TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Tildur / El honor del mercenario

[C:103516]

CAPITULO 1


Edur observó desde la muralla como la inmensa horda bárbara se aproximaba hacia el fuerte. Eran miles y en sus mentes tan solo odio, muerte y destrucción. El grisáceo cielo rompió a llorar y el repiqueteo de la lluvia sobre los escudos y las armaduras lo inundó todo. La visión era desesperanzadora. ¿Qué podían hacer apenas un centenar de hombres contra las fuerzas del destino que arrojaban contra ellos aquella marea de muerte? Huir y esconderse. O morir.

- Es el momento de salir de aquí- se dijo el mercenario para sus adentros, pero sus pies no se movieron ni un ápice.

Alzo de nuevo la vista hacia el ejercito que se aproximaba y una sensación de mareo recorrió su cuerpo. Su corazón comenzó a latir con mas fuerza, como durante años había hecho antes de cada batalla.

Echó un vistazo a sus compañeros de armas que permanecían como el apostados en la muralla, con sus corazas y relucientes cotas de escamas, con los escudos y armas preparados, los yelmos puestos y el entrecejo fruncido. En verdad eran valientes, pues no se apreciaba ningún miedo en su gesto. Incluso los mas jóvenes, de la misma edad que el cuando empezó a ganarse la vida con la muerte de los demás permanecían firmes como estatuas, mirando al frente y afrontando su destino con un estoicismo incomprensible para Edur. Todos permanecían en un silencio solo roto por la incesante lluvia.

- Maldita sea. Malditos caballeros estúpidos- pensó para si- No podía abandonarlos, no podía porque ellos no lo habían abandonado a él durante todos los peligros que habían pasado juntos. De todas formas tampoco hubiese podido escapar así como así, esos salvajes le darían caza. Lucharía. Quien sabe, tal vez tuviera suerte.

Edur siempre había pensado que a un veterano como el no podían afectarle los discursos. Demasiados compañeros muertos, demasiada sangre en sus manos, demasiadas batallas por uno u otro bando, demasiadas traiciones. Al final lo único que importaba era el oro. Oro para pagar la bebida y las mujeres, bebida y mujeres para olvidar como lo había conseguido. Y es que cuando uno empieza en esto nadie le dice donde se esta metiendo. Nadie habla de las pesadillas que te atormentan cada noche, de los campos llenos de cuerpos mutilados, del corazón muerto que todo soldado lleva dentro.

No, los discursos funcionan cuando uno es un joven ansioso de oro y sangre y que piensa que está luchando por algo. Cuando uno a matado a demasiados hombres para recordarlos, cuando inocencia y culpabilidad se entremezclan, entonces lo único que importa es el oro. El oro y la lucha. Y los discursos no son ni lo uno ni lo otro.

Pero bajo la lluvia atronadora, observando un ejercito que supera al propio en diez a uno, a uno no le vendrían mal unas palabras que dieran alguna esperanza. Sin embargo mas de una hora había permanecido allí y el capitán todavía no había abierto la boca, ni parecía tener la intención de hacerlo.

En ese momento Annia, la bella sacerdotisa comenzó a entonar una canción, y como si de fuego se tratase se fue extendiendo, y al poco todos los caballeros la acompañaban con sus voces roncas y graves. La canción estaba en común antiguo, pero podía llegar a entenderse si uno se concentraba un poco.

“...la batalla se aproxima
no podemos elegir la victoria,
solo como acabara nuestra vida...”

Genial, justo lo que uno necesita. Todavía no estas muerto y ya entonan un canto fúnebre. Malditos los caballeros y sus esperanzas.




CAPITULO 2

Los bárbaros siguieron avanzando con paso firme y pronto las flechas volaron desde las torres y murallas, pero era como tirar piedras contra la marea para frenarla. Si habían de sobrevivir aquel día sería por la espada, no por el arco. Los caballeros ni siquiera habían tenido la ocurrencia de preparar calderos con aceite hirviendo, así que lo mas que tendrían seria piedras para arrojarles. Como arrojar piedras contra la marea, contra la horda. No había duda de que las espadas no tardarían en teñirse con la sangre rival.

