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Se siente, se siente...

Había un lejano y pequeño reino situado entre mar y cordillera cuyo territorio se asemejaba a una serpiente venenosa. En las postrimerías del segundo milenio llegaron a sus nobles valles los ansiados vientos de cambio que algún vidente había vaticinado tiempo atrás y comenzaron a proliferar desde entonces algunos personajes enigmáticos y anodinos, pequeños felinos churretes y complacidos, que, con complejos de grandeza y pretensiones tigrescas vinieron en llamar a los perplejos vasallos de esa loca geografía con un apelativo más agresivo y de mayor significancia: el de JAGUARES.
En este reino de pacotilla, las autoridades políticas e integrantes de la corte palaciega, que dirigían los destinos de la patria, manipulados por el soberbio dedo de hierro de Su Majestad, no representaban a ninguno de sus súbditos, habían perdido toda credibilidad ante la plebe. La mayoría de los representantes elegidos alguna vez por el escrutinio público tan inconstante o acomodaticio, tenían convertido el país en una verdadera casa de putas. Muchos de ellos eran pedófilos, curiosamente los representantes de la Alianza Cristiana (Quizás siguiendo las palabras de Jesús: “Dejad que los niños vengan a Mí”), casi la totalidad eran ladrones, es decir, practicaban el latrocinio a destajo pero amparados por unas leyes hechas a su medida, algunos eran drogadictos (que no es lo mismo que dogmáticos, democráticos o demagógicos), otro número no menor era decididamente gay, promotores de la “apertura total”, eran la bancada rosa del hemiciclo. Y hemos dejado ex profeso para el último a los alcohólicos que eran la gran mayoría, bebedores sociales, como se justificaban a sí mismo los lindos (bebían Whisky, champaña y vinos de exportación) Claro, se daban la gran vida a costa de los impuestos que le esquilmaban a los pobres trabajadores, al pobre obrero, al pobre torreja, al pelafustán que trabajaba como temporero codo a codo con el famélico universitario que aun no egresaba de su carrera pero ya estaba encalillado de por vida, con los impuestos que pagaba todo ese huevonaje pisoteado, a quienes apenas le alcanzaba para mandarse una chupilca toda cagada o un par de litros de vino bigoteado, haciendo cuchas. Estos notables hombres, insignes personajes de aquella vapuleada nación, productora y exportadora de un metal cobrizo, peces anaranjados y uvas envenenadas, contaban con altos ingresos y otros ítems para gastos de representación, con eso le pagaban al chofer, a las secretarias y a una que otra amante circunstancial, que vendía muy caro sus favores lenguísticos. Alcanzaba además, pagando el sueldo mínimo naturalmente, y ojalá haciéndose los huevones con las imposiciones, para explotar a una nana morenita proveniente de un reino altiplánico, que debía soportar con estoicismo a una jauría de rubios despreciables y malcriados, ya que esta gente de bien, con vocación de servicio público, suele engendrar muchas alimañas de naturaleza indómita pero de alto C.I. (toman leche con cereales todos los días) Y, si sobraban unos pesos, contrataban a un jardinero desnutrido, al que llamaban “hombrecito”, y quién, para que no lo despidieran (tienes que proteger tu fuente laboral pos hombre, el trabajo te dignifica, le decían), tenía que hacer, cagado de la risa, los mandados, lavar los tres autos y limpiar la piscina, despreciando el hambre, que le atenazaba el estómago, porque era hijo del rigor. (Es tan bueno el patrón mijita, que le daré encantado mi voto en las próximas elecciones, mira me regaló esta camisa casi nueva, está manchada con vino tinto y salpicaduras de asado, pero es de marca ¿Ves el cocodrilo chiquitito que tiene bordado?).
Recibían por su alta investidura estos honorables huevastristes, además de todo lo anterior, pasajes gratis en avión para desplazarse en clase ejecutiva a lo largo del reino de la fantasía, cuando visitaban sus distritos. Y lo que viene a continuación, por lo contraproducente, llega a ser tragicómico; por un decreto ley, poseían una credencial que les permitía el acceso libre a todos los estadios de la nación, donde algunos nativos llevaban años practicando el fútbol (pasión de multitudes), sin aprenderlo, sin poder dominar ese juego colectivo, que en síntesis consiste en meter un balón de cuero inflado, a punta de coces o cabezadas, en la valla contraria, arte conocido como gol (golazo, si su consecución es extraordinaria), Bueno, por lo mismo, el equipo conocido como selección nacional, generalmente era eliminado de los torneos inter-reinos. Pero retomando la apacible y regalada vida de nuestros congresales, incluso dicen que les entregaban subrepticiamente unos bonos con raspe (les podía salir “vale otro”), para canjear sámbuches de potito que vendían unas viejas cazcarrientas a la salida de los recintos deportivos. (algunos comen hasta mierda si es gratis, pero eso es en general, no enlodemos injustamente a los políticos) El único ejercicio que practicaba esta raza superior era correr. Sí, bien digo, correr de banquete en banquete, de recepción en recepción, por eso su bajeza, tanto en escrúpulos, instintos y proceder, como por sus hábitos despreciables y reñidos con la moral, se contraponía ostensiblemente con el único valor que los enaltecía, que los hermanaba a todos por igual: sus elevados índices de colesterol.
Se caracterizaban ellos y ellas por andar muy bien trajeados, impecables, distinguidos, lucían exquisitas telas, tenían sus modistos favoritos, fletos de la alta costura que los vestían a la última moda, (los ancianos sastres esperaban la muerte apestando a naftalina) Ellos no compraban en las liquidaciones de las grandes tiendas a tres meses precio contado como la mayoría de los pobres diablos, o en diferido, como lo hacían los paupérrimos tirando a indigentes. “Llévelo ahora y comience a pagar en seis meses más”. (Qué buena onda vieja, decían los paupérrimos, aprovechemos de llevar unas pocas pilchas) Nadie podía leer las letras microscópicas que venía después de la palabra “más”. Con una potente lupa hubieran descifrado el misterio doloroso, decía: “los intereses astronómicos que les vamos a aplicar por ser unos seres tan pobres, despreciables y estúpidos”. Dejemos de lado al pueblo, el mismo que unido jamás será vencido, dicen, y recobremos el hilo conductor de la historia desde las suaves manos de un modisto amariconado. La mayoría de los ilustres usaban corbatas de seda italiana y ellas, tan bien peinaditas y bronceaditas en el solarium, cubrían sus ensortijadas vergüenzas con churrines de la misma tela vip o top, con vuelitos muy sexis, semi transparentes, pero a la larga terminaban igual de cagados que los de nylon tres por mil que usaban las viejas guachucheras, unos en la lavadora automática con restos de caviar, otros remojando una semana entera en la artesa para disolver los estragos de la ultima porotada.
