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Era un pasillo larguísimo... ella caminaba unos pasos por delante de él. Su pelo se movía levemente y acariciaba su cuello desnudo, antes oculto por una frondosa melena oscura. Él la observaba e intentaba caminar a su lado. Habían aparecido en aquel lugar, pero no recordaban de donde venían. El ambiente se mantenía sigiloso y sus pasos marcaban el ritmo del silencio. Pronto empezaron a aparecer puertas a los lados de aquel extraño lugar. También las paredes se empezaron a llenar de mensajes... Prohibido prohibir... Sed realistas, pedid lo imposible... La imaginación al poder... a Vicio (este era el mote que le habían puesto sus colegas, se llamaba Vicente) aquello le sonó muchísimo a lo que había leído acerca de las revoluciones sexuales de París de Mayo del 68, Sorbona, más concretamente... y se acordaba de un nombre, alguien que estuvo estrechamente relacionado con este movimiento, Sartre, sí, Jean Paul Sartre. Pero había más frases, todas les sonaban y todas les hacían recordar... Merche seguía su paso, rápido y ágil, esperando llegar al final. No podían volver atrás. Merche detuvo su paso y miró a través de Vicio, su mejor amigo. Tras él, un inmenso infinito...
Ambos estaban muy tranquilos y sosegados, no tenían miedo en aquel extraño sitio, no sentían nada... incluso cuando las paredes se tiñeron de negro. Vicio se situó junto a su amiga, esta vez sí iban a la par. Se dedicaron una afectuosa mirada y prosiguieron. En aquel pasillo de paredes oscuras las puertas se hacían cada vez más frecuentes y cada vez era mayor la necesidad de abrirlas que les embargaba. Merche fue la primera en detenerse frente a una, alargó una mano hacia el pomo y giró.
La habitación estaba llena de maniquíes, parecían tener vida propia y la observaban, algunos hacían gestos y movimientos lentos para intentar cogerla o acariciarla. Entre ellos pudo reconocer a uno en concreto, uno al que siempre había tenido miedo. Cerró la puerta. Ahora le tocaba el turno a Vicio, esta vez optó por abrir una puerta del lado izquierdo, Merche lo había hecho del opuesto. Dentro se vio a sí mismo, era obeso en exceso, feo y repelente, desaliñado..., estaba engullendo cantidad de golosinas, bocadillos, pasta... sin parar siquiera para respirar, junto a él había una foto enmarcada y un manuscrito viejo y manchado de salsa de tomate. Había restos de comida por todas partes, estaba sentado en un enorme sillón, las moscas le rondaban... Vicio cerró de un portazo y siguió adelante. Merche ya había abierto otra de las puertas. En un momento se vio rodeada de espíritus, se había adentrado sin darse cuenta en el interior de la habitación... vio puertas abrirse y cerrarse y temió que también lo hiciese la del umbral que había atravesado, se dio la vuelta y corrió hasta volver a estar en el pasillo. Esta vez, Vicio la estaba esperando...
- ¿Te encuentras bien? – Dijo posando una mano sobre su hombro.
- Sí. – Su tono era serio y tanto él como ella sabían que había mentido en esa respuesta, no se encontraba nada bien. Las cosas que más temían, por ridículas que pareciesen algunas, estaban tras esas puertas, pero debían seguir abriéndolas...
Otra puerta. Vicio está ahora en un cementerio y lleva un ramo de flores en la mano, margaritas. Se acerca a una lápida. Una lágrima cae sobre una inscripción en la piedra: Tu mejor amigo que jamás te olvidará ni dejará de quererte allá donde estés. Cerró sin pensarlo dos veces.
