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Buenos Aires-Santiago, Viernes


- ¡Aló, che!
- ¿Sí? ¿Quién habla?
- Edu ¿Qué me contás?
- ¿Felipe?
- Saludos desde la tierra del tango.
- ¿Y ese acento? Apenas dos semanas en Buenos Aires y ya estás hablando como futbolista chileno. Me extraña de ti, me extraña.
- Todo un quilombo por acá… Sólo bromeo, amigo. Llego mañana.
- Ya te has perdido dos jueves de pichanga.
- Y, ¿qué tal?
- Nada nuevo. Ya sabes que cuando falta uno de los nuestros tenemos que llevar a esas “galletas” que creen estar jugando una final mundial. No es lo mismo sin los de siempre. Además, también faltó el Zacky.
- No te preocupes, este jueves no fallo. Incluso compré unas camisetas para el equipo.
- ¿Y tú crees que me pondré una camiseta de equipo argentino? No estoy ni ahí.
- Para que alguna vez deseches esa polera escolar de Pilsener Cristal. No te das cuenta que así muestras el viejazo.
- Date cuenta que aún treinteañero me queda bien.
- Ja, ja. Eso es lo que crees. Siempre te he dicho que pareces un paté.
- Bueno, es el costo de los completos y las cervezas que con una hora semanal de baby no se quita.
- ¿Cuántas veces te he invitado al gimnasio?
- ¿Spinning y otras yerbas? ¿De qué te ha servido? Estás igual de guatón.
- Pero no guatón y pelado.
- Ya, ya. Ni siquiera te sirve para conocer minas.
- No he dicho eso; al contrario, es mi gran fuente de conquistas.
- ¿Adónde saliste?... el perro con más pulgas. Esas minas no te pescan. Son para empresarios en 4x4 o futbolistas. Esa facha de intelectual no calienta a nadie.
- No creas. Una buena poesía después de un gran sexo las deja loquitas. Lamartine y Vigny te pueden ayudar.
- ¿Y esos gallos? ... Si, ah... no es mala idea. La haré para la próxima... oye... ¡Sí, me gustó, me gustó! … Oye, ¿para qué cresta llamas si llegas mañana?
- La emoción, pues Edu, la emoción de llamarte desde otro país. Estos argentinos andarán medios cagados pero mantienen un sentido del espectáculo admirable. Fíjate que la Feria del Libro es el centro de un movimiento cultural que mueve a toda la ciudad. ¿Imaginas a un taxista dateándote que Martín Caparrós firmará libros a tal hora?
- ¿Quién es ese?
- Acá navego en mares conocidos. No me siento bicho raro.
- En la cueva de la hormiga…
- No voy a discutir eso ahora. Además, toda la vida bohemia repleta de teatros, librerías y cafeterías abiertas toda la noche. “Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué…” es la pura verdad.
- ¿Reniegas de tu chilenidad?
- No. Sólo que hay otras cosas que deberíamos aprender de los vecinos.
- Y cambiar de presidente cada mes, sufrir golpes de estado y revueltas sociales cada dos meses. No gracias.
- Ya te pusiste latero. Ese no es el tema. No entiendes nada.
- Vamos a lo importante. ¿Conseguiste las platas?
- No me quejo. Este es un evento internacional que reúne a muchos europeos con espíritu de mecenas dispuestos a escucharte y apoyar tus proyectos. Los engrupes un poco, les hablas bonito, citas algunos autores de moda y chequera en mano firman y ya está. Y como vengo de Chile – orgullo que jamás perderé – te creen más y saco pecho de paloma. Desde que nos despojamos de Pinochet nos toman más en serio y la mirada es más horizontal.
- Siempre supe que cualquier cosa después de los milicos de mierda sería mejor. Y, ¿alguna minita?
- Oye huevón, toda la vida trivializando las conversaciones. ¡Vine a trabajar y no he descansado entre tanta reunión!
- No me cuentees. Lo literato no quita lo caliente.
- Bueno…sí.
- Ya sabía. Cuenta huevón, cuenta, ¿algo internacional?
- So, so. En la meca cultural de la semana es casi de perogrullo.
- ¿De las argentinas naturales o de las parchadas?
- Nada de eso. Es una española hija de un chileno que ganó la “beca” don Augusto el ’74. Vive en Buenos Aires hace 2 años.
- ¡Uuuf! ¿Y aún le queda ese susurrar de zetas calentonas?
- Tal como la Victoria Abril es sus mejores tiempos.
- Y, ¿qué más?
- Bueno, es promotora de una editorial local. Se llama Agrima.
- ¿La mina?
- No, imbécil, la editorial. Ella se llama Dania.
- ¿Dania? Felipe y sus nombres rebuscados.
- Un nombre especial habla de una mujer especial.
- Sí, pero es feo el nombre. Espero que no sea singularmente fea. Supongo que escogiste poto premium y tetas XL.
- Sabes que las pechugonas no son mi tipo.
- Felipe y sus mujeres planas.
- Tanta ubre me pone histérico.
- Felipe y sus gustos extraños. Siempre buscando cosas freak. ¿Por qué ese gusto tan andrógino? De tanto escuchar a David Bowie te estás volviendo raro.
- Oye, ¿qué onda? Ni tan fans de Bowie. Bueno ya, okay. ¿me preguntabas por la mina?
- Dale, cuéntame.
- Delgadita, tez blanca y da suerte.
- ¿Es conejo?
- No. Es colorida.
- ¿Entera?
- No te voy a relatar mis aventuras sexuales por teléfono internacional. ¡Esta huevada no es línea erótica!
- Y, ¿cómo la engrupiste?... ¿Sacaste a relucir tu posición de Director de una ONG de fomento popular a la lectura? ¡Qué título!
- Por ahí va.
- Encuentro tan hippie tu pega, aunque reconozco que es distinta.
- En Chile será distinta. Acá está repleto y la competencia por conseguir auspicios es tremenda.
- ¿Y encontraste lo que te pedí?
- Creo. No entiendo esa economía comunistoide que lees. Estoy seguro que jamás la has aplicado en el banco.
- Déjame con mi paja mental. ¿Te cuestioné cuando entraste a estudiar literatura?
- Tienes razón. Te lo agradezco. Fuiste uno de los pocos.
- ¿Algún regalo para los buenos muchachos?
- Lógico. Para cada uno una sorpresa. Un mate de plata, botas de cuero, una polera de Open Baires y cachivaches varios.
- ¿Cachivaches? Esa palabra la decía mi abuela.
- Sí, la mía también. Son las típicas porquerías que se compran para deslumbrar a los amigos y a los dos meses las pierden. El llavero, el lápiz, un separador de libros. Todo con alusiones a la ciudad visitada.
- ¿Cómo el gorro chilote que decía Recuerdo de Angelmó?
- Exacto.
- Y, ¿para mí?
- Mejor que sea sorpresa.
- Y apuesto que llenaste las maletas de libros, CDs y DVDs.
- Estoy en el paraíso. Casi todos los libros me los regalaron, sin embargo el presupuesto lo consumí en discos, discos y más discos… y algo de ropa. ¿Recuerdas Musimundo?
- La disquería grande que quebró por culpa de la cuneta.
- La misma. Acá sigue viva y es un palacio.
- ¿Qué rareza te compraste ahora?
- Encontré un álbum de The Cure con una versión acústica de A Forest. Robert Smith en su máximo esplendor creativo. Es un concierto del ’87 en Dublín. Álbum doble sólo para coleccionistas.
- Si alguna vez tienes que venderlos, ¿quién te va a comprar tanta rareza?
- Nadie. Por eso es mejor tener amigos que plata… Ya compadre, mucha cháchara. Llego mañana en la noche. Te llamo.
- ¿Llegas con la españolita?
- No fue para tanto. Debut y despedida.
- Chao.
- Nos vemos. Te llamo el fin de semana. ¡Espera! Lo más importante. ¿Creías que esta llamada era gratuita? No, no, no, señor.
- Ya me lo estaba extrañando. ¿Qué quieres?
- ¿Puedes traer mi auto al aeropuerto mañana en la noche…tipo 9?
- Creo que lo que estás pidiendo es que te vaya a buscar en tu auto
- En realidad es eso. Las llaves las tiene don Pedro, el conserje del edificio. El te conoce y no habrá problema.
- Y el perla no puede tomar micro.
- Imposible. Ando súper cargado.
- Bueno, ahí estaré.
- Okay. Gracias.
- Feliz vuelo, chao.
- Nos vemos, chao.
























Mi vida no ha sido una sucesión de hechos, ni de momentos, sino de relatos. Desde pequeño volqué mis energías y sentimientos en cientos de libretas, papeles sueltos, servilletas y diarios de vida. Los litros de tinta y los kilos de papel transformaron en palabras una realidad alegórica y exagerada. Al escribir parecía volver a vivir, y por cierto, una experiencia bastante más fantástica e idílica que la realidad. Creo haber aprendido a escribir antes que a leer. No sé si eso es posible o son procesos inseparables, no estoy seguro. Es extraño, lo sé, como muchas cosas en mi vida, y me gusta que así sea. Seguir el curso natural y obvio nunca me interesó.
Pero ser un lector y un escritor compulsivo durante la niñez es algo casi anormal. Conforme transcurría mi infancia me volvía más perno. Al surgir aquel natural impulso de testosterona de patear un balón, yo simplemente me hacía a un lado.

- Felipe. Nos juntaremos con el Janito a jugar a la pelota en el pasaje. ¿Quieres ir?
- No. Voy a leer un libro. Mi papá me trajo una antología de cuentos rusos.

Eran mis diálogos más comunes a partir de los ocho años. La expresión de mi receptor normalmente era una atónita cara de sorpresa y resignación, que sólo el paso de los años me ha ayudado a descifrar y traducir en una triste aseveración: “Pobre huevón”.
Cuando la pichanga comenzó a convertirse en la gran fiesta de los machos escolares, y ante mis continuas negativas a participar, se me tildó derechamente de maricón. La filosofía de ese entonces era muy clara. “Si gusta el fútbol eres de los nuestros; si no te gusta, eres maraco”. Por algunos momentos pensé en asumirme como tal, pero pronto las mujeres me atrajeron demasiado como para tomar otra opción de vida. Cada uno de mis tiernos y recordados romances infantiles me reafirmaba mi condición de, al menos, no maricón. Por eso mismo, me inclinaba hacia la mina más piola, la más flaca y, sin percatarme, la más plana – nunca entendí esa tendencia de inclinarme hacia la escasez de pechugas – pero la más linda.
Además de los libros, televisión fue mi gran institutriz. Con gran entusiasmo recibí la Sony Triniton a colores que mi tía trajo de regalo desde Estados Unidos. Era la primera tele a color que llegaba a mi casa. Tenía una base de madera, un panel de botones con 13 canales de los cuales sólo funcionaban los tres o cuatro existentes en el ’80. Algo recuerdo de la Tía Patricia, la Cafetera Voladora, el tío Sacapunta, Los Bochincheros; así como admiraba a Verne, Wilde y De la Barca, también idolatraba a Súper Ratón, Mazinger Z, Cepillín y el pájaro Abelardo. También recuerdo un romántico y esperado Festival de Viña, donde un viejito canoso, como el viejo pascuero pero de etiqueta, dirigía un coro cuya melodía la he vuelto a escuchar en la espera de la consulta médica, en los pasillos de los supermercados o en alguna estación del metro.


*

- ¡¿Literatura?! ¿Qué es eso? ¿Crees que con eso vas a vivir? – fue la típica reacción paternal que esperaba al manifestar mis intenciones profesionales.
- Pero si es lo que quiero hacer.
- ¡¿Escritor?!
- Eeeh, ¡sí! – aseveraba con cierta duda.
- Los escritores son todos pobres y después de muertos se hacen famosos.

Mi padre era un ente de argumentos clichés y predecibles. Antonio fue un hippie a quién se le ocurrió tomarse el amor libre demasiado en serio, lo que provocó una temprana paternidad recién cumplidos los 18 años por culpa de quien escribe esta historia. Su pelo largo, barba, camisas con cuellos anchos y algún pito de marihuana, siempre fueron la tirria de mi abuelo y el origen de deliciosas y acaloradas discusiones relatadas por mi madre. Mas, los pensamientos libertarios se truncaron con el Golpe de Estado y todo su look de izquierdozo hijo de burgués duró hasta el día antes de entrar a la Escuela de Leyes. En ese momento se olvidó del flower power y pasó a ser uno más del sistema, más que por convicción, por mantener su vida íntegra. Comos muchos de su generación, su vida lúdica fue castrada a bandos militares, libros prohibidos, toque de queda y una vida nocturna bajo vigilancia.
Finalmente mi padre se tituló de abogado aunque sólo pisó los tribunales en su práctica profesional y dedicando su vida a enseñar a los nuevos leguleyos. Despreciaba profundamente a los jueces a los que motejaba como “fascistas viejos con alzhaimer”. Al llegar la democracia se inmiscuyó en la llamada nueva izquierda, reportándole más de 10 años pululando en embajadas europeas, haciendo algo que aún no tengo claro.
Está claro que mi papá dejó mi crianza en las manos de mi mamá y de mi abuelo, más por insistencia de éste, que por deseo propio. Mi abuelo Franco tenía pánico que las ideas socialistas que enarboló mi padre en sus últimos años escolares, me convirtieran en un “upeliento de mierda”, según sus propias palabras.
Franco era un tipo vanidoso. La antítesis perfecta de lo comúnmente conocido como abuelo. De hecho odiaba el apodo de abuelo, tata y esas cosas. Siempre le gustaba ser llamado por su nombre de pila a secas. Toda su vida trabajó como ejecutivo en la antigua Braden Company - lo que llamaba simplemente “la Braden” - hasta que los “upelientos de mierda” nacionalizaron el cobre y les dijo voluntariamente bye bye a sus jefes gringos. Con algo de sus ahorros instaló una tienda de electrodomésticos en pleno centro de Rancagua y al cabo de cinco años ya tenía tres sucursales. Pronto se aburrió de trabajar, vendió su empresa a un excelente precio y con 55 años comenzó a vivir tranquilamente de las rentas. Con tal seguridad y solvencia, y varios años viudo, se volvió un viejo chucheta incorregible que pasaba las mañanas sacando cuentas y conversando con los amigotes de la fila del banco. Durante las tardes dormía siestas de tres horas y las noches las repartía jugando cacho, dominó y conquistando mujeres separadas de menos de 40. Tanta fama de gigoló crearon un mito urbano entorno a él: una hija jamás reconocida y que es un conocido rostro de televisión. Pero por sobre todo, Franco era un tipo cariñoso que curiosamente me servía el desayuno gran parte de mis mañanas escolares. Mantengo aún una imagen muy clara de esos momentos como si fuera una fotografía: la leche caliente recién servida frente a un tarro de Superchild, cuya etiqueta autoproclamaba la nutrición infantil, y escuchando el Correo de Minería transmitido por una enorme radio Phillips. Siempre me pregunté que hacía Franco levantado todos los días a las 7 de la mañana. Después supe que a esa hora llegaba de sus oscuros panoramas. Recién ahí comprendí ese pasoso aroma a alcohol que acompañaba su presencia. Mi tierna inocencia me hizo creer que se trataba de la Colonia Inglesa que guardaba en su closet.

- De modo que quieres estudiar Literatura- me señaló al enterarse de mis intenciones universitarias.
- Sé que un poco raro, pero me gusta y creo que es ahí donde mejor puedo desarrollarme.
- Bien. Haz lo que quieras y si te va mal, te ayudo a vender tus libros o instalamos un negocio- aseguró con un relajo sorprendente-. Te tengo un regalo especial. Estoy seguro que eres el único que lo valoraría.
Aparte de sorprendido, su actitud me tenía sobrexcitado. En los pocos e intensos minutos de su ausencia imaginé desde un manuscrito de Cervantes hasta una libreta de ahorro con 100 millones. Antes de terminar de imaginar los castillos mentales, Franco apareció con un libro antiguo, de páginas amarillentas, de esos leídos y releídos, con ese olorcillo que aromatiza las tiendas de libros usados. Tenía tapas de cuero y letras doradas en la portada: Uncle Tom’s Cabin – Harriet Beecher Stowe. Era una edición de 1917 de la ciudad de Nueva York, en el auténtico inglés de su autor. Lo dejó entre mis manos sin decir palabra. Era un tesoro y no recuerdo como aguanté tanta emoción. Pensar en describir mi alegría fue perder el tiempo. Bastó mirar al frente y reflejarme en la ventana que daba al patio. Desde aquel instante esa expresión de alegría sería el indicativo para saber cuando estaba era plenamente feliz.

*

Estudiar Literatura era totalmente ajeno y extravagante frente a las ambiciones legales, arquitectónicas, médicas e ingenieriles de mis compañeros de clase.

