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Cuando la planta de sus pies perdió contacto con el cemento gris, ella ya tenía los ojos cerrados. La sangre comenzó a circular más deprisa y los latidos también se aceleraron.
Sin embargo no había temor en ella; sentía por alguna razón que estaba siendo cuidada.
Los orificios nasales se abrieron grandes para dejar entrar la libertad que estaba suspendida en el aire. Se excitó un poco al sentirla; la inundaba con el viento que el entraba por el escote de la remera, que le revolvía el pelo, le azotaba la cara y le enfriaba los dedos de los pies.
Un escalofrío le recorrió la médula. También le gustó. El temblor era dulce.
Se dio cuenta que la levedad la había tomado por completa y flotaba como una pluma en el aire como una pluma en el aire. Volaba. Un cosquilleo le recorrió las piernas. Sintió que la acariciaban unas manos como de alas frías.
Abrió la boca y la libertad seguía entrando. Soltó un gemido en susurro que se perdió con el viento. Sus párpados permanecían cerrados, pero de haber estado abiertos ella tampoco habría visto nada; las caricias que empezaban a subir por sus piernas la entumecían y cegaban.
El viento había levantado su pollera corta y esas manos, ¿eran manos? no, pero ella no podía pensar en eso; ni en eso ni en nada. La sangre enloquecía; las manos recorrían su cuerpo. Todo. Hedónicos espasmos cíclicos.
Su boca se impregnó de un sabor dulce y sonidos que no eran humanos empezaron a salir de ella. Mientras el viento la despeinaba, ella ronroneaba suave pero incontrolablemente. No podía pensar ni detenerse. No quería pensar ni detenerse.
Su respiración entrecortada y ruidosa se aceleraba con el contacto de esas manos mágicas que ahora jugaban debajo de su remera.
Otra vez el viento frío le pegaba con fuerza en la cara, pero su piel ardía. No pensó en ningún momento en lo que la había llevado hasta ese lugar. La tristeza, la soledad y el dolor, como si nunca hubiesen existido, no irrumpieron en sus pensamientos ni siquiera un instante.
Se entregó, libre, como ahora era, a esa supremacía desmesurada que la poseía; que la mataba para hacerla renacer y luego otra vez morir, en un eterno retorno fuera de tiempo.
Cuando por fin la divina fuerza entró en ella, de sus entrañas brotó un grito que pudo haber sido confundido con desesperación, pero que era la conjunción de todas las tormentas en sus venas y el alcance de un nirvana que introdujo el universo entero en su leve ser.
Demasiado inmenso fue este para su frágil cuerpo mortal. Su corazón, al sucumbir en ese abismo de placer, explotó una milésima de segundo antes de reventarse contra la vereda.
Nadie se dio cuenta. El desangramiento fue atribuido a la caída.
Los vecinos tampoco notaron que desde el cielo se escuchó un risa lejana cuando alguien preguntó como era posible que el cuerpo de la chica que hacía una hora se había tirado del vigésimo piso, todavía estuviera caliente.

Texto agregado el 23-09-2005, y leído por 181 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
20-12-2005 deja sin palabras....hermoso, no se, de verdad no se.... raky_
10-10-2005 Me ha gustado mucho, es una manera muy poética de tratar algo tan terrible como un suicidio astarte
26-09-2005 MUY BUENO ***** lagunita
25-09-2005 genial, simplemente genial,fantastico, muymuy bueno, te doy mis ********** j_pablo
23-09-2005 está bueno tu texto. naixem
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