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Hoy va a ser un buen día, el mejor de mi vida, no es un presentimiento, lo sé seguro, por eso me he levantado de golpe, sin mirar al lado de la cama en el que dormía ella, sin bostezar ni una sola vez ni esconderme debajo de ninguna almohada. No quiero que me pase como la última vez que fue el mejor día de mi vida que no me di cuenta y me quedé dormido. Yo sé que puede sonar raro que alguien sepa algo así pero yo lo noto, es algo indescriptible, será la luz que entra por la ventana o será “You are the sunshine of my life” que suena por la radio o el café, no sé, pero siempre sé cuando va a ser el mejor día de mi vida.

Salgo y camino sólo por la calle como ayer, nada a cambiado, ni mi estilo ni mi forma de ser, pero veo mi reflejo en los cristales de los coches aparcados en la calle y hoy me encuentro especialmente guapo, una niña china me saluda desde el carrito de su madre, y pienso que todo empieza a parecerse demasiado a un anuncio de compresas. Casi hasta me alegro de ser mujer y eso que no lo soy... odio esos anuncios, así que me prometo a mi mismo no volver a saludar a la siguiente niña china que me encuentre.

Las escaleras mecánicas del metro no funcionan, odio subir escaleras, sobre todo por la mañana y sobre todo cuando las subo para ir a trabajar. Luego camino tres largas calles y después de discutirme en un semáforo con uno de esos proyectos de persona humana imberbes cabezas rapada feto prematuro que casi me atropella con su carro superturbo inyección, llego al trabajo. Joder! Mal empezamos. Menos mal que ya estoy en mi terreno y aquí soy el rey león, me encanta. Trabajo en un gran edificio del centro de la ciudad y mi trabajo consiste en... en... en realidad ni lo sé, ni quiero saberlo, pero debe haber alguien en algún piso de arriba que sí que lo sabe porque cada mes me pagan un pastón. Yo sólo se que tres días a la semana me siento en una mesa con dos tipos y dos tipas más y contamos chistes sobre cosas. Un día coches, otro cremas para la cara y otro día lavavajillas. Alguna vez he oído decir a alguno de esos tipos que se sientan conmigo que somos “creativos de publicidad” pero yo no me lo creo.

De todas maneras no me quejo, tiene muchas cosas buenas como por ejemplo... como por ejemplo Nina, directora de personal, es preciosa, creo que me estoy enamorando de ella, cada día me gusta más. A veces me siento en unas sillas que hay en el pasillo al lado de la máquina de café, con una moneda en la mano, esperando a que venga a tomarse uno, en cuanto veo que abre la puerta de su despacho me levanto y hago ver que me voy a tomar uno. Es sólo un momento pero a veces es lo mejor que me ocurre en todo el día. Y hoy no está siendo un buen día, como yo esperaba, así que necesito verla más que nunca. Normalmente sale sobre las once pero hoy son las once y media y aún no ha salido, su secretaría ya ha pasado tres veces por delante mío y empieza a mirarme de forma rara, supongo que no le debe parecer normal que alguien tarde tres cuartos de hora en sacar un café de la máquina. Es cierto, llevo mucho rato aquí, ya no sé cómo sentarme y que parezca natural y tengo la mano sudada de tanto aguantar la monedita. No puedo más, así que finalmente saco el puñetero café y me voy por el pasillo. Es en ese momento cuando oigo la puerta que se abre, y pienso “mierda!” Pego un bote y tiro el café en la primera papelera que encuentro, pero el cabrón define una malvada parábola y me cae sobre el muslo. Está hirviendo y suelto un grito de dolor que ni Drew Barrymore en Scream, pero lo interrumpo a medias, porque me doy cuenta de la situación. Siento la carne al rojo vivo, pero aún podría ser peor, por lo menos el traje es oscuro y la mancha no se ve. Así que decido avanzar hacia la máquina de café aunque camino como Forrest Gump cuando aún lleva los aparatos en las piernas. La puerta se abre lentamente y por fin sale ella. Menos mal, sólo me faltaba que encima fuera la secretaria psicópata otra vez. Los dos nos acercamos hacía la máquina hasta que finalmente coincidimos en el mismo espacio tiempo, por fin, y pienso “joder, ya era hora” pero digo, “hola ¿qué tal?” mientras una lágrima de dolor cae por mi mejilla, consecuencia del dolor de una quemadura de tercer grado. “Muy bien y tú que tal?” dice ella “Fatal, me acabo de quemar la pantorrilla, me la curas?” pienso, pero digo “Muy bien, muy bien”. En ese momento se hace uno de esos incómodos silencios que tan bien se definen en Pulp Fiction, y sólo se oye la máquina de café. Yo sigo concentrado en aguantar el dolor cuando de repente y sin que yo lo esperara, me dice “Sabes, ayer pensé en ti”. “Vaya hoy se ha puesto bote en la cara” pienso, pero digo “Ah sí?”, “Sí, bueno, últimamente pienso mucho en ti”, “Bueno eso no es bote, eso es masilla o yeso, madre mía que estropicio” pienso, pero digo “¿y eso?”; “Pues no lo sé, pero me gustaría saberlo” dice ella; “y encima se la ha agrietado toda esa espesa capa de masilla, parece que se la vaya a descuajaringar la cara, oh no! Horror!! Incluso le salen pelos de las grietas, tiene patillas!!” pienso, pero no digo nada. La máquina de café ha acabado con su café, buena chica, y el silencio ahora es acojonante. “Bueno no sé como decirte esto pero...” dice ella; “Pero si se ha puesto tanto maquillaje que tiene la cara de un color y el cuerpo de otro” pienso, pero sigo sin decir nada: “...¿Te gustaría venir a cenar a mi casa esta noche?” dice ella; “parece que le hayan arrancado la cabeza a una Barbie y le hayan puesto la de Action Man” pienso, pero digo “Vaya, lo siento pero está noche no puedo”. Después de eso viene el tercer y más jodido silencio de todos, sobre todo para ella. La secretaria psicópata vuelve a pasar y esta vez me fulmina con la mirada. “Bueno, pues otro día” dice ella resignada y sin esperanzas; “Por qué has dicho eso, gilipollas dile que sí” pienso, pero digo “Otro día sí” con cero entusiasmo, para acabar de destruir las pocas esperanzas que tenía.

