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El escenario se dotó de la comprensión absurda de la imaginación, a la indeseable percepción de la personalidad.
Cuando era niño era uno, ahora todo mundo tiene miedo de verlos.
Adam Kannet tan solo tenía cuatro años. Él no podía ser el responsable de prender las luces en las noches, de mover las cosas de un lugar a otro, y provocar ruidos simultáneos en tres esquinas diferentes; era “DD” el inquilino que los padres de Adam tuvieron que adoptar con preocupación y singular ironía, y dejar que su hijo se desarrollara en un buen entorno social y emocional; al menos hasta que su creatividad se proyectara en la madurez, y el pensamiento intuitivo desapareciera en torno a la realidad.
La primera vez que lo vio - o cree haberlo visto- fue al despertar de un sueño. Despejo la vista entre la penumbra, y al borde de su cama vio una sombra bailando con movimientos extraños e incoherentes; movimientos que eran imposibles de hacer.
Al siguiente día, Adam cruzó por un parque, se subió despreocupadamente al columpio, y de un momento a otro, Adam tenía alguien que lo secundara en el juego.
Al paso del tiempo la invención creció; se acompañaban a todos lados, se hacían de triquiñuelas, los juegos tenían giros y conflictos, y podían durar horas, gracias a sus dos protagonistas. Todo era real en un mundo de complejos. Adam tenía a quien esperar, Adam tenía su dependencia y estaba feliz.
El pequeño nunca hablaba de cómo era su querida silueta de juguete, solo hablaba de los juegos, y sus ideas. Y eso era normal, pues los niños mantienen a sus creaciones aparte del mundo de los adultos: cuando llega mamá, el peluche vuelve a ser un peluche sin más. Aunque algunos evidencian el papel social y emotivo de estas creaciones; pero los padres de Adam sabían que no se trataba de un oso de peluche u otro juguete.
Una noche, el Sr. y la Sra. Kannet, sostuvieron una plática sobre el amigo de su hijo; la madre era la más consternada, pues no aceptaba la idea de que el tal D… tuviera siempre las ideas en los juegos de Adam, o que pudiera enseñarle cosas nuevas; decía que no era normal, que esa situación salía de lo imaginario.
Mientras tanto, al fondo de esa imagen, Adam escuchaba la plática a hurtadillas, oyendo la preocupación de su madre, cuando termino refiriéndose a D… con una palabra que lo haría temblar:
D… le parecía “terrorífico”
Adam no le temía a la oscuridad; nunca pensó en duendes, fantasmas o en monstruos, no hasta ese momento.
El pequeño se perdió en la conciencia y la preocupación de su madre; fue cuando sacudió la cabeza y se obligó a dejar esa idea atrás, él conocía bien a “DD” no había nada que temer; pero no era una duda que podía descartar tan fácil.
Adam cruzo pacientemente el pasillo que separaba las dos habitaciones. Al entrar esperó a que el cuarto se aclarara, y buscó a su amigo en cada esquina. “DD” se encontraba sentado en una pared, y repetía una y otra vez lo mismo:
-¿Eso es lo qué soy? ¿No soy parte de ti? ¿Crees que tu madre tiene razón? – D… lo miró directo a los ojos, y con gran prepotencia, y un tono que no existe en la voz de ninguna persona, grito- ¡DÍMELO! ¡QUÉ ES LO QUE SOY!...
Esa noche Adam abandonó la habitación y durmió con sus padres después que su invención desapareciera a par del recelo y la aversión.
Pasaron semanas, y Adam se canso de buscarlo. Volteaba esperando encontrarlo cada vez que se sentía abandonado o asistido. Trato mil veces de imaginarlo, de ponerlo en su conciencia, pero ni sus ideas lo encontraban.
Los padres dejaron de insistir con el tema.
– Y dónde esta tu amigo- preguntó la madre un día.
-¡Escondido!- contestó el niño. -Escondido dónde-
-En todas partes- decía somnoliento- escondido bajo la cama, o en mi armario, escondido en el aire y entre ruidos. A veces lo siento en mis sueños y pesadillas. O en ocasiones, él mismo se castiga en un rincón mientras duermo.
La presencia de ese amigo se agoto con las noches. Se había convertido en algo más, en algo que la mayoría de la gente ha creído ver o escuchar, en alguien que también tenía un nombre; el primer nombre lo olvidó al paso de los años como una vivencia que se olvida con la niñez, pareciera que por cada mes se borraba una letra. Y el otro nombre lo olvidó con el miedo. El nombre de ambos comenzaba con “d” talvez, Daniel, Dorian o David, no lo sabía, por eso lo recordaría como “DD”
Adam cumpliría siete años esa semana, pasó a segundo de primaria, y entre muchas cosas gozaba salir con sus dos mejores amigos de la cuadra: Rodrigo y Gabriel. Eran niños buenos; niños que gastaban sus tardes en tarea, y los fines de semana en la feria, niños que le temían a la oscuridad y su imaginación no sobrepasaba las batallas de sus muñecos de guerra y sus pistolas de agua.

El tiempo se deslizó en pensamientos, y su adolescencia cruzó por ideas subjetivas, y dejó de creer en fantasmas o espíritus. Sabía que los muebles truenan en las noches por la presión de la temperatura, y que podía despertar en un sueño.
Se atiborró de creencias escépticas y visionarias, y llegó hacer adulto confundido con ideas que la nueva era le impuso con respecto a la fe y la percepción de la energía. Ahora cree en entes luminosos y presencias negativas, y una vez más, le teme a algo. Algo que ya no tiene nombre ni pensamiento, no es D… y no es él mismo. Cuando se recuesta en su habitación, y oye ruidos en la cocina, teme parpadear y encontrase preparándose un café, para después preguntarse, quién esta en su cuarto.

Ahora es él, quien la arropa y revisa si hay monstruos debajo de su cama y dentro del armario. Quien la acompaña prendiendo las luces por un vaso de leche.
Esta semana mi hija Amy cumplió cinco años, es muy inteligente y sumamente caprichosa, tiene un amigo imaginario que a la vez tiene un perro imaginario, y la asusta cuando algo malo pasa con algún miembro de la familia. Yo no rompo su percepción, ni doblego sus ideas, aunque algo me gustaría decir al respecto. Y la verdad, ya lo hice, lo hice en el momento en que me dijo que no le gusta bajar a oscuras en la noche, para no tener que ver a las cinco personas que se sientan en la sala mirando una pared.
No le agrada que no hablen… no le agradan ellos…
Y pensar que de niño, solo son amigos imaginarios.

Texto agregado el 08-12-2005, y leído por 315 visitantes. (0 votos)


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