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R O S I T A (primera parte)

Con casi 14 años a unos cuantos días de cumplirlos, vivía esa época imprecisa durante la cual no sabemos que queremos y no podemos imaginar por que nacimos. Edad complicada, de oscuridad mental, de incertidumbre, de afirmación del carácter y nacimiento de la personalidad.

En esos días acudía a clases por la tarde, dedicando la mañana a poner orden en lo estudiado el día anterior y a tareas en el hogar. Padres y hermanos habían salido desde hacía algún tiempo a sus labores. Terminaba el desayuno. Rosita, una joven, casi de la misma edad, un poco menor por meses, que ayudaba en las tareas domésticas, no muy alta, bonita como todas las mujeres jóvenes, con el cuerpo apuntando al desarrollo y picardía en la mirada de sus hermosos ojos gris verdoso; se acercó y un poco turbada preguntó: - ¿ya se bañó?, a lo cual respondí: - lo hago a las cinco de la mañana Rosita hermosa, y ya son las ocho. - ¿Porqué?, pregunté a mi vez. Ella bajó un poco la mirada, pero respondió: - es que yo también me quiero bañar. – Desde luego Rosita, puedes bañarte cuando lo desees. Recuerda que en el baño siempre hay agua caliente. – No, joven, usted no me entiende, yo quiero bañarme, pero junto con usted. Lo que escuché me impresionó al mismo tiempo que me excitó, pero siempre, desde muy niño he aplicado un principio: “a la mujer no se la lastima ni con el pensamiento”; por tanto, fiel a ese principio de conducta hecho mío desde hacía largos años atrás, apunté: – Rosita, no se hable más, vamos al baño. Su mirada brilló, pero noté cierta indecisión, sin embargo, para que no tuviera duda, fui a mi recámara por mi ropa y ella, al verme hacerlo, sacó su ropa limpia que traía en una pequeña bolsa de mano.

No tardamos en reunirnos ni un minuto. Cerramos la puerta del baño para evitar el aire frío y abrí el agua para que no estuviera fría al entrar a la ducha. Rosita, un poco cortada, daba muestras de no saber que hacer, lo que me desorientó un poco, ya que antes, al menos aparentemente, había sido muy directa en su petición; pero en fin, al ver que no se desvestía, me acerque y con delicadeza dije: - ¿me permites que te quite la ropa, para podernos bañar?. – Si, me respondió, con dulzura y poca voz. Tomé su vestido de la parte inferior y lo fui levantando poco a poco hasta que salió por su cabeza, quité luego un fondo completo que la cubría, usando el mismo procedimiento, quedando al descubierto su cuerpo, excepto por la pantaleta que tomé por el elástico y procedí a bajar hasta que salió por sus pies. Me detuve a contemplar su cuerpo desnudo, un poco falto de carnes, pero bien formado. En eso le dije: - ¿Me ayudas a desvestirme, Rosita?, pero en lugar de responderme, empezó a temblar un poco, por el frío, así que me apresuré a quitarme la ropa y la abracé con mucha ternura, acurrucándola entre mis brazos, al mismo tiempo que pasaba mi mano por su espalda para darle algo de calor, pero intuí que ella temblaba un poco por frío y otro poco por la emoción de estar desnudos. La tomé de la mano y la conduje bajo el agua caliente; suspiró profundamente una vez que su cuerpo sintió el calor y la suavidad del agua.

