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Una confesión errada.

Llegué al disrtito federal hambriento y sucio, supe desde el principio que esta gente no se tomaría la molestia ni de pisotearme, tampoco de alimentarme y arroparme.
Dejé mi botella de mezcal debajo de un puente y me puse a pensar….
¿De que vive el indio en la ciudad?
Nada pasó por mi cabeza y media hora después regresé por mi botella de mezcal, dos niñas flacas se la tomaban como agua y pensé que les haría más falta que a mí, pues yo podía robar una y una de ellas no tenía ni pies.
¿De que vive el indio en la ciudad?
Caminé y caminé y me vi como vendedor de chicles, como limosnero, como teporocho y como gato de viejas ricas y nada de ello me pareció.
Seguí y menos me agradó lavar cagaderos ni aventar del hocico fuego, cargar bultos lo hacen bueyes en mi pueblo, mejor me hubiera quedado allá para fungir de buey.
Pasé por el centro y los gringos miraban las danzas de los barriosos de la ciudad disfrazados de indígenas, repetían los pasos una y otra vez al mismo son de sus tambores, yo parezco indio de verdad pero para bailar pues no soy ni medio bueno.
Vi a otro hombre ya mayor de edad con la pata de la muerte sobre su cráneo divagando los alucines que la mota le producía y se hacía llamar el chamán.
no paró hasta media hora después de que yo llegué, en profundos sueños se sumergió rodeado de varios jóvenes greñudos y afeminados que extasiados esperaban la reacción del viejo que nunca despertó.
Y cuando se fueron recordé las palabras de mi sabio padre:
--Hijo, me voy a la capital, el ejército necesita de nosotros, nos van a dar fusil y vamos a matar un chingo de escuincles que quieren la revolución armar, como la del abuelo, pero estos andan greñudos, fuman mota y oyen la música en inglés, yo no sé pero diario carne vamos a comer.
Y pues mi padre nunca regresó y la carne diaria pues nada más la comió él y sus otros hijos que tuvo con quien sabe quien.
Lo sé porque me mandó una carta y dijo que me hiciera cargo de mis hermanos y que ayudara a la frígida de mi madre y ya grandecito pues hice caso, mi madre ya no es frígida pero el pueblo entero me iba a linchar.
Así llegué a la capital, el dijo también que son ingenuos los mexicanos en la capital, que el piso de asfalto no transforma la sangre, pues yo hice caso a mi papá y ahora tengo una casita con su modesta alberca al sur de la ciudad. Hice una secta donde yo soy el chamán, seguimos las filosofías de cuentos que el abuelo me contaba cuando lo corrían de las pulcatas del pueblo de allá, los seguidores son de coyoacán, varios de la UNAM, la lana se las dan sus padres y pues vivo bien sin trabajar.
Creo que no debí contarle esto verdad oficial, estoy ya ebrio y mi niña me dejó, mi guerita tiene 20 y se casó conmigo porque soy interesante, se fue porque tomo mucho y ella prefiere fumar, en fin oficial, cansado de mentir estaba y si a la cárcel voy a dar, tampoco ahí pienso trabajar, si me van a matar con gusto los voy a acompañar.

Texto agregado el 19-08-2005, y leído por 95 visitantes. (0 votos)


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