La dieta parlamentaria, la fijaban ellos mismos a puertas cerradas, con diligencia y celeridad y celebraban el consenso unánime con demostraciones de auténtico júbilo. Con esos milloncitos acordados les alcanzaba para sobrevivir modestamente, incluso se permitían pequeños lujos: como tener, mínimo, tres automóviles, como ya se dejó advertir (en la parte del jardinero explotado), pero uno de ellos tenía que ser del año (no podían ser tan ordinarios, dignifiquémonos poh hombre) Poseían, fruto de su agotador trabajo y de los esfuerzos de toda una vida, una fastuosa mansión en algún condominio de un sector residencial exclusivo. Tenían “criadas”, estaban de moda las extranjeras (salían más baratas) Contaban con su guapa piscina, sauna y jacuzzi y naturalmente con una “cabañita”, así llamaban a la otra mansión que tenían en la playa. También les había alcanzado con sus ahorros para adquirir un fundito en el sur, “poquita cosa” decían ( 500 hectáreas más menos, pero lo chori ¿te fijai?, es que el campo está al lado de un lago inmenso).
En la temporada de nieve eran asiduos visitantes de los centros invernales y esquiaban como verdaderos expertos con sus rostros bronceados y risueños. Por las noches bebían whisky frente a la gran chimenea, con los gastos de representación y una fingida condescendencia. En las vacaciones de verano escapaban del reino de la mediocridad y se iban al extranjero: “Este año nos prometiste que nos llevarías a las Europas Francisco Javier”, le recordaba con voz ronca y aguardentosa una mujer con cara de zombie a uno de ellos, una rucia recauchada de apellido rancio, sin mucho juicio ni educación, copropietaria con otra yegua de una boutique, egresada de las monjas francesas, madre de siete energúmenos.
En ese pequeño reino culebrero, los jóvenes estaban desencantados de la clase política y se negaban sistemáticamente a inscribirse en los registros electorales. No querían ser partícipes de esa putrefacción generalizada. Renegaban con rabiosos actos de indiferencia a toda esa inmundicia, de toda esa corrupción e inequidad.
Estos jóvenes idealistas, librepensadores, comprometidos con un verdadero cambio social, estaban asqueados con sus viejos estandartes de corbatas italianas, esos viejos de mierda anquilosados en los escaños del hemiciclo, con su culo gordo lleno de almorranas, que no los representaban para nada, que sólo representaban sus propios y oscuros intereses, que amasaban día a día su fortuna y sacaban cuentas optimistas para el futuro, cagándose en el resto de sus “conciudadanos”.
Ante la proximidad de los nuevos comicios, fueron estos jóvenes visionarios, los instigadores, los propiciadores de una idea revolucionaria que nació como una humorada y que pretendía expresar en las urnas todo su malestar, todo su descontento, su asco. Deseaban manifestar de forma enérgica y categórica su voto de rechazo al sistema, de forma vehemente, participativa y comprometida, pero absolutamente pacífica. Iniciaron su lenta, su silenciosa campaña, pero se valieron de toda la tecnología que estuvo a su alcance. Plantearon sus puntos de vista nada menos que por Internet en un acto de proselitismo nunca antes visto, con un interés inusitado, con una convocatoria asombrosa y multitudinaria, fueron ganando día a día miles de adeptos convencidos, promotores y multiplicadores de la buena nueva. El acto reivindicativo se sustentaba en algo muy simple, pedían a todos los ciudadanos libres del reino que anularan su voto en las próximas elecciones. La única exigencia que promovían era que en vez de la raya que esperaban los angurrientos candidatos, el lápiz de grafito imitara la famosa firma de Walt Disney, aquel mítico autógrafo aprendido en el colegio, que representa en breves trazos un rústico pene, donde la W venían siendo las bolas y la D, el glande. También sugerían a los más exaltados o a los más defraudados con el sistema, que pusieran simplemente en el voto las cuatro letras de la musical y penetrante palabra “PICO”.
La firma del creador del ratón Mickey y el vocablo PICO eran derivaciones de un símbolo fálico común, significaban lo mismo. Por lo tanto, de un modo se orientaba a los sufragantes a bosquejar artísticamente en el voto la verga Waltdisneyca, en caso contrario, se les instaba a escribir sin pudor ni remordimiento el apelativo común y generalizado, conque se ha denostado hasta el hartazgo al manoseado miembro viril, que no obstante sus detractores y la frigidez de la moral cartuchona, se ha levantado, altivo y orgulloso, una y otra vez.
La solicitud de estos jóvenes idealistas, llegó por Internet a todos los hogares del reino, incluso hasta las escuelitas rurales que funcionaban en apartados villorrios, por un enlace satelital llamado REDES. Al ver el facsímil de la firma callampuda que se sugería, los pequeños pastorcillos se obraban de la risa.
Antes de las elecciones no se hablaba de otro tema. El pico andaba circulando de boca en boca. Existía inquietud, una cierta preocupación en las altas esferas gubernamentales y en el castillo del soberbio rey, especialmente. Era una broma de pésimo gusto, comentaban preocupados los ministros de la corte, de un grupo de anarquistas, de vagos reaccionarios, de idiotas disidentes, claro, pero si se hiciera realidad el día de las elecciones desataría una hecatombe de proporciones y ahora con esto de la globalización y la deuda externa, chamimadre.
El único objetivo de la campaña silenciosa pero morrocotuda de estos jóvenes idealistas, que en vez de bromistas podríamos llamar con toda propiedad “pichuleros”, no era otro que el de expresar su malestar, su sentir: “Que en vez del voto que pedían los políticos de mierda para seguir robando a manos llenas, se les diera a cambio y bien merecido que lo tenían, un simbólico pedazo de pico”. Es decir, también se les estaba diciendo de una forma poco ortodoxa pero bastante categórica que todos los políticos valían una soberana CALLAMPA. Bella metáfora.