La pobre Nina avanza por el pasillo con su café hirviendo en la mano, aguantando el dolor. Yo corro disimuladamente al lavabo, allí mojo un poco de papel higiénico en agua y me lo pongo como si fuera una gasa en la quemadura de la pierna, siento un placer similar al de mear cuando ya no puedes más, el de beber agua cuando tienes mucha sed o el de comerte un entrecot al roquefort cuando tienes mucha hambre. Pero el placer dura muy poco, por definición, y me siento en la taza y me paro a pensar en lo que ha ocurrido. Dios mío soy patético, llevo dos meses intentando enamorarme de alguien y no puedo, cuando dices algo así sabes que has tocado fondo, estas tan jodido que tienes que autoimponerte enamorarte de alguien.

Sentarse en la taza del bater cuando uno no tiene la conciencia tranquila es muy peligroso, todos sabemos que es el lugar dónde más se piensa, y yo no paro de darle vueltas a la cabeza; “Soy idiota, estoy sólo en un lavabo frío, cuando podría estar con ella. No me gusta Londres, pero me da igual, podría estar en cualquier sitio pero con ella, debería haber dicho que sí y haberme ido con ella, el curro no valía la pena o sí? No lo sé, la cabeza me va a explotar, no duermo por las noches, no tengo hambre, ni sed, ni líbido... estoy muerto! ¿qué me está pasando?”

Cuando tengo dudas de este tipo y necesito respuestas las busco en la religión, como casi todo el mundo, hay quién es cristiano y cree en Dios, quién es musulmán y cree en Alá o quién es Hare Crisna y toca la pandereta, todo depende de la época y el lugar en el que hayas vivido. Yo debido a las influencias que recibí en mi tierna infancia me defino como Jonista, es decir que creo en Spielberg y en Indiana Jones, su profeta. Así pues cuando me encuentro ante una difícil situación sólo tengo que preguntarme ¿Qué haría Indiana Jones en mi lugar?

Me lo pregunto una y otra vez, pero no tengo ni puta idea. Indiana Jones nunca lloraría en un lavabo, supongo. Lo que sí que sé es que mantendría la compostura y yo la he perdido hace rato, así que me levanto, me seco los ojos y salgo como si nada hubiera pasado.