- ¿Y de qué vas a vivir?- preguntaban con burla.
- Tengo la tinta y el papel. Con eso puedo hacer lo que sea – era mi romántica, ingenua y cursi respuesta.

Al llegar a la universidad creí encontrar el clima que siempre me fue esquivo. Como un eterno taller literario con gente que respiraba el mismo aire, las mismas letras. ¡Gran plomazo! Me enfrenté con un grupo de hippies tardíos vestidos con ropajes sueltos y chalequitos con llamas, escuchando a Silvio Rodríguez las 24 hrs. del día. Pretenciosos pendejos que, al igual que yo, apenas vislumbraba los 20 años, y ya se creían escritores consagrados, con el patético cartel de un par de concursos comunales ganados en su etapa escolar. Actuaban como literatos de renombre y con una visión superior sobre el mundo que creían sus pies, creando una intelectualidad encerrada en el Monte Olimpo de unos pocos elegidos, alabándose unos a otros, jactándose de su exclusividad y despreciando la masa. Recurrentemente menospreciaban a sus colegas más exitosos con un calificativo tan fuerte de escuchar como de escribir: “Vendido”. Como si el dinero fuese intrínsecamente diabólico y anunciara las siete plagas (además de la sarna), como queriendo decir que la verdadera intelectualidad era sinónimo de una pobreza franciscana intransable.
A pesar de semejante ambiente, mi pasión por escribir siguió acrecentándose y comprendí que los concursos literarios eran el gran escenario para mostrarse. El mensaje era claro: o participaba o no existía. De esta manera comencé a pulular por cuanto concurso llegara a la escuela, llegando a realizar propagandísticos y salameros lobbys para los jurados de turno. Llevaba personalmente los trabajos, aunque explícitamente pidieran el envío por correo, y solicitando entrevistas con los conspicuos académicos de ceño fruncido y nariz arrugada que ejercían como calificadores. Nada de eso sirvió. Llevaba más de ochos participaciones y ni una mísera mención honrosa. Quise establecer mi propio record y alcanzar los 20 concursos sin nada de que jactarse, mas al llegar al décimo quinto, recibí la tan esperada mención, que se tradujo a una invitación al lanzamiento de un libro de Roberto Ampuero, al cual sólo asistí al enterarme que el evento iba con cóctel.
A falta de la fama y fortuna de los concursos, me apropié de un insípido pasquín que circulaba por la Universidad. Lo transformé en una publicación incendiaria y ampliamente comentada por los pasillos de la Escuela. Era como mi revista personal, cumpliendo el sueño de ser columnista de la Rolling Stone. Fue lo único útil que hice en la escuela, fuera de discutir permanentemente con los lanas, y al menos, por los tres años que dirigí el pasquín, me sentía por fin en mi propia atmósfera.
El trabajo anónimo de los años se vio por fin recompensado por un joven geniesillo de la publicidad que alguna vez visitó la escuela. Leyó mis garabatos lanzados con M16. Quedó encantado por esa pluma tan punzante y ácida. Me consiguió una entrevista con Ricardo Tagle, un gurú de la publicidad nacional, y después de un par de meses laborando por un simpático “buen trabajo” tuve mi primer empleo.
¡Suerte! No podía decir otra cosa. Con 23 años y preparando mi peculiar tesis sobre Poesía Bélica Europea durante la Guerra de los 30 años, estaba contratado por una inmensa agencia de publicidad como redactor creativo. Quizás uno de los empleos mejor pagados y más frustrantes que puedan existir.
Un publicista, una periodista y yo compartíamos un pequeño salón repleto de revistas, fotografías, cintas de video, libros y un gran cartel con enormes y omnipresentes letras pegado a la muralla: “Así es este trabajo”. De aquel grupo de tres cabezas salían ideas geniales. Si hasta nos autoadulábamos que Chile nos quedaba chico y había que exportar nuestros cerebros hacia mercados más desarrollados. Sin embargo, la ebullición de ideas se derrumbaba cada cierto tiempo con la concisa y fría afirmación del jefe: “Al cliente no le gustó. Hay que cambiarlo”. Ante tan frecuente balde de hielo, el equipo creativo simultánea y silenciosamente miraba el omnipresente cartel como un frustrante acicate para seguir trabajando: “Así es este trabajo”.
Leonardo, el publicista que me llevó a la agencia, se convirtió en mi único amigo post colegio. Se había casado a los 19 años con trabajo ya adelantado con su polola de infancia, la hija del dueño de la agencia. A los 25 años ya tenía un triste record. Tres hijos, recién separado y arruinado. Después de separarse se fue de la agencia del suegro y con la convicción de crear su propio camino fundó una revista que alcanzó dos números, un par de artículos míos y millones de pesos en deuda. Inexplicablemente, el suegro lo llamó de vuelta. Don Ricardo sabía muy bien que aguantar a su hija bipolar, depresiva e insoportable, con eternos dramas de niña rica, no era cosa fácil. En definitiva las buenas lucas que ganaba, y generaba, iban a parar a sus nietos y a su hija cacho. Sin embargo el remezón de la ruptura lo dejaba con escasas platas que lograba rescatar de los tentáculos de su ex. De su exclusivo departamento de 120 m2 en Las Condes pasó a uno de 40, con el que compartimos unos meses, detrás del Cerro Santa Lucía. Y el Audi del año lo vendió para pagar calillas pasando a ser un resignado peatón.















Aeropuerto de Santiago, Sábado 21:15 hrs.


- ¡Felipe!... ¡Oye!... ¡Felipeeeeee!
- ¿Leo?... ¿Qué andas haciendo por acá?
- Te vine a buscar. El Eduardo no pudo y me pidió que viniera.
- Pero… ¡que bien! ¿Cómo estás?
- Igual que siempre. El que tiene novedades eres tú. ¿Qué tal el viaje?
- Bien…en realidad ¡la raja! Fue fantástico. Ayúdame con las maletas.
- Por la cantidad de equipaje que veo trajiste a toda la Argentina. Te llevo ese bolso, pásamelo. Recuerdo que te fuiste con un bolso chico y ahora traes tres maletas. ¿Quieres hacer negocios? Eso de vender chaquetas de cuero me recuerda al Chile provinciano de los ochenta.
- No, para nada. La semana fue súper productiva. Libros, revistas, música, ropa y…engañitos.
- ¿Algún chocolatito?
- ¡Oh! Lo olvidé.
- Esa manía tuya de comprar siempre lo mismo en cualquier parte del mundo. Libros, revistas, discos, ropa. ¿No se te ocurrió traer algo típico?
- ¿Cómo qué?
- No sé. Tú estuviste allá…no sé…un obelisco, un pedazo de carne.
- Eeeh, el obelisco es un poco difícil de traerlo y la carne la prohíbe el SAG.
- Bueno, pero ¿los chocolates?
- Okay, ya se me fue. Además están las mismas cosas en todos lados. Imagínate que el supermercado más cercano al hotel era un Jumbo. Por último, si tan tentado de chocolates estás te paso a comprar al Dutty Free.
- No son para mí. Les dije a mis niños que el tío Felipe les traería chocolates.
- ¡No! No hagas eso. Me tocaste la fibra cebolla. Sorry, la embarré. Pasemos el súper y arreglo el desaire.
- Vale. No importa. Además te quería pedir el auto para mañana. Me toca domingo de papá.
- Sabes que no tengo problema para eso.
- Ya okay, vamos.

Salimos del aeropuerto en medio de una neblina que amenazaba con desarreglar, una vez más, el itinerario de los aviones.
- ¿Las llaves?
- Allá van.
- Está bonito el autito. ¿Qué se siente comprarte el primer auto nuevo? Cero milla, nuevo de paquete. ¿Cuándo lo terminas de pagar?
- Eso es lo de menos, la cosa es tenerlo. Ahora me preocupan los chirimoyos que tiré a 90 días para el pie.
- De algún culo saldrá la plata
- “El Diccionario Ilustrado de Leo”
- ¡¿Qué tanto?!
- Y... ¿la Natalia?
- No sé
- ¿Cómo no sé? ¿Terminaste?
- Parece.
- Pero…te patearon, ¿la pateaste?
- ¡No sé, huevón, no sé! El viernes íbamos a ir al cine y nunca me contestó el celular.
- ¿Y por eso piensas que terminaron?
- Estoy aburrido. Dobla por aquí, se hace más corto. Siento que las mujeres no me toman en serio.
- ¡Uy!. ¡Qué frase tan femenina!
- Bueno a los hombres también nos pasa. Es verdad. Mira, tú has tenido una vida muy happy.
- No creas.
- Bueno, ya. Pero cargar con una ex y tres hijos no es fácil. ¡Qué mujer se banca mi historia! La cama puede funcionar, sin embargo cuando el asunto amenaza ponerse serio, las mujeres se arrancan de mí.
- Igual eres feliz con tus niños y como padre soltero eres ejemplar. Es algo que admiro de ti. Cuando tenga hijos me gustaría ser como tú.
- Mis niños son lo máximo. Lo que pasa es que todas mis pololas después de la separación con la Maca juran que soy un tipo hipercarreteado.
- Dime que es mentira. Sabes que has vivido como 50 años, en comparación a los 30 que tienes. Tu vida ha sido demasiado vertiginosa.
- ¿Cómo?
- Claro. Todo demasiado rápido. ¿A qué edad probaste la marihuana?
- A los 12.
- ¿Cuándo te descartuchaste?
- Tenía como... 13 ó 14 años.
- ¿Y la coca?
- 15, creo.
- ¿Y el achís?
- No. Es una de las pocas cosas que me faltan.
- Ni en broma. Menos mal que nunca te hiciste adicto a nada. ¿Y cuándo caíste preso?
- Lo típico. Un par de noches en la comisaría por manejar curado y sin documentos. Creo que estaba en 1° medio
- Otro cuento es tu matrimonio y tu paternidad prematura… y excesiva. ¿Por qué te casaste? Ya no se estila el casamiento forzado. Pero, no importa, ¿para qué seguir? Ahora lo mejor que puedes hacer es parar un poco la máquina y la Natalia es la persona indicada para apoyarte. Te achacas tu mismo. Natalia es lo mejorcito que te conocido…dentro de todo ese abanico de caricaturas.
- …Y para peor se separan mis viejos
- ¡¿No?! Esa no la creo.
- Casi 50 años de casados y todo se va a la cresta.
- Eso si que es raro. Pensaba que los setentones no se separaban. Bueno, ahí tienes un ejemplo de que mi vida no ha sido tan happy, como dices. Mis viejos también son separados…aunque en realidad nunca se casaron, lo que es más frustrante aún; y recién me enteré como a los 15 años. Fíjate que eres el único del grupo que mantenía sus padres juntos. Somos hijos de esa generación castrada, como dicen por ahí.
- ¡Esta vida urbana contemporánea es una mierda!
- Y anoche, ¿la pasaste solo?
- …triste y abandonado.
- ¿Cómo tanto?
- En verdad, no tanto. Me compré un perro.
- ¿Un perro? Espero que no sea un Poddle. Imagínate: treintón, viviendo solo y con un perro fifí. Me huele sospechosamente a gay.
- ¿Y qué tienes contra los gay?
- ¿Cuáles, los de las marchas o los piolas que hacen bien su pega?
- No. Los de las marchas no existen, son locas. Los otros, te digo yo.
- Ahora, nada. Mis viejos prejuicios de colegio de cura están out. Más encima ahora es cool tener amigos gay. Aunque los pocos que conozco no son amigos. Ahora es políticamente correcto tenerles buena onda.
- En mi pega está lleno de esos tipos. ¿Recuerdas al Diego Parletz, el de producción? Es gay. Me lo banco todos los días. Y el Mario Vicuña, el fotógrafo, también. No puedo tener nada contra ellos. Me da lo mismo. Tengo mi cuento bien claro.
- Algo sospechaba de ese tal Diego, lo del Mario no me lo imaginaba… ¿Cómo se llama el perro?
- Eeeh, no sé, me lo regalaron ayer. Mientras tanto lo llamo simplemente Perro.
- Espera, espera. ¿lo compraste o te lo regalaron?
- Mmmmmm
- ¡Ves que eres hablador! Apuesto que te lo regaló la Natalia.
- Bueno. Sí, sí. Pero me lo mandó en una caja. Súper frío.
- Esa mujer vale oro. Es la única que te aguanta y te regaló un perro para que te cuide y no te pongas tan uraño. Huevón odioso.
- ¿Tan insoportable estoy?
- No comments.
- A los niños les va a encantar.
- Y no tendrás problemas con los vecinos del edificio.
- Un problema más ¡qué importa!
- ¿Dé que raza es?
- Un Bulldog.
- ¡Ah! Me encantan. Son como feos, pero bonitos a la vez.
- Es una porquería chica, bien simpático.
- ¿Y que tal la noche con el perro?
- Como cualquier otra noche de soltero al que la polola no fue a visitar. Pizza a domicilio y un zapping eterno.
- ¡Qué patético!
- De todas formas hice el intento de algo mejor. Encontré una vieja agenda de teléfonos de “emergencia”. Que esta está casada, que la otra prepara la tesis, que aquella quedó traumada con la separación y tiene fobia a los hombres, etcétera, etcétera, etcétera. No me quedó otra que calentarme con las películas del Film Zone.
- ¿Ahora tienes cable?
- Lo pago a medias con el vecino.
- ¿Y no llamaste los chiquillos?
- El Edu andaba en una comida de negocios. Nacho, en alguna fiesta electrónica y el Zacky…el Zacky anda medio corrido. No me quedó otra que el perro y yo…o yo y el perro. Creo que el perro será mi único gran amigo.
- Andas demasiado looser.
- No todos los días puedo andar feliz de la vida. Más encima mi mamá quiere venirse por 15 días al departamento.
- Esa si que es fuerte
- Hace más de 10 años que no vivo con ella y ya imagino la tortura.
- ¡Llegamos! Aprovecha de ordenar la pocilga mira que mami viene a visitar al niño.
- ¡Qué simpático! Pipe, ¿por qué no pasas y conversamos un par de cervecitas. Me cuentas del viaje…y conoces al perro.

Sabía que ese par de cervezas peligrosamente se podría elevar al cubo a riesgo de multiplicarse geométricamente.

- Me da miedo dejar las maletas en el auto – aseveré como queriendo evadirme.
- No hay problema. Le encargamos el auto a don José. El te lo cuida y después le regalas una cajetilla de cigarros.
Aún dubitativo, preferí aceptar.
- ¡Todo sea por el perro!