Las agencias noticiosas internacionales no daban crédito a las informaciones que llegaban a sus salas de redacción a través de los últimos cómputos oficiales (Tuvieron que reconocerlo, tras largo conciliábulo, por el bien de la nación y de la historia, que no perdona)
El resultado de los comicios dio la vuelta al mundo en 80 minutos, causando primero gran asombro y revuelo, luego perplejidad y franca hilaridad, más tarde. Lo cierto es que hubo un solo, indiscutido y merecido ganador en aquellas elecciones libres y democráticas, candidato que a pesar de no estar inscrito, salió muy bien parado, erecto y electo por amplia mayoría.
(UPI) “Histórica lección a políticos en nación tercermundista, querían votos y a cambio recibieron millones de picos”
(REUTER) El PICO (¿Nace un nuevo partido político?), arrasó en las últimas elecciones de pequeño país de jaguares tiñosos y piojentos.
(ANSA) “El único ganador en elecciones de un lejano reino fue el PICO”. Triunfó ampliamente en las urnas, con el apoyo abrumador del voto femenino.
(TAS) “El PICO fue imbatible entre mar y cordillera” (¡Grande PICO!)
(PIXAR) “Walt Disney “Penó” literalmente en elecciones de país subdesarrollado.

Y en el diario popular del pequeño país, llamado La Séptima, apareció en la portada y a grandes caracteres la fotografía de un ídolo de madera representativo de esa etnia semi salvaje, conocido como “Indio Pícaro”, luciendo una sonrisa desvergonzada y satisfecha, enarbolando un desproporcionado pene erecto de pino labrado. Al pie de la página se consignaba alegóricamente:
“¡¡ SE SIENTE, SE SIENTE... EL PICO PRESIDENTE!!

Iván Espinoza Riesco

POST SCRIPTUM: Por favor divulga esta grotesca ficción entre tus amigos. En una de esas ¿Quién sabe?

Texto agregado el 11-10-2005, y leído por 183 visitantes. (0 votos)


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