Tomé la pastilla de jabón y empecé a pasarlo por su espalda, brazos, axilas y tórax, y, aunque sin hacerlo notar mucho, acariciar sus pechos, incipientes aún, pero no por ello menos subyugantes. Continué hacia abajo por su abdomen, muslos, pantorrillas, tobillos y pies, los cuales además de lavar concienzudamente, aproveché para acariciar con deleite, subí, acariciando sus tobillos, pantorrillas y muslos, hasta el monte de venus, al cual apliqué, como a todo su cuerpo antes, abundante espuma de jabón y la suavidad de mi mano. Para ese momento Rosita ya no temblaba por el frío, al contacto se había relajado un poco. No era como ella lo imaginó. Yo, había sido cuidadoso para no ofender su dignidad con ninguno de mis actos; si alguien nos hubiera visto, habría imaginado que éramos hermanos, pero no era ese el caso, Rosita y yo lo sabíamos, siempre, desde que nos conocimos, habíamos congeniado, siempre habíamos sido buenos camaradas, ambos participábamos en el desarrollo de las tareas domésticas, y aquí estábamos. Hoy se había dado un paso en nuestra amistad, al haber ella expresado su deseo y haberla complacido como lo que éramos, dos buenos amigos que se respetan, quieren y complacen con gusto. Abrí el agua, quité el jabón rápidamente y volví a frotar su cuerpo, pero esta vez ayudado de una agradable esponja natural. Ella me miraba sin saber que decir, no entendía mi proceder, por lo que dijo: -¿me dejas enjabonarte, cuando acabes de hacerlo conmigo?. - Claro, mujer, nada me agradaría mas que sentir tus hermosas manos recorriendo mi piel. Respondió: – Yo no soy mujer, apenas estoy saliendo de niña. –Nada de eso, dije yo, - eres toda una mujer, y muy hermosa, por cierto. Se sonrojó, acrecentando así su belleza. Había llegado nuevamente a su monte de venus, con ligeros esbozos de bello púbico; le pedí que abriera un poco sus piernas para lavarlo correctamente, las abrió un poco, pero no lo suficiente, insistí que las abriera un poco más. Cuando lo hizo se presentaron ante mi vista sus húmedos labia pudendi de suave tacto y delicado color rosado; dejé la esponja y, enjabonando mis dedos, puse sobre ellos, espuma de jabón, acariciándolos y penetrando hacia el interior de la vulva. Al tocar, con extrema suavidad, pero con decisión su clítoris, ella se estremeció. Entonces pregunté: -¿eres una niña?. En lugar de responder, Rosita lanzó al aire un largo suspiro. Pero, como solo se trataba de bañarnos, pasé mis dedos enjabonados suave y lentamente por la entrada de su vagina y dije: - por favor, date vuelta para lavar tus posaderas y esa oscuridad que hay en medio de ellas, obedeció presurosa y se inclinó hacia delante, a fin de dar espacio suficiente para que el jabón limpiara profundamente la zona, siempre insinuante y apetecible. Hice los honores debidos, tanto a sus hermosos glúteos como a la zona intermedia, pasando con suavidad la mano cubierta de jabón por toda ella, con la lentitud propia de la ocasión. - Ahora sí, a quitar todo vestigio de jabón. Abrí la ducha y Rosita frotó con energía su piel bajo el chorro del agua para quitar el jabón acumulado; aplicó jabón a su pelo y cara, y después de frotar vigorosamente para, además de limpiar, dar masaje a su cuero cabelludo y cara y así dejarla lozana, tersa y suave; se enjuagó completamente. Cerró el agua y con aire de ironía, dijo: - ahora . . . me toca a mí.

Tomó el jabón y empezó a esparcirlo con delicadeza propia de mujer, pero con determinación y pleno conocimiento de que era su oportunidad, como antes había sido la mía, de acariciar con total libertad ese cuerpo que había deseado acariciar desde meses atrás; ese cuerpo que al igual que el suyo para mí, implicaba curiosidad a la vez que excitación.