En el departamento del Leo lo que más abunda eran botellas de cerveza…vacías, de modo que sin preguntar pasamos al almacén de provisiones alcohólicas de la esquina. La compulsiva compra se tradujo en dos Escudo de litro y un Ruta Sour Light, como para quedar bien con la conciencia dietética.
- ¿Por qué no tomamos en la calle? – señaló Leonardo con gran soltura.
- ¿Cómo tan rasca? – le dije invocando la cordura ciudadana.
- ¡Qué no te importe!
Mi amigo Leo era un tipo desprovisto de todo pudor sin importarle en lo más mínimo el qué dirán, ni la detención policíaca. (Incluso en cierta ocasión, perdí una apuesta por 10 lucas a que no se paseaba en pijama a las 1 de la mañana por pleno Barrio Suecia). Como andaba particularmente sensible, como mina en día 28, preferí no contradecirlo.
Nos sentamos en una discreta esquina y mientras relataba mis peripecias bonarenses, las Escudos se vaciaron imperceptiblemente en menos de quince minutos. La comida del avión de hace un par de horas había sido bien escasa, de modo que la sensación de leve mareo ya estaba diciéndome que la borrachera se encontraba a unos pocos cc de más. Ese día no quería ebriedad, ni por solidaridad con mi amigo que si anhelaba ahogar sus penas en alcohol. Sin darme cuenta, Leonardo ya empinaba el Ruta Sour (light) como el más infantil jugo Yupi. Al parecer, dentro de su incipiente borrachera, se percató que mi cuota de alcohol ya estaba completa y no insistió en invitarme unos sorbos de ese Sour fluorescente.
Adiós cerveza…adiós pisco sour. Mi amigo voluntariamente fue fácil presa de los grados sin asumir que en su cuerpo navegaban los restos de cebada, pisco y limón y sin una partícula de alimento desde varias horas. A pesar de todo, su vocabulario era perfectamente entendible y no se vislumbraba una noche de cita con el WC.
- ¡Vamos! Se acabó el copete y tengo frío. Además quiero llegar hoy a mi casa – le comuniqué en forma resuelta.
Después de un silencio, el Leo se puso súbitamente de pie y todos los mareos posibles le vinieron a la cabeza. Si no fuera por mi rápida intervención, algún testazo contra el cemento estaría lamentando.
- ¡Ooooh! ¿Qué pasa loco? – me dijo asombrado, abriendo los ojos casi a salir y con una repentina lengua traposa.
- Se te pasó la mano- le respondí, ayudándolo a mantener su postura de Homo Erectus. – Si los 20 ya pasaron hace rato. El hígado le está pasando la cuenta.
Dobló el cuello hacia arriba y maravillado exclamó fuerte:
- ¡Qué lindo está el cielo lleno de estrellas!
La verdad que esa fría noche de mayo estaba particularmente nublada y ni la estrella más cercana asomaba algún fugaz vistazo.
- Sí, se ve lindo – le dije tratando de no frustrar a mi borracho compañero.
Cual mono porfiado comenzó a balancearse de un lado a otro y girar la cabeza vociferando un inteligible aullido:
- ¡Guaaaaaaaaa!
Sabía que mi estado no era el óptimo; sin embargo, estaba bastante más cuerdo y con la tarea clara de guiar a mi compañero en forma digna por los 150 mts y 40 escalones que nos separaban de su departamento. No tuve otra opción que ser el pilar de mi movedizo amigo. El abrazo fraternal de un par de alcoholizados se confundía con las parejas de gays, prostitutas y travestis que suelen frecuentar la calle Mac-Iver a esa hora (los de las marchas). Era una atmósfera algo decadente, como un relato de los bajos fondos, como las historias de Charles Bukowski o Truman Capote.
- Hace tiempo que no me pasaba esto – balbuceaba Leonardo, mientras sus ojos se abrían y cerraban incesantemente como si estuviera encandilado.
Antes de dejarlo en manos de Morfeo había que entretener el estómago con algún engaño. ¡Ahora hacen falta los chocolates que nunca traje! En el mismo almacén culpable de ese singular momento pedí un Sanhe Nus y un Trencito. Las enseñanzas de Franco indicaban que el alcohol era rápidamente absorbido por el chocolate y borraba los efectos de la borrachera. Esta era la oportunidad para comprobarlo. Con almendras, para el etílico más crítico, y uno puro de leche para el menos. Los pocos segundos de la transacción fueron nerviosos, en tanto mi amigo cabizbajo y movedizo, y yo tratando de evitar algún escandalillo. Tanto esfuerzo por unos míseros dulcitos fue rechazado por un potente “¡No quiero comer ni una hueá!”. Luego salimos del boliche en dirección al departamento.
Después de unos pocos pasos aferrado a mi brazo como novia en dirección al altar, vino la etapa inevitable: El curado filosófico.
- ¡Espera, espera! – me ordenó súbitamente deteniendo su irregular caminar.
- ¿Qué pasa ahora?
- ¿Te das cuenta amigo que de tantas veces de recorrer las mismas calles, no nos damos cuenta de lo importante que es descubrir nuevos caminos?- me decía en un tono reflexivo.- ¿Cuántas veces caminamos por aquellos caminos que pueden ser los últimos en caminar?
- ¿? - semejante reflexión inconexa y fatalista no ameritaba tomarla en serio.
- Pero ¡ven amigo! Recorramos los últimos caminos por recorrer.
Tomándome aún más fuerte del brazo derecho me llevó por la calle zigzagueándonos vergonzosamente. Nuevamente se detuvo de forma abrupta.
- ¡Calma!...Tengo que mear. ¡Tienes que mear conmigo!...o si no, no eres mi amigo.
Por más autos y personas que pasaban aún por la calle, no había vergüenza ni pudor alguno que pudiera justificar el desaire de no compartir una meada con un borracho, más aún si éste era uno de mis mejores amigos. (Fue otras de las sabias lecciones de vida de Franco). Y sin pensar, evacuamos los líquidos y sacudimos nuestra masculinidad junto a un poste que parecía dispuesto especialmente para la ocasión.
Lo que normalmente demora menos de tres minutos de caminata, me llevó cerca de treinta. Con sobrehumano esfuerzo logré subir las escaleras hasta la puerta del 4D.
- Leo, pásame las llaves. Yo abro.
- ¡No! – exclamó con una inusitada voz que por ese segundo dejó de ser traposa.
Como si abrir la puerta de su departamento fuera motivo de reafirmación personal, sacó el manojo de llaves y con sorpresiva soltura la abrió y me hizo un amable gesto invitándome a pasar.
Mientras se dirigía raudo a su dormitorio, seguía balbuceando reflexiones filosóficas acerca de la vida, la muerte y las mujeres, con un discurso digno de una intelectualidad de 2º medio. Me dispongo a orinar por segunda o tercera vez en menos de 10 o no sé cuantos minutos. En el intertanto, en mi cita con el baño, escucho al Leo peleando con el equipo de música y una crujera de cds desparramados. Luego, una suave música, seguida de un ensordecedor y aterrador karaoke.

“Sabes mejor que nadie que me fallaste
Que lo que prometiste se te olvidó
Sabes a ciencia cierta que me engañaste
Aunque nadie te amara igual que yo.
Lleno estoy de razones pa’ despreciarte
Y sin embargo, quiero que seas feliz.
Y allá en el otro mundo
En vez de infierno encuentres gloria
Y que una nube de tu memoria me borre a mí”

Lo único que me faltaba. Albert Hammond reciclado en un borracho en medio de Santiago centro.
Leonardo estaba poseído. Saltaba y vociferaba los versos como si fuera a expulsar las vísceras por la garganta. Pero, dentro de toda su locura, sentí que mi amigo estaba ejecutando un acto de sinceridad: estaba enamorado de la Natalia.
Natalia era una prestigiosa fotógrafa que me la topé en un par de lanzamientos de libros. Yo mismo se la presenté hace unos meses e hicieron buenas lazos profesionales y personales a través de la agencia. La Nata era la única polola que aguantaba sus trancas. Varias veces le iba a cocinar, ¡si hasta le lavaba la ropa! Aunque algo gordita y bastante alejada de los parámetros de top model de sus anteriores conquistas. Precisamente ese era el gran pero para que Leonardo se sintiera pleno. Pero ahora su mirada alcoholizada me demostró que ya estaba completamente entregado.
Aún sin percatarse de mi atónita mirada, mi amigo Leo seguía gesticulando aparatosamente, cantando y levantando sus brazos como esos predicadores gringos del Club PTL. Luego, fui a la cocina a preparar café con el rastrojo pegado al tarro.

“Dile al que te pregunte que no te quise
dile que te engañaba, que fui lo peor
échame a mí la culpa de lo que pase
cúbrete tú la espalda con mi dolor.
Y allá en el otro mundo
En vez de infierno encuentres gloria
Y que una nube de tu memoria
Me borre a mí”

Terminado ya de escuchar el etílico recital, busqué algo para preparar, pero el refrigerador de un separado no ofrecía mucha variedad: 4 plátanos negros, un rastrojo de mantequilla en un plato de té, un frasco de ketchup, 2 huevos y una cerveza a medias con el gas esfumado hace una semana. Bebí el Nescafé sin azúcar y volvió el silencio normal a ese singular hogar.
Leonardo estaba sobre su cama durmiendo la mona con la boca abierta. Alguna vez viví la situación inversa, pensé. Por un momento quise comprobar aquel mito urbano de que si no le quitas los zapatos a un borracho durmiente, al día siguiente no puede sacárselos. Sin embargo dicho malévolo pensamiento se esfumó ante la compasión de semejante cuadro. Ya sin zapatos y tapado por una frazada, se dispuso a tranquilizar sus trancas en un profundo y envidiable sueño.
Y ahí me quedé. Sin poder aún conducir mi auto. Al menos me esperaba un lapso de quietud. Me senté frente al Kioto prestado por la Natalia. Tomé el aporreado control remoto y un incesante zapping acompañó los anteriormente despreciados chocolates. De pronto un ruido extrañísimo interrumpió mi sosiego.
- ¡Mierda! – exclamé a la nada y asustado.
Nada de que preocuparse. De quizás qué lugar aparece la excusa de esta visita. El Bulldog tan comentado de un gran brinco se colocó junto a mí en el sillón.
- Así que todavía no tienes nombre – le dije como esperando una respuesta, o la menos un gesto de aprobación.
No había mucho que hacer en ese momento y mientras se sucedían los pantallazos del aburrido cable de un sábado por la noche (películas calentonas del I-Sat, los videos de MTV y los documentales de las ballenas del Nacional Geografic) el perro ingenuamente, y desprovisto de todo pudor, lamía su animalidad con total descaro. Era mucho más sabio que yo. Y tal vez algo resignado por la imposibilidad física de poder hacer lo mismo, miré mi bragueta y sentí una pizca de envidia. ¿Qué otra cosa mejor se puede hacer cuando tu amigo está durmiendo la borrachera en la otra habitación? Sólo atiné a esbozar una tímida sonrisa.
Después de que el perro terminara su singular labor, recorrió su lengua por todo el contorno del hocico abriéndolo en toda su extensión en un gran bostezo que expelía un agobiante aroma a pescado. Dentro de toda su limitada vida se notaba que era feliz. Permanecí un momento pensativo y en silencio. Repentinamente exclamé:
- ¡Feliz!
No fue necesario la ceremonia, ni el protocolo, ni el cura ni el agua. El bautizo estaba hecho.









Antes de amanecer, con mi amigo pronto a la fermentación matinal, me dirigí a mi departamento de Av. Los Leones. Era Domingo y a Leonardo le correspondía domingo de papá. Seguramente le esperaba una tarde en un mall comiendo Mierdonal’s. No sé si me pedirá el auto.

Teléfono:
- Hello, Nacho
- Amigazo, ¿Qué tal el viaje? ¿Cuándo llegaste?
- Anoche. El Leo me fue a buscar al Aeropuerto y después nos fuimos de litro.
- ¿Para qué llamaste?
- Las cervezas las tomamos en la calle y pasamos la mona en su departamento. No era un panorama muy alentador. Tiene un perro.
- ¿Qué?
- Es como feo, pero lindo ¿me entiendes?
- A ver si el animal lo aguanta.
- No, compadre. Ahora nuestro amigo cambió. Se enamoró.
- Ya era hora. La Natalia es buena cabra...si no fuera tan feíta...
- Ya, ya, párala. Es mi amiga.
- Supongo que esta semana hay partido.
- Por supuesto.
- Oye Nacho, llámame en la semana y nos juntamos.
- Okay, el martes tengo una Electric Sessions en Espacio Riesco. Espero que esta vez vayas.
- Mmmm, ¡vale! El martes será la primera vez.

Ignacio es un tipo al que la tecnología tomó como su profeta. Toda su vida giraba en torno a la computación y los chips. Su manera de hablar, de vestir y de pensar se traducía en bytes. Su misión en la tierra era hacer de este mundo una aldea inalámbrica ultraconectada. Incluso llegó a conjugar (e inventar) el verbo “inalambriar” hasta en pretérito pluscuamperfecto. Sus relaciones sexuales las describía como “visitar el escritorio, abrir la ventana del browser y navegar un lapso de tiempo. Si el resultado era óptimo lo agregabas a la carpeta favoritos, y si no, lo botabas a la papelera de reciclaje”. Era un auténtico Techie. Convirtió su departamento en un palacio de bizarrías tecnológicas. Prácticamente no existían cables y cualquier mueble o adorno eran funcionales a su pasión por los PCs y la internet. El microonda se conectaba a una base de datos electrónica que enviaba recetas y preparaba los platos casi automáticamente. Al refrigerador le instaló una pantalla dáctil con la que programaba un stock semanal de productos y conforme se iban acabando, le llegaba un pedido al domicilio el cual era cargado directamente a su tarjeta de crédito. Sin embargo el baño guardaba lo más bizarro y ridículo que una mente de giro sin tornillo pueda llegar a concebir. Al abrir la puerta, se escuchaba una voz de Jonathan Price desde unos parlantes invisibles: “Welcome to the net Bathroom”. Conforme a los gustos y/o necesidades del huésped de turno, se programaba la música de acompañamiento con una enorme catálogo, que iba desde mi Agüita Amarilla de Los Toreros Muertos hasta una versión modificada de Voy a Ganar de Miguel Bosé, cambiada por una muy ad-hoc Voy a Cagar. También se podía elegir algo de Erasure, Krafwert, Yazoo! o Safri Duo para aquellos que deseaban pensar en otra cosa.
Siempre el último celular, el último Laptop, la última Palm, la última cámara digital, el último reproductor MP3. Su filosofía de vida se resumía en “To byte or not to byte”. El byte era la existencia y la felicidad plena y el not to byte, la nada, el infierno.
A pesar de tanta tecnología era una persona admirable por la sencillez y tranquilidad con que se tomaba las grandes decisiones de su vida. Junto a él llené el cartón de postulaciones de la PAA. Sin tener muy claro su futuro hizo la siguiente reflexión:
- Me carga leer. Tengo mala letra y pésima ortografía, si hasta hablo con faltas de ortografía. Derecho, sicología, sociología... ¡chao! Dibujo mal. Arquitectura, diseño, chao. Las matemáticas no me quitan el sueño, pero se me hace fácil: ¡Ingeniería!
De esa forma ancló en los patios de Beuacheuff y sin mayores sobresaltos llegó al momento de definir su especialidad
- ¿Y qué te tinca? – le pregunté en esa oportunidad
- Geología – me respondió con convicción
- ¿Mister Volcano? – le pregunté con ironía
- No. Lo que pasa es que tomé el taller de Geología y me gustaron las salidas a terreno. Eso de andar en carpa y compartir un vinito caliente por las noches es súper choro.
Eso fue hasta que internet llegó a su vida para sacudirlo por completo. Dejó de lado las piedras y fue presa del boom de las punto com de mediados de los ’90. Con una gran idea, inenteligible para nosotros, partió a EEUU en busca de los Angels Inverstors con la misión de obtener los US$300 mil que le demandaba su proyecto. Sólo consiguió US$2.000 y un notebook de segunda mano. Pero bastó para convertirlo en un techie enfermizo. A duras penas terminó Geología, pero desde hace tiempo compra baratijas tecnológicas por la red que luego modifica y revende a seres tanto o más internitos que él.
Sobre las relaciones humanas tenía una admirable forma de ver las cosas...y para elegir parejas.
- Mira viejito – nos aconsejaba – puedes andar con cualquier mina, acostarte con cualquiera, pero jamás pololees antes de conocer a la mamá. La madre es la proyección de la mina en 20 ó 30 años más. Si la vieja sigue siendo rica, la mina será mi polola; ahora si la vieja es penca, chao – señalaba en un tono casi académico.
- Pero eso es como para casarse – les respondíamos
- No importa sino te casas. Imagínate la satisfacción de ver a tu ex con 40, 50, 60 o más años aún en estado deseable. Acaso no te da lata ver a alguna ex, guatona, peluda y rodeada de pendejos odiosos y feos igual que ella – aseguraba con decisión.
Tenía toda la razón.
Otra teoría versaba sobre el conocimiento de las mujeres. Para cada trago había un tipo de mujer.
- Mira viejito. Dime que tomas y te diré quien eres. Si en la primera cita tu mina pide una Vaina, fijo que es puta. Si pide un Blody Mary, ni pensarlo, debe tener hasta tiña. Si pide una cerveza, puede ser, al menos es una mujer que puede ser buena compañera, aganchadora. El Primavera es para pendejas que necesitan que le hagan el favor, pero hay que ser muy delicado con ellas. Ahora si pide un whisky con dos hielos es total, cásate.

Ignacio, además de su negocio tecnológico, diseña sitios web desde la comodidad de su hogar, en alguna mesa del Starbucks o junto al Caupolicán del Santa Lucía. Su último oficio son producciones 3D de apoyo multimedial en las fiestas electrónicas. Con la excusa de la producción se volvió un adicto a este tipo de eventos.



Espacio Riesco, Martes 23.45 hrs.

