TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / gatohasbun / Aquel día

[C:101364]

Aquel día
Espero no sea difícil relatarlo, ya que aquel día está fresco en mi memoria y probablemente estará intacto hasta el día en que yo muera, pero sí que es difícil creerlo. Para aquellos escépticos que ya no recuerdan como sabe la impresión, ni siquiera traten de imaginarlo, tómenlo como una mera anéctoda. Para los amantes de Borges y la sutileza de Víctor Hugo esto será como miel en los dedos de un niño.
Recuerdo esa mañana. Amaneció oscuro. Desperté como a mediodía e inconscientemente tomé un sorbo de agua. Sabía raro, hacían días que no la cambiaba. No tardé en darme cuenta que todo estaba demasiado callado. Las micros ya no roncaban grave, las motos viejas no silbaban y parecía que el comercio ambulante había muerto.
No di mayor importancia al asunto, me levanté, acostumbré lentamente mi frágil cuerpo a la posición erguida y busqué mis cigarrillos. Fumé uno o dos y dormité unos minutos en mi asiento.
Debido al humo, me acerqué a la ventana para abrirla y, a medida que me acercaba, volvió a llamarme la atención aquel silencio sepulcral. Abrí la ventana y su persiana café, un tanto desgastada por los años.
Me sorprendí como si hubiera visto un rayo caer. No había nadie.
Lo primero que pensé fue, el gobierno dio día feriado. Luego corregí mi estupidez, los días festivos la gente sale a caminar, a pasear al perro y a la familia. No puede ser que no haya nadie.
Luego pensé que quizás la gente de mi barrio fue a una protesta, les encantan esos ruidos y peleas. Pero yo no escuchaba nada.
Me vestí rápidamente, no me bañé ni me rasuré, bajé los cuatro pisos que separan mi departamento de la calle y salí.
Tampoco estaba el portero ahí.
Me llamó la atención, puesto que Esteban jamás falla. Recuerdo que vino a trabajar incluso el día en que nació su hijo.
Abrí la puerta con mis propias manos, la manilla estaba fría, como si no hubiera sido tocada en años.
Salí a la calle, todo vacío.
Los locales, restoranes, todo vacío. Entré a una panadería y grité para ver si alguien acudía a responder a mis preguntas, pero nadie respondió.
No sé por qué no se me ocurrió robar un trozo de pan.
Caminé por mi calle hasta llegar a la avenida principal. Ni un auto, ni un alma, nada.
En ese momento pensé que estaba soñando. Las cosas que veía no demostraban ni un ápice de verdad.
Corrí por las veredas, desesperado, viendo ventanas, tocando puertas y gritando.
Nadie.
Finalmente, exhausto y sin negar un capricho, me senté en la mitad de la avenida principal. Toqué el pavimento hirviendo, ya había salido el sol.
Sentado, anonadado, me relajé y me propuse esperar a que ésta odisea terminase.
Nada entendía, no había nada sólido para comenzar a razonar y tener respuesta alguna. Creo que Ionesco olvidó ésta escena.
Me recosté en la calle, tan acostumbrado a ésta idea que no me preocupé de que pasará una micro y me atropellara, y pensé.
En pocos minutos me di cuenta de que nada podía sacar pensando y dormí. (Con esto creo que no fue un sueño, puesto que nunca he soñado que duermo)
No sé cuanto tiempo pasó, ni qué me llevó a ello, pero abrí los ojos. Tardaron éstos en acostumbrarse al reflejo del sol, que se hacía más fuerte, y finalmente vi una figura que se acercaba a mi.
Tardé en identificarlo. No sé si era alegría o impacto lo que me producía verlo.
Era un viejo, cuya edad creo que ni el mismo recordaba. Su espalda estaba encorvada por los años, tenía una barba larga blanca y poco cabello de éste mismo color. Caminaba lento, apoyado en su bastón, que no era más que un tronco bien pulido.
Cuanto tiempo pasó entre que lo divisé y llego a mí, no lo sé.
Se acercó a un metro mío, yo seguía en el suelo. En éstas condiciones no pensaba en educación. Me miró a los ojos.
“Se han ido” me dijo “Se han marchado, todos se han marchado”
“Pero, ¿Hacía dónde?” pregunté yo. “¿Qué está pasando?”
El senil hombre calló, sólo se limitó a mover la cabeza y comenzó a partir.
Le grité desesperado, le hice mil y una pregunta, pero nada dijo.
Me paré, lo seguí disparando preguntas a su oído mientras caminaba. Nada dijo. Finalmente, agotado, quede estático y vi su silueta desaparecer tras unos viejos edificios.
Derrotado caminé hasta el parque. Ahí me lavé la cara en la pileta, vi mi reflejo en el agua y me alegré de que por lo menos yo seguía ahí.
Me acosté debajo de un aromo, saqué mi último cigarrillo y fumé. Apagué la colilla en el pasto húmedo y, sin saber qué ocurría, me di media vuelta. Puesto que ya no tenía sentido ir a mi casa, ya que todo era mi casa ahora, me acurruqué y finalmente mis párpados descansaron de la luz.


Desperté con las cosquillosas sonrisas de unos niños, jamás los había amado tanto. Me levanté y vi que la ciudad estaba de vuelta. La gente caminaba torpemente, las micros ya no me molestaban con sus ruidos y me parecía que los vendedores ambulantes cantaban en vez de gritar.
Sin pensarlo dos veces corrí por todas las veredas saludé a quien se ponía por delante y vi la antigua ciudad (si se puede decirlo) florecer.
Ya no recordaba cómo era la calle sin ésta gente.
Después de rondar por toda la ciudad, al atardecer, muy cansado me dispuse a volver a mi lugar.
Ahí estaba Esteban, no quise preguntarle qué le había pasado ayer. Me saludó como de costumbre y subí los viejos peldaños.
Al llegar a mi cuarto saqué un nuevo paquete de cigarrillos y fumé. Quien sabe cuanto fume ni cuanto tiempo pase ahí sentado mirando por mi conocida ventana, pero ese día me di cuenta de cuanto necesitaba a esa gente, los gritos, los peatones en masas, el hombre que estaciona los autos y hasta aquellos payasos estúpidos, todos ellos cumplían una función en la ciudad, en mi vida.
No podría vivir sin ellos ni un minuto.



Gato H.

Texto agregado el 22-04-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]