Poco más o menos lo hizo como yo, después de una primera y rápida enjabonadura, me hizo aclararme, para proceder después con la esponja natural. La tomó y llenó de jabón, sin soltarla, con la otra mano, esparció jabón en todo mi cuerpo, y después empezó con la esponja desde el cuello, bajó lentamente por la espalda, axilas, nalgas, muslos, corvas, piernas, tobillos y pies, para subir por el empeine, tobillos, espinillas, rodillas, muslos, testículos, pene, bello púbico, abdomen, ombligo, tórax, brazos y hombros. Acarició vigorosamente la espalda hasta los glúteos y regresó hacia el frente para atacar tórax y abdomen. Cuando hubo terminado pasó a los muslos en todo su derredor, piernas, tobillos y pies, que al recibir sus caricias me hicieron estremecer. Una vez satisfecha pasó a la zona de la cadera por detrás y me hizo agacharme, tomando el jabón, la cubrió con abundante espuma y, dejando la esponja, aplicó sus dedos a recorrer la zona con lentitud, disfrutándola a sus anchas. Con un pequeño chorro de agua, quitó el jabón de sus manos. Giró y se colocó frente a mí, se agachó en cuclillas quedando su cara frente al pene que, olvidé apuntar estaba erecto a su máxima expresión desde que procedí a quitar vestido y fondo y así había permanecido. Lo tomó en sus manos con mucha delicadeza, lo enjabonó acariciándolo y viéndome a los ojos. Con suavidad y dulzura propia de mujer, lo recorrió desde un extremo a otro, bajó hacia los testículos con una sola mano y los acarició con curiosidad y deleite, siempre con dulzura y suavidad. Retornó al cuerpo del pene y con la misma mano lo acarició de arriba abajo y viceversa. Subió su mirada interrogante hacia mis ojos, sin dejar de acariciarlo y me dijo: - ¿qué deseas que haga?, a lo cual respondí: - sólo haz lo que tú desees y permíteme a mi vez que te deleite con aquello que deseas y esperas te sea agradable, pero ¿qué te parece si terminamos de ducharnos, nos secamos y luego . . .?. – Me parece bien, dijo ella, porque me ha vuelto a dar un poco de frío.

Tomé su mano para ayudarla a incorporarse, abrí el agua caliente y froté su piel bajo el chorro tibio hasta que me dijo: - ya me siento mejor, gracias y acercó sus labios a los míos, dejando sobre ellos un tierno y exquisito beso. Me aclaré con rapidez. Tomé una toalla de baño con la cual envolví y friccioné su cuerpo hasta que reaccionó; con otra toalla igual me envolví. Una vez seca, le ofrecí un frasco de colonia, pero me pidió que fuera yo quien se la aplicara, lo que hice profusamente; vestimos la ropa interior limpia que habíamos llevado y salimos del cuarto de baño.

Fuimos a la recámara, donde nos pusimos el resto de la ropa y me peiné, sin embargo, Rosita me pidió que fuera yo quien la peinara, para lo cual le pedí que se sentara en la silla que había en la recámara y procedí a alisar su cabello y a darle forma, mediante una raya en el tercio izquierdo de su cabeza. Debo decir que Rosita tenía un precioso pelo castaño que llegaba hasta su cintura, por lo que casi siempre lo dejaba suelto, a veces sujeto con un broche pequeño, o bien una cinta de color. Quedó satisfecha con el peinado. Se incorporó de la silla, miré sus bellísimos ojos, acercamos nuestros cuerpos y unimos nuestros labios. Apoyaba mis manos en su cadera, ella rodeó mi cuello con sus brazos; mientras nuestras bocas con fruición y deleite, se debatían en intensa lucha interior.
Tomé su cara entre mis manos y, con ternura, besé pelo, frente, párpados y mejillas volviendo a posar mis labios en los suyos carnosos y frescos, sin despegarnos nos abrazamos fuerte, muy fuerte, sintiendo nuestros cuerpos tratando de fundirse en uno solo.

Rosita se estremeció entre mis brazos y gimió levemente. Estábamos sumamente excitados. Ella tomó la iniciativa, moviendo su mano hacia abajo y deteniéndose en mi pene erecto. Desabotonó pantalón y bóxer, dejando que resbalaran hasta el piso, con lo cual quedé desnudo de cintura abajo; acarició con mucha dulzura el glande, y fue corriendo su mano hasta alcanzar los testículos, los cuales tomó entre sus dos manos y acarició suave, muy suavemente, corriendo los dedos de ambas manos por encima de mis muslos entre mis piernas, sin dejar de acariciar los testículos con enorme placer de parte mía. Le pregunté si me permitía desvestirla, a lo cual accedió con un movimiento afirmativo de su cabeza. Esta vez levanté vestido y fondo y primero quité su pantaleta, con lentitud y suavidad, hasta que salió por sus pies; la tomé en mis manos y doble con cuidado poniéndola sobre una silla; levante el vestido hasta que salió por su cabeza, y lo mismo hice con el fondo, dejándolos ambos doblados sobre la pantaleta; ella, al momento, desabotonó mi camisa y la quitó; quedamos completamente desnudos. Nos abrazamos y besamos dulcemente en los labios.

