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Hay días en los que el paso del tiempo es más cercano a todos nosotros. Son esos días que amanecen con un recuerdo de fechas pasadas y nos hacen estar nostálgicos todo el día. De pronto aparece la playa, el agua nos baña los pies y sentimos como un escalofrío nos recorre el cuerpo aunque ya hayamos llegado a la oficina y los calcetines nos aprieten mas de lo normal. O mejor aun, nos dan la mano y clavamos la vista en el suelo sin saber que hacer o decir ahora porque es demasiado importante este momento para estropearlo y eso que estamos pensando en como robar un beso, el primero…
Si, son recuerdos que nos vienen a la memoria esos días en los que sentimos de verdad que el tiempo esta pasando. La única pena es que solemos arrepentirnos de no haberlos aprovechado porque según envejecemos creemos que si volviéramos a vivirlos sabríamos como hacer todas las cosas mejor, y no nos damos cuenta de que es hoy cuando tendríamos que empezar a vivir.
Pero esos días tienen un olor especial. Huelen a todos los recuerdos que tenemos almacenados en la memoria y que solo aparecen cuando el cerebro se confabula contra nosotros ( estará melancólico también) y decide que es tiempo de retroceder y no seguir adelante. Creo que la ultima vez que me paso esto olía a tarta de mantequilla que mi madre solía hacer por mi cumpleaños. Veo la cocina un poco borrosa pero se adivinan todos los detalles – yo la conozco y para mí es más fácil –, las piernas de mi madre, y un delantal que le cuelga por delante. Esta con un cuenco en las manos y una cuchara batiendo la mantequilla – supongo, porque nunca supe la receta – cuando se vuelve, me mira y me dice muchas felicidades ven que te doy un beso. Y el beso no sabe a mujer, huele como al niño pequeño que yo soy y me gusta, es diferente a todos los besos dados y recibidos después. Luego me quedo un rato mirándola, ella sigue batiendo, me doy media vuelta y vuelvo a mi cuarto a jugar. Esto me hace desear ser otra vez pequeño y en un momento aparecen delante de mi miles de segundos de mi vida que según han venido se desvanecen… y me vuelvo a encontrar en el presente.

Carlos cogió la cuchara y dio con ella dos vueltas mas al café. El azúcar no se había disuelto todavía y raspaba en el fondo de la taza. Levanto la vista para ver como Virginia bajaba su mirada y también daba vueltas al café. Ajenos al ajetreo que les rodeaba, guardaban silencio.

Mira, Virginia, hoy es uno de esos días. Al levantarme he tenido un sentimiento diferente y mientras me duchaba media vida ha pasado por delante de mis ojos. Ha sido grato encontrarme con los viejos amigos pero también muy duro. No me quedan mas de diez o doce años de vida y no quisiera seguir desaprovechándolos. Entiendo que te sorprendas, llevamos mas de cuarenta años casados pero hasta hoy no tuve el valor de contarte como mi vida se escapaba como las gotas de agua de la ducha. Hace muchos años tuve intención de contártelo pero con el nacimiento de Andrés pensé que podría replantearme todo. No fue así como puedes ver. Nos hemos dedicado los mejores años de nuestra vida así que no creo que por esa parte tengas queja. Solo quiero que sepas que efectivamente si volviera a nacer no me casaría contigo.

Carlos extrajo de su bolsillo una browming calibre 25 y la mantuvo debajo de la mesa. Necesitaba valor para acabar con todo esto, pero también serenidad. Se imagino la entrada de la bala en la frente, a quemarropa. Sentiría como la bala rompía fácilmente la piel después el cráneo y se iría abriendo paso a través del cerebro mientras este no acertaba a comprender que estaba pasando. Posiblemente todavía tendría tiempo de volver a pasar todas las imágenes vividas aunque a gran velocidad. Finalmente destrozaría todos los capilares sanguíneos y trataría de salir rompiendo la parte posterior del cráneo. Por donde era una lotería, después de atravesar el cerebro y con un calibre tan bajo incluso podría quedarse dentro. Si saliera esperaba que nadie se encontrara con ella en el corto camino que recorrería.

Volvió a mirar a Virginia y se dió cuenta de que había encontrado el valor que le faltaba. La miró fijamente a los ojos y luego siguió lentamente hasta su frente. Apretó la mano que sujetaba la pistola debajo de la mesa y la levanto sin prisa. Ella tuvo tiempo de observar que él llevaba algo negro en la mano pero no pudo saberlo. Antes de adivinar que pasaba, Carlos levantó la mano, amartilló el arma, la miró otra vez, giró la mano hacia sí mismo, se la apoyó en la frente y disparó.

Texto agregado el 23-09-2005, y leído por 86 visitantes. (0 votos)


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