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Un día, un pájaro se posó en mi ventana. En el rellano de esta misma, junto a las macetas que contenían las marchitas plantas, asesinadas por el descuido y la pereza. Era un pájaro, en apariencia normal, aunque dudo que realmente lo fuese. Se quedó allí largo tiempo quieto, mirándome con sus pequeños ojos oscuros y fríos. Estuvo allí durante al menos una hora, sin ni siquiera abrir el pico. Luego se fue.
Al día siguiente sucedió exactamente lo mismo, se posó en el mismo lugar y a la misma hora. Era el mismo pájaro, sabía que era el mismo. Esos ojos inexpresivos... Fue muy puntual, tanto a la hora de llegar como de marcharse. Si la otra vez no me había fijado bien en los detalles del animal, ahora sí que podía apreciar con grande detalle y detenimiento los tonos negros y grises mezclados en el plumaje, tenía el vientre de un rojo intenso y los ojos negros, siempre negros e inexpresivos...
Llevaba viniendo a mi ventana más de dos semanas sin fallarme un solo día. Lo encontraba algo gracioso, mis amigos y compañeros del trabajo también, disfrutaban cada vez que les contaba la rutina del misterioso pájaro. Las visitas del pájaro me llenaban de vitalidad, de vigor y energía, síntomas de una enfermedad que nunca antes había pasado, mi vida siempre tan triste y tan llena de penosos acontecimientos... El accidente y la muerte de mis padres y mis dos hermanos... mi única familia ya no estaba junto a mí. Mis amigos, que además eran pocos y no muy buenos, no me llenaban del afecto que tanto necesitaba. La compañía de aquel diminuto animalillo me sentaba bien, era como un azote de aire fresco y puro. Un día, después de dos meses de continua visita, no apareció. Entonces empecé a enfermar, perdí los pocos amigos que me quedaban y me despidieron del trabajo por exceso de personal, reducción de plantilla. No tenía a nadie que cuidase de mí y la enfermedad llegó a unos límites en los que ni tan solo yo podía moverme para satisfacer mis necesidades más básicas. Cuando ya notaba que la muerte se acercaba en mi busca, la ventana se abrió, agitada por un inexplicable viento. Y, de dentro a fuera, la atravesó el pájaro que me había abandonado y se posó a los pies de mi lecho de muerte. Como siempre, quieto, inmóvil, impasible, inexpresivo... Y mientras me apagaba lentamente, oí una dulce música como nunca antes había escuchado. Cerré los ojos durante unos instantes esperando mecerme en los brazos de la mujer de la guadaña. Pero no venía, era mi guía, sin ella no conocía el camino y yo quería irme ya, estaba impaciente. Volví a abrir los ojos y lo que vi... aquello no me lo esperaba, mi cuerpo tendido frente a mí. Echado en la cama, estaba horrendo, desde que había caído enfermo sólo había podido ver mi aspecto en el tiempo en que aún podía moverme y aquella visión me horrorizó y pensé: ese no puedo ser yo, pero sí que lo era. Entonces pensé que ya estaba muerto y que mi cuerpo astral había sido separado del físico. Mi alma estaba suelta y antes de marcharse a su sitio le habían dejado ver su cadáver. Pero el cuerpo se movió ligeramente, no podía ser que estuviese muerto... y cuando emitió el dulce sonido que momentos antes había escuchado, el mundo se le vino encima. Entonces se miró y se vio convertido en aquel que tantas veces se había posado en su ventana y había sido testigo de sus desesperados diálogos con él. Pero realmente no se había transformado, su alma, espíritu o como quiera llamársele, había cambiado de dueño. Y era el alma del pájaro el que moría con su cuerpo. Su confidente había dado su vida para dar un nuevo sentido a la suya, fue como volver a nacer, como empezar de nuevo, libre y sin preocupaciones. Aún apenado abrió sus alas y las batió en dirección a la ventana, se posó en ella y miró por última vez aquella casa. Se dejó caer y desapareció en un vuelo rasante, planeando primero, elevándose hacia el cielo después. Con una nueva vida, con un nuevo destino, con un futuro en manos de una fuerza de poder desmesurado... se fundió con el azul del cielo.
Un día, un pájaro se poso en el rellano de una ventana. En una casa de algún lugar... y se quedó allí, largo tiempo quieto...


Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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