La tomé en mis brazos y deposité suavemente sobre la cama, ella se asustó y me dijo: - ¿qué haces?, yo respondí: - ponerte cómoda para poder disfrutarnos. Azorada dijo: -¿cómo?. – Así, dije a mi vez, tomando sus pies y acariciándolos suavemente; - recuerda que nada vamos a hacer que tu no desees y desde luego nada que nos pueda dañar a ninguno de los dos; vamos a disfrutar nuestros sentidos, como dos buenos amigos que se quieren y que comparten lo mejor que cada uno tiene para ofrecer al otro. Mas serena, me dijo: - está bien, pero recuerda que aún somos muy jóvenes para ser padres; ¿tú ya quieres tener un hijo?. – No, repuse yo, no estamos preparados para eso, pero no te preocupes, no vamos a cometer semejante desatino, por favor relájate y disfrutémonos.

Seguí, mientras hablábamos, acariciando sus pies, besé sus plantas, deditos, uñas, empeine, tobillos y, subiendo rodillas y corvas, las cuales cubrí de besos en toda su extensión. Rosita se estremecía con mis caricias aceptándolas de buen grado. Continué subiendo por el interior de los muslos hasta las ingles, las cuales, con mucha lentitud igualmente cubrí de besos milímetro a milímetro, pasando de una a otra por encima del monte de venus; ella entonces me dijo: - yo también quiero acariciar y besar, ¿qué podemos hacer?. Yo, en respuesta, me voltee y coloque sobre ella, poniendo una rodilla a cada lado de su cuerpo corriéndome hacia atrás, dejando mis pies un poco después de su cabeza, de manera tal que ella, sin incomodidad, tuviera acceso a mis piernas, muslos, testículos y pene; en fin habíamos inventado esa exquisita posición que se conoce como sesenta y nueve. - ¿Te agrada? pregunté, y Rosita, en respuesta acarició mis testículos. Yo, entonces me incliné hacia el frente y volví a besar su monte de venus. En cuanto ella lo sintió, abrió ligeramente las piernas, dándome acceso a su hermosa vulva; tomando sus muslos uno a uno, los moví lentamente hacia fuera, de manera tal que la separación fuera mayor, permitiéndome así un mejor acceso a su interior, ella lo comprendió y las abrió al máximo posible, yo agradecí su gesto besando profusamente sus ingles y muslos hasta donde me fue posible llegar sin dejar caer el peso de mi cuerpo sobre ella y regresé del mismo modo, pero esta vez directamente a los labios mayores los cuales fui cubriendo de besos en toda su extensión, lenta y profusamente de abajo hacia arriba y viceversa, cuidando de mojarlos discretamente con un poco de saliva conforme avanzaba, al llegar a la parte de arriba, ocupé mi lengua para separarlos, llegando así a los labios menores, los cuales acaricié también con suave humedad. Rosita, conforme yo avanzaba se notaba cada vez mas excitada, me había cubierto de besos las extremidades inferiores hasta donde lo era permitido llegar, con mucha delicadeza había besado mis testículos y pene de un extremo al otro y había pasado su lengua por ellos, empezando por el glande y llegando hasta los testículos, pero no se animaba a introducirlo en su boca, yo no dije nada, la deje seguir su propio ritmo, avanzar a su paso. Poco a poco fui penetrando hacia el interior de su vulva, hasta llegar a separar los labios menores y disfrutar total y plenamente de su exquisito aroma y delicioso sabor, pasando mis labios y lengua suavemente sobre toda la superficie interna, hasta llegar al clítoris y a la entrada de su cervix. Al tocar su clítoris con mis labios ella reaccionó de inmediato tensándose, a lo cual yo me retiré asustado, pero ella me susurró – por favor sigue. Retomé y procuré ser muy dulce en el trato de esa delicadísima zona erógena de su cuerpo, para que le fuera placentero y nada, pero nada molesto. Acaricié su clítoris con mis labios, pero no supe evitar el delicioso placer de acariciarlo también con la parte delantera de mi lengua, observé que Rosita disfrutaba mucho mis caricias, por lo que lo seguí besando y acariciando con húmeda suavidad hasta que se tensó, lanzó un profundo suspiro; gimió dulce y delicadamente, durante unos segundos, relajando su cuerpo después. Suspendí las caricias, me incorporé y volví hasta quedar tendido a su lado, Rosita me miró profundamente, besó mis labios y dijo: - gracias por tu amor, ha sido hermoso. Y quedó dormida.