Tal como acordamos, me dirigí al evento y ya el punchi punchi reventaba todo el ambiente en una atmósfera repleta de mujeres exageradamente exquisitas, vestidas con atuendos semiplásticos y ultraproducidas.
Nos sentamos unos minutos en la barra en compañía de 2 pisco sour.
- Tienes que salir con mina hoy día. Elige, hay harto para regodearse.
- Pero estas minas son demasiado producidas.
- Welcome to the future – me respondió - Espérame un minuto – dijo apurado mientras bebía el último sorbo de pisco y dejaba la copa en la barra, en tanto se perdía entre la multitud.
Con puntualidad inglesa regresó al minuto siguiente acompañado de una mujer endemoniadamente rica.
- Es toda tuya. ¡Ataca! – me susurró al oído, dejándome solo ante semejante monumento.
Tenía unos 20 años. Vestía una infartante mini falda que traslucía el colaless con toda naturalidad. Un cinturón a la cadera casi del mismo porte de la mini. Un peto violeta fluorescente que hacía juego con un extraño maquillaje (muy ad-hoc para la ocasión) que cubría sus ojos con una franja continua. Lentes amarillos estilo setenta, que usaba como cintillo. Sandalias transparentes. Era más bien morena, de ojos sospechosamente azules y unas piernas como para llamar a Help.
- Hola. ¿Te gusta DJ Transter? – me dijo mientras todavía analizaba su impactante anatomía.
- Eeeeh, ¡claro! Es súper bueno – le contesté con cínica complicidad.
¡Qué mierda le iba a responder a esa pinturita! Me quedé pegado en The Cure y lo más electrónico que conocía era Depeche Mode cuando David Graham no jalaba. Lo más novedoso de mi discoteca era un CD de Dido, que ya sonaba para programarlo en la Radio Horizonte. Tampoco la podía invitar a comentar el último libro de Alberto Fuguet. Eso me hubiese costado un cartel de perno que hasta DJ Transter lo hubiera visto.
- Si quieres te lo presento – señaló como creyéndome el cuento.
- Bueno, pero primero tomémonos un trago. Pide lo que quieras.
- Me llamo Francesca – me dijo mientras el barman le servía el blanco largo que pidió – Está entretenido esto.
- ¿Cigarros?
- Gracias.
- Me llamo Felipe. Mira los dos con F, qué curioso – fue el horrendo comentario que lancé.
- Es que soy felina en el calendario chino.
Ahí supe hacia donde iba la conversación: a tontera, tontera y media.
- Y ¿qué haces, Francesca? – le pregunté en tanto meditaba su nombre como tan suíticamente calentón.
- Estudio Costume Design en el DUOC – me respondió en un inglés convincente aunque innecesario e inoportuno – Diseño mi propia ropa – me señaló mostrándome sus prendas.
- Sí te queda súper bien – le respondí con una vampiresca mirada.
- Si quieres te puedo asesorar – agregó.

¡Uf! Golpe bajo. Lo único que me faltaba era un fashion emergency en ese antro electrónico. Ese inocente comentario fue como sacarme la madre. El Nacho me había advertido cierto look para estos eventos, de modo que mi gran inversión en estilo eran unas zapatillas Puma recién compradas en Buenos Aires, las que en ese momento calzaba. Pero me di cuenta que el problema no era el calzado, sino los pantalones y la camisa con caballito bordado, parecía publicidad del BankBoston. Mas, mi silencio denotó cierta indignación que Francesca percibió.
- No te urjas, si a todos les digo lo mismo.
- Y tú ¿que haces?
¿Qué cresta le decía? El rimbombante título de mi trabajo en ese momento valía hongo.
- Tengo una empresa de turismo aventura – fue la primera tontera que se me ocurrió.
- ¡Ah, qué cool! Practicas Treking, kayak, rafting, mountain bike. Me encanta, me encanta. ¿Me podrías invitar un día?
- Eeeh, sí. – le respondí con disimulada duda.
- Fíjate que el verano pasado en Pucón me tiré por el Río Trancura con unos amigos gringos que conocí en el Gran Hotel. Fue fantástico.
- Ya.
- También me he tirado por el Petrohué y una vez lo hice en los Altos del Bío-Bío, claro, antes que hicieran la central. ¿No crees que eso de cortar bosques para hacer centrales es un crimen?
Ecológica y tecno. No me calzaba.
- Me fascina esta canción. ¡Vamos a bailar! – y sin darme segundo para asentir me tomó de la mano en medio de la jauría punchi punchi comandada por DJ Transter.

¿Qué canción?, pensé. Si hace media hora tocan lo mismo y todo suena igual. A los pocos minutos del golpeteo tecno dance, house, trance o como se llame, mi compañía de balie era indiferente para Francesca. Movía su cabeza incesantemente y la única vez que me miró a los ojos fue cuando le entregué las gafas-cintillo que había botado. Sin embargo, me percaté luego que todas y todos bailaban igual sin importar quien estuviera al frente. Sólo había que moverse, moverse, moverse. I like it movin’ movin’.
Ya no tocan esos lentos de Debbie Gibson o Teen Sharp que daban pie para atacar la presa, pensé. ¡Qué tiempos aquellos!
A lo lejos, más allá de los últimos peristálticos bailarines, cruzando la barra hacia el sector de los talks rooms, creí ver un espectro que de improviso me quitó toda la calentura provocada por los movimientos de Francesca. ¿Será ella?, pensé.
- Voy al baño. Espérame un segundo – le dije a mi chica tecno.
Me dirigí hacia el pasillo donde la gente podía conversar sin gritar en unos pequeños livings decorados con muebles en colores vistosos al estilo Almodóvar.
Era ella. Alejandra. ¡La Ale! Estaba conversando animadamente con un grupo de amigas fashion, como una escena de Sex & The City. Era ella. Fijé mi mirada sobre esa tez blanca y su peinado de peluquería cara. ¡SI, ERA ELLA!
Nacho me abordó tomándome por el hombro.
- ¿Qué pasa amigo?
- ¿Te acuerdas de la Alejandra?
- Pero, claro. La mina de las monjas. Con las que siempre has babeado. La que salió en la portada de las Ultimas Noticias ¿Anda por acá?
- Allá está. La flaquita de la izquierda.
- ¡Ah! Eres muy idiota. Madura. Todavía estás pegado en Windows 3.11. Atina, compadre, atina; ahora existe Windows XP. Olvídala. Esa mina te tiene de consolador, siempre te lo he dicho y no me haces caso. Bótala a la papelera y chao. Mejor engrúpete a la Francesca, mira que si la dejaste sola me la dejo para mí.
- No es tan fácil, viejito. Si quieres quédate tú con la Francesca.
- Eres muy enrollado. Lo siento, amigo pero yo voy a establecer conexión y si me va bien te cuento lo que te perdiste. ¡Chau!
- Oye, espera. ¿has sabido algo del Zacky?
- Nada…ese huevón anda bien raro.
- ¿Raro?
- Sí, anda escurridizo. Ha fallado a los dos últimos partidos y cada vez que lo llamo se hace el Not Found.
- Lo llamaré mañana y veo en que anda.
- Y ahí me cuentas. Ahora me voy a “navegar”. ¿Jugamos el jueves?
- Por supuesto. Chao nos vemos.




















Sin duda Robert Smith nunca supo ni sabrá de mi existencia. Su horroroso peinado le tapaba toda visión hacia el último vestigio de tierra en Sudamérica. Pero sin quererlo, The Cure componía la banda sonora de mi vida.
Descubrí a The Cure durante mi despertar sexual. Aquella etapa en que me llené de espinillas y mi pasión por los libros fue compartida por una incesante necesidad de autoestimulación. Let’s Go To Bed (vamos a la cama) se convirtió en una obsesión, canción que repetía cada vez en que estaba a punto de obtener alguna conquista con pretensiones carnales. Sin embargo, tuve la mala suerte de conocer a tipas bilingües que sabían muy bien el significado, y la respuesta en vez de ser amable y entregada se tradujo en reiterados y sonoros cachetazos.
A pesar de todo, Let’s Go to Bed siguió siendo mi leiv motiv, recreándola como el acompañamiento ideal para dar vida a mi descartuchamiento. Más aún cuando las tórridas historias de iniciación sexual de mis amigos me provocaban una envidia enfermiza. No importaba con quien, ni a qué hora, ni encima de qué, sólo bastaba escuchar Let’s go to bed. Después de conocer a la Alejandra, no sólo me importó la canción.
Patio. Tarde de actividades extraprogramáticas en el colegio. 2º medio. Jornada de deportes, academia de fotografía o un vergonzoso reforzamiento de matemáticas del cual fui alumno honorario y vitalicio, no recuerdo bien, pero ahí estaba ella. Pequeña, muy delgada, melena castaña lisa hasta los hombros, tez blanquísima, ojazos mielosos, una nariz minúscula que sólo servía para respirar y sujetar los lentes de estilo que usaba para leer. Lo que no tenía de pechugas lo compensaba con un trasero de ensueño en forma de corazón. Un rostro de niña, tierna e inocente, con un dejo de tristeza en su expresión, más bien de melancolía. Justo en ese instante recordé unas palabras de Neruda que describían su presencia: “Marchita, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en una agua de origen y cenizas”.
Tenía clase, prestancia, elegancia y un low profile que me cautivaba. Prefiero obviar esa horrible chasquilla artificial de codorniz que se usaba en esos años y que mataba toda esa áurea casi mágica que envolvía su presencia. Lo mejor de todo: me gustaba a mí solamente. Aunque era objetivamente hermosa, no calzaba con el gusto masivo. Había un solo problema: era dos años mayor y en ese entonces 15 masculinos y 17 femeninos se notan. Parecía una lápida ya escrita.
La Alejandra fue la máxima inspiración de mi repentino oficio de poeta adolescente. Siempre la prosa había acompañado mi vida de primigenio escritor; en cambio a la poesía le tenía un respeto reverencial; la leía, por cierto, pero otra cosa es escribirla. Pero seguí la corriente de una generación de engrupidos escritores jóvenes inspirados por la película La Sociedad de los Poetas Muertos. Gracias a Dios que aquellos poemas nunca fueron leídos por ella ni por nadie fuera de ese círculo. La actual revisión de esos panfletillos me provoca una risa vergonzosa, espantosa y culpable. Versos llenos de cursilerías amorosas y clichés, dignas de las frases más zalameras de Ricardo Arjona.
Con el frenético impulso de conquista de los 15 comencé a abordarla paulatinamente, logrando cierto acercamiento y compartiendo más de alguna tarde conversando de algún libro o tratando de arreglar el mundo. Me conquistó definitivamente cuando me prestó un libro de Kosinski. Ciertamente había avanzado mi plan y la incipiente amistad comenzaba a oler a sexo… al menos a pololeo, y tal vez después a sexo. (¿Qué es primero: el huevo o la gallina, el pololeo o el sexo?).
En cierto momento tenía todo para atacar. Me había invitado a su casa en ausencia de sus padres. Me senté en el elegante sillón de cuero que ocupaba gran parte del living. Let’s go to bed comenzaba a tomar forma en mi cabeza.

Let me take your hand
I'm shaking like milk
(Déjame tomar tu mano / estoy temblando como leche)

Se repetía incesantemente en mis oídos, cuando me lanzó un golpe bajo, bajísimo.
- Me encanta tener un amigo como tú. Es tanta la confianza que tenemos que estoy segura que nunca pasará nada entre nosotros. Eso me encanta. Me tranquiliza que podamos hablar de cualquier cosa sin que ninguno de los dos se pase rollos. – me señaló con una soltura increíble.
Me cagó. Let’s go to bed se transfomó en I go to Die (Me voy a morir). No sé quien la canta, ni me importa, pero alguien debiera transcribir lo que sentí en ese momento y hacerlo canción. Todas mis ilusiones fueron sepultadas por esa sencilla frase.
- Si. Tienes toda la razón – respondí resignado y en un tono de idiota.
Para hacer la escena más patética me tomó del brazo y acurrucó su cabeza en mi hombro.
- Eres mi único gran amigo.- indicó con total descaro.
¡¡Saco de hueas!! Creía escuchar en un coro de un millón de amigos.
A falta de sexo, buenas son las amigas, pensé resignado.
De ese penoso modo terminé mi 4º medio como uno de los pocos (sino el único) bastión virgen de mis contemporáneos, y las historias inventadas para ocultar tal vergonzoso estado estaban perdiendo credibilidad.
Pero sólo el tiempo da revanchas, decía Franco.

Una calurosa tarde de enero, mientras el mundo universitario tomaba forma, me encontré con la Alejandra. Ella recién había culminado con éxito el 2º año de Sociología en la UC. Sorpresivamente me invitó a su casa a ver Danza con Lobos. Ya la había visto cinco veces, pero no podía negarme. A pesar de todo seguía manteniendo mis sentimientos y si bien sabía que era demasiado evidente, jamás se lo dije directamente. El golpe de unos años atrás había sido muy duro.
Ya en su casa y en el mismo sillón de aquella sentencia de muerte, nuevamente en ausencia de sus padres, comenzamos a ver el VHS arrendado en la tienda del barrio. Promediaba esa eterna lata de Costner y la Ale se me acurrucaba de manera cariñosa.
Let’s go to bed ya no estaba de moda, pero comenzaba a reaparecer en el ranking de mis momentos más esperados.

But I don't care if you don't
And I don't feel if you don't
And I don't want it if you don't
And I won't play it
If you don't play it first
(Pero no me importa si no te importa/ Y no siento si no sientes / Y no quiero si no quieres
Y no jugaré / Si no juegas tú primero)

- He visto hartas veces esta película, pero me gusta. – me dijo casi susurrando
- Es como la quinta vez que la veo y ver de nuevo a Kevin Costner a poto pelado no me interesa tanto- le respondí notoriamente lateado por la película y algo excitado por la compañía.- No entiendo como le dieron tantos Oscar. Era mejor El Padrino III.
Se puso de pie intespectivamente. Apagó el video, prendió la radio. Se escuchaba alguna de esas mierdas que iniciaron los noventas, algo de Ray Said Fred, Ace of Base o Roxette. De forma sorpresiva y sin decir palabra se abalanzó sobre mí y me besó como si fuera el único hombre sobre la tierra buscando descendencia para la humanidad.
The Cure, ¿dónde estás? Robert Smith, ¡aparécete!
Doo doo doo doo
Let's go to bed!
Doo doo doo doo
Let's go to bed!
(Doo doo doo doo / ¡Vamos a la cama! / Doo doo doo doo / ¡Vamos a la cama!)
Entre besuqueos y toqueteos varios, pensaba en el sueño pronto a cumplirse pero sin el soundtrack motion picture adecuado, aquel tan esperado. Tan obnubilado estaba por escuchar la canción, que se me salió por la boca involuntariamente.
- ¿Let’s go to bed?
- No, aquí no más – me respondió rápidamente. Sabía muy bien qué se significaba, aunque ni idea tenía de mi obsesión.
Pensé en llamar al programador de la radio; el cassette, ya resignado, no lo llevaba conmigo hacía tiempo.
En dos segundos las ropas de ambos estaban en el suelo y con la voz entrecortada y asmática, me preguntó:
- ¿Tienes condón?
Ahí supe que los años de universidad de la Ale no habían sido sólo libros.
- Eeeh, ¡chucha, verdad!- respondí algo confundido.
Hacía más de un año mi amigo Ignacio me había regalado dos condones que permanecían intactos en el fondo de mi billetera esperando una pronta expiración. Tampoco imaginé que ese momento de lapsus involuntario sería tan incómodo. Sin duda es algo que todo hombre debe saber manejar a la perfección para impedir que la ceremonia de colocar el preservativo sea el más terrible matapasiones. Abrir el envase y colocarse aquel plástico, lo había ensayado varias veces, pero otra cosa es con la víctima al lado.
Ya enfudada el arma, cerré los ojos y por un segundo invoqué a Victor Hugo, Gutier y Huidobro para llevar a cabo, como un designio divino, tan noble misión, ante la única mujer que me hacía temblar…y soñar.
Pero el cuadro no sería perfecto sin Let’s go to bed. Por más que la pedía a silenciosos gritos el DJ no la anunciaba. The Cure, ¿porque me abandonaste?, pensaba. Por el contrario el desconocido DJ perdió toda cordura, al anunciar el peor soundtrack para ese instante. Un tema cursi, horroroso, que siempre pregoné como calentón, cabaretero y facilista, no apto par ese sublime momento: Wind of Change, de los Scorpions, pero ¡en español! Estos alemanes tenían temas bien buenos pero el éxito lo alcanzaron con el peor.
Llévame a la magia del momento de la gloria…

Ya no había nada más por hacer. Después de todo The Cure o Scorpions daba lo mismo. Lo que realmente importaba estaba delante de mí y no lo iba a desperdiciar por una cancioncilla.
No lo podía creer. La Ale y Felipito, ella y yo, yo y ella, piluchos haciendo cosas.
Nunca pensé que Neruda se podía equivocar. Alejandra ya no estaba marchita, ni menos impenetrable.


Después de todos los aullidos, jadeos, posiciones posibles y palabras soeces al oído (imperceptibles por el sudor mutuo), esperaba un momento de pasividad, de relajo, de conversación interesante y de caricias suaves (esos instantes que tanto pregona la literatura sexista de autoayuda para entender a las mujeres) sin embargo, después de la feliz labor me dijo:
- ¡Ya!, tienes que irte, van a llegar mis papás y si nos pillan me matan…y a ti también.
Mientras recogía mis cosas me dirigí al baño junto a su dormitorio y tomé una fotografía reciente que había sobre la cómoda. Había que guardar algún recuerdo. Tal vez nunca más se repetiría semejante performance. The Cure no me abandonaba por completo.
“I almost believe that
the pictures are all I can fell”
(Casi creo que las fotografías / son todo lo que puedo sentir)

“I’ve been looking so long
at these pictures of you
That I almost relieve that they’re real”
“Looking so long at these pictures of you
But I never hold on to your heart
Looking so long for the words to be true
But always just breaking apart
My pictures of you”
(He buscado largamente / aquellas fotografías de ti / que casi creo relevar que son reales. / Busco largamente aquellas fotografías / pero jamás me aferro a tu corazón / sigo buscando las palabras para hacerlas realidad / pero siempre me quiebro apartando mis fotos de ti)




























Parque Arauco, Miércoles 19.30 hrs.

