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Hacía un rato que había comenzado a llover y me había levantado de mi asiento junto al escritorio. No sé el tiempo que transcurrió desde que comencé a escribir la carta, pero sería inútil intentar seguir escribiendo con el oleaje desencadenado por la tormenta. Ahora, recuerdo perfectamente que sucedió aquella noche.

Primero una gota había golpeado la ventana situada enfrente de mí, al momento siguiente otra, y otra. Cuando alcé la vista sólo oía repetidos golpes en la ventana y veía unos impresionantes relámpagos que parecían rozar el agua allí donde caían, en el horizonte, donde el cielo se une con el mar… Aquel lugar en el que hablé con ella por primera vez… Pero un grito me sobresaltó y me hizo escapar de mis pensamientos. Provenía de arriba en la cubierta. A continuación se escucharon repetidos sonidos, chillidos que se fundían con otros producidos por hojas cortando aire, el furor de una batalla. Pero no tuve tiempo ni a coger sus armas del armario, que la batalla pareció cesar, ya no se oía nada que diese algún índice de ella. Decidí coger mi espada y mi daga y me encaminé hacia la puerta. Cuando empecé a girar el pomo, un grito me sobrecogió, seguido de unos sonidos muy extraños que no pude identificar, entonces empecé a correr. Recorrí rápidamente los pasillos y subí de tres en tres las escaleras hasta que llegué al corredor que daba a la cubierta, la puerta estaba abierta y ahora escuchaba mucho más las gotas caer. En el momento en que salí, un rayo a no mucha distancia me deslumbró, pero cuando pasó, pude ver la escena.
Era horrible, los cuerpos de todos mis hombres se hallaban en el suelo con muecas de dolor y retorcidos, como si les hubiesen asustado antes de matarlos… Allí donde miraba veía sangre, armas, tablones sueltos y hechos pedazos, jirones de velas cortadas… Era simplemente horripilante. Ser consciente de que todos tus hombres habían muerto en cosa de segundos y sin tú poder hacer nada, sin que ellos hubieran podido hacer nada. Me estremecí cuando noté una risa a mi espalda. Me giré en redondo y viendo que la puerta estaba cerrada miré hacia arriba. Y allí estaba, la criatura más espantosa a la que ni la imaginación humana llegaría. Sé que esa fue mi impresión, pero en realidad sólo recuerdo un rostro difuminado por el cansancio en mis ojos. Una enorme espada separaba su cara en dos mitades desiguales, dejando un ojo saldo de su cuenca, colgando del nervio como si fuese un hilo. Lo que se podría decir que era su cabello, estaba constituido por múltiples serpientes que se escondían en una capucha resguardándose de la tormenta. Pero por un momento, pude ver todo el ser. Un relámpago que cayó a pocos metros, iluminó la escena entera, pero lejos de poder apartar la vista del individuo y comprobar la magnitud del rayo, permanecí mirándolo fijamente, ahora, todo el cuerpo. Las múltiples quemaduras y cicatrices que poblaban su cara se reproducían por todo su cuerpo, al menos en la parte que llevaba al descubierto, ya que vestía una capa negra y andrajosa.
Había perdido completamente la noción del tiempo cuando aquel cuerpo levantó su enorme mano huesuda. Yo no sabía que hacer, no sabía que quería decir con aquella señal. La verdad que no estaba preocupado por si moría o no, toda mi tripulación había sido aniquilada segundos, no, minutos antes y el seguí vivo, no tenía honor. Entonces la mano cayó repentinamente y la figura desapareció en una nube de polvo. ¿Por qué? En realidad en ese momento, yo quería haber muerto. Sí, y no me avergüenzo de ello. Ahora sé que no era algo sensato, pero en ese momento me pareció la mejor opción, favorecida porque también era la más fácil. Permanecí oteando el aire que hacía unos segundos aquella horrenda criatura había estado ocupando.
-¡Capitán! – una voz respingona provenía del camarote. – ¿Ya ha pasado todo? ¿Has vencido al monstruo? – la voz calló después de abrir la puerta y ver la extravagante y desoladora escena. Pero tragando saliva prosiguió - ¿Q…? ¿¡QUÉ es todo esto!? – Que horror… - dirigió su mirada al suelo, para que yo no distinguiese sus lágrimas. – Yo… me escondí en cuanto vi el primer índice de combate, así me lo ordenaron… Me dijeron que debía de avisar al pueblo en un bote…
-¿Y por qué no lo has hecho? – su voz era casi tan fría como su mirada. – Debiste hacer caso.
-Pero, verá capitán, cuando el furor cesó pensé que ya habríamos salido vencedores… Y esto es lo que me he encontrado…
-Vete, no he podido defender mi tripulación ni mi barco, no quiero que veas lo que va a suceder ahora.
-¡Por el amor de Dios, Syrcken! ¡Sabes qué no merece la pena! Estoy de acuerdo en que ha sido una perdida muy dolorosa, pero nada es lo suficientemente duro como para el suicidio. Yo no creo en el suicidio, siempre se pueden encontrar motivos para vivir y seguir adelante, ¡No tires la toalla! Por favor… - Y aunque tímida al principio, la muchacha se me lanzó al cuello entre sollozos. – Hazlo por mí.
Y fue en ese momento que recordé de nuevo la imagen del horizonte, allí donde el cielo se funde con el mar, donde la vi por primera vez.