Fuera todo sigue igual, así que vuelvo a la mesa con los dos tipos y dos tipas ha contar chistes sobre productos, pero no me sale ninguno. Al acabar la reunión, hacia las tres de la tarde, un tipo con traje echo a medida y una tarjetita colgando del bolsillo de la camisa que pone “Del piso de arriba” pero con otras palabras, me dice que quiere hablar conmigo. Al parecer ya hace unos cuantos días que no se me ocurre ningún chiste bueno. Vaya, yo no me había dado cuenta. Después de una hora sermoneándome y de hacerme leer y firmar no sé cuantos papeles entiendo lo que quieren decir, es algo así como artículo 1.234.56. “Tu no eres el rey león, el rey león soy yo” y artículo 1.234.57 “a la puta calle”. Mierda! Siempre supe que algún día descubrirían que nos pagaban por no hacer nada, pero no pensé que fuera tan pronto. Mierda! Me gusta mi trabajo, he estudiado seis años para conseguir un trabajo como este, he pasado muchísimas horas comiéndome la cabeza con eslóganes para vender un antical para el lavavajillas, he renunciado a muchas cosas por esta empresa...

Mi cabeza está hiperturbinando a dos mil por hora, mierda, mierda, mierda, mierda. Intento entender porqué he llegado a está situación pero no lo sé. Alguna de mis ideas llevan a la directora de personal, Nina, vengándose cruelmente como buena mujer despechada. Pero no ha sido eso, estoy demasiado influido por guiones de mierda, Hollywood me ha hecho tanto daño. Soy yo, ya no valgo para esto, es duro pero es cierto. Tengo 25 años y ya estoy acabado.
Por suerte no me van a dejar agonizando, me van a rematar de un tiro en la nuca para que deje de sufrir. La secretaria de Nina se acerca a mi y me saca de mis pesadillas. Al parecer tengo que irme ya, van a cerrar la oficina, es lo que tienen los trabajos cojonudos, que el horario es de mañana, lo de a la puta calle era literal.

Salgo a la calle, desecho, sólo. Miro a la gente. Todos caminan, todos tienen algo que hacer, pero yo no. No sé que hacer ni hacia dónde ir. Puedo volver a casa, pero seguro que me deprimiré debajo de la ducha, o me quedaré en la cama una semana. No, no, eso después pero no ahora, puedo ir a algún bar y emborracharme, como en las películas, vaya gilipollez, todo el mundo sabe que eso es peor, aún te deprime más, puedo ir a ver a un amigo, sólo me apetece ir a ver a dos, unos está en Londres y el otro en una clínica de desintoxicación. Como no sé qué hacer me quedo quieto en medio de Paseo de Gracia, mirando al suelo. Tres minutos más tarde empiezo a tener frío, de repente empiezo a tener conciencia de dónde me encuentro, el suelo salpica. ¿El suelo salpica? Joder, está lloviendo a cántaros y yo no me había dado cuenta, estoy empapado. Definitivamente tengo que moverme, da igual hacia dónde pero tengo que salir de aquí. Voy caminando por Caspe, creo que cogeré el metro en Urquinaona y me iré a casa. Nunca me había fijado en las racholas del suelo de la calle Caspe, tienen dibujos de flores, vaya un flyer del Tívoli, hacen la extraña pareja por quinto año consecutivo, menudo coñazo. Racholas, racholas, racholas, racholas, paso de cebra, asfalto, paso de cebra, cielo, una luz azul. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? tengo frío, estoy mojado, alguien me está tocando la cara, a, ante, bajo, cabe, con, contra ¿Por qué me vienen las preposiciones a la cabeza ahora? Alguien me está hablando, sí le oigo, sí me encuentro bien, ¿Dónde estoy? ¿En una ambulancia??!! ¿Por qué, qué me ha pasado? Me han atropellado, me ha atropellado un coche de policía. Algo me ha pinchado en el brazo, una luz muy intensa no me deja ver, tengo sueño, estoy bien, tengo sueño.

Me despierto estirado en una camilla, estoy en el pasillo de un hospital, lo sé porque los pasillos de los hospitales son todos iguales, fríos y tristes. Llevo una escayola en el brazo y la cabeza me da vueltas, intento incorporarme pero me mareo tanto que me vuelvo a caer en la camilla. Una enfermera me dice que no me mueva, no lo haré. Me vuelven a pinchar en el brazo y me vuelvo a dormir.

