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Inicio / Cuenteros Locales / sotadepicas / Fábulas de la República de Barataria: La invasión de los Mamarrachos

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Cómo? Que te cuente un cuento? Pero si es muy tarde... Ay... A ver que te explico yo ahora... Sí, ya se! Te voy a explicar un antiguo episodio de la historia de Barataria, cuando la invadieron las tropas Mamarrachas!


Verás, fue hace mucho, mucho tiempo, en un verano de mucho, mucho calor. El nivel de las aguas del río Conejo había bajado mucho, y el malvado emperador que regía en aquellos tiempos el Imperio de Freedonia (nada que ver con el actual, por dios, que solo hace falta verle la cara para ver que es una buena persona temerosa de Dios) decidió, aprovechando que habían aparecido vados inexistentes cuando las aguas iban crecidas, conquistar Barataria (exacto, en aquella época aún no se llamaba Barataria. Quieres que te siga contando el cuento o no? Pues calla y escucha) para convertirla en la quincuagésimo primera provincia del Imperio, y, de paso, quedarse con toda su producción de patatas, bien este del que Freedonia iba escaso. Pero no lo hizo directamente. Oh, no. Para dar una sensación de legalidad, de forma que Barataria no pudiese activar las alianzas que tenía con otros países, cosa que podría desbaratar sus planes de conquista, dio órdenes a los gobernantes de dos países amigos (protectorados, según las malas lenguas) para que denunciaran que Barataria poseía tirachinas gigantes, capaces de destruir ciudades enteras de una sola pedrada. El hecho de que dicha excusa fuese, hablando en plata, una soberana soplapollez, provocó en ambos países reacciones en contra de la población. En el Reino de Avón, un antiguo país de quien se había independizado el Imperio en tiempos remotos, según algunos cronistas suicidas (porque se arriesgaban a incurrir en las iras del emperador, y eso no era bueno para la salud), se cumplió la legislación a rajatabla, y eso provocó investigaciones judiciales y llegó a poner al gobierno en jaque (el rey, mientras tanto, se dedicaba al noble deporte de la caza de la zorra, motivo este que provocó que pasase a la historia como uno de los mayores puteros de todos los tiempos). En cambio, en el Sultanato de Aireuropa (un país sureño, conocido mundialmente por las corridas de toros, un espectáculo pornográfico en que una hermosa jovencita o un fornido doncel, a elección público, se dedicaban a masturbar a un morlaco para pasmo del respetable) la cosa no fue así.

El sultán de Aireuropa tenía el poder absoluto (dado que en ninguna circunstancia admitiría que lo único que hacía era seguir las instrucciones que le remitían los funcionarios imperiales, y mucho menos que su principal sueño erótico era el mantener relaciones anobucales con el emperador en persona, poniendo el mismo sultán la lengua, claro está), así que no tuvo que afrontar jueces fisgones, comisiones de investigación parlamentaria ni periodistas incómodos, de forma que, solícito, decidió rápidamente enviar a Barataria sus tropas de elite: las temibles Brigadas Mamarrachas. La única persona del sultanato (persona relevante, se entiende. El populacho no contaba para nada a ojos del sultán) que se atrevió a protestar por ello fue su malvado visir (sí, ya se que decir “malvado visir” es una redundancia, porque los visires siempre son malvados en los cuentos, de la misma manera en que los mayordomos siempre son asesinos, pero hay que recalcarlo porque este era malo-malo-malo pero de verdad y no hacía más que tocarle los cojones al sultán). El malvado visir sostenía que no se podían enviar las tropas así, a la ligera, sin saber qué se iban a encontrar y con una excusa más que ridícula. El sultán por su parte, se limitó a ridiculizarlo, calumniarlo y decir que lo único que quería el visir es que hubiesen muertos entre las tropas aireuropienses para minar su poder y ser sultán en lugar del sultán.

El caso es que las tropas Mamarrachas fueron enviados a Barataria, concretamente a la zona que quedaba comprendida entre las ciudades de Mandril (la capital del país, como recordarás) y Zaragorda, la capital de la provincia de Azadón, incluyendo el control de ambas ciudades, siempre bajo el control de las tropas imperiales. Al principio todo fue bien, pero hubieron algunos “detallitos” que no acabaron de gustar a los baratarienses (dejando aparte el hecho obvio de que eran tropas de ocupación, claro): El hecho de que la enseña de los Mamarrachos fuese religiosamente ofensiva para los nativos, sus vestimentas aparatosas, el trato que le daban a las mujeres, el gobierno títere de ocupación (regido por un alcohólico, lo cual hizo que el pueblo le pusiese el nombre de “señor Tonel”, sin que de ello se deban deducir que hubiese relaciones de parentesco con la actual Segunda Dama, que mal que le pese al Pequeño Gran Asno, la primera seguía siendo la Reina, porque te recuerdo que la República de Barataria en realidad era una monarquía), la manía que tenían de ir soltando toros por ahí para luego masturbarlos... Al final, la situación no se sostuvo por más tiempo y las cosas estallaron. Los baratarienses se rebelaron.

Empezó en Mandril, un dos de Mayo. Los motivos son oscuros, tanto podría ser culpa de una palabra mal dicha, de un pisotón de caballo, de un intento de violación o de una copla mal cantada. Pero la población de Mandril se sublevó y atacó a los Mamarrachos. Los Mamarrachos contestaron con cargas de caballería contra los que ellos llamaban terroristas y contra los cronistas de otros países que estaban por allí para informar a las cortes respectivas de lo que pasaba, y, al día siguiente, en la colina de la Tontoa (donde años más tarde se edificaron las Cortes, según algunos en memoria de los sublevados por la Independencia del país, según otros para atrapar sus espíritus para que nunca pudiesen azuzar al pueblo para sublevarse de nuevo), la tropas imperiales (que para eso eran las que mandaban) fusilaron a muchos de los insurrectos. Eso no hizo más que alentar aún más la rebelión.

En Zaragorda, mientras tanto, también se habían rebelado. Dicha ciudad aún conservaba sus murallas medievales, y las tropas de la coalición invasora le plantaron sitio y la bombardearon constantemente. Las defensas de la ciudad eran escasas, y parecía que los invasores iban a entrar y a pasar a toda la población a cuchillo, cuando una prostituta enfadada, conocida por el nombre de Augustina de Azadón, dijo que por sus cojones iban a entrar aquellos y a joderle el negocio, que no tenía ya edad ni ánimos de ponerse a cascársela a un toro, sólo faltaría, se subió a las murallas y se puso a lanzar cañonazos contra las columnas invasoras, con tan buena fortuna que los pilló en formación y los hizo caer a todos de un solo cañonazo. De este episodio se derivaron dos consecuencias históricas: una discursión histórica grave entre baratarienses y freedonianos sobre si la tal Augustina era una heroína o una terrorista de la peor calaña, y la aparición de un nuevo deporte consistente en derribar palos de madera situados en formación a base de tirarles una bala de cañón.

El caso es que al final los baratarienses expulsaron al tiránico invasor, y... Vaya por Dios, se ha dormido. Si es que en el colegio les mandan muchos deberes y van agotaos, los pobrecicos. En fin... Ea, así, bien arropadito, que no se me resfríe, y a soñar con los angelitos.

Texto agregado el 21-08-2003, y leído por 599 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
21-08-2003 ¡qué cosa buena¡ mis estrellas meci
 
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