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La Guerra Civil Española

1935

El humilde trabajador español no tiene dinero para comprar el periódico así es que sólo le queda informarse por meros rumores. Sale a la calle a trabajar (como todos los días) y se encuentra con la gente comentando un supuesto Plebiscito que el rey Alfonso XIII brindará. Naturalmente, no lo cree y sigue caminando ignorando a la gente. Finalmente llega a los campos, a los huertos y se sumerge en su trabajo. Hace muchos años que olvido la palabra “cambio” o “esperanza”.

“¿Cambio?” El pequeño alzó la mano tímidamente, como si no quisiera que la profesora lo llamara. “Cambio es cuando las cosas dejan de ser como eran”-dijo. La profesora lo felicitó, dijo que tenía un muy buen vocabulario para sus cinco años y que estaba orgullosa de él. El niño, siempre callado pero observador, solía escuchar quejas, tanto en la escuela como en su casa, de él malo nivel de vida que tenían. Las clases habían terminado, era hora de caminar a su casa. En el camino siempre pensaba cuanto le gustaría poder ver a sus padres cuando llegará, pero en el fondo sabía que ellos llegaban del trabajo cuando él dormía. Por más que trataba de prepararse, no dejaba de sufrir cuando tocaba la puerta (vanamente) en vez de empujarla, y se daba cuenta que nadie salía a recibirlo.

La madre oyó la puerta. Se despertó lentamente. Eran las seis de la mañana, hora de salir a trabajar. Se levantó y fue a la pieza contigua para despertar a su hijo mayor, que tenía que ir al trabajo. Por más que le hablaba y lo movía éste no despertaba. Era muy flojo, la madre se daba cuenta que no había cambiado nada en estos veinte años. Lo remeció con mucho cariño hasta que éste se sentó y bajó para hacerle el desayuno. Finalmente su hijo bajo soñoliento, intercambiaron unas pocas palabras cariñosas propias del desayuno y el joven se llevó una manzana en la mano excusándose que estaba atrasado. Luego la madre lavó los platos y partió a su trabajo también.


1936

Un humilde trabajador español no tiene dinero ni importancia como para ser enterrado en un cementerio. La bala había atravesado su pecho y la sangre se había coagulado. El desmán no era mucho. Una caravana de otros trabajadores, ahora todos soldados, lo llevaban sin saber qué hacer con él. Finalmente uno tuvo la idea de llevarlo a un predio perdido (meses antes un huerto) y enterrarlo ahí. Lo enterraron en silencio, murmullos de oraciones, sin lágrimas.

Desde que habían comenzado la guerra, el niño notaba que el colegio no era igual. Los ánimos eran cansados, la gente estaba asustada y las profesoras solían llorar. Recibió feliz la noticia de que hoy saldrían antes de la escuela y camino a su casa con paso apurado para ver si su papá había regresado del paseo con sus compañeros de trabajo (como le había explicado su madre). Tocó la puerta y su corazón se llenó de alegría por un momento: ésta vez le abrieron. Lo que siguió a eso fue extraño: mucha gente reunida en su salón, su madre lloraba en silencio. Se abrió paso entre la gente y vio un cuerpo inerte en una mesa con sabanas blancas. Era su padre.
La madre oyó la puerta. Se despertó lentamente. Eran las cuatro y medio de la mañana. Se dirigió hacia la puerta y la abrió. Eran dos trabajadores que traían a su hijo sujetado de los brazos. Traía una herida en el pecho que botaba sangre a borbotones. Lo acostó en su cama, le limpió las heridas y se quedó a su lado hasta que murmuró un último suspiro. Qué viva la república.

***



Gato H.

Texto agregado el 22-04-2005, y leído por 807 visitantes. (0 votos)


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