En ese caso no fue un día tormentoso como el anterior, sino todo lo contrario, lucía en el cielo un sol resplandeciente y la agradable brisa marina recorría mi silueta en la popa de la nave. Estaba sentado mirando como la tripulación hacía sus tareas. Yo soy un hombre de bajo peso y poca corpulencia, pero mi inteligencia y me agilidad me han llevado hasta donde me encuentro. Y mi reputación también se nutre de otro factor, no hay quien me gane a una partida de dardos. Mi cabello es corto, algo que no me gusta, pero son cosas de la burocracia. Decidí levantarme y me así a la baranda, sacando todo lo que pude la cabeza para captar toda la brisa marina, me encanta esa sensación. Cuando abrí los ojos divisé una pequeña barcaza en el horizonte. Como no había mucho que hacer, avisé a mi segundo de abordo y cogí un bote, dirigiéndome al suceso que acababa de descubrir. El sol se empezaba a poner.
Mientras me acercaba pude distinguir tumbada en la barca a una muchacha, parecía dormida. Cuando llegué junto a ella, el barco quedaba bastante lejos, aunque navegaba en mi dirección. Varé mi barca junto a la suya y me quedé anonadado admirando su belleza. Llevaba un cabello hasta la altura de los hombros, y en su posición actual, mechones le caían sobre el rostro, pero sin ocultar unos bellos ojos entre amarillos y verdes, un color que te absorbía, en cuanto los abrió.
-Mmm… ¿Dónde estoy? Recuerdo que escapé… - miró a su alrededor y vio al marine. - ¿Quién eres tú?
-Verás, he visto tu barca desde mi navío, aquel que está allí – dijo señalando el barco que cada vez se acercaba más. – Pensé que necesitabas ayuda y vine a ver si podía ofrecértela.
-Vaya, gracias. Pero no creo que me puedas ayudar… - Parecía triste y rehuía mi mirada.
-Ya, eres una fugitiva, ¿no es eso? Tranquila, no tienes de que preocuparte, hasta que no sepa en que lío estás metida, no diré nada – le dije con un tono tranquilizador que me sorprendió hasta a mí. - Aunque estaría bien que me lo contases tú.
-Gracias de nuevo, pero…
-Nada de “peros”, te he dicho que no pasa nada. No somos el tipo de guardia que piensas, somos algo diferentes. Vamos más bien por nosotros mismos, sólo seguimos las órdenes que creemos necesarias – mientras decía esto, el sol se ponía a su lado, dándole a la chica un brillo en los ojos que la hacían todavía más bella.
-De acuerdo, vamos – y se puso en pie con ayuda de la mano que le cedió Syrcken. – Juntos.