Los arqueros descargaron una nueva salva de flechas con una precisión envidiable, pero la horda continuo avanzando dejando los muertos tras de si.. Los salvaje portaban muchas escalas, y un ariete hecho con el tronco de un árbol llamaba la atención en el centro del ejercito. También había arqueros entre ellos, y pronto los disparos comenzaron a obtener respuesta, y los arqueros de la horda compensaban con superioridad numérica su peor puntería y equipamiento. Los caballeros se cubrieron con sus escudos o se agacharon tras las almenas, pero los arqueros de uno y otro bando continuaron disparando y llevando la muerte a los menos afortunados.

Edur permanecía agachado, con su espada en la mano y un escudo ,que había recogido de uno de los caballeros muerto, en alto para cubrirse de las flechas. Unos metros mas delante de donde se encontraba vio aparecer sobre las almenas la primera escala, instantes antes de que otra apareciese justo donde el se encontraba. Se alzó con la velocidad del rayo, sintiendo la furia correr por sus venas y su espada atravesó el pecho del soldado que acababa de alcanzar las murallas. Se cubrió con el escudo e intento derribar la escala, pero varios salvajes todavía sujetaban la base mientras otros subían por ella, y no fue capaz de tirarla. Una flecha reboto contra su escudo, recordándole el riesgo que corría. Estaba a punto de volver a agacharse cuando un caballero a su izquierda empujó también y la escala calló a tierra. Los primeros intentos de tomar las murallas fracasaron pero algunos caballeros murieron por las saetas y los hachas del enemigo.
Hubo un instante de relativa calma, al menos para los que estaban tras las almenas, a salvo de las flechas. Entonces el ruido de un ariete golpeando la puerta junto con las nuevas escalas que no paraban de asomar sobre la muralla devolvió a los guerreros a la acción. Y esta vez no fue posible evitar que el enemigo alcanzara las murallas. Los bárbaros portaban hachas y toscas espadas y cubrían sus cuerpos con armaduras de cuero endurecido y con pieles de bestias salvajes, y luchaban con una furia demente que los hacía peligrosos a pesar de su escasa habilidad. Pronto todas las murallas fueron un caos de golpes, paradas, sangre y carne rasgada en la que los guerreros de uno y otro bando morían por doquier, con el incesante ruido del ariete resonando y el silbido de las flechas mientras caían. Sin embargo el entrenamiento y la férrea determinación de los caballeros acabaron por imponerse y pudieron expulsar al enemigo, aunque el precio fue terrible. Y justo en el momento en el que el ultimo salvaje fue arrojado desde las almenas el ruido del portón al caer acompaño el crujido de sus huesos cuando se estrelló contra el suelo.

Se hizo evidente que la situación era insostenible y que no era posible retener la marea humana que cruzaba por la puerta derribada y los que todavía trataban de escalar las murallas, así que el capitán dio la orden de retirada y todos comenzaron a replegarse hacia la torre del homenaje.




CAPITULO 3



Edur corrió hacia la torre del homenaje, dejando atrás a los caballeros que se retiraban mas ordenadamente, cubriéndose de las flechas con sus escudos, arrastrando algunos heridos y abriéndose camino a golpe de espada. Corrió con todas sus fuerzas, temiendo que cerrasen la puerta de la torre antes de que llegara. Finalmente atravesó la puerta extenuado y se dejo caer sobre unos escalones mientras esperaba el sonido de la puerta cerrándose. Paso tiempo. No sabría decir cuanto, pero mas del normal, y el ruido no llegaba, así que se incorporó y echó un vistazo. Los bárbaros habían alcanzado a los caballeros que se retiraban, y estos ahora se encontraban rodeados, sin posibilidad de escapar. Los salvajes se acercaban mas y mas a la torre, sin embargo los dos guerreros de la puerta permanecían imperturbables, con sus espadas preparadas y sus escudos en alto. Solo entonces Edur comprendió que no estaban allí para cerrar la puerta, si no para defenderla hasta que el ultimo de sus compañeros pasase.