Gran problema para hoy. Mi madre está de cumpleaños y además del cachivache argentino, necesariamente tendré que agregarle algo más. Sus no confesados casi 50 merecen dos, tres o más regalos.
Mamá compartió mi crianza con Franco. Su suegro se transformó en el padre que tempranamente perdió, y para él, la hija que siempre quiso tener. Formaron una singular relación de complicidad y empatía, incluso aún más fuerte que con mi propio padre. Muchas veces Franco se inclinaba más hacia sus necesidades e inquietudes que las de mi papá, a lo que mi madre respondía con un silencio sepulcral acerca de todas las correrías amorosas en que se divertía. Antonio no soportaba que Franco se divirtiera más que él y viviera como si tuviera 20 cuando en realidad tenía más de 60. La envidia lo carcomía. Después de la separación, Carolina, mi madre, fue la mayor proveedora de aventuras de Franco. Sus amigas separadas caían rendidas ante los encantos de su ex suegro. Con estas ayuditas, Carolina demostraba su agradecimiento por haberla acogido en su hogar, apenas adolescente y con un niño.
Durante los años de estudios de leyes de Antonio, mi madre ingresó a los talleres de Cema Chile donde aprendió manualidades. Hoy es una gurú dentro del rubro y se dedica a hacer clases, tiene un programa de cable y ha publicado un par de libros de gran venta, que, a decir verdad, yo escribí esperando aún el reparto de las prometidas regalías. Pero, es mi madre y no le puedo cobrar.
Me dirigí hasta el Parque Arauco a encontrar algún artilugio digno de obsequio. Pero vaya sorpresa. Me encuentro con el objeto de comentario de estos días. Zacky en persona. Me dispuse a saludarlo, mas me miró de reojo y se hizo el desentendido. Los amigos no hacen eso, reflexioné. En algo raro anda este muchacho, proseguí. Justo detrás apareció Verónica saliendo de la joyería Mosso sosteniendo una pequeña bolsa.
La Vero fue una de las pololas, sino la única, que Eduardo había tomado en serio. Fue con la que más duró e incluso pensaba casarse con ella. Era muy simpática y durante su romance con Edu entró muy bien a nuestro grupo. Sin embargo, el último lapso con Edu fue una relación extremadamente tortuosa y de fugaces y traumáticos reencuentros que se tradujeron en inolvidables sesiones de sexo salvaje. El último reencuentro fue durante la navidad pasada.
¿Qué hacía Zacky saliendo de una joyería con la Verónica?
Dejé pasar la escena como un pequeño momento poco serio, aunque me había dejado algo intranquilo e imposibilitado de pensar en la real misión del recorrido por ese comercio.
Escucho mi celular y es Zacky en pantalla.
- ¿Qué onda, compadre?
- Espérame en el patio de comidas. En una hora estoy allá.- Me señaló rápidamente, casi ordenándome y sin darme tiempo de responder me cortó de improviso.
No había manera de matar el tiempo sino vitrineando las liquidaciones de plena temporada. Comprarme el chaleco que tanto me gusta, a mitad de precio, para después ver a dos, tres, cuatro, ¡diez! tipos con el mismo. Ahí necesitaba la asesoría de Francesca.
Justo a la hora indicada llegó Zacky con una bandeja y dos pizzas. No era usual que mi atribulado amigo me invitara. Como buen judío era bien amarrete, a pesar que él y su familia tenían más plata que el resto de los muchachos juntos. De inmediato supe que quería hacerse el lindo.
- No me digas nada. Dame 10 minutos y después si quieres me pegas me insultas, lo que quieras, pero déjame hablar a mí primero.- me dijo en un nervioso tartamudeo.
Asentí con la cabeza apretando los labios para evitar una verborrea imparable.
- Nunca tuve la intención de que pasara nada. Sabía muy bien que era la polola del Edu. Me la encontré en el matrimonio de un primo. Los dos andábamos solos y como no la veía hacía unos años conversamos toda la noche. Hablamos del Eduardo, de los amigos que se casan, de los que no se casan, de la familia, de los trabajos, de los estudios, en fin, de cualquier cosa. Bailamos un poco, intercambiamos teléfonos y en menos de un mes sin que ninguno de los dos lo buscara estábamos encamados.- me señaló alborotado y casi sin respirar.
Después de un breve y tenso silencio retomó su argumento:
- Es la mujer perfecta, la que siempre estuve buscando. Estoy feliz, estamos enamorados y nos vamos a casar.
Lo miraba fijamente como queriendo encontrar alguna lógica a su historia.
- Y no me importa lo que pienses, ni tú ni el resto de los chiquillos.- agregó en un tono marcial.
- Te quedan siete minutos y medio.- le indiqué con ironía
- Te insisto, es la mina perfecta. Profesional, súper decente y su familia me encanta y nos apoya. Mi familia también quedó encantado con ella.
- Te quedan siete minutos.- insistí.
- Tenemos fecha fijada y ahora andábamos eligiendo las argollas.- concluyó.
- No eran necesarios 10 minutos…y supongo que me vas a invitar… ¿o no?
- No sé.- dijo mientras miraba hacia otro lado, evitando una respuesta tajante.-Pero la lista está en Almacenes Paris.
No podía comprender semejante situación.

Zacky es hijo de una pujante familia de comerciantes judíos; sólo eso explica ese nombre horroroso que le tocó llevar. Sin embargo, su facha de Zack Morris reafirmó el encantó por su nombre. Pero de judío sólo llevaba el nombre y el apellido, pero la práctica jamás la llevó a cabo. Siempre entendió que el Hanuká era sólo un buen pretexto para perder clases en el colegio y en la universidad o tomarse un feriado en el trabajo. Su personalidad había sido moldeada por todas y cada una de sus singulares pololas. Zacky es un mínimo de genes propios y la suma de todos los adefesios con los que sea ha acostado Al engancharse con una mujer no sabía si se enamoraba o se mimetizaba. Nunca supe si ingresó a Psicología para entenderse a sí mismo a las mujeres con las que salía. Su abanico de féminas abarcaba todo el espectro posible de personalidades humanas. Con la Yoko Ono versión criolla se volvió fanático de The Beatles, con la profesora de Educación Física se volvió adicto al gimnasio y vigoréxico, con la consultora de belleza, su botiquín se llenó de exfoliantes, cremas de limpieza, champús de 15 lucas y lociones humectantes para el día y para la noche, cuyo exceso provocaba la burla de todos nosotros cuestionando su virilidad; con la modelo se comenzó a preocupar excesivamente de la facha gastando sus incipientes ganancias en camisas de 50 lucas y jeans importados aún más caros. Después conoció a una estudiante de teatro que lo hacía disfrazarse de payaso animando fiestas infantiles. Pero su más bizarra y recordada conquista fue la Aline, una fanática esotérica que escribía el horóscopo para un diario comunal. Aline vistió a mi querido amigo como un hindú, con gasas coloridas y un pasoso aroma a incienso. Tan grande fue su amor por ella, que la acompañó a su periplo por la india en busca de su yo interno junto al Taj Mahal y al Kamasutra. El resultado: a las tres semanas estaba de vuelta, sin polola y con una ingente cantidad de articulitos: paños, incienso, joyas y cachivaches varios, con los que varios fuimos vacunados.
Sin embargo, con ninguna de sus mujeres había enganchado tanto como con la Vero; al menos nunca se refirió a alguna de ellas de esa forma. Esa pinta de galán parecía condenarlo a una eterna soltería de feliz e incorregible picaflor. Pero ahora era un tipo completamente entregado al dios Eros.
No puedo condenar a mi amigo porque está enamorado. Entonces ¿Cuál es el problema? Teníamos un código tácito, completamente masculino, una ley muy clara, aunque no escrita: las mujeres presentes y pasadas de cada uno eran intocables para el resto. Dicha ley jamás había sido violada…hasta ahora.
Respiré hondo y más reflexivo le dije:
- No quiero pensar que la Vero sea una más de tus extrañas pinturitas…
- No, Felipe.- me señaló interrumpiendo mi frase. – ahora es distinto.
- Además encuentro todo tan rápido… No sé, todo tan de repente, no me convence. Por otro lado, entiendes lo que eso significa. No tengo mucho que perder ni ganar pero eso nos va a tocar a todos y te aseguró que el resto de los muchachos te lo va a reprochar fuertemente.
Zacky cabizbajo y resignado expresó:
- Entonces… chao amigos, chao pichangas, chao club de Toby, chao Friday’s, chao Braningan’s, chao Pintus o el bar de turno que sea.
- No sé si sea para tanto.
- ¡Si es para tanto! Esto es destruir las lealtades que desde el colegio hemos tenido y sé que me va a doler y tal vez nunca más tendré la calidad de los amigos que hoy tengo con ustedes.
- No digas ustedes, prefiero escucharte decir nosotros.
- Me siento casi afuera. Ahora son ustedes. Ya no somos los románticos jovencitos de la media, tampoco los exaltados universitarios que querían cambiar el mundo. Estamos en plena etapa de adulto y es hora de cortar el ombligo, ya está bueno. Y si la mujer con la que me voy a casar es el punto de partida, bienvenido sea. Es el costo del amor…es el costo del amor. A esta edad no sólo es difícil encontrar pareja sino más aún encontrar amigos que valgan la pena.
- ¡No seas exagerado! Estás hablando como un viejo de 70 años.
- Hay que madurar alguna vez.
- Pero, Zacky, ¿cómo tan fatalista? Quizás es el momento de poner a prueba la fortaleza de esas lealtades de que hablabas. Además esa cuestión de “costo del amor”, te lo he oído decir de la esotérica, de la Yoko Ono, de la anoréxica, de la payasa, y no sigo con la lista porque no me acuerdo.
Ya con los últimos trozos de Pizza Hut en la mano y el sorbo restante de Coca Cola Light, le advertí:
- Espero que estés seguro de lo que haces y la decisión que tomes te apoyo. Pero no te tomes esto tan fatalito, mira que esa manera te va a llevar a la mierda solo, y eso será peor.
- No le cuentes a nadie, por favor
- ¿Cuándo te casas?
- Por mí ahora mismo, pero la Vero quiere cumplir el sueño de la fiesta y el vestido blanco y toda la parafernalia, y eso demora. Creo que será en julio o principios de agosto.
- Recuerda que la lista de regalos está en Paris
- Y más encima quiere regalito el perla.
- No le cuentes a nadie. Yo soy el que tiene que hablar
- Lo sé, huevón, lo sé. Pero no esperes hasta el día antes del matrimonio para hablar. Mientras antes mejor, sobre todo al Edu.
- Okay, gracias
- Supongo que el jueves vas a ir a jugar. Mira que todos dicen que estás escurridizo y yo ya sé porqué. Has faltado los dos últimos encuentros y los chiquillos ya comentan que andas raro.
- No, ahora si que no falto.
- Si, seguramente será el momento de hablar.
- Eso espero, compadre, eso espero
- Estaba rica la pizza
- Gracias, amigo. Necesitaba conversar. Y ¿como te fue en Buenos Aires?








¿Se imaginará Eduardo lo que le viene?, pensé.
Ya a los 15 años Eduardo enarboló la hoz y el martillo como sus banderas de lucha, transformándose en un discípulo de Marx, Hengel y recalcitrante admirador de Fidel. En los apasionados años del plebiscito, siendo apenas un mocoso quinceañero, participó activamente en los mitines políticos por el No. En el día de la elección, trabajó como informante móvil llevando los resultados de cada mesa electoral hasta el comando comunal en su destartalada pistera Bianchi. Ya más maduro, fue desarrollando un acérrimo odio al capitalismo imperialista yanqui y seguía pensando que la sociedad comunista que Marx predicaba era el mayor desafío de la sociedad moderna.
Sin embargo, Edu es un tipo que encarnaba a la perfección la contradicción. Optó por la Ingeniería Comercial en el peor lugar posible para desarrollar, o al menos discutir, su proyecto de sociedad igualitaria y utópica: la Escuela de Economía de la UC. Mantuvo su ideario rojo, aunque sólo en su mente y en un par de libros de economía marxista que aún leía con gran interés pero que jamás hubiera osado pensar siquiera aplicarlas en su actual trabajo como jefe de créditos de una oficina del BCI en el centro. Aprueba las solicitudes de los que no lo necesitan en desmedro de quienes si lo necesitan.
También tenía algo de intelectual alternativo como los entes que me encontré en la universidad de compañeros. Pero en tanto ser contradictorio, criticaba mi biblioteca que según él, iba formando conforme al ranking de ventas de la Revista de Libros de El Mercurio, y por otro lado, también objetaba mi discoteca de rarezas británicas, que según él, sólo yo entiendo y escucho.

Teléfono:
- Hola Eduardo. Soy Felipe.
- Felipín, ¿qué tal? Disculpa por no poder irte a buscar pero el Leo me sacó de un problema.
- No importa. Gracias por la preocupación. Tengo tus librajos por acá. Juntémonos a almorzar.
- No puedo. Justo hoy tengo un almuerzo con el abogado. Pero mañana es el partido y nos vemos con el resto de los chiquillos. Supongo que vas a ir.
- Si…claro, mañana…ya chao
- Chao
- ¡Oye!, espera. ¿Has hablado con el Zacky?
- No. ¿por qué? No lo veo hace como veinte días.
- Eeeh, no, nada, sólo que ayer estuve con él y me dijo que quería decirte algo.
- ¿Y qué será? ¿te dijo algo? Como te dije hace varios días que no lo veo, no devuelve los llamados y ha faltado a jugar. ¿Te contó algo?
- Bueno, será cosa de él. Si algo le pasa nos tendrá que contar. Somos amigos ¿o no?
- Lógico
- Nos vemos mañana, entonces.
- Chao, suerte
- Chao

Quise darle a mi amigo alguna señal. Como para no desencajarlo por sorpresa, aunque al mismo tiempo había metido media pata y seguramente antes de saludar a Zacky ya estaría con una interrogante al acecho, y Zacky me crucificaría por hocicón.



















Gimnasio Colegio Alemán, Bellavista, Jueves, 20.30 hrs.

Cada jueves posible, uno al mes, dos al mes o cada semana, el ritual de la masculinidad inundaba alguna cancha disponible. Nuestra pequeña fiesta de la hermandad. El baby fúltbol era nuestra terapia. Si para las mujeres es el solarium, la peluquería o el happy hours, para nosotros la pichanga era desde hace 5 años, cuando todos recalamos definitivamente en Santiago, el punto de encuentro de la cofradía. El sitio de máximo relajo, de amena conversación, de descargar tensiones y recargar energías. Justo éramos cinco, un equipo, que se formó cuando traje al Leo al grupo. Desde ese instante nos hicimos más que inseparables. Como cuando llegó Ringo a completar a The Beatles.
El juego era risa, era correr, saltar, volver a ser niños. ¿Por qué el baby? ¿Podría haber sido el pool o una maratón de Play Station? De pequeño odiaba el fútbol. Prefería el Básquetbol. Otra razón más para sentirse perno, bicho raro (a los pernos siempre les gusta el Básquetbol, ¿por qué será?). Mi único acercamiento con el balompié fue por años Puntero Izquierdo de Mario Benedetti. Finalmente accedí a futbolizarme cuando comprendí que era el único espacio exclusivamente masculino que la liberación (invasión) femenina ha dejado libre. Por eso me integré, a pesar que mis aptitudes para el juego eran escasas, nulas. Era malo, pero lento. El Edu era un crack, se pasaba todo el equipo contrario y como un Cazely entraba con la pelota al arco. Nacho ponía la pierna fuerte, la canilla y también la cabeza y los codos. El Leo era una bala, el más rápido, corría por la banda izquierda y ni Meteroro lo alcanzaba. Zacky era el armador, un clásico 10, la pisaba, la acurrucaba, ponía la pausa, pase milimétrico para dejar solo al delantero y gol. Y yo...bueno, yo jugaba al arco.
El rival de turno eran unos colegas del Edu. Como buenos funcionarios de banco llegan bien terneados pero luego se descuadran. Comandaba el team un tipo canoso, guatón, con esas horribles zapatillas Power negras que usábamos en la básica. Este viejo se quedó pegado, pensé.
Somos los cinco de siempre, perdón, somos cuatro, falta el Zacky. Este huevón dijo que no fallaba hoy día, comentó Nacho. Empecemos cuatro contra cinco; el Pipe que haga de arquero jugador mientras llega el Zacky, ordenó el Leo.
Pitazo inicial. Desde el arco todo se mejor: la distribución del juego, las patadas, las risas de los compañeros, las incipientes poncheras que estos partidos no alcanzan a ocultar. El otro equipo la toca bien, pero sin profundidad. No hay mucho trabajo, nada que un par de revolcadas no puedan salvar. Seis minutos de juego trabado. Edu la toma, pared con Nacho, pelota en la red 1-0. ¡Bravo!. En medio de la celebración de rigor, entra Zacky corriendo.
Ignacio: ¡Apareciste! Ya era hora, entra altiro. Quédate al medio y yo bajo. Trata de subir por la derecha.
Zacky: Hoy vengo como avión. Quiero transpirar como animal. ¿Quiénes son estos tipos?
Eduardo: Son compañeros del banco.
Leonardo: Zacky, ten cuidado con el canoso, que no se te escape por la izquierda.
Zacky: No te preocupes. Por este lado no pasa ni el aire.
Felipe: Menos mal que viniste. Estaban todos comenzando a pelarte.
Zacky: Espérate que haga magia con la pelota y no me pelan nunca más.

