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Inicio / Cuenteros Locales / Woaini / Jamás olvidaré aquel fin de semana...

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¿Quién diría que todo sucedería así? Aún me parece un sueño el que mi más caro anhelo se haya vuelto realidad... Sobre todo así, sin pensarlo, sin proponérnoslo. Simplemente ocurrió porque tenía que ocurrir... Así estaba escrito desde la eternidad... Es que parece mentira, pero hasta la misma naturaleza parecía haberse confabulado conmigo.

Ocurrió ya hace unos años, pero al cerrar mis ojos y evocar esos momentos, parece que hubiera sido ayer cuando los vivimos.

Me esperabas en el aeropuerto y, a pesar que fueron largas horas de viaje, procuré mantener el maquillaje perfecto, para no arruinar la imagen que de mí guardabas en tu mente.

Recuerdo tu cara al yo llegar a la sala de espera. Tus ojos brillaban y tú te habías quedado atónito. Sabía que no te había defraudado.

Te miraba con esa mirada profunda, como el océano mismo. Usaba el perfume que adorabas... De pronto, estaba entre tus brazos y las palabras sobraban...

Luego de un corto pero profundo beso – y es que a ninguno de los dos nos gusta hacer escenas – me entregaste esa hermosa rosa roja que aún conservo y, sin prisa, recogiste mi equipaje y me condujiste hacia tu auto.

Nunca, hasta ese entonces, me había llamado la atención el vehículo que conducías, pero después de soportar tan baja temperatura y de desempeñarse estupendamente, a pesar de la nieve, tu auto merece una mención especial.

Recuerdo que llegamos a tu apartamento. Yo tenía mucho frío. Jamás había visto nevar. Estaba impresionada y, no fue sino hasta que hiciste la aclaración, que supe que había llegado en la peor tormenta de nieve que había azotado esos lares.

Al entrar, la chimenea estaba encendida y calentaba el ambiente, lo suficiente para quitarme el tremendo abrigo que llevaba.

Me instalaste en el cuarto de huéspedes... ¡Vaya si te habías esmerado! Donde miraba todo era blanco. La mullida alfombra, las persianas, el edredón de plumas, las sábanas de seda, las rosas, el florero...

Después de acomodar mi equipaje en el closet, me dejaste sola para que descansara. El viaje había sido realmente pesado...

Entré al baño y quedé aún más sorprendida. Había velas encendidas, cuyos aromas se mezclaban con los de las flores naturales que adornaban los hermosos jarrones al lado del espejo... El jacuzzi burbujeaba y se veía salir vapor.

Entré al agua y me sentí relajada como nunca. Tomé unas sales y dejé que mi cuerpo se laxara... Tal vez permanecí allí cerca de una hora y después de terminar de asearme, cogí una toalla - la cual puse sobre mi cabello - y tomé la bata de felpa.

Al salir del baño oí una suave música que me invitó a salir al estar. Ni siquiera reparé en que no me había vestido... Sólo me dejé seducir por esa música tan divina.

Allí estabas tú, sentado, con tus jeans y tu suéter y con esa mirada que me deslumbró desde la primera vez que la vi. Extendiste tu mano, ofreciéndome una copa del vino tinto que tanto me gusta.

Hiciste un lugar a tu lado, en el sillón de cuero, que tantas veces fue testigo de nuestras pláticas. Me senté y alzamos nuestras copas.

No sé cuanto tiempo pasó, sólo recuerdo que nos mirábamos y que no hacían falta palabras, pues nuestros ojos se lo decían todo.

De pronto, ya como por nuestra quinta copa, empezaste a susurrarme al oído. El susurro se volvió en besos que recorrían mi cuello... tu lengua jugueteaba con mi oreja... tus manos me empezaron a acariciar los hombros y en segundos mi bata se deslizó...

No sentía vergüenza. Ésta iba a ser nuestra primera vez, pero sabía que por largo tiempo, ambos la habíamos estado esperando...

Tus manos empezaron a explorar cada centímetro de mi cuerpo. Tus dedos se dejaban llevar... y mi piel se erizaba.

De pronto te quitaste el suéter y me acercaste a tu pecho. Mis labios empezaron a recorrer tu piel y sin percatarnos caímos a la alfombra. Tu boca buscaba la mía mientras aflojabas la hebilla de tu cinturón.

Si era un sueño no quería despertar... Parecíamos estar hechos el uno para el otro y, es que nuestros cuerpos encajaban a la perfección, nuestras respiraciones se agitaban al mismo ritmo y nuestros corazones palpitaban a más de mil...

Era una sensación muy extraña e intensa. Con cada caricia me estremecía y me sentía más tuya que nunca. Habías traspasado esa línea en la que ya no éramos dos, sino uno, fundidos...