Definitivamente estaban locos. No dudaba de su valor y su habilidad con las armas, pero ¿realmente habían luchado en una batalla antes? No podían haber sobrevivido con su comportamiento. Los soldados deben dejar atrás la piedad, su trabajo es la muerte, su vida es matar. Los caballeros estaban sentenciados, era obvio que no alcanzarían la puerta vivos, y aquellos estúpidos parecían a punto de salir afuera. No eran muchos en la torre e iban a desperdiciar sus vidas, un sacrificio inútil de hombres. Llevado por la furia y el temor Edur avanzo hasta la puerta, cerro la puerta y la atranco con rapidez. Uno de los caballeros lo miro un instante con cara de incredulidad y luego llevó la mano hacia la tabla que bloqueaba la puerta

- ¡No! – La voz del mercenario adquirió un tono chillón a causa de su furia.

El caballero volvió a observarlo, mas esta vez no había tan solo incredulidad en su mirada. Odio e ira se escondían tras sus ojos. La tensión se prolongo durante algo mas de un segundo, toda una eternidad para Edur, que en es momento tubo la certeza de que aquellos locos iban a matarlo por oponerse a que dieran sus vidas inútilmente. En ese momento un golpe tras la puerta delato la llegada de los bárbaros. Ya nada podían hacer. El caballero dedico una ultima mirada glacial a Edur y luego subió escaleras arriba.
El mercenario apoyo su espalda contra la puerta. ¿Por qué se habría unido a esta panda de patanes? Recoger a los heridos, esperar por los compañeros, retirarse en orden... no eran mas que niños jugando a ser héroes. Contemplo los caballeros que bajaban ahora por las escaleras. Eran pocos, muy pocos los que habían llegado. Moriría rodeado por locos. Puede que a ellos no les importase su gloriosa muerte, pero el aun tenia mucha vida que disfrutar... ¿Tenia vida que disfrutar?. Aparto las dudas de su mente, al fin y al cabo ninguno saldría vivo de allí, y subió escaleras arriba. Necesitaba observar cuantos eran, quizás las cosas no fueran tan mal como pensaba, era su ultima esperanza y se aferró a ella como si fuera la única tabla en medio de un mar embravecido. Cuando alcanzo lo alto de la torre corrió hacia las almenas. Y su tabla se hundió, como si fuese una piedra que lo arrastrara hacia las profundidades del mar. Toda la torre estaba rodeada de aquellos salvajes. Eran muchos, muchos mas de los que habían pensado.

- Estamos muertos- dijo casi sin percatarse
- Todavía no- era el capitán quien hablaba, observando la escena junto a el- Jamás pierdas la esperanza

Edur lo miro confundido. Algo le hacia confiar en sus palabras. Por un momento sintió paz dentro de si. El ruido de la puerta de abajo cayendo frente al embiste del ariete lo despertó de esa paz. De los pisos de abajo llegaron los ruidos del combate y de la muerte. El capitán se giró, desenvainó la espada y espero mirando hacia las escaleras. Varios caballeros se colocaron a la entrada de estas. El combate se hizo mas y mas cercano con rapidez.

La cabeza de Edur bullía de ideas fugaces que el mercenario desechaba continuamente. No había manera de salir de allí. Y no iba a dar su vida sin luchar. Preparo su espada y su escudo y se coloco a la derecha del capitán, dispuesto a hacer frente a cualquiera que subiera por las escaleras. Y entonces llegó, abriéndose paso a golpe de hacha por entre aquellos que cubrían las escaleras.

Era gigantesco, sin duda el hombre mas alto que jamás hubiera visto, superaba con creces los dos metros. Su caja torácica era al menos dos veces la de una persona normal, y los musculos se le marcaban en los brazos de forma casi antinatural. En su mano diestra portaba un enorme hacha que cualquier otro tendría que haber agarrado con las dos, y en la zurda un escudo enorme de madera. Su cabeza la cubría un yelmo del que formaba parte la cabeza de algún bovino, y de su cuello colgaban innumerables huesos de dedos. Portaba una armadura hecha con pieles de animales salvajes y las oxidadas piezas de otras armaduras. Una hombrera metálica llena de pinchos oxidados y la pintura que cubría su cara acababan de conformar su terrorífico aspecto.