Dicho y hecho. Zacky la quita al medio, pase largo para el Nacho, avanza, se devuelve, se saca un contrario, deja pagando a otro, cruza el balón por arriba hacia el Leo, cabezazo, ¡palo!, la pelota queda picando, fuera del área la toma Edu, entra al área, la agarra llena, 2-0. ¡¡GOOOOOOOL!!
Eduardo recibe el saludo del resto de los muchachos. Gran jugada colectiva. El último en acercarse es Zacky, quien lo abraza enrollando su brazo por el cuello, avanzando hacia la mitad de la cancha y dirigiendo la vista hacia mi arco. Conversan algo con una sonrisa cómplice, pero después a Zacky le cambia la cara como un demonio. Se zafa del goleador y camina enfurecido hacia mí. Me encara:
- ¿Qué tienes que andar hociconeando, conchetumadre? Te dije que yo iba a hablar – me señaló enfurecido.
- Oye, cálmate, si no he hablado.
- ¡Hocicón de mierda!

No alcancé a reaccionar ni ha discurrir algún argumento en mi defensa. Antes de pensar en mis descargos ya tenía un combo en medio de la cara y mi encolerizado amigo queriendo darme una zumba. Con la fuerza del golpe choqué mi nuca contra uno de los verticales del arco, quedando desparramado por el suelo como un muñeco de trapo. De inmediato el resto de los chiquillos corrió a salvar la situación.
Ignacio: Oye, ¿qué pasa? ¿Cómo tan rasca de agarrarse a coscachos? Vamos ganando.
Eduardo: Amigo, te desconozco. Mira el tremendo combo que le diste al Pipe.
Leonardo: A ver, a ver. Párate, Felipe...se te va hacer un moretón.
Yo: ¡Aaaay! Me duele la nuca. La estrellé contra el palo.
Zacky: ¡Este huevón me tiene caliente! Siempre se mete donde no le importa, hablando de más. ¡Te dije que yo tenía que hablar!
Eduardo: Pero, me extraña. No puedes reaccionar así. Apuesto que es una pura porquería. ¿Qué puede ser tan grave?
Ignacio: Download, loco, download
Zacky: ¿Qué saco si ahora todos saben?
Eduardo: ¿Saber qué? ¿Qué era lo que me ibas a contar?

En ese momento, Zacky se percató que se tiró al agua solo. Bajaron un poco sus decibeles emocionales, cambió el rojo colérico de su rostro y medio resignado señaló:
- Me caso con la Verónica
Eduardo: ¿Te casas? ¡Qué bien! ... ¿Cuál Verónica?
Ignacio: ¿Cuál Verónica?
Leonardo: ¿Cuál Verónica?
Felipe (mirando fijamente al Edu): “La” Verónica
Eduardo (algo incrédulo): ¿Cómo?
Zacky: Te iba a decir, compadre, pero estaba esperando el momento. No es un asunto fácil para ninguno de nosotros.
Eduardo (aumentando progresivamente el tono de su voz): No estoy entendiendo bien. ¿De qué se trata toda esta huevada?
Zacky: Lo siento, sé que era tu mina. Todos los sabíamos, sin embargo se dieron las cosas y nos vamos a casar. Igual me gustaría que todos fueran al casorio, sobre todo tú, Edu.
Eduardo: ¡Repite lo que acabas de decir, judío al peo!
Ignacio: Siempre lo he sabido y lo respeto: Las mujeres de los amigos son intocables.
Zacky: ¡Qué tanto! Si hace como 6 meses que no la ves.
Eduardo: ¿Qué sabes tú? El sábado estuve con ella y vamos a volver. ¿Por qué crees que no pude ir a buscar al Pipe al aeropuerto y le pedí al Leo que lo hiciera?
Ignacio: ¡Uyuyuyyyy! Está la cagada. Este ambiente está infestado. Este es un trabajo para el Dr. Norton.
Eduardo: ¡Cállate, imbécil!

El viejo acuerdo de caballeros estaba patente para todos, pero ahora había sido fraccionado hasta un punto terminal. La muy perra de la Verónica se estaba repartiendo el tiempo entre los dos mejores amigos, ilusionando a uno de tomar una gran decisión, ¡la gran decisión!, y al otro, dándole chance para un reencuentro. Eduardo estaba fuera de sí, con ganas de pegarles a todos. La tensión seguía entre nosotros y el equipo contrario miraba absorto el espectáculo como una pelea de los bajos fondos.
Leonardo: Yo sabía que el Zacky salía con la Verónica
Ignacio: ¡Todos sabemos! Si andas paseando por El Bosque todos los días. ¿Crees que somos imbéciles?
Eduardo: Nacho, ¿tú también sabías?
Ignacio: Algo. Pero esto del matrimonio es una sorpresa
Felipe: Parece que soy el único inocente. Me enteré recién ayer. El mismo Zacky me dijo.
Eduardo: ¿Y ninguno de mis mejores amigos fue capaz de contarme? ¡Valen hongo!
Y tú, (volteando la cabeza hacia Zacky) ¿qué miras con esa cara de víctima?
Zacky: Igual me siento engañado. Toda la culpa la tiene la Verónica.
Eduardo: No puedes ser tan cínico, huevón. (Acercó su cara frente a la de él. Lo miró con odio. Quizo increparlo. Parece que se arrepintó. Dio dos pasos en dirección a los camarines y de pronto se devuelve y le lanza un puñetazo en plena nariz a Zacky.

Abandonó la escena con máxima ira, y sin pasar por la ducha de rigor, tomó su bolso y se dirigió camino a la salida. Antes de llegar a la puerta lo atajó el Nacho.

- Eduardo. Te desconozco. La culpa no es nuestra. Somos tus amigos. Hemos compartido de todo desde que tengo memoria y piensas mandar a la mierda todo por una mina. Piensa que somos tu gran apoyo, siempre lo hemos sido.
- ¡Déjense de pendejadas! Todo se acabó. Ya no me importa. No me importa la Verónica, ni ustedes, ni nada. Ahora somos gente grande, ¡todo es más grande! Ya no te cagan por un mísero sándwich del recreo; ahora por cualquier cosa te cagan por 100 lucas, ¡mínimo! ¿Me entiendes?
- ¿Qué tiene que ver con todo esto?
Eduardo mira al Nacho y nos mira a nosotros.
- Ven que no entienden nada.

Se va definitivamente y después de un silencio de ataúd, cada uno de los viejos amigos se va en su dirección propia. Sin hablar, con la cabeza gacha.
No había lugar a comentarios. Sólo un par de patéticos heridos de guerra que gesticulaban algo de resignación y dolor en sus rostros. Esta vez, no hay tercer tiempo en el bar de turno. Tal vez sea el último partido, el último encuentro.






















Viernes, departamento, 9.30 hrs

Hay días en que uno sencillamente no quiere amanecer. El despertar de una borrachera, por ejemplo, puede darnos una bofetada a la conciencia por las barbaridades que hicimos o que dijimos mientras el alcohol fue nuestro victimario. Otras veces es el simple miedo por enfrentar las barbaridades que hicimos sana y concientemente. Hoy no tengo culpas ni arrepentimientos, sin embargo, tengo la sensación que hay algo de temor frente a este nuevo escenario: Me quedé sin amigos.
Aquellos con los cuales había compartido mi niñez, mi juventud y el proceso para llegar a ser adultos (aunque esta palabra me sigue produciendo espanto). Nos encaminamos juntos hacia los anhelados títulos profesionales con el fin de buscar algo de que vivir dignamente (o al menos igualar nuestras cunas burguesas). Adiós pichangas, adiós happy hours, adiós vacaciones compartidas, estudios, trasnochadas, campamentos, conversaciones apasionadas (e inútiles), eternas tardes de café; adiós orgías de vino, cerveza y cigarros; chao a esas largas jornadas de escrúpulos y juegos de carta; hasta nunca aquellas noches de “acción en busca de carne fresca”. La vieja cofradía de Toby tal vez sólo se mantenía porque ninguno había encontrado su par definitivo y todas las pololas, parejas, aventuras y amantes eran sólo una anécdota dentro del decorado que nos rodeaba. Sólo nosotros éramos los verdaderos protagonistas, siempre presentes, siempre unidos.
Cada uno, cada persona, cada ser humano tenía su historia: ambiciones, proyectos, alegrías, penas, frustraciones, muchas de ellas compartidas entre los cinco y sintiéndolas como propias. Sin embargo, parece inevitable que el choclo se desgrane y los caminos se dispersen definitivamente.
Y pensar que ahora todo se va a la mierda, por una simple mujer. Una vulgar, asquerosa y ruin mujer.
¿Será tiempo ya dejar de lado estas amistades de cartoons?
Tal vez es el comienzo de buscar nuevos vínculos surgidos del trabajo, de la vecindad y en el futuro, de los apoderados del colegio de nuestros hijos. No tendrían el encanto de los amigos de una niñez y una adolescencia en común, aunque de seguro abrirían una etapa definitivamente más adulta (¡Puaj!, otra vez palabrita).
El día no ofrece nada bueno, nada nuevo. Es día feriado, parece que 21 de mayo porque en la tele sólo se ven milicos desfilando en Valparaíso bajo una lluvia torrencial. Todo es negro, pálido e insípido. Todo da lo mismo. La atmósfera es peor que toda la oscura discografía de The Cure. Da como para una letanía existencial a lo Pink Floyd:

“Good bye, cruel world
I’m leaving you today…”
(Adiós mundo cruel / te estoy dejando hoy día)

Hay veces en que sencillamente uno no quiere amanecer. Ni abrir la cortina, ni bañarse, ni tomar desayuno. Simplemente ese día me bastaba hacer aureolas con el humo del cigarro, mirar el techo blanco durante todo el día, y quizás el siguiente también, y varios más.
Ahora me cuestiono todo. ¿Por qué vivo acá? ¿Por qué tengo un trabajo como este? ¿Por qué mis padres nunca se casaron? ¿Por qué Franco era un tipo tan encantadoramente extraño? ¿Por qué es el cielo es azul y por qué el mar es azul y otras veces es verde?
¡Qué lata! Estos tiempos muertos no los puedo desaprovechar. Me siento frente al Toshiba. Abro Word. Pantalla en blanco, mente en blanco. No sé me ocurre nada. ¿Será por qué nada pasa? ¿Vale la pena escribir columnas para un par de revistas literarias que nadie lee? ¿A quién engaño? Me desengaño: el vil dinero, la pedestre necesidad de la vida urbana de mierda, como decía el Leo. Estas columnas te pagan la luz, el agua y el cable, pienso. Hay que hacerlo.
¿Qué hago al frente de una ONG dedicada a la literatura sin haber publicado un mísero libro? ¿Se justifica que dirija una organización que busca hacer leer a un pueblo que lo último que le interesa es leer? (Lo único que dicen leer es a Neruda, y sólo porque parece ser el niño símbolo de la Concertación) ¿Por qué no fui ingeniero, abogado o médico? Algo normal.
Pro-Logo me llamo de lunes a viernes, de 9am a 19pm. Curioso nombre, y no es el preámbulo de un libro, sino una ONG de personas entusiastas e idealistas, muchos de ellos voluntarios, tal como yo lo fui alguna vez. ¿Tiene algún mérito dirigirla sólo porque el ecuatoriano que me antecedía ahogaba vergonzosamente en Johnnie Walker su extenso y admirable currículum? De servirle sal de fruta por las mañanas, pasé a redactor de discursos, hasta que una voz afrancesada me nombra como director hasta nuevo aviso. Aviso que espero hace cuatro años. Por último, la prescripción ya me dio el título de director y le caigo bien al franchute. Al menos tengo todos los libros que quiero, y los que no también; los buenos, los malos y los vomitables.
Y la lucha diaria por inundar las poblaciones de espacios literarios. ¡Qué pretencioso! Intentar evadir a las personas de sus problemas a través de la fantasía de una novela es ciertamente pavoroso. Recuerdo cuando recién llegué, gratis y entusiasmado por ese espíritu libertario que daba la literatura de romper barreras sociales, organizando talleres y sesiones de lectura en los rincones más conflictivos de Santiago.
Pase, adelante Sr. Solano. Estoy seguro que mi empresa podrá cooperar “desinteresadamente” en su organización. La nobleza del saber, la riqueza de los libros es algo que no tiene precio. Pero, no se olvide colocar mi marca en un lugar destacado. De esta manera podremos seguir cooperando. Si Sr. Gerente, muchas gracias (¿no puedes aportar sin que tu publicidad contamine las estanterías de las bibliotecas?). Esta es otra lucha diaria

Pero incluso en esos días algo inesperado puede cambiar el curso natural (y hasta ese momento, casi fatal) de los acontecimientos.

















Hoy no espero a nadie, no me interesa atender a nadie. Sin embargo el timbre es demasiado incesante. Algo especial tendrá que haber detrás de la puerta para interrumpir de esa manera mi fatal tranquilidad, pensé.
De impecable impronta de intelectual fashion, Alejandra me sorprendía con su presencia. Vestía un suéter blanco de cuello ancho, muy ceñido, con dos líneas diagonales negras, denotando su delgada anatomía. Una chaqueta en juego con una falda de cuero muy bien trabajado, de corte irregular que dejaba sus piernas en un discreto descubierto. Unos botines de cuero puntiagudos con pequeños bordados disimulando elegantemente los cierres. Y una cartera con las letras LV grabadas en toda su extensión, se notaba que no era imitación. Conociendo su afición por los trapos, fácilmente llevaba un millón en vestimenta y accesorios.
- ¡¿Alejandra?! – dije sorprendido y extrañado a la vez.
- Hola...Quise darte una sorpresa… y parece que lo logré – me señaló en un tono calmado y esbozando una sonrisa.
- Eeeh, sí...pasa, adelante. Creo que no conocías mi departamento – balbucié, demostrando cierto nerviosismo.
- Ahora tengo el gusto. – indicó mientras lentamente se internaba por el pasillo.- Bonita decoración – aseveró recorriendo su mirada por cada rincón de mi departamento como si fuera una galería de arte -Pareciera que leyeras Zwischenraum
- ¿Qué cosa? – le interrogué con súbita extrañeza
- Disculpa. Pero ando con el alemán aún en mi conciencia. Es una revista de decoración que leía en Alemania.
- Con suerte hojeo los catálogos de las multitiendas. – respondí con un dejo de ironía- De modo que regresaste. Otro idioma, otro título. ¿Qué más te espera? …- pregunté como esperando una respuesta que denotaría una nueva visión de la vida.
Después de un silencio un tanto incómodo y con la Ale ya instalada en el living, le pregunté nuevamente
- ¿Cuándo llegaste?
- Unos cinco meses – me respondió volcando su mirada a un florero recién comprado en Casa&Ideas.
- Pensé que ya te quedabas definitivamente.
- No. Tenía hartas posibilidades pero ya sabes…el corazón…
- ¿Volviste por algún antiguo amor?
- ¿Acá? No. El problema estuvo allá. Ya sabes, anduve con un germany y saqué la peor parte. Así que preferí volver a casa.
- Otro de tus pololos de cuento. Faltaba el alemán para completar el chiste. Tanto estudio no te ha cambiado nada.
- …
- ¿Cómo te enteraste donde vivía?
- Me encontré con tu amigo mmmmm… ¡Ignacio! Simpático él. Me lo encontré en una fiesta electrónica y me dijo incluso que andabas con él ese día.
- ¡Ah! Lo que pasa es que me fui antes. La verdad, ese día te vi conversando con unas amigas.
- ¿Y por qué no me fuiste a saludar?
- ¿Y tener que darme la lata de conversar con esas cuicas? No gracias.