Ambos jadeábamos, cada cual con más intensidad que el otro. Nos sentíamos tan motivados... Aún recuerdo cómo me tomabas. Nada sobraba... nada faltaba... Tú encendías mi fuego, yo calmaba tu sed... Desnudos de cuerpo y alma, estábamos frente a frente...

Esa noche no sé cuántas veces lo hicimos. No quedó un rincón del apartamento que no haya sido testigo de nuestra pasión, pero más que eso, del amor que ambos nos profesábamos.

Recuerdo que amanecí en tus brazos. Me despertaste a besos. No había soñado... Tomaste mi mano y la pusiste alrededor de tu cuello. Y sin dificultad me alzaste en brazos y me llevaste al comedor, donde nos esperaba un magnífico desayuno.

Mientras desayunábamos nuestras pícaras miradas eran cómplices de aquella mágica noche en la que nos pertenecimos el uno al otro. Ya no había dudas. Nuestras almas se habían encontrado en la inmensidad del cosmos.

No sólo había conquistado tu cama, sino que había conquistado tu corazón, tu alma, tu vida. Y a la vez estaba presa a voluntad... Presa de tus caricias, de tus besos y de la forma como explotas al amar...

No te cansabas de verme vestida con tu camisa y a mi no me cansaba ver tu sonrisa. ¡Cielos! Tu barba crecida como me fascinaba. Un par de días sin afeitarte... ¡Wow! Y tus labios carnosos... ¡Uhmmmmm!

No podía evitar juguetear... Me conoces. Soy extremadamente traviesa... Y las fresas con crema me daban muchas ideas... Creo que no fui la única... Luego comprendí que fueron parte de tus detalles.

No se salvó ni la mesa, ni el desayuno. Parecíamos unos hambrientos... Y es que jamás estuvimos cerca de tan exquisito banquete...

Habías planeado invitarme a conocer la ciudad. Así que como dos adolescentes corrimos a la ducha.

Como es mi costumbre, primero me apliqué el shampoo... Tenía los ojos cerrados cuando tus manos se aunaron a las mías en un suave masaje... Aún con los ojos cerrados, sonreí, mientras empecé a sentir cómo tus manos se iban deslizando, muy lentamente, hacia abajo.

Me invitaste a que no abriera los ojos, sino que, más bien, usara el resto de mis sentidos... Me estremecí... Todo era tan nuevo, tan intenso... Tus manos, que ya me conocían acariciaban mi espalda mojada, con mucha suavidad...

La sensación del roce de tus dedos jabonosos me provocaba agitación y sopor, difíciles de describir... Sólo sabía que quería más... y tú me lo dabas... No dejabas de moverte.

Entonces te dije que me condujeras despacio, sin hablar, que yo iría hasta donde tú quisieras llegar... Me tomaste por el cuello, mordiéndolo suavemente... luego los hombros... luego...

Súbitamente te alejaste de mí... Estaba intrigada, preguntándome qué vendría... Intentaba agudizar el oído, pero sólo escuchaba correr el agua... No aguanté la curiosidad y terminé por abrir los ojos.

Jamás olvidaré lo que vi... Aún guardo esa imagen en mi corazón y al recordarla lo hago con la misma ternura que cuando te vi. Estabas sentado en el borde de la tina, mirándome mientras las lágrimas corrían por tus mejillas.

Instintivamente te así hacia mi vientre. Me abrazaste fuertemente y tus sollozos se volvieron en un amargo y doloroso llanto. Te sentía débil e indefenso como un niño... mi niño.

No comprendía qué pasaba, pero quería que sintieras que estaba allí, que estaba a tu lado para apoyarte...

Cuando por fin te calmaste, me dijiste que lamentabas que el tiempo no se pudiera detener... y guardaste silencio... Aunque lo intenté, no pude arrancarte ni una palabra más... Sólo me abrazaste, con tanta fuerza que pensé que nuestros cuerpos se transpondrían y, me besaste, como buscando tomar para ti, un pedazo de mí en cada beso.

Terminaste de ducharte muy aprisa y dijiste que me esperarías en tu estudio. Algo desconcertada y muy pensativa terminé de bañarme. Me preguntaba una y otra vez por qué habrías actuado así y, aunque la respuesta asomaba a mi mente, inconscientemente trataba de ahuyentarla.

Me apuré al vestirme y te di el alcance. Vestías con la elegancia y sensualidad que me encandilaba. Siempre varonil, siempre imponente.

No me cansaba de mirarte. Sonreíste y me dijiste que estaba perfecta - nunca te medías cuando alababas mi atuendo.

