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Vuelvo otra vez sobre mis recuerdos, como otras tantas veces; vuelvo para buscar en medio de los hechos, los lugares que estos tuvieron por escenario.

Quiero mirar con ojos de niña, la casa donde viví casi toda mi vida, pero , por mas que lo intento, no logro encajar en ella las muchas fotos familiares en que estoy retratada. Esa casa que fue mi mundo en mis primeros años a cambiado tanto como yo lo he hecho, he igual que yo, lo sigue haciendo ahora que no habito en ella. Es así como me acerco nuevamente a Bogotá, la ciudad que me vio crecer y hacerme adulta, en la que no resido desde que partí hace ya mas de dos años para vivir en Santa Marta , donde hoy escribo desde el sentimiento y el recuerdo, algo sobre las dos ciudades que han servido de marco a mi existencia.


Clima frió y calor de hogar son dos cosas que siempre vienen a mi mente cuando pienso en Bogotá.

Extraño ese frió, extraño estar en mi casa y sentirme protegida, sin ningún tipo de preocupaciones, como era mi vida de niña, estoy segura que en mi infancia, aun sabiendo que el mundo era mas grande y que la ciudad se extendía mucho mas allá de la puerta del garaje, no podía existir un lugar en que estuviera mas a salvo.

Mis recuerdos me llevan a extrañar a mis amigos de la infancia , los amigos del barrio, mis vecinos (los únicos amigos vecinos que he tenido) con los que teníamos una ineludible cita después de las clases, en el patio; ya que todos ellos eran contiguos , una escalera o una buena mesa y varias sillas , una encima de otra , servían para permitir vernos las caras todos los días cuando quisiéramos. Con el tiempo las cosas fueron cambiando y nunca fue igual estar en casa, el frío de la ciudad se había convertido en parte de nuestras almas, muchas familias se mudaron y los pocos que seguimos viviendo en el mismo barrio dejamos de cumplir la cita diaria hasta el punto de no reconocernos en la calle cuando nos encontramos.

En mi mente quedo fijo como uno de mis mas queridos recuerdos de la infancia una noche, que nunca mas se pudo dar; fue una de las ultimas noches de hall Owen en que estuvimos todos juntos; hacia frío y había luna llena, recuerdo a mi madre llamándome para que usara un saco o me entrara a la casa , y yo, feliz sintiendo el frío congelar mi cuerpo, en tanto estaba a la expectativa de oír el final de una historia de horror . No recuerdo cuando fue, pero después de esa noche nunca mas me ofrecieron la opción de usar el saco para poderme quedar afuera, ya mi barrio no era el mismo, ahora vibraba al mismo ritmo vertiginoso del resto de la ciudad.

Durante toda la primaria , mi ciudad no tenia mas que unas cuantas cuadras, tal vez 15 o 20 ; eran las que separaban mi casa de la escuela donde estudiaba y a la que asistía de la mano de mi papá o de mi mamá según fuera el caso. Ahora que veo ese mundo con ojos de grande, no me cabe la menor duda de que el entorno no forma tu imagen del mundo, es tu imagen del mundo la que te trasmite una imagen de tu entorno. Esas calles por las que corrí sin ningún miramiento, las escaleras que subí para llegar a la escuela , son de por si de una pobreza tal , que permite darme cuenta ahora de la situación económica en que crecimos mis hermanos y yo; nunca nos hizo falta nada y cuando lo hizo, mis padres, al mejor estilo de aquella película italiana, fueron capases de mostrarnos como un premio lo que era la respuesta a una carencia; es así como en mi casa los días que mi mamá no hacia sopa y seco y en cambio almorzábamos Colombiana ,pan y salchichón, dábamos gracias por el cambió, sin saber que en realidad ese día no había dinero para hacer mercado.

Fui creciendo y las cosas por el lado económico fueron mejorando, ya que el insaciable afán de conocimiento que poseía mi madre y la dedicación de mi papá, ambos en el campo de la enseñanza, rindió frutos y a medida que pasaba el tiempo ellos podían mejorar su forma de vida, la nuestra y por ende expandir mi noción de la ciudad.

En mi casa los libros nunca faltaron y hoy agradezco la obsesión de mi madre por hacernos leer y escribir bien, por eso , no es de extrañar que otro de los ambientes que marcaron mi vida y formaron mi ciudad haya sido la biblioteca, allí aprendí a estar en silencio y sola en medio de muchas personas, algo que la ciudad te exige y te impone aprender.

Cada cumpleaños la ciudad adquiría una dimensión nueva para mi, las calles y las casas que acompañaron mi mas temprana infancia se alejaron en cuanto ingrese a bachillerato, ahora debía enfrentar la movilización en la ciudad sola, al principio, con la ruta que me recogía y por medio de la cual conocí barrios como el Jardín , San José, Quiroga y Restrepo, luego enfrentándome al trasporte publico, al miedo secreto que todos sentimos de estar perdidos y no poder volver a casa . En cuanto el miedo fue vencido y pude ver que no me limitaba la distancia ni el cansancio de los lugares a los que quería ir, comprendí que la ciudad era más grande y comenzó a cambiar para mí.

Como dije antes el cambio de situación financiera también nos permitió conocer mas la ciudad, ahora no solo conocía el centro comercial del Tunal y el Restrepo para ir a comprar, podía elegir de una variedad de almacenes y centros comerciales, asistir al cine y para cuando ya era una adolescente, la ciudad me ofrecía todo tipo de entretenimiento y no hay que olvidar la educación.