El diálogo era excesivamente insulso, algo idiota. Bajo ningún punto de vista era lo que dos amigos se dirían después de un par de años de no verse. Mas, la sorpresa de la visita y su actitud enigmática me tenían muy contenido.
La Ale venía llegando después de 2 años de sacar un postgrado en Alemania. Al que agregó otro de Francia y EEUU. Era una mujer inteligentísima, brillante. Toda su vida académica y profesional le salía endemoniadamente bien. Fue puntaje nacional en la PAA y durante toda su estadía universitaria no reprobó ni un maldito ramo. Varios títulos, varios idiomas, varios seminarios, una par de prestigiosas publicaciones y trabajos ABC1 la hacían una mujer altamente apetecida, un gran partido. Era de gustos refinados. Su pareja de turno debía lidiar con los mejores restoranes, gimnasios high sociality, fines de semana en Termas de Chillán o Bariloche (dentro de lo más accesible) y un ropero proveniente de esas tiendas enormes decoradas en tonos fríos, llenas de luces y con tres o cuatro prendas sin precio en la vitrina. A falta de un hombre que satisfaciera dichos gustos, se los proveía ella misma, con una cuenta corriente que crecía conforme acumulaba títulos, seminarios y viajes. Hoy dirige una oficina de consultoría de empresas, desde un majestuoso despacho en pleno Sanhatan con vista a la embajada gringa. A pesar de tanto éxito, de tanta inteligencia desbordante, de tanto estudio, de tanto idioma, de tanto viaje, de tanto estilo, de tanto todo, aún mantenía a la Revista Tú como manual para sus relaciones de pareja. Era sencillamente un desastre, aún una adolescente, tal como la que conocí hace más de 15 años. Su vida era una constante (y frenética) búsqueda del príncipe azul soñado; aquel hombre que la apoyara, que la comprendiera, que la escuchara, que la acariciara, que le comprara joyas, que le gustara a su familia, y quizás otras tantas cosas. Misión imposible. Y nunca se dio cuenta que yo, podía al menos cumplir un par de sus deseos (escucharla, apoyarla, pero comprarle joyas, jamás) y si bien no era un príncipe azul, al menos alcanzaba para juglar verde. En definitiva, se había transformado en la perfecta caricatura de una singleton.
Precisamente hacía más de dos años que no la veía. Poco antes de irse a Alemania, llegó a mi antiguo departamento, destruida después descubrir que el médico con el que salía por más de 6 meses era casado. Luego de lamentar su drama y disponer mi hombro amigo, tuvimos una larga sesión de sexo; pero antes del amanecer ya estaba solo en la cama. Al día siguiente me enteré que se fue a la tierra de don Otto.
Era frecuente que luego de terminar alguna de sus relaciones traumáticas fuera a buscarme y como santo imbécil, la escuchaba, lloriqueaba un poco y luego a la cama.
Eran relaciones frías, sin “sobremesa”. Parecía un mero trámite para despercudirse de sus trancas amorosas. Se repitió unas cinco o seis veces desde nuestro primer “gran” encuentro en aquel sillón de su casa durante la calorosa tarde de 5 de enero de 1992. Sé que para un hombre sentirse objeto sexual puede ser un sueño altamente apetecido y tal vez, jamás cumplido, pero en realidad tanta tonterita aburre, agota. La verdad, la triste verdad, es que mi amigo Nacho tenía razón: me había transformado en su consolador.
Mientras entraba en la confianza de mi hogar, tomaba a cada instante algún objeto de su interés apreciándolo en todas sus formas. En tanto ella hablaba de sus peripecias académicas en Europa yo la observaba absorto, admirando esa facha de teenner que aún mantiene y que es la envidia de muchas de sus contemporáneas, hundidas en la gordura provocada por la maternidad y una vida sexual monótona. Mantenía inalterable ese mismo rostro angelical. De seguro, vestida con jeans y zapatillas blancas pasaba por quinceañera.
- ¿Y qué nuevo ha pasado en tu vida durante estos años de mi ausencia?
- No mucho. El mismo trabajo, los mismos amigos…
- …¿Y la misma polola?... ¿Qué es de la Loreto?
- ¿La Lore?, terminé con ella hace tiempo, desde que se enteró que mi “amistad” contigo era bastante especial. Lo único que sé es que se casó con un tipo, un tipejo. Creo que vive en Antofagasta.
- Y después, ¿nada?
- No. Nada, nada importante.
- ¿No crees que es el tiempo suficiente para que pasen cosas?
- Tal vez.

Nuevamente se producían esos silencios incómodos. Yo no articulaba más palabras que las estrictamente necesarias.

- Así que sigues trabajando en Pro-Logo – señaló como sabiendo ya la respuesta
- Al pie del cañón. Será sui géneris mi trabajo, pero cada día lo quiero más. La semana pasada estuve en Buenos Aires en la Feria del Libro. Fue grandioso.
- ¡Me encanta Buenos Aires! Estuve en un seminario hace unos años y me gasté todo el viático en Alto Palermo – agregó en un tono de mina cuica que a ratos deja entrever y que me enerva.
- Tú y tu ropa cara. Supongo que ahora Alonso de Córdoba es tu segunda casa.
- No seas tan irónico. Reconozco que me gusta, pero estamos a años luz de llegar al estilo de Europa
- “Si viajas todos los años a Italia, si la cultura es tan rica en Alemania, Por qué el próximo año no te quedas allá.” Alejandra… ¿por qué no te vas del país?
- ¡Córtala! – me increpó - No seas tan pesado.
Se puso de pie y caminó hacia la ventana.
- Te voy a traer unos libros que te compré – agregó.
- No sé alemán.
- Tengo Mi País Inventado de la Isabel Allende, en alemán. Se llama Mein Erfundenes Land.
- ¡Me carga la Isabel Allende! Ya te dije. ¿Tengo que repetirlo? No sé alemán.
- No importa, yo te enseño.
- ¿Qué te pasa, Ale? – le interrogué, extrañado por su sorpresiva amabilidad de regalarme libros y enseñarme idiomas
- ¿Por qué? – contrapreguntó extrañada, volteando su mirada directamente a mis ojos.
- Dime ¿qué pasa?... ¿por qué tanto cariño repentino?, ¿acaso te acordaste de mí en Alemania?... No te creo – increpé, cambiando la voz a un tono más duro y áspero.
- No te entiendo. ¿Por qué estás siendo tan agresivo conmigo?...Me das miedo. Creía que eras mi amigo, ¡mi mejor amigo! Y me tratas como si fuera una cualquiera – me señaló en una voz de víctima.
- Si, “amigos”. Llevas cinco meses en Chile y recién te apareces a ver a tu “mejor amigo”.

De duro y áspero pasé a claramente violento. Me comenzaba a desquitar por todos los años de frustraciones, de sentimientos inconclusos, de despedidas rápidas, de que se fuera y volviera cuando se le diera la maldita gana.

- ¿Qué cresta viniste hacer acá? , ¿Para qué volviste?, ¿por qué no te quedaste allá? – le señalé en forma vehemente- ¿Recuerdas la ultima vez que estuviste conmigo? Parece la misma escena, casi calcada. Seguramente vienes con otro drama de tu vida sentimental de mierda esperando consuelo en “felipito”. No más de lo mismo, por favor.

Su postura cambió radicalmente. Ahora comenzaba a acurrucarse sobre si misma. Se sentó tímidamente en el sillón que daba a una Av. Los Leones, vacía, como un día feriado. Ya no me miraba, miraba a la nada; escuchaba, pero no respondía; mi enfado iba en aumento. Observaba por la ventana fijamente, casi sin pestañear. Pero por más compasión que me producía su actitud, más me envalentonaba en abofetearla con los sentimientos callados por tantos años.

- Soy yo el que no te entiendo. Crees que estoy de juguete. Siempre el mismo cuento. ¿Quién es el objeto de tu problema hoy día? El médico, el actorcillo, el fotógrafo, el dueño de restoranes, el empresario trabajólico. ¿Quién, dime quién cresta es?
- No, nada eso – me dijo entre dientes. Por fin sacó apenas la voz mientras yo monopolizaba por completo el diálogo. Mas, no la dejé siquiera comenzar algún discurso de defensa
- ¡Déjame hablar ahora a mí!
Esta vez, la Ale ya tenía su cabeza gacha como reconociendo sus miles de errores en la vida…y los errores conmigo. De pronto vislumbré un puchero que anunciaba un inevitable llanto de congoja.

- No. La misma escenita de compasión, por favor, no. Ya sabes como terminan esos llantos. El colchón ya no da más, no le cambiado, y no pienso hacerlo hasta que alguna vez aprendas

Yo mismo me sorprendía como la virulencia de mi discurso estaba calando hondo en el corazón afligido de mi amiga, de la mujer que desde pendejo estaba enamorado. Era una manera de exorcizarla de sus trancas. En cierto modo también me estaba limpiando a mí también. La rabia acumulada durante esta semana alguien tenía que soportarla. Mala suerte, te tocó a ti Alejandra.
- ¿Quieres que te relate cómo la he pasado de mal pensando en una mina vanidosa que colecciona cachos como parejas?... ¿y como este pelotudo aguanta sus arranques de niñita problema?
- Pero, ¿por qué nunca me dijiste nada?
- ¡Cállate! ¿Acaso era necesario? Creo que tienes la suficiente inteligencia para no explicarte las cosas con manzanas. ¿O no? Parece que tu lóbulo afectivo está atrofiado, de otra manera no me explico como puedes ser tan ingenua en tus relaciones. Conozco tu largo catálogo de pololos y estoy seguro, pero seguro que de ninguno has sacado algo que valga la pena. ¿Quieres recorrer un poco tu historia? No te molestes en aportarme información; tu mamá me tiene bastante buena como para contarme en que pasos andas. El actor de la tele, ¿lo recuerdas?, ¿qué bueno sacaste de él?, ¿te lo recuerdo? Fue para la risa, todo Chile se enteró. “El nuevo amor de Jorge Zabaleta”, titulaba Las Ultimas Noticias y gran foto de la nueva estrella en primera plana. ¿Te acuerdas que casi pierdes la pega por eso? O el ingeniero aquel, ¡si, el Héctor no sé cuanto! Exitoso el tipo, buen auto, ideal para satisfacer tus gustos de reina, pero ¿qué pasó? Era narco y hasta te interrogaron los ratis. ¿Continúo con tu prontuario amoroso? – pregunté con ácida ironía. Respiré un poco, bebí algo de agua para lubricar el veneno bucal y proseguí. – El Alejandro, mira que vanidosa, engancharte con tu par masculino. Ese gallo creo que tenía una empresa de eventos y descubriste que era gay o bisexual cuando te lo llevaste a la cama por primera vez y se puso a llorar. Esa si que fue simpática. ¡Ah! Y el mejor de todos, el doctor aquel que era casado, si hasta pensabas que iba a dejar a su señora por ti. Pero hay más. Cuando me encontré contigo en el Alto Las Condes acompañada de un cincuentón. ¡Qué tipo! Y tan enamorada que estabas de él, pero después saliste con el hijo. ¿Quién te entiende? Y ¿qué hacías después de la decepción? ¡Magia! Descubrías que existía tu amigo Felipe, un poco de sexo y chao, hasta la próxima. ¡NO SÉ QUÉ MIERDA TIENES EN LA CABEZA!

La Ale aguantaba estoicamente cada una de mis palabras, sin embargo era una situación insana para cualquiera. Finalmente descargué toda mi ira en una frase que sabía que le atravesaría por completo. Preparé el diafragma, la miré fijamente acercando mi rostro a unos pocos centímetros del de ella y con el ceño fruncido le enrostré:
- ¡De qué mierda te sirve haber estudiado a Feuerbach y leer a todos esos alemanes lateros si todavía tienes a la Consuelo Aldunate como tu terapeuta!

Con eso la liquidé. Era un ataque directo a su conciencia, bastante rebuscado, pero sólo ella lo entendería, por eso lo dije. Podía decirle cualquier cosa, ofenderle cualquier aspecto de su vida, sin llegar a guardarme rencor; decirle que tal facha no le sentaba (lo que nunca ocurría) o que se veía gorda (lo que tampoco ocurría) pero jamás cuestionar su intelecto. En palabras bastante más elegantes le dije que era una tonta.
Con los ojos empapados de lágrimas contenidas, se puso de pie echándome a un lado con su brazo izquierdo. Tomó su cartera Louis Vuitton y de un feroz portazo culminó su visita dejando una estela de Carolina Herrera que inundó todo el apartamento.

Ya me calmé. La boca algo seca de tanto hablar, de tanto monólogo descargando rabia. Miro por el ventanal y la Ale se sube a su flamante Mini Cooper azul saliendo con toda prisa hacia quién sabe donde. Típico auto de mina taquilla. ¡Me carga que siempre ande en autos taquillas que me gustan!
Desde el cuarto piso la miro hacia abajo. No respeta el semáforo de la esquina. Tercera, cuarta, ¡quinta! en menos de 150 mts. Se va, ya se fue.
Nuevamente solo, para siempre. Como un pequeño diablillo aparece The Cure cantándome al oído:

“You, soft and only
you, lost and lonely
You strange as angels
Dancing inthe deepest oceans
Twisting in the water
You’re just like a dream.
Dayligth licked me into shape
I must have been asleep for days
and morning lips to breathe her name
I opened up myself alone
alone alone above a raging sea
that stole the only girl
I loved and drowned
Her deep inside of me
You, soft and only
You, lost and lonely
You, just like heaven”
(Tú, suave y solo tú, perdida y sola / Tú, extraña como los ángeles bailando en el océano más profundo/ dando vueltas en el agua como un sueño / La luz del día me lamió y me dio forma / debo haber dormido por días / y moviendo los labios para respirar su nombre / abrí mis ojos y me encontré solo, solo, solo sobre un mar enfurecido / que robó la única chica que amé y ahogó muy adentro mío / Tú, suave y sólo tú / tú, perdida y sola, tú / exactamente como el cielo)

Exactamente como el cielo. Ese cielo celestísimo de mayo, sin ninguna nube y un sol que no caliente, entume. ¿Que puede ser peor? La cabeza apostada en el vidrio mirando una calle vacía.
Soft and only, you lost and lonely, you just like heaven.
Ese día hubiera sido mejor no amanecer. Ya sin amigos, ahora me quedaba sin el amor platónico que alimentó gran parte de mi existencia.
Pero soy fuerte. Recuerdo, los chicos no lloran; reafirmo, ¡los hombres no lloran!
“I would say I’m sorry
If I thougth that it would
change your mind
but I know that this time
I’ ve said too much
been too unkind.
I try to laugh about it
Cover it all up with lies
I try and laugh about it
hiding the tears in my eyes
‘cause boys don’t cry
Boys Don’t Cry”
(Quisiera decir lo siento / si pensara que pudiera cambiar tu mente / pero sé que no es la ocasión / lo que he dicho ha sido demasiado duro / Intento reirme de él / pero todo lo cubre con sus mentiras / Yo intento y me río de él / escondiendo las lágrimas en mis ojos / por eso los chicos no lloran / los chicos no lloran)














Avanza toda la mitad de un reloj, o tal vez un poco más. Silencio implacable. Eterno. Cada anónimo detalle cotidiano ahora es protagonista principal: el ladrido del perro de la esquina, los pasos de los peatones, hasta el segundero provocaba eco en un departamento más solo que nunca.
De pronto, un impaciente golpeteo a la puerta interrumpió mi infeliz sosiego. Alguien quería botarla. Miro por el ojo mágico, está tapado. Abro.
- ¡Ale! – exclamé con sorpresa.
Jamás hubiese pensado que volvería después de todo lo que le dije.
- ¡¿Así que eso es lo que piensas?! – indicó apuntándome con el dedo en forma resulta y agresiva. Me dejó sin habla. – También tienes la culpa de que esta situación haya llegado hasta acá. ¿Crees que soy adivina?, ¿Acaso me tengo que imaginar que estás enamorado de mí? Las cosas hay que decirlas de frente. ¿Acaso no eres un Hombre? …
Abre los ojos, frunce el ceño, aprieta los labios.
- Felipe Antonio Solano Dupont, ¡E-R-E-S-U-N-C-O-B-A-R-D-E!

Los papeles se invirtieron drásticamente. De acusador a acusado. De acabronado solista, a resignado espectador.
Entró rápidamente como si fuera su casa y se instaló en el living cruzando las piernas sobre el sitial que me regaló Franco al titularme. Se sacó la chaqueta y con un rostro apretado comenzó a hablar y hablar, vociferar, alegar, y en esta ocasión si que me dejó callado.
Después de su largo discurso, me repitió, algo más suave:
- Felipe, eres un cobarde.

Después de un nuevo silencio, que ayudó a aliviar la atmósfera, le respondí:
- Si, soy cobarde. Tal vez tengas razón… ¿Ya te calmaste?
- No sé… Lo voy a pensar… Creo que sí – me dijo lanzando un suspiro.