De pronto la música en la radio se interrumpió por una noticia de último minuto. Las carreteras se encontraban cerradas por mal tiempo. Con suerte podríamos salir el siguiente día...

Volviste a sonreír y dijiste que por fin tendrías oportunidad de probar las delicias que habías oído yo preparaba... Tomaste mi mano y me llevaste a la despensa... Había de todo.

Accedí a preparar lo que tú quisieras con la condición que me ayudaras. Tomaste un par de mandiles y riendo colocaste una pañoleta sobre mi cabello... Fue la primera vez que me llamaste “mi cocinerita”.

La cocina era uno de los lugares más acogedores de tu apartamento. Era amplia, con muchos gabinetes. Pero lo que más me gustaba era que la cocina estaba al medio de la habitación.

Preparamos pasta. Me ayudaste picando, aderezando, lavando... Todo iba bien, hasta que te pedí harina para la salsa blanca... No resististe la tentación y la soplaste con fuerza...

Jugueteando te situaste tras de mí, apoyando tu cuerpo junto al mío, bajando tus manos y sintiendo como sacudías las fibras más sensibles de mi ser... Mi cuerpo, mi mente y mi alma estaban sometidos... Sujetos a mi instinto y a tu pasión.

Me volviste a tomar entre tus brazos y me llevaste al jacuzzi... Acariciándonos, sintiéndonos la piel, fuimos desnudándonos. Nos abrazamos al compás de nuestros latidos, sin separar jamás tu cuerpo de mi cuerpo; respirando el mismo aire.

Desatabas en mí lo más dulce y profundo... Mi sutil locura y toda mi ternura... Te deseaba sin pudor... En tus besos me perdía y me encontraba... y me quemaba con el fuego de tu piel...

El tiempo, que parecía no existir, pasó deprisa. A cada segundo nos sabíamos más el uno del otro. Nuestras vidas por fin tenían un sentido...

Me dijiste que querías darme una sorpresa y tomando la toalla, la enrollaste a tu cintura. No tardé en vestirme y cuando te di el alcance en el comedor, la mesa estaba puesta... Todo estaba en el lugar ideal, cada pieza se acoplaba con prolijidad.

Serví el almuerzo y entre risas y amena conversación lo terminamos. No escatimaste en elogios y valgan verdades, me había quedado exquisito.

Tomamos un café y con tu sonrisa traviesa sugeriste que viéramos un video que habías alquilado... La película cuyo título no recuerdo fue muy dulce, tierna y romántica... Como romántico fue estar abrazados - en el sofá de cuero - cubiertos con una manta, comiendo palomitas de maíz...

Cuando la película terminó seguí acurrucada en tus brazos, mientras acariciabas mi cabello... Me mirabas con ternura y yo me dejaba ser. Así de segura como me sentía, me quedé dormida y tú velaste mi sueño.

Al despertar había una nota tuya que decía “te espero en mi habitación... en la caja hay algo para ti... llévalo puesto”...

Al abrir la caja había un juego de lencería hermoso... negro... de seda y encajes... Jamás te había dicho mi talla, pero era evidente que tú guardabas una clara imagen de mi figura en tu mente.

Me quedó perfecto... el portaligas, las medias y los tacones altos hacían que me viera realmente sensual. Me maquillé y me apliqué tu perfume favorito y me enrumbé hacia mi destino...

La calidez que había al entrar a tu habitación era casi mágica. La única luz encendida era la de la acogedora chimenea... Me esperabas recostado sobre unos confortables cojines, a los pies de tu cama. Llevabas unos bóxer que te sentaban de maravilla.

Pusiste una música sensual y confiaste en mi locura... Aún me arrancas una carcajada cuando recuerdo que luego, me dijiste que Kim Bassinger me había quedado corta en aquella escena de “9½ semanas”... y es que simplemente, me deje llevar...

Diste un salto hasta donde me encontraba. Tu respiración estaba agitada. Tomaste mi mano y la llevaste hasta tu boca. Tu lengua y tus labios jugueteaban con mis dedos, provocándome sensaciones indescriptibles... Tus besos me sabían a poco... Yo quería más...

Me tomaste por la cintura y me susurraste al oído que ésta sería la noche en que nuestros cuerpos, como nunca antes, se dirían lo que nuestros corazones ya sabían de sobra...

Fueron tus dedos los que se apoderaron de mis labios sedientos, esclavos de tu piel, ansiosos de tus labios... Mientras me comías a besos - con la destreza de un maestro - desabrochaste mi brassiere... y tus manos me comenzaron a recorrer.

Afuera nevaba - lo podía ver por el hermoso ventanal - y sin embargo, allí dentro, dos almas se consumían en el fuego... dos corazones, un solo latir... Una y otra vez, me llenaste de amor...