Me despierto, no puedo abrir los ojos, tengo mucho sopor, pero oigo a gente hablando. Hay dos tipos que hablan, uno le dice al otro que me tienen que ingresar, que tengo un fuerte traumatismo craneal y que puede ser peligroso, el otro le dice que no quedan camas y que seguramente el hematoma se reabsorberá, que me pincharán Primagtin o Ligtaina o Heroína o no sé qué, esto no lo he oído bien.

Vuelvo a notar un pinchazo y me despierto de golpe, estoy despejado, no sé que me han puesto pero me encuentro bien. Me levanto, una enfermera se me acerca y me vuelve a sermonear durante diez minutos, que estoy bien, que qué suerte que me puedo ir a casa y que llame a una ambulancia si me mareo o me duele mucho la cabeza. Y finalmente me hace firmar unos papeles de alta voluntaria que más o menos vienen a decir algo así como “a la puta calle”. Esto lo he entendido rápido porque ya lo ha oído antes.

Estoy en la calle otra vez, pero esta vez por lo menos ya sé dónde quiero ir, a mi casa, a mi cama, que me dejen en paz. Intento coger un taxi pero me acabo de dar cuenta que he perdido mi cartera, seguramente en el accidente o yo que sé. Tengo un euro rancio en mi bolsillo, bueno, cogeré el metro.

Llego a mi parada, después de hacer dos transbordos, Bellvitge es una mierda de hospital, esta lejos de todo. Mierda! Las escaleras mecánicas no funcionan, y descubro que estaba equivocado, aun hay algo peor que subir escaleras para ir a trabajar, es subir escaleras cuando te han atropellado.

Llego a mi casa, por fin, hoy me quiero morir. Meto la llave en la puerta y se abre sola. No puede ser, no por favor, no puede ser, me han robado. Abro la puerta lentamente, cagado de miedo por si el ladrón aún está dentro. Mierda! El suelo está lleno de huellas de zapatos, huellas mojadas. Quién sea que haya entrado no hace mucho, incluso puede que aún esté dentro. Empiezo a notar un dolor en el pecho, creo que debe ser la ansiedad. La verdad es que ya me da igual todo, voy a entrar porque es mi casa y porque llevo un cabreo encima que como me encuentre al ladrón le pego dos hostias que lo dejo temblando. Voy entrando lentamente, necesito algo para pegarle, porque me acabo de dar cuenta que en realidad yo no tengo ni media torta y encima estoy lisiado. Vaya marrón, vaya día, encima ni siquiera veo bien porque tengo un ojo morado y todo el rato me entran gotas que me caen del pelo, ni siquiera puedo frotarme porque me duele.

Avanzo por el pasillo, las luces están encendidas, hay alguien, lo sé, no es un presentimiento, estoy seguro, lo noto. Finalmente encuentro algo que me puede servir de arma, un paraguas con punta de hierro, en ese momento pienso en cuanta gente ha pensado alguna vez que eso podría servir como arma, pues mira por dónde, me ha tocado a mí, joder. Avanzo por el pasillo, la puerta del comedor está cerrada. Pero el cristal es translúcido y puedo ver la silueta del ladrón, está al lado de la mesa, de pie.

Bueno, llegó el momento, tengo que hacer algo, es mi casa, lo único que me queda, tengo que luchar aunque sea por eso. Cojo el paraguas con fuerza, respiro hondo y preparo la mano sobre la puerta para abrirla de golpe y lanzarme sobre ese cabrón, hijoputa. Tengo que insultarle mentalmente para ver si consigo superar este miedo, porque estoy cagado y el corazón me va mil por hora. Joder, nunca pensé que haría algo así, claro que, Indiana Jones en mi lugar, le pegaría dos hostias a este tio. Tengo que hacerlo.

Me preparo, respiro hondo otra vez, voy a contar hasta tres. Uno. Dos. Tres! Abro la puerta de golpe con el paraguas preparado para abrirle la cabeza y suelto un grito.

Hielo, frío, sudor, estatua, tierra trágame. Esto es todo lo que puedo pensar en este momento. No me lo puedo creer, es ella, está aquí. Sólo necesito una milésima de segundo para reconocerla y sólo dos para abrir la boca, “¿Tu no estabas en Londres?” digo y pienso “Está más guapa que nunca”; Ella está empapada, igual que yo, parece haberse asustado por el grito pero ahora me mira fijamente. Silencio, no estoy incómodo, estoy expectante, me siento más vivo que nunca. “He vuelto” dice ella casi temblando. “¿Por qué?” digo yo y pienso “Te quiero”. Este es el silencio menos incómodo de mi vida. Una sonrisa se la escapa de la boca mientras dice “Por que en Londres llueve mucho”; unas gotas que no sé si son de lluvia o lágrimas le caen por la mejilla. Yo estoy hipnotizado por el hoyuelo de su mejilla izquierda, el que le sale cuando se ríe. No me acordaba de su hoyuelo, igual es porque en los últimos días no se rió mucho. Pero ahora sí que ríe y me mira y está guapísima.