Las paredes parecían estar cada vez más negras. Otra puerta giró empujada por Merche. Esta vez se veía a ella. Una imagen distorsionada, deformada en medio de un corro de gente. La gente se ríe. Merche se acerca para verse a sí misma. Está desnuda y avergonzada, llora en silencio. No puede escapar y todos la señalan y ríen, algunos doblándose sobre sí. Rápidamente cierra la puerta. ¡Qué horror! Se miró y se llenó de alivio. Y se sintió muy dichosa por ser como era. Luego miró a Vicio y con un leve movimiento de cabeza le apremió para que abriera la siguiente. Bajó la vista y se dirigió muy despacio hacia la puerta. La abrió. Allí también estaba Merche, rodeada de hombres, casi todos guapos y apuestos, entre ellos pudo reconocer algunas caras. Merche iba danzando alrededor de cada uno de ellos, obsequiándoles con besos y caricias... Vicio cerró los ojos. Se encontraba de nuevo en el pasillo. Ahora le volvía a tocar a Merche.
Dudó un poco y luego abrió la puerta lentamente, temiendo lo que pudiese haber tras de ésta. La imagen que vio le horrorizó. Era Vicio. Estaba tirado en el suelo del cuarto de baño. Parecía estar borracho. No recordaba haberle visto jamás así. Tenía los ojos llorosos y le temblaba el pulso. Tenía barba de por lo menos una semana. Pronto sacó las “herramientas”. Se remangó la manga de la camisa. Merche empezó a sentir el frío recorriéndole la espalda. Vicio se lió una goma, no, no era una goma, era el cinturón, alrededor del brazo y apretó con los dientes. Luego apareció una jeringuilla entre sus dedos. Quitó la capucha. Succionó un líquido marrón que había en una cuchara y luego se buscó una vena sana. Mezcló un poco con sangre y luego se inyectó mientras la miraba, le estaba viendo. Sus ojos eran piadosos y tiernos, lloraba... al poco de inyectarse vio como se convulsionaba y se desplomaba a lo largo de las sucias losas. Merche se acercó velozmente y cuando iba a acariciar su cara apareció de nuevo en el pasillo. Allí estaba Vicio sano y salvo, lo abrazó con fuerza y lo besó. Él se mostró agradecido.
Sólo quedaba una puerta. Vicio y Meche se miraron fijamente a los ojos y se cogieron de la mano, ésta la abrirían juntos. Tras aquella puerta había una imagen aterradora, más aún que las anteriores. Eran ellos dos en un triste, frío y definitivo adiós. Aquel era el final. No había más puertas, pero ambos vieron sus sueños pasar mientras avanzaban y las paredes se teñían de un claro puro y brillante. Ya se veía el final del pasillo. Una luz. Se encaminaron hacia ella, cogidos de la mano hacia el final... Sus sueños les pasaban y, a veces, volvían la vista atrás para verlos alejarse. Un vestido verde de novia... un majestuoso concierto... miles de libros propios... una tienda maravillosa... autógrafos...
Atravesaron la flamante luz. ¿Qué les esperaba ahora? Empezaban a recordar por qué estaban allí... ahora recordaban...
Sirenas. La noche se ilumina. Llegan las ambulancias y los coches de tráfico de atestados. Suena una de las emisoras. (¿Cuántos heridos?. No hay heridos, dos muertos. De acuerdo, corto y cierro). El trabajo más duro sería avisar a los familiares. Los cadáveres estaban sobre el asfalto en un gran charco de sangre. Habían salido disparados a través de la luna delantera, no quedaba nada del cristal y la furgoneta estaba destrozada. El causante del accidente había salido ileso, había sido él el que llamara a la ambulancia y la Guardia Civil. Cargaría con aquello toda su vida. Eran muy jóvenes, no más de veinte años cada uno. Era una escena emocionante, triste... Los dos habían conseguido encontrarse entre los escombros y yacían el uno junto al otro, ambos cogidos de la mano, sonreían, pero estaban muertos. Fin de la vida terrenal de Merche y Vicio... juntos.


Extraído del libro "El Lado Oscuro del Cuento" de Víctor Morata Cortado

Texto agregado el 12-11-2005, y leído por 73 visitantes. (0 votos)


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