Se sacó los botines. Siempre le gustaba estar descalza cuando se sentía a sus anchas. Se soltó el pelo y caminó hacia el baño. Volvió a los pocos minutos, se puso frente a mí levantando su mirada en unos pocos grados para igualar los 20 cm que nos diferencian en altura. Delicadamente colgó sus brazos sobre mis hombros y colocando su cara más dulce, me dijo:
- Nos podríamos haber ahorrado tantos años, tantos viajes y personajes inútiles si hubiésemos sido sinceros desde el principio.
- ¿Lo crees? – le respondí ya entregado a su juego

Después me besó…y no nos despegamos en el resto del día…ni durante toda la noche.





























Departamento, Sábado 10:00 hrs.

Hay días en que lo mejor es amanecer. Ese era uno de esos. Al diablo The Cure y toda esa mierda dark del New Wave y los New Romantics. Mejor The Beatles

Good day sunshine, good day sunshine, good day sunshine
I need to laugh and when the sun is out
I've got something I can laugh about
I feel good in a special way
I'm in love and it's a sunny day
(Buenos días sol resplandeciente, Buenos días sol resplandeciente, Buenos días sol resplandeciente / Yo necesito reírme y cuando el sol está fuera / he conseguido algo, puedo reirme / Me siento bien, de un modo especial / estoy enamorado y es un día soleado)

Un sol radiante, aunque sin calentar, ilumina, ¡eso es lo importante! Los rayos tímidamente se cuelan por la cortina tiñendo de asombroso brillo la cabellera castaña de la Ale. La escena es algo cursi, lo sé, como una historia de Corín Tellado, pero me da lo mismo. Primera vez despertando junto a ella, con una sonrisa de plena satisfacción por todo lo recientemente vivido. Por las cosas que nos dijimos, por la noche que pasamos. Era la primera vez que teníamos una tierna “sobremesa”. Abrió sus ojos. Cantaba una canción en alemán. A pesar de la dureza de esa lengua, parecía una tierna canción de cuna, de melodía dulce y amable. Alejandra tenía su cabeza sobre mi pecho y acariciaba suavemente mi rostro con el dedo índice, como dibujándolo, mientras yo miraba el techo blanco extasiado e imaginando la caricatura más colorida de los Banana Split.
Conversamos, hablamos, nos sinceramos, volcando cada uno sus proyectos, deseos, ambiciones, sueños.
Nos disponíamos a una mañanera, cuando nos interrumpió el timbre.
- ¿A quién esperas?
- A nadie. ¡A la chucha! Que espere.
- Calma, calma. Lo dejamos para después mejor.
- Debe ser el cartero con alguna cuenta.
- Total nos queda harto tiempo.
Me tomó los labios y me besó rápido
- Sí, harto tiempo – sonreí de manera cómplice.
- Ve abrir mientras me ducho. ¿Tienes acondicionador para cabello seco dañado enriquecido con Pantenol V?
- No pidas tonteras.

Me visto a medias para quedar al menos decentemente presentable ante la visita inoportuna. Voy hacia la puerta. Mi amigo Leonardo junto a su perro.
- ¡Buenos días, su señoría! – me saluda.
- Hola huevón, pasa. ¿Qué onda? ¿Y esta sorpresa?
- Dame tú la sorpresa. Te compro la carita que traes. Andas súper ojeroso, parece que anoche te tocó, compadre. ¿Quién fue la “víctima”? ¿Aún está acá? ¡Maestro! Campeón, campeón, campeón hay uno solo…
- Ya, Córtala, no seas loco.
- ¿Quién fue? cuenta, cuenta.
- ¿Quién es, Pipe? – grita Alejandra desde la ducha
- Un amigo – le respondo.
- Esa voz la conozco… - poniendo cara reflexiva - ¡La flaca Alejandra! La mina de toda tu vida. ¡Qué emoción! Quiero detalles. ¿Cómo fue? ¿cuántas fueron?... cuenta todo huevón, cuenta.
- No compadre, después, todo tranquilo, después habrá tiempo para hablar.
- ¡Master! Espero que ahora no te deje de nuevo
- No, parece que ahora es distinto.
- Y esta mina no andaba en Europa estudiando.
- Volvió… y ahora está en mi departamento. Bien, ¡ah! Oye, pensaba que después de lo de ayer ya nada. Que me había quedado sin amigos. Me imagino que los chiquillos no quieren ni verse.
- Algo por el estilo, pero… Sé que la situación no es fácil, pero creo que finalmente el Edu y el Zacky se dieron cuenta que fueron engañados y el día del partido sólo se descargaron. Le podría haber tocado a cualquiera. Te tocó a ti, mala suerte. Fíjate que ayer me di la lata de llamar a cada uno. Al final, no todo es tan malo.
- ¿Y, qué novedades hay? Pasa, siéntate. ¿Bebida, café o té?
- Bebida.
- ¿Coca o Bilz?
- Bilz. El Edu, igual está achacado y se va trabajar a La Serena. Le habían ofrecido hace un tiempo la pega, pero ahora aceptó.
- ¿La Serena?, entonces tenemos veraneo. Toma tu vaso.
- Gracias. El Nacho… tú sabes que no se hace problema por nada, y que le gustan las péndex. Conoció a una mina en una fiesta electrónica y se la lleva a Viña por el fin de semana.
- Ja, ja. Creo que la conozco
- ¿De dónde?
- Es otra historia. ¿Y el Zacky?…
- ¡El Zacky! ... Con la Vero obviamente se fue todo a la cresta. Va a tomar unos cursos en España, hasta septiembre u octubre.
- La Vero... Nunca me lo podría haber imaginado.
- Maraca de mierda. No se merece otro apelativo.
- En realidad la cagó.
- Te juro que si me la encuentro le saco la cresta. Aunque sea mujer, me la lo mismo.
- Y al final yo era el único que no sabía que el Zacky andaba con ella.
- Yo sabía, el Nacho también, pero no lo habíamos comentado. No sé por qué. Está rica la Bilz. Pero nadie tenía idea que rondaba nuevamente al Eduardo.
- ¿Y el Leo?
- Leonardo… yo, amigazo, me voy a vivir con la Natalia.
- ¡¿No?! Pero ¡qué bien! Felicitaciones. Por fin una decisión atinada y así dejas ese sucucho.
- Más respeto, es mi hogar, a mucha honra.
- Y ¿que te dio?
- Me dio simplemente.
- Y la agencia. Conversé anoche con don Ricardo. Es muy buena onda el viejo. Me voy de la agencia.
- No te creo.
- Si, me voy.
- Y ¿de qué vas a vivir?
- Me independizo.
- Y, ¿con qué plata?
- Así como me ves. Empelota. De algún culo saldrá la plata. No me importa, lo que venga. Voy a trabajar con la Natalia en su estudio.
- Pero necesitas plata, recuerda que tienes tres niños.
- Plata hay. Todo se puede amigo, todo se puede. Hay que lanzarse.
- Pero ¿qué dijo don Ricardo?
- Me apoyó y me dijo que por unos meses no me preocupara. Que levantara el negocio con la Natalia y él se pone con los niños.
- No puedes ser tan patudo.
- No, si lo sé. Pero mi viejo me va a ayudar. Vendió unas tierras y podemos vivir tranquilos un tiempo.
- Y ¿la loca de tu ex?
- La Maca no tiene arreglo… ¿Qué pasa, Felipe? ... ¿Por qué esa cara?
- …¡Nada!, sólo pienso... Decisiones tan rápidas, tan importantes y tomadas tan de repente. Es extraño.
- Así tiene que ser. De otra manera las cosas se postergarían eternamente.
- Tienes razón. Parece que sobrio razonas mejor. ¿Y el perro?
- El perrito… te lo traigo. En el departamento de la Natalia no dejan tener mascotas y pensé que tal vez lo querrías. ¿Te tinca?
- Ya. Hace tiempo que no tengo mascota. Lo último eran unas tortugas de agua.
- ¿Tortugas de agua?, como tan perno. Entonces cero rollo con el perro.
- Ningún problema, yo encantado.
- No creo que me eche de menos, ni siquiera lo bauticé.
- ¿Tiene alguna vacuna?
- Ni idea.
- Ya, vale.
- Ahora me voy porque parece que molesto.
- Okay, te llamo. Oye, y ¿cuando te cambias?
- Ahora estoy en eso. La Natalia se anda consiguiendo una camioneta.
- Ocupa mi auto. Es bien grande y con las cuatro porquerías que tienes no necesitas más.
- Tienes razón. Te llamo más tarde.
- Llévatelo al tiro si quieres. Acá están las llaves. No creo que lo ocupe el resto del día. Tengo otras “cosas” más importantes que hacer.
- Me imagino. Te lo agradezco. Toma el perro. Ya amigazo, me voy. Chao perro. Chao loco, suerte
- Chao.
- Oye, una por el Leo.
- Olvídalo. Lo que menos hago es pensar en vo’. Chao. Me tienes que invitar al departamento nuevo.
- Serás el primer invitado de honor. ¡Ah! Me encanta la Bilz. Gracias acá está el vaso. Adiós.
- Chao

A los segundos de despedir a mi amigo, la Ale salió del baño envuelta en una nube de vapor. Se paseaba descalza en dirección a la cocina mientras se secaba el pelo. Estaba vestida con una de mis poleras blancas, una nueva que obviamente le quedaba grande, y tan sexy. La polera decía VIVA. Era muy sencilla. La compré por esa palabra. Algo positivo que elevara el ánimo cuando todo se ponía negro, como ayer, pero hoy VIVA cobra pleno sentido.
- ¡Qué bonito el perrito! – exclamó acariciándolo.- Mi tía Kathy tenía un Bulldog con el que jugaba en su casa de Rengo cuando era chica. Me encantan los animales.
Abre el refrigerador hurgueteando las existencias
- Me lo vino a dejar el Leo. ¿Te acuerdas del Leo?
- ¿El de la agencia?
- Sí, el también se acordaba de ti
- Mantequilla, jamón, mermelada. ¿Tienes leche descremada?... Acá está. ¿Desde cuando compras Svelty?
- Por algo hay que empezar. Mira la ponchera.
- No exageres. Te mantienes bien. ¿Le doy leche al perro?
- Sí, pero no Svelty, no creo que ande pensando en cuidar la línea. En el mueble tengo una caja Soprole.
- Mira, si es tan lindo el cachorrito. Debe tener unos dos meses. Tenemos que ir al súper más tarde.
- ¿Para qué? Hay de todo
- Falta comida para perros, y también un vino. Esto hay que celebrarlo.
- ¿La llegada del perro?
- ¡Ay! Hombres, hombres.

Alejandra se apoya en el mueble de la cocina mientras bebe un vaso de Svelty. Se peina el pelo húmedo con los dedos, ladeando su cabeza y tomándose el cuello. Yo simplemente la miro. Sólo vestida con mi polera dejando sus piernas al aire. Se ve fantástica, radiante. Me lanza un beso. Inclina el vaso hacia su boca. Con los labios algo blancos me pregunta:
- ¿Qué vamos hacer hoy día?
- Lo mismo que hicimos ayer – le respondo
- ¡Fresco! – riendo. - Bueno, pero hay tiempo para hacer algo más.

Estaba algo extrañado por la situación. La Ale actuaba como si estuviera en su casa disponiendo las cosas que hacer y que comprar. No me molestaba en lo más mínimo, por el contrario, lo encontraba fascinante.
- ¿Cómo se llama el perro?
No atinaba a articular palabra. Sólo miraba, observaba a la Ale. Tan linda, tan única, y tal vez, por algún tiempo más, tan mía.
- Felipe, ¿Qué pasa? – me pregunta extrañada por mi silencio.

Yo seguía pensando. Existiendo. Es más, pienso, siento, luego existo. (Te equivocaste Descartes).
- Podría llamarse Boby, Capitán o… ¡Emperador! como el gato de mi hermana. Felipe, no me tomes el pelo. ¿Cómo se llama el perro? – insiste.
Continuaba con mi mente en estado alfa. En dos lugares distintos, ahí y en los recuerdos de mi vida, en mi familia, en mis amigos. Recuerdo las enseñanzas de vida de Franco, el programa de mi mamá que lo emiten en un par de horas, y mi padre que quizás en qué parte de Europa se encuentra con su nueva señora sueca. Y los muchachos. ¡Qué amigazos tengo! A pesar de todo son parte de mi historia y seguramente seguiremos haciendo “nuestra” historia y nos volveremos a encontrar. Pienso en mí también. Sí, yo, el burro primero. Felipe, no puedes quejarte, estás contento y la vida siempre sonríe aunque quieras ver las cosas de otro modo. ¿Y el Edu? Eduardo, recuerda que siempre te he agradecido que me hayas enseñado a fumar pipa, uno de los placeres compartidos más bellos que he disfrutado, y eso perdona todas tus contradictorias actitudes. Leonardo, creo que contigo he aprendido a salir adelante y ver de cerca los dramas más terribles de una vida acelerada; nunca pude darte la solución, pero lo importante es que siempre me sentiste como un gran apoyo, como el otro día cuando te llevé borracho a tu departamento. Ignacio, amigo del alma, con tus cables pelados y tu manera de ser tan simple, te admiro y te lo he dicho varias veces. Zacky, eres el más descarriado, el más enigmático, sin embargo ese mochileo a la Carretera Austral fue una experiencia fantástica.
Todo el embrollo mental del día anterior había sido inútil. Ver las cosas más negras de lo que realmente son, no vale la pena. Mis amigos están y estarán ahí y tal vez sólo hay un pequeño cambio de escenografía y algún personaje nuevo. Está al frente mío. Alejandra eres el nuevo personaje. Quizás no sabes pero tienes un papel importante en lo que se me viene adelante.
El animal mueve la cola y comienza a ladrar buscando algo de atención. Se le nota contento.
Es sábado, pero pienso en Friday I’m in love. Lo puedo cambiar. No creo que Smith se enoje.
I don't care if Monday's blue
Tuesday's grey and Wednesday too
Thursday I don't care about you
It's saturday I'm in love
(No me importa si el lunes es triste / El martes gris y el miércoles también / El jueves no me importas /
Es sábado y estoy enamorado)

La Ale insiste con el nombre del perro, ya algo cansada. Se mantiene ahí con una hermosa cara de pregunta. Medio flacuchenta, medio plana, pero es simplemente ella, ¡eso es lo importante! Parecía la mejor rima de Bécquer, el verso más cándido de Nerval, la metáfora más alucinante de Dickison o la prosa más encantadora de Libez.
- Ya me estoy enojando. ¡Cómo se llama el perro!

Dejo de cavilar. Me reflejo en la puerta del horno empotrado en el mueble a un costado de la Ale. Pienso: es la misma expresión cuando Franco me regaló Uncle Tom’s Cabin. El futuro cercano se ve bien, muy bien. No hay que estar triste. La miro fijamente, adopto una postura marcial, sonrío y con una voz resuelta y firme le digo:
- ¡Se llama FELIZ!

Sometimes there’s nothing to feel / Sometimes there’s nothing to hold
Sometimes there’s no time to run away / Sometimes you just feel so old
The times it hurts when you cry/ The times it hurts just to breathe
And then it seems like there’s no-one left / And all you want is to sleep
Fight fight fight / Just push it away
Fight fight fight / Just push it until it breaks
Fight fight fight / Don’t cry at the pain
Fight fight fight / Or watch youself burn again
Fight fight fight / Don’t howl like a dog
Fight fight fight / Just fill up the sky
Fight fight fight / Fight til you drop
Fight fight fight / And never never never stop
Fight fight fight / Fight fight fight
So when the hurting stars / And when the nightmares begin
Remember You can fill up the sky
You don’t have to give in / You don’t have to give in
Never give in / Never give in
Never give in

Fight, The Cure


(A veces no hay nada que sentir/ a veces no hay nada para sostener / A veces no hay tiempo como para huir
a veces simplemente te sientes viejo / Las veces en que duele cuando lloras/ las veces en que duele apenas respirar / Y luego parece que no hay nadie/ y todo lo que quieres es dormir
Lucha, lucha, lucha/ Simplemente empujando afuera
Lucha, lucha, lucha / simplemente empujando hasta que se rompa
Lucha, lucha, lucha / no aúlles como un perro
Lucha, lucha, lucha / sólo llena el cielo
Lucha, lucha, lucha / y nunca, nunca, nunca te detengas
Lucha, lucha, lucha / Lucha, lucha, lucha
Así que cuando el dolor comienza/ y las pesadillas llegan / Recuerda que puedes llenar el cielo/
no tienes que entregarte
Nunca te entregues, Nunca te entregues,
Nunca te entregues)





Texto agregado el 28-08-2005, y leído por 485 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-08-2005 Excelente, después de leerlo salgo con fuerza a librar mis luchas. 5* matteos
 
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