Inicie mis estudios técnicos cuando tenia 16 años, cuando puse por primera vez puse un pie por fuera de la burbuja de cristal rozado en la que transcurrió mi infancia; siempre fui una niña juiciosa en el colegio, así que, nunca tuve mucho que ver con el mundo fuera de las aulas de clase y mi casa, hasta el momento en que entre a la academia; entonces, ya no tenia a todos y todo lo que quería en casa, porque, con el final de la infancia de mis hermanos y la mía, adquirimos múltiples compromisos fuera de las paredes de la residencia y ese continuo movimiento no nos permitía estar juntos, además ahora que la ciudad ofrecía tantas cosas, los juegos las diversiones externas, los museos, la cafetería de la universidad, la casas de mi mejor amiga donde en cualquier momento podías terminar organizando el plan para una fiesta, los compañeros y el continuo movimiento parecían no dar espacio al contacto con las personas cercanas al aposento.

También debo anotar que uno de mis grandes descubrimientos en esta época fue la gente en la ciudad, los extraños de la calle. La Candelaria, lugar de altos contrastes, permitió que viera por medio de ella una ciudad diferente, en donde no todos tenían tanta suerte ni tanto cariño o más bien nada de lo que poseíamos unos pocos afortunados.

La ciudad que recuerdo de mi adolescencia es la ciudad de la noche, porque no fue sino hasta entonces que la pude experimentar, el frió de la madrugada, la espera de un bus que no quiere llegar y por el que se pide con todo el corazón y con el credo en la boca en tanto que un mendigo mira con ganas de acercarse a pedir dinero y amedrentar.

Cambiaba la ciudad y yo a la vez porque ya no conocía a nadie más que a mis compañeros de clase, no solo no los conocía, sino que no quería hacerlo, la ciudad corre por mis venas y es inevitable, aún hoy, en casa cierro la puerta y las ventanas cuando es posible para evitar el contacto con mis vecinos, ¿no es curioso?, hasta en las casas se puede ver la diferencia de mi natal Bogota con Santa Marta , aquí, las fachadas están listas antes que los interiores de las casas, allá puede verse muy fea por fuera, pero el empeño de arreglo esta por dentro de la casa, donde uno esta todo el tiempo.

Agradezco haber crecido en la capital, porque aprendí muchas cosas de la realidad que son completamente ajenas a los habitantes de esta ciudad, aprendí a sentir miedo, pero también a vencerlo, aprendí a tolerar, a mirar sin ver a hablar primero y juzgar después y aprendí no temer estar sola, porque en las ciudades como Bogotá, el mayor reto es confortarse con uno mismo, porque no hay tiempo para conocer a las personas y estoy casi segura que si no existieran lugares como las universidades y el trabajo, la población de la ciudad habría desaparecido.

Cuando lo pienso, me doy cuenta que los Bogotanos hemos llegado a un tal grado de aprecio por lo privado que pensamos mucho antes de abrir las puertas de nuestra casa a otra persona.

……..

La primera ves que estuve en Santa Marta fue para mis 15 años, viaje de vacaciones con un grupo de quinceañeras; el primer viaje que hice tan lejos de casa y sin ninguno de mis parientes. Para entonces , solo quería saber del sol y del calor por pocos días, Nunca fui amante de tomar el sol en la playa por horas, aún no puedo decir que sea mi plan favorito, pero en ese viaje como turista no pude entrever la importancia que tendría para mi vida esta ciudad, ¿ como podría saber entonces que casi 6 años después pasaría una de las épocas mas difíciles de mi vida y que dos años mas tarde partiría para hacer mi vida adulta por mas que una temporada?.

Cuando volví a Santa Marta a los 21 años, pase por una mala época, estaba triste, porque era la primera vez que me alejaba de la protectora sombra de mi hogar para estar en una ciudad ajena en la que me sentía completamente fuera de lugar, pensé, como lo haría cualquiera que no ha estado viviendo en este lugar, que la ciudad lo único que ofrecía era playas y para mi, que desde hacia 2 años había buscado excusas para no salir de la fría capital a cualquier reino del calor, el encontrarme de frente con mis propias palabras que juraban no estar en ningún sitio caliente, además de lejos de mis conocidos

Para entonces, la ciudad se me hacia triste, me sentía fuera de mi elemento y tanto asi que volví solo 8 meses después de mi partida.

Claro que al volver, las cosas para mi eran distintas, mi casa no era la misma, los lugares se me hacían diferentes y me di cuenta que si bien la ciudad me encantaba, la vida en casa no podía ser ya la misma, porque vivir lejos de mis padres creo una percepción de las cosas que jamás habría adquirido si no hubiera salido de los brazos de mamá.

Santa Marta en cambio, ahora representa para mi un reto, el reto de ser yo misma y enfrentar la vida con las fuerzas que tengo, es el deseo de conseguir mas y mejores cosas para mi vida, el encuentro con el cine y el espacio para leer y escribir; me gustaría decir mas de lugares y cosas que sean para mi Santa Marta, pero aún se me presenta como una desconocida, ahora, es innegable que esta ciudad me a acogido de una forma que nunca espere, es mas, conozco mas gente de la que conocía en Bogotá y eso que es mucho mas pequeña, pero solo empiezo a sentir que vivo en ella, aún me encuentro desvistiendo esta ciudad, que no niego me atrae por su pasado cultural que siempre me llamo la atención, pero en la que hace algunos años no había soñado tener como lugar de residencia .

Puedo describir Santa Marta como la extraña que soy, porque ahora que no veo la distancia entre esta ciudad y la mía me sorprendo muchas veces pensando que no vivo en otra ciudad sino en otro barrio, como si Bogotá no se hubiera quedado allá sobre las montañas y 2.600 metros mas cerca de las estrellas, sino que se hubiera venido con migo unida a mis recuerdos, porque una simple llamada ,un viaje en bus y al cerrar los ojos estoy allá , lejos en Bogotá, pero en medio del calor .

Texto agregado el 28-04-2005, y leído por 155 visitantes. (0 votos)


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