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Con calculado gesto de negociante fingió contrariedad. Pero los implorantes gritos del chaval proporcionaron al rector del College la excusa perfecta para devolver la pluma a su estuche. Durante un buen rato había estado rasgando con ella el aire, como tendiendo la invisible tela de araña con que cazar un comienzo para la carta. El caballo plateado en forma de empuñadura para el bastón pacía apoyado contra el borde de la mesa, pero el se empecinaba en levantarse y andar ejecutando una esmerada coreografía de cojitranco, donde la pierna momificada por las vendas y querida por la gota, parecía levitar. Teniéndolo en la mano le seria imposible adoptar la pose tan característica de erguirse en su corpulencia añosa enfundando los pulgares en los bolsillos del chaleco. Así aguardo frente al único ventanal, abierto y gótico, que enmarcaba barrigudas nubes plúmbeas cayendo sobre el mar de verde. La gigantez del conserje apareció abajo empujando un carro peligrosamente escorado a cada paso por el balancear de los cachivaches. Agarrado a los faldones de su levita un muchacho parecía querer escalar la chepa del hombretón. Araba en la gravilla del camino surcos que bajo los pantalones a buen seguro serian de carne desgarrada, sin proferir mas quejido que el de su lastimera rogatoria:
“Eche las ranas al lago si quiere, pero déjeme conservar mi colección de mariposas.. Me ha llevado años. Y los fósiles de trilobites. Se lo suplico”.
Puestos los ojos en uno de aquellos que sobre su escritorio le servia de pisapapeles, el patriarca exhalaba el suspiro profundo de la abnegación, al tiempo que emprendía la escritura postergada.

“Espero sepan comprender que la educación es una tarea harto dificultosa en la que a diario dejamos nuestras fuerzas. El cometido de la presente no es alarmarles; mas bien dar cumplida cuenta de la promesa a la que en su DIA me obligación, de mantenerles debidamente informados. La vida diaria de su hijo Charles en este internado fluye dentro de los cauces de la normalidad, aunque siga reincidiendo hasta extremos exasperantes en su desaliño indumentario. No obstante lo anterior, su comportamiento es de recta observancia de las normas de urbanidad con que las gentes civilizadas nos hemos dotado. Es preciso que no les oculte mi sincera preocupación por determinados aspectos de su rendimiento como estudiante. Cada DIA cruza mi puerta acompañado por el mismo profesor. Con toda la humildad de que es capaz y avergonzado declara que, le es imposible no quedarse dormido durante la clase de religión”.
Repasando los quevedos con el pañuelo y la carta con la vista, se percato de que había omitido el tratamiento. Retomando la pluma escribiría encima de todo:
“Distinguidos Sr. y Sra. Darwin:”

Texto agregado el 20-08-2003, y leído por 263 visitantes. (0 votos)


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