Se había enfrentado mas de una vez a hombres mucho mas grandes que él, así que aunque este los sobrepasase a todos la diferencia no debería ser muy grande. Se cruzo en su camino y lanzo una estocada hacia la derecha que el bárbaro desvió con su hacha. Justo como esperaba. Con un arma mas pesada y en una peor posición su suerte estaba echada. O eso pensó Edur. Un golpe del escudo de su oponente lo sacó de su error, además de mandarlo rodando por los suelos hasta dar con las almenas. La vista se le hizo borrosa, el dolor pareció desaparecer y los sonidos llegaban como a través de una gruesa pared. Por un momento estuvo a punto de perder el conocimiento. Pero se negó a rendirse, se negó a morirse. Trató de comprender la situación. Con el golpe había ido a parar hasta una de las esquinas de la torre. Se había dado un golpe en la cabeza y probablemente tuviera la nariz rota. Por lo demás parecía estar bien. Uno de los caballeros seguía cubriendo las escaleras, impidiendo que entrasen mas salvajes, mientras el capitán luchaba contra el gigantesco bárbaro. Se incorporo con lentitud y dolor y recogió su espada.

El bárbaro propino un golpe con su hacha en el costado al capitán, y este retrocedió casi sin fuerzas. La sangre goteaba a través de su armadura allí donde había sido golpeado. Alzo como pudo su espada y se cuadro frente a su enemigo.
Una sonrisa demente se dibujo en la cara del salvaje cuando vio a su enemigo herido de muerte. Un barrido de su hacha golpeo la espada del caballero, y esta voló hasta caer de la torre. Se acerco a su enemigo, que trataba de desenfundar un puñal, y le dio un golpe con su escudo que le hizo trastabillar hasta apoyarse en las almenas. Soltó sus hacha y su escudo y avanzo hacia el. Como esperaba, el caballero cargo hacia el tratando de atravesarlo con el puñal. Con un rápido movimiento agarro su mano y le dio un cabezazo al capitán. Luego golpeo su mano contra las almenas hasta que este soltó la daga. Lo agarro del pescuezo y con su enorme fuerza lo alzó sobre las almenas con uno de sus brazos mientras profería un alarido de victoria. Abajo una multitud de los suyos alzaron la vista contemplando al lider de los caballeros suspendido en el aire a un paso de la muerte.

Edur avanzo tambaleándose. Las piernas le dolían y le costaba andar, y la cabeza no dejaba de darle vueltas. Podía percibir que el salvaje luchaba contra su capitán, pero los detalles del combate se le escapaban. Cuando estuvo mas cerca comprendió la situación. El bárbaro sostenía al capitán en el aire, a punto de soltarlo. El capitán estaba desarmado y estaba mirándole a el. No había miedo en su mirada. Estaba muriéndose y no se vio ningún signo de miedo en su rostro. Tampoco pedía piedad. Edur cruzo con el la mirada durante un instante, como pidiéndole permiso para lo que estaba a punto de hacer. Luego aparto la vista y atravesó con su espada el cuerpo del bárbaro.

El capitán cayo al vacío cuando el salvaje dejo de sujetarlo. Todo pareció detenerse. Edur y su gigantesco enemigo permanecían en la misma posición, y le resto de la lucha parecía lejana e irreal. El bárbaro, aun herido de muerte, propino un codazo a Edur, que hizo que este retrocediese de nuevo.

Era imposible. Lo había atravesado con su espada. Nadie sobrevivía a eso. Era imposible que aquel ser estuviera recogiendo su hacha con la espada todavía atravesándole el cuerpo. No podía seguir vivo, debería estar muerto. Su vida ahora carecía de valor. El estaba muerto, la batalla perdida, pero aquel maldito salvaje tenía que estar muerto. Eso era todo lo que importaba. Edur agarró un lanza, lo primero que encontró a mano, y se lanzo contra su rival con toda la furia y la energía que pudo reunir. El bárbaro, sorprendido y herido no pudo evitar que la afilada punto le atravesase el estomago. Pero Edur continuo empujando, hasta que su rival cayo desde las almenas ante la atónita mirada de sus guerreros. Entonces el cayo al suelo totalmente exhausto. Por un momento volvió a sentir la paz que había sentido cuando había hablado con el capitán. Luego todo fue negrura.