Las horas transcurrían, mientras tocábamos las estrellas y nos sentíamos en el paraíso. ¡Qué bien la pasamos! Construimos un momento de éxtasis en el que ninguno de los dos contuvo sus deseos... Dimos rienda suelta a nuestras ansias y nos dejamos llevar por nuestras pasiones... No era una atracción... Era un delirio.

El amanecer fue testigo de una entrega de amor jamás narrada, jamás escrita, nunca antes siquiera imaginada... Ambos sabíamos que el tiempo se nos acababa y queríamos que el otro tuviera la seguridad de cuánto nos amábamos.

Por primera vez nos sentimos vivos... Por primera vez tuvieron sabor nuestros labios... Nos pertenecíamos enteramente todos... El cansancio pasaba desapercibido... Y, en lo profundo de nuestros deseos, suplicábamos al tiempo que se detuviera.

De pronto, no me pude contener y empecé a llorar. En cuestión de horas debía estar en el aeropuerto... Trataste de ser fuerte, pero esto que llevábamos dentro era más fuerte que los dos... Con tus besos enjugaste mis lágrimas, al momento que las tuyas empezaron a caer, fundiéndose con las mías, en un inmenso mar de dolor.

¿Por qué había enfermado?... No lo sé... Sólo sabía que debía regresar y enfrentarme con aquella operación de la que dependía mi vida. A pesar de que los médicos no eran muy optimistas, estaba convencida que había una esperanza... Sabía que sería doloroso y largo el tratamiento posterior, pero que si me brindaba la mínima posibilidad de volver a ti, me arriesgaría.

Sabía cuánto querías estar allí, apoyándome, pero ambos éramos conscientes de que si perdías tu trabajo, no podríamos solventar los gastos a los que nos enfrentaríamos. Además, quería evitarte el dolor de verme consumirme día a día, de ver cómo mi cabello se caía sin que nada pudieras hacer...

Quería que llevaras en tu mente - pero más que eso en tu corazón - el recuerdo imborrable e imperecedero de este fin de semana, que nos hizo uno y que nos dio fuerzas para luchar y seguir adelante...

Terminé de arreglarme... Me puse el abrigo encima y te vi llevar mi equipaje a tu auto... Tu apartamento estaba intacto, como aquel día en el que llegué... Sin embargo, ya no era el mismo... Nunca sería el mismo... En el aire se respiraba amor y se sentían vibraciones eróticas y sensuales que perdurarían por siempre.

Mientras manejabas - algo aturdido - te tomé de la mano y te pedí que tuvieras fe. Te dije que no temieras, que todo saldría bien y, que aun si yo moría, siempre estaría junto a ti, en cada rincón de tu apartamento y, más aún, dentro de ti, en cada pensamiento, en cada palpitar de tu corazón.

Tratabas de hacerme creer que no estabas afectado, pero la angustia te delataba. Te dije que ocuparas tu tiempo, que hicieras más deporte y que te apoyaras en tus amigos.

Me registré en el counter y a los pocos minutos, anunciaron que debía abordar el avión. Nos besamos como nunca antes. No fue ni pasión ni deseo... Fue el sello de una promesa de amor, de amor más allá de la muerte y, de compromiso por buscar la felicidad.

Ingresé por la manga y de pronto se cerró la escotilla del avión y con ella, el capítulo más hermoso de mi vida... Jamás olvidaré aquel fin de semana...

Hoy, cuatro años después, luego de haber librado y vencido una batalla contra la muerte, luego de soñar con tu amor y vivir pensándote, luego de recuperar mi cabello, mi figura y mis sueños, me encuentro sentada aquí, en primera clase, en el vuelo que me conduce hacia ti, escribiendo esta historia, nuestra historia, convencida de haber alcanzado la felicidad, aquella felicidad que consiste en el impulso mismo de ir a buscarla...

FIN

Texto agregado el 03-06-2005, y leído por 341 visitantes. (16 votos)


Lectores Opinan
07-01-2006 Una historia muy bella, haces la narración muy amena, la disfruté.. besos azules***** sombra_azul
02-01-2006 Me gustò, ligero, sutil, ameno....***** Nocturno
01-01-2006 Muy bien hecho... aukisa
23-12-2005 Preciosa historia... Excelente... Desearía poder narrar algo similar, pero bueno, algunos tienen la vida a sus anchas, y otros tenemos los sueños a los pies... luto13_
05-12-2005 Hermosa narración de amor,de erotismo sin llegar a lo vulgar.Tu narración me capturó,me hipnotizó.Narras muy bien no sé si es realidad o ficción.Felicitaciones y todas mis estrellas para ti. lengua_de_puma
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