La contemplé embelesado, deposité un tenue beso en sus labios y la cubrí con una frazada para mantener su temperatura.

Después de un rato despertó y me dijo: - hola amor, . . . que delicioso momento me has hecho vivir, pero yo no te he correspondido aún, lo que no es justo. Me tendí de espaldas y ella sobre mí pero ofreciéndome su hermosa parte posterior, lo cual era una nueva, excitante visión. No pude resistir acariciar sus nalgas y muslos en todas direcciones, pero excluyendo su zona central, a la que reservé otro momento mas propicio. Como quedé bajo con relación a su vulva puse, debajo de mi cabeza, dos almohadas, con lo cual mis labios quedaron en buena posición para platicar otro rato del mismo tema con ese adorado trocito de su anatomía; ni corto ni perezoso, me di a la tarea de besar y acariciar de nuevo sus labios mayores y menores, pero esta vez, en lugar de concentrarme en el clítoris, me dediqué con fervoroso ahínco a la entrada de su cervix, la besé con pasión y lentamente acaricié con mi lengua, penetrando paulatinamente en su interior, conforme aspiraba el maravilloso aroma de sus emanaciones y degustaba el exquisito sabor de los fluidos que desprendía desde su interior, suaves, cálidos y excitantes, ella, en tanto, tenía mi pene erecto y congestionado por la afluencia de sangre, y, por fin, se había animado a cobijar en su boca a mi amigo, lo besaba, acariciaba con sus labios y lengua, introducía, absorbía y soltaba, colocaba mi glande entre sus labios y lo giraba en ambas direcciones, lo hundía hasta lo más profundo y lo sacaba hasta quedar fuera, en fin, me estaba haciendo llegar a las estrellas con su frenética, húmeda y deliciosa dulzura, pero yo quería prolongar el mayor tiempo posible ese estado casi divino, por lo que me concentré nuevamente en darle a ella placer con mi lengua dentro de su cervix, cada vez mas profundamente, tensándola y estirándola para que pudiera penetrar lo mas posible, para ello me pegué prácticamente a su vulva con mis labios muy abiertos a fin de dejar la mayor cantidad de lengua afuera. Con esa tensión mi lengua se curvó ligeramente hacia abajo, tocando casualmente una zona que a Rosita le produjo, según me dijo después, una especie de descarga eléctrica. Yo al sentir su reacción me detuve, pero ella musitó: - no, no te detengas, por favor sigue, es muy agradable, lo siento hermoso. Ya con permiso volví a mi posición anterior, procurando tocar el mismo punto, lo cual logré con relativa facilidad. Ella me dijo: - acarícialo suavemente con tu lengua, amor; y yo, obediente lo hice, pero de repente, Rosita otra vez se tensó, mas que en la ocasión anterior, detuvo sus caricias a mi pene, sin sacarlo de su boca, esta vez no hizo ningún sonido, pero sentí que después de un pequeño rato se destensó y lentamente, como queriendo recordar en que estaba, volvió a acariciarme. Yo, primero saboreé el exquisito fluido que emergía de su interior, suspendí las caricias con la lengua y solamente besé sus labios menores y mayores delicadamente, lo que produjo que ella suspirara. Rosita retomó la conciencia clara y nuevamente acarició con fruición mi pene consiguiendo, en corto tiempo, que precipitara en su boca todo el contenido acumulado por la enorme excitación que había retenido.

