El bastón

-No te mires en los espejos, porque detrás se esconde el ánima de los muertos- Decía mi tía Angélica.
La visita con mi madre era el primer jueves de mes. Mientras charlaban y tomaban té, yo recorría la casona de rincones sucios, cortinas desteñidas y grandes espejos. Pasaba rápido frente a los azogues manchados de humedad, mirando el piso de baldosas blancas y negras.
El primer jueves de un diciembre caluroso, cumplidos los once años, repitiendo la acostumbrada recorrida, decidí enfrentar el espejo del hall. Conté, uno...dos...tres...
Mezclada con la luz que se filtraba por las ventanas, vi la silueta de un anciano con una sonrisa en su fina boca y un bastón de madera oscura que lo sostenía.
-¡Agustín...Agustín...mirá lo que te regala la tía!
Era el bastón de mi abuelo. Me quedé mirando en el espejo a un niño que asombrado, escuchaba la voz de su madre.