CAPITULO 4



Debía despertar. No oía nada, no veía nada, tan solo sentía dolor en todo su cuerpo. Poco a poco fue abriendo los ojos. Seguía en la torre y no había ningún salvaje cerca de el. Varios cadáveres de caballeros yacían en el suelo del torreón. El no estaba herido, no demasiado herido. Se levanto con la cabeza aun palpitándole y echo un vistazo alrededor. No había nadie con vida. Tan solo un monto de cadáveres cubrían el patio del fuerte.

¿Cuánto tiempo habría pasado? Comprobó que efectivamente los caballeros que estaban tirados en el suelo estaban muertos. Pero sus cadáveres todavía no estaban fríos. Busco un arma y recogió la espada de uno de ellos. No habían saqueado los cadáveres. Se asomo a las almenas. La niebla cubría los cadáveres que se amontonaban junto a las murallas y por el patio central. Nadie se movia.

Edur se incorporo y camino hasta las escaleras. Le dolía todo el cuerpo, pero parecía que no tenia ninguna herida grave. Aun podía salir vivo de allí. Bajo las escaleras tratando de no pisar los cadáveres ensangrentados que las alfombraban. La puerta de la torre estaba rota, y fuera junto a ella estaban los cadáveres de varios caballeros. El recuerdo del momento en que el cerro la puerta acudió con rapidez a su cabeza. Aquellos malditos caballeros habían sido capaces de llegar hasta la puerta, y fueron ellos quien la golpearon. Y el había sido quien los mato con su decisión de cerrarla. Un nuevo recuerdo con el que soñar todas las noches.

Comprobó algunos cadáveres mas para ver si estaban muertos antes de darse por vencido. Estaban todos muertos. Solo quedaba él, él y el caballo del capitan que, irónicamente, seguía en las cuadras En ese momento oyó por un momento una voz, distante y débil, que parecía provenir de la pequeña capilla que había junto a uno de los muros del fuerte. Se dirigió hacia allí tan sigilosamente como pudo y con la espada en la mano.

El aire dentro era fresco, mas fresco que en el exterior, y estaba libre del olor a sangre y muerte que había fuera. El lugar estaba oscuro, pues la luz penetraba tan solo por unas pequeñas ventanas alargadas cubiertas con vidrieras de colores. El interior era sencillo, tan solo con unos pocos bancos y un altar al fondo. Y allí, junto a una columna de un lateral, estaba ella. Era Annia, la sacerdotisa. Sostenía el estandarte de la Orden mientras se apoyaba contra la pared. Estaba herida, no cabía duda. Edur se acerco hasta donde estaba
- ¿Estas herida?- La pregunta resultaba un tanto estúpida, aun así ella respondió levantando su mano del vientre y dejando ver una herida en su abdomen. Edur aparto con todo el cuidado que pudo la ropa alrededor de la herida para poder verla bien. Era mortal. No tardaría demasiado en morir desangrada si nadie la atendía.
- Tienes que venir conmigo. El caballo del capitán aun esta ahí fuera y...
- No. A mi me ha llegado la hora. He curado a muchos heridos, y se que no saldré viva de esta herida
- No digas eso... tienes que venir, no puedes rendirte
- No me rindo, mi sitio esta aquí

Una lagrima asomo a los ojos de Edur. Ahora se daba cuenta de que en el fondo amaba a Annia. Abrió la boca con la intención de decir algo, pero ella le silencio apoyando un dedo en sus labios. Se hizo el silencio durante un momento.

- ¿Que ha pasado con los bárbaros?- Preguntó el mercenario
- El capitán venció a su lider y lo arrojo por las almenas. Cuando los bárbaros lo vieron recogieron su cadáver y se fueron. Pero solo nosotros dos sobrevivimos

Una amarga sonrisa se dibujó en el rostro de Edur. En realidad había sido el capitán quien lo mato. El le había dado los ánimos para luchar y la oportunidad para vencer.