Platicando después, me dijo que al primer momento no le agradó lo que estaba recibiendo en su boca, pero que le pareció injusto soltarlo, ya que yo no había soltado nada de lo que ella había excretado a su vez en mi boca, sin embargo, conforme pasaron los segundos, me dijo, - fui encontrando a tu semen un sabor agradable, y hasta exquisito; al final me gustó mucho, por lo que no dejes de dármelo con frecuencia, es un manjar. - ¿A ti te ha parecido agradable lo que yo he depositado en tu boca?. – Es lo mejor que he probado hasta ahora durante mi vida; tu fluido vaginal es, para mí, exquisito, excitante. ¿Puedo volver a tomarlo?. - ¿Ahora?; mejor espera un ratito, aún siento la sublime excitación de lo que acabamos de vivir, déjame sentirla, disfrutarla, gozarla; aún siento las dulces caricias de tus labios en mi sexo, el placer que tu lengua me ha proporcionado. – Cuando tú lo desees, preciosa. - ¿Te he hecho feliz?, dijo ella. - Mucho, repuse yo, aunque - ¿no sientes como que algo nos faltó?. – No, yo me siento muy feliz, hemos desahogado con libertad nuestra sexualidad, que estaba reprimida. – Yo, desde que te conozco, te he deseado. – Perdona que haya sido brusca cuando te pregunté si te habías bañado, pero ya no soportaba un segundo mas sin contemplar tu cuerpo, sin acariciarlo; gracias por hacerme tan feliz. La tomé entre mis manos, besé sus labios exquisitos con suavidad y dije: –por favor, perdóname no haber sabido interpretar tus señales de amor y sexualidad que ahora comprendo me estabas enviando, tuve miedo, no quería perderte por un desatino. – Tú, también, desde que te vi por primera vez, me subyugaste, encendiste mi pasión, pero no me atrevía a pedirte nada por temor a perder tu cercanía, tu amistad. - ¿Perdonas mi torpeza?. Y, besando dulcemente mis labios susurró – ¡tonto, me vuelves loca y te amo mas que a mi vida!.

La mañana corrió rauda, y nosotros no habíamos cumplido nuestras tareas en la casa. Nos apresuramos para dejar terminada la mayor parte. Lo logramos empeñando nuestro mejor esfuerzo en realizarlas, y todo quedó como si hubiera sido un día como cualquier otro, siendo que en realidad había sido, descontando el nacer, el mejor día de nuestras vidas, y el primero como pareja. Rosita preparó una rica comida, y, como llegó la hora de partir hacia la escuela, después de asearme, por primera vez en mi vida, la tomé por la cintura, bese su boca con anhelo de volver y musité: - paso por ti mañana temprano, y partí a mis deberes.

Yo no cabía en mi de gozo, me sentía feliz, ligero sin peso corporal y con la mente despejada, lúcida como nunca antes. En las clases, fui participativo, alegre, y puedo asegurar que todo lo que los profesores impartieron quedó grabado en mi mente.

Amaba a mi bella Rosita, pero lo principal, ella también me amaba. Había quedado atrás la incertidumbre, esa congoja que subía hasta la garganta y me impedí, por temor a ser rechazado, confesarle que la adoraba, que la amaba desde siempre. Me sentía dichoso porque al darse la posibilidad de amarnos, no había cometido errores que hubieran echado por tierra la hermosa relación que habíamos comenzado. Aún cuando no soy practicante devoto, no puedo dejar de dar gracias a Dios por habernos puesto en el camino de conocer algunos de los ingredientes de que se compone la felicidad, habernos permitido crecer como personas, controlar nuestros instintos por medio de la razón, entender que si todo requiere un tiempo para madurar, una relación como la nuestra, también. Intuir que una hermosa, fresca y lozana mujer como Rosita requiere de un trato suave y delicado y un tiempo para transformarse, para dejar de ser capullo y volverse flor. Gracias Señor por permitirme vivir plenamente en compañía de la mujer a la que amo profundamente.

Texto agregado el 19-12-2002, y leído por 626 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
06-10-2003 el texto es impresionante,me gusto la redaccion pero el final es simple y de poco sentido. Muy bueno. ric
 
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