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Inicio / Lista de Foros / Literatura :: Cuentos Comunitarios / La Maricona patucha, gordita y fea - [F:7:12608]


kitolt,05.08.2013
Completemos el cuento!!!

Buenas tardes a todos, me ayudan a completar el cuento:

Reglas:
- escribe un párrafo, tan largo o corto como quieras y que complete aquél párrafo iniciado por la anterior persona.
-Cuando termines tu párrafo escribe solo el inicio del siguiente.

Gracias por sus aportaciones

La Maricona patucha, gordita y fea

En un país donde todos eran hermosos, había una vez una Maricona patucha, gordita y fea. Tenía una pancita de Buda, unas piernas cortas y flacas, su trasero era pequeño y se perdía entre la ropa. Qué decir de su postura, que aunque tratando de encorvarse se veía siempre como extraño, pero si de verdad algo era extraño era su cara, si lo observabas detenidamente, te dabas cuenta que un ojo era más pequeño que el otro, eran medios achinados y de parpado grueso. Su nariz era gorda y porruda, la que al reír se ensanchaban tanto como tanto se achinaban sus ojos, dándole una expresión cómica, no por dulce si no por grotesca. Una oreja era deforme y puntiaguda como la de un Elfo, pero lo más era que las dos juntas sobresalían de su redonda cabeza, la misma que era redonda como un balón, lo que se marcaba aun más porque siempre tenía el cabello corto. ¡Ay su cabello! Era negro y crespo, indomable y tosco, lo llevaba siempre corto porque los estilistas no encontraban estilo alguno que le pase.

La Maricona patucha, gordita y fea, alguna vez había soñado, que era bonita y hasta alguna vez se lo creyó. Pero en el ambiente siempre hay locas malas que le recordaban lo fea que era. Nadie la sacaba a bailar cuando iba a bailar, y aun peor ligar, en el Grinder la bloqueaban, en el Gay Romeo, nadie le escribía y si alguna vez iba a un sex club , ni los chaperos la quería follar. Y ella triste no entendía el por qué.

Faltaban seis meses para que la Maricona patucha, gordita y fea cumpliera 30 años cuando…





 
efelisa,06.08.2013
El, largo, larguirucho,flaco , pero con garbo, también, estaba por cumplir los 30, y se paseaba por su calle con su exquisito arte de caminar erguido, sin mirar para abajo.
Había leído y estudiado mucho, pero no le sirvió para sus relaciones interpersonales , hasta este momento.
Pero no hay mal que por bien no venga, decidió usar todos sus conocimientos y alternar en la calle.

Estaba la Maricona, patucha, gordita y fea, caminando sin estilo alguno, cuando el alto larguirucho la invito a tomar un helado en la esquina.

Degustaron sentados en la vereda, uno de limón, chocolate y vainilla. Hablaron poco, eso sí.
Pero una dulce cercanía los perturbo.
Luego los invadió la otra voluptuosidad y hacia allí rodaron en fragorosos movimientos satisfactorios y propiciatorios.
Se vieron varias veces esa semana y cuando los dos cumplieron 30 años, no al mismo tiempo, se decidieron que ya estaban aptos con su autoestima elevada, para conocer a alguien por otro lado, y ver de que se trata esto del amor (no a primera vista).



 
vihima,18.08.2013
Había pasado ya un año. La Maricona, que resultó llamarse Hector, y era jardinero, tercer y único hijo varón de una familia de clase media baja, le encantaba tocar el didgeridoo en sus ratos libres y jugar a los bolos, aparte de todo eso follaba con hombres sí, yacía con extraños todos los fines de semana, iba de cuarto oscuro en cuarto oscuro... Pero Hector soñaba con el tipo larguirucho que se había beneficiado hace un tiempo, él le había cambiado la perspectiva de la vida, no se sentía "maricona" por definición, él era quien era y punto, los estereotipos le habían llegado marcados de fuera. Se dió cuenta que ser gordito le daba ventajas en determinados ambientes y que su rostro asimétrico le confería unos rasgos únicos que no pasaban desapercibidos, sabía que era feo sí, pero había aprendido a explotar sus rarezas y su fealdad generando morbo y atractivo, la naturaleza le había dotado de otros talentos amatorios que había descubierto con aquel flaquito, eso le dio seguridad, afirmación... pero en el ambiente no encontraba lo que buscaba. El tipo, nunca le dijo su nombre, ni le dio su teléfono, siempre quedaban en El Grinder, semana tras semana, pero un día ya no apareció, y el resto de asiduos parecían no conocerle, por lo que nunca pudo averiguar su paradero y siguió siendo El flacucho con garbo de sus fantasias para los restos, un pedacito de ambrosía recurrente en sus noches más oscuras.
 



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