“Bueno, te he mentido, en realidad he vuelto porqué tu no venías y necesito estar contigo”. Vaya, silencio, ya no me duele nada, no tengo frío, ni sueño, ni hambre, ni nada, sólo amor. Un cambio de lugar instantáneo me coloca a dos milímetros de su boca. Sin decir nada le desabrocho la blusa empapada, en ese momento me doy cuenta que no lleva sujetador y la tela mojada y pegada a su cuerpo me recuerda su cuerpo desnudo. Creo que ella se ha dado cuenta, mira mi brazo escayolado y dice “¿Qué te ha pasado?”, “He tenido un mal día, me ha atropellado un coche de policía” digo pero pienso “quiero morder esa teta redonda y dura.” “¿De policía?” “Sí, estaban persiguiendo a un coche y se han saltado el semáforo, yo no me he dado cuenta y me han atropellado” y no pienso nada, porque apenas me queda sangre en cabeza.

Creo que ella me ha dicho algo sobre que puedo denunciarlos y ganar no sé cuanto dinero, pero la verdad es que no la escuchaba. Sólo pensaba en cuantos botones aún quedaban para desbrocharle todo el pantalón. Oh, por fin! No quedan más botones, fuera los pantalones. Ahora ya solo una tela suave blanca de algodón en forma de braguitas me separa de ella. Taquicardia. Nos miramos, ella tiene las pupilas dilatadas, las mejillas coloradas y la boca abierta. Coge mi mano y mete dos dedos en su boca, pasa la lengua alrededor de ellos y los ceja empapados, luego lleva mi mano cuerpo abajo, noto su piel, piel, piel, piel, piel, tela, No! Ahora la tela ya no es ni suave ni de algodón, me molesta. Creo que a ella también porque con la otra mano la aparta. Luego baja mis dedos lentamente y los va introduciendo en su vajina. Calor, presión, flujo, calor, presión, flujo, calor, presión, flujo. Me besa con la boca abierta al máximo y me introduce la lengua hasta la nuez mientras aprieta con fuerza los muslos. Después de eso la follo por todas partes hasta que los dos caemos sudados y pegados el uno al otro sin decir nada. Noto que quedan pocos minutos para acabar este día, estoy a punto de dormirme. Acerco la cara hasta tocar su piel, sé que puede notar mi respiración, pero siempre me decía que eso la relajaba. A cambio yo noto su olor, el olor de su piel, ella tiene un olor indescriptible, nada de flor de loto, ni brisa marina ni chorradas de esas, ella huele a Laura. Si algún laboratorio tipo Chanel o Cacharel consiguieran la fórmula química de su olor reventarían el mercado. Lástima para ellos que no exista, no está echo de elementos químicos conocidos, su olor es único, un nuevo elemento que nadie a descubierto, sólo yo. Lo noto, empiezo a pensar demasiado otra vez, la sangre esta volviendo a la cabeza, quedan pocos segundos para que me duerma.
Justo el tiempo que necesito para darme cuenta, mientras la abrazo por la cintura, que hoy ha sido el mejor día de mi vida. Y que por fin sé que Indiana Jones no buscaba el Arca perdida sino a la chica perdida, y que por eso es el rey león y por muy mal que lo pase, bien está lo que bien acaba.


Texto agregado el 14-09-2003, y leído por 1589 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-09-2006 Aqui tienes una nueva seguidora tuya, no dejes de avisarme cuando escribas algo mas, me ha encantado! ***** Debbie
25-11-2005 está bien el cuentecillo, reconozco detalles. gemma82
29-11-2004 es bueniiisimo... habla de todo -.. de los silencios.. ui no se me metí en esa vida... me encantó. mojojoja
14-09-2003 Jajajaja, me encantó, de verdad! Es muy atrayente, no puedes dejar de leerlo, con mucho sentido del humor y un final que te rompe el esquema... Me ha gustado mucho, el cuento y tu estilo, cuando escribas más me avisas! Makea
 
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