- Escucha. Los salvajes volverán. Debes irte antes de que vuelvan.- Dijo Annia con la voz casi quebrada
- No puedo irme sin ti
- Yo no viviré mucho mas, así que escucha. Bajo el altar hay un cofrecillo que guarda parte de los tesoros de la orden. Te corresponde a ti, por los servicios que nos has prestado. Tan solo te pido una cosa: En el interior encontraras una estatuilla de plata. Es una reliquia sagrada. Debes entregarla en el templo mas cercano. El resto puedes quedártelo.
- Ya recibí el dinero que merecía
- No tanto como se te prometió. Además, si lo dejas aquí caerá en manos de esos salvajes, y sus manos no deben tocar la reliquia. Toma la llave.- Annia deposito la llave en sus manos y volvió a recostarse contra la pared. Sus ojos comenzaron a cerrarse lentamente. Sin embargo la sacerdotisa inició un cántico con un voz pura y sin ningún temblor.

El enemigo se ha ido,
pero pronto ha de volver.
Cuando suenen sus tambores,
de seguro moriré

Han muerto todos los míos,
solo yo... sigo en pie.
Todos eran mis amigos,
pero pronto los veré

Pues yo también estoy herido,
herido de gravedad
Lo sé al ver correr mi sangre,
ávida de mi escapar,

de este cuerpo malherido,
que nunca dudo en arriesgar
su vida en pos de un sueño
que ya no conseguirá.

Me atare a mi estandarte,
fiel símbolo de mi fe,
si llega antes la muerte,
que ellos me encuentren en pie.

En pie y desafiante,
como yo siempre viví,
que tengan claro en sus mentes
que yo jamás me rendí.

Y estoy perdiendo el sentido,
ya casi no puedo ver.
Muerte espera un momento
que pronto han de volver.

Veo venir una dama sonriendo hacia mí
Si esa dama es la muerte
¿quién tiene miedo a morir?*


Y cuando termino la canción el ultimo aliento escapo de su boca mientras el sol se colaba por entre la niebla y las vidrieras iluminando su cadáver y el estandarte que sostenía. Edur cerro delicadamente sus ojos muertos mientras una lagrima corría por los suyos. Pasado algún tiempo se incorporo y se seco las lagrimas. Se estaba comportando como un niño. ¿Cuántos hombres había visto morir a sus pies? Annia no era mas que otra muerte mas en su camino. Contra toda lógica el seguía vivo, y eso era lo que importaba. Recogería el tesoro, entregaría esa maldita reliquia y con el resto del dinero viviria tranquilamente toda su vida, y jamás volvería a luchar.

Con esas ideas en mente se llegó hasta el altar, donde tal y como había dicho ella había un cofrecillo. Cuando lo abrió el brillo del oro y las gemas lo sorprendió. Allí había mucho mas dinero del que el pensaba. Volvió a cerrarlo y lo cargo al hombro mientras se dirigía hacia el los establos. De nuevo no cesaban de surgir ideas en su mente, y una tras otra las iba rechazando. Cuando estaba a medio camino de los establos se detuvo frente a un pozo que había allí. Las lagrimas volvían a surcar su rostro. Pego una patada de rabia al pozo y luego abrió el cofre. Las monedas y las gemas repiquetearon cuando las arrojó por el pozo. No caerían en manos del enemigo.

Libero al caballo, que huyó del lugar al galope, y volvió al interior de la capilla. Se despidió del cadáver de Annia con un beso en la frente y recogió el estandarte, apoyado junto a ella. Con paso firme y decidido volvió a ascender hasta lo mas lato de la torre del homenaje. Miró los cadáveres de los caballeros y ,como esperaba, encontró que uno de ellos portaba un cuerno. Maldito sea el honor de los caballeros.

Allí, de pie en lo alto de la torre, con el estandarte en una mano y la espada en la otra, y mientras el sol asomaba por fin sobre la capa de niebla que cubría el valle, Edur soplo el cuerno con todas sus fuerzas, y su sonido se extendió por el valle, rebotando en las rocosas paredes de las montañas y alcanzando los oídos de todos los que en el se encontraban. Y un tambor respondió a su llamada en la lejanía.



*La cancion es un fragmento de "Nana" de Warcry

Texto agregado el 04-05-2005, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]