Noté como al finalizar ese flashback, en mis ojos volvía a nacer el calor. Ahora sí veía a la mujer que tenía delante de mí. Aquella mujer. La mujer a la que yo ayudé. La mujer con la que había pasado tantos momentos desde entonces. La mujer que le había dado sentido a mi vida cuando en absoluto le quedaba. La mujer… de la que estaba enamorado.
Ahora nos daba igual el enorme chaparrón que nos estaba cayendo desde hacía minutos. Tampoco nos preocupaban los relámpagos, cada vez más frecuentes, ni tampoco los truenos, ni el hecho de que la marea estuviese cada vez más agitada. En ese momento, sólo importábamos nosotros dos. En ese momento, sólo importaba el momento en sí, aquel instante infinito, donde el amor duraría para siempre en nuestros corazones.
Hasta que en el mismo lugar donde antes se había desvanecido, apareció la criatura de nuevo, profiriendo un aullido para que le prestásemos atención. Era tal y como lo recordaba, simplemente monstruoso. Desenvainé mi espada y le desafié, pero hizo como si no me viera. Al momento hizo un rápido gesto con sus manos y empezó a formar una esfera a base de masa energética, las serpientes se deshicieron de la tela que las cubrían y se irguieron. Sin poder hacer nada, en cosa de centésimas, la lanzó contra Nayme haciendo que se desvaneciera sobre los brazos del capitán.
-S… y… rck… en… Yo… nunca te… lo… había dicho… pero… Yo te quiero – dijo con dificultad al tiempo que caía sin vida.
Y entonces la abracé con fuerza, sin miedo a soltar lágrimas, y dejar que se fundiesen con las gotas de lluvia al llegar a su rostro. Sin dejar de abrazarla, levanté la cabeza mirando al ser.
-Tú, yo sé quien eres tú - estaba más decidido que nunca. – Me hiciste creer que la vida no tenía sentido, que había momentos en los que lo pasabas tan mal que podías perder las ganas de vivir, las ganas de despertar al día siguiente, sólo porque no quieres ver más tu vida, que no es como tú querías. Nada sale como quieres, tu vida no tiene sentido… ¿Entonces por qué seguir viviendo? Pues NO. Eso no es así. Esa es la solución realmente para los cobardes y nadie debería ser tan cobarde como para llevarlo a cabo. Pero ese no es el único motivo para no tomar esa vía de escape. La vida, estaremos de acuerdo en que es un camino de rosas, con muchas espinas por supuesto. Habrá un momento en que te claves una. Bueno. Quizás te claves más de una. Duele. Hasta puedes caer debido a un pinchazo, y al tiempo que caes pincharte más. Pero dime, ¿en ese caso te revolcarías por el suelo pataleando porque no has conseguido lo que quieres y te duele? ¿No crees que de esa forma es muy probable que agraves el asunto? Estás revolcándote entre espinas, te vas a clavar más seguro. Lo que quiero decir con esto, cundo te hayas caído, ¡Levántate y anda! Te puedes parar un momento a llorar, pero mientras más tardes en levantarte, más te costará andar luego.
>>Ahora que por fin me había dado cuenta y le había encontrado sentido a la vida. Has venido de nuevo y me lo has querido arrebatar. Pero no, ella me lo ha enseñado, que me deprimiese ahora sería lo peor que podría hacerle, ella me alentó a encontrar sentido a la vida. Aunque ella ahora no me guíe directamente, yo sé que lo hace, y con eso me basta, ¿Sabes? Una perdida siempre es un hecho doloroso, mucho. Pero la vida sigue, así está hecho. Pase lo que pase, siempre habrá gente que siga el curso de la vida. Es inevitable, por mucho que nos pese. Por eso no tiene sentido pasarse la vida lamentándose.
Y diciendo esto, saqué con un movimiento rápido de muñeca mi dardo de la suerte y lo lancé velozmente hacia donde debería estar el corazón de la criatura. Cual fue mi sorpresa al ver que en realidad sí que tenía.

Al fin he acabado la carta. Sigue lloviendo. Ahora tengo ya setenta y ocho años y estoy enfermo, no creo que me quede mucho tiempo en este lugar, pero necesitaba venir a este barco a escribir esta carta. Una carta para mi amada muerta, la lanzaré al mar en una botella. He explicado a mis nietos todo lo que aprendí aquel día. Sólo lo que aprendí. No he explicado a nadie que vi aquel ser. Fui el testigo de la materialización del tiempo.

Texto agregado el 23-08-2005, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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