio comparativo entre el hombre y los antropoides, se ha demostrado que, de un total de 1065 rasgos anatómicos, sólo 312 son exclusivos del hombre, de tal suerte que las semejanzas entre nosotros y los monos antropoides son mayores que las que existen entre éstos y el resto de los monos.
"Tanto ellos como nosotros somos primates, título mucho más insigne que el de simples vertebrados o simples mamíferos, pues 'primates' significa los primeros, los más sobresalientes, los Animales Principales."
Si lo que Cabodevilla quiere decir es que tal primacía obedece al hecho de ser nosotros los que hacemos las mayores animaladas, entonces concuerdo plenamente con él. Nadie nos supera, en efecto, en la comisión de burradas. Somos, pues, los Animales Principales.
No solamente somos la única especie que no sabe convivir y que mata cada veinte segundos a uno de sus congéneres, sino que estamos empeñados -peligrosísimo empeño- en una creciente destrucción ecológica.
La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son ciertamente terribles, pero la destrucción de todos los ecosistemas es de una demencialidad estupefaciente.

Presunción firme -muy firme- de Leakey

Richard Leakey, el gran paleontólogo de Kenia, tal vez el paleontólogo más famoso del mundo y cuyos hallazgos han sido sensacionales, ha publicado, en coautoría con Roger Lewin, el libro titulado Los Orígenes del Hombre. Entresaco de esta obra la cita siguiente, que contiene una presunción lamentablemente muy bien fundada y que dice así:
"Quizá la especie humana no sea más que un espantoso error biológico que se ha desarrollado hasta traspasar un punto en que ya no puede prosperar en armonía consigo misma ni con el mundo que la rodea."
A una especie así lo único que le queda es extinguirse.
Esto no es pesimismo ni siniestrosis, como diría Pauwels. Tampoco es catastrofismo. Esto es, sencillamente, la pura verdad. Aunque usted no lo crea.

El autor de este artículo es Marco Aurelio Denegri; publicado en la revista ''Debate'' en Perú.

¿Será la pura verdad?
 
asesinado,30.01.2006
que aburrido. Aquel me habra asesinado
 
pedropensador,30.01.2006
Algo de verdad tiene, sin embargo es más fácil ver lo negativo de la humanidad. Descubrir las virtudes es un trabajo que pocos están dispuestos a realizar.
Entre nosotros hay personas que descubren grandes valores entre la gente común y corriente como lo hicieron Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Ciro Alegría, Horacio Quiroga, Vargas Llosa, Antonio Acevedo Hernández, Gabriela Mistral, Cesar Vallejo... Pablo Neruda y unos 200 mil más, por lo menos.
 
elidaros,30.01.2006
la especie humana es el producto de una evolución y en un instate de su vida tuvo la necesidad de matar. no lo hizo por ser un asesino desorganizado sino para alimentarse defenderse. y eso tambien fue evolucionando hasta que llega a hacerlo por distintas causas y hasta por placer
 
pedropensador,30.01.2006
Conversemos el tema en un asado de vacuno?
 
Gatoazul,30.01.2006
Sostengo que la mayoría de la gente es buena. Nuestro principal problema no es nuestra perversidad sino nuestra indiferencia, autocomplacencia y debilidad. Pero no olvidemos nunca de que hay hijos de la chingada que son unos hijos de la chingada.
 
pickman,30.01.2006
TODOS SOMOS UNOS ASESINOS EN POTENCIA... SI VIERAN LAS GANAS QUE TENGO DE TIRAR EL HELICOPTERO DE GIK...
 
auripo,11.12.2007
Eso del instinto animal, el que todo ser humano dentro, no creo obedesca a patrones de estadística. Las cosas son como son y no hay nada más que hacer. Ni por muchas leyes (para los humanos), o una paciente domesticación en los animales. Se va a terminar con la sarta de reacciones violentas que tienen uno u otro en su momento. Todo radica en la situación. Por que si de patrones se tratase, cualquier animal superior en tamaño a otro debería dominar, vencer o matar a su adversario, y ya sabemos que eso no ocurre. Aqui lo que sucede señores(as). Es una descompensación en el razonamiento según posibilidades. La cuestión anda al lote!. Es como en ese partido de fútbol donde tu equipo, el que domina, esta todo el partido ataca que ataca pero de gol, ni las brevas!. Minuto 90 del partido y por la rechuchas!. El otro equipo, el equipo ratón!, que se metió todo el partido atrás a defender, tiene un cueazo de esos que ocurren (por que ocurren), y se manda una pepa de esas de rebote (autogol chemimare!) perdimo...
Asi es la cosa nomás. Las estadísticas son solo números para la lotería.
 
auripo,11.12.2007
Y no me hablen de organizar comas y puntos por la rechucha, que pa'eso este foro.
 
El_Quinto_Jinete,02.06.2009
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El_Quinto_Jinete,02.06.2009
¿Han matado a alguien?

“…Ajusto el horizontal, la línea va bajando, el vertical me marca la distancia y al apuntar, el cañón del arma se eleva las milésimas de grado correspondiente a la distancia del blanco. Apunté al marcador del poste de entrada y me marcaba 710 metros y al segundo marcador por donde entré al campo 495 metros. Con una leve corrección estaba en 520 metros mi blanco en el balcón trasero o en el automóvil blanco. Por lo tanto el numero 7 del regulador izquierdo del retículo para posible blanco en la entrada, 5 para posible blanco en el balcón. De tener apoyo este puede marcarme la distancia y resulta más fácil y veloz. Pero deseché tanto esto como comunicaciones y seguimiento en pos de seguridad…”

“…La luz del estacionamiento trasero se encendió e iluminó el auto blanco. La figura esperada, de barba candado, estaba allí, a quinientos veinte metros, no salió solo, otro tipo de camisa caribeña corrió a abrir la puerta del conductor. Mi blanco hacia la del acompañante, venía algo agachado, pero se levantó al abrir la puerta, se arqueó hacia atrás y quedó rígido. El disparo le rompió la columna…”

Así de sencillo.


 



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