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Allí, arriba en la cornisa del edificio más alto de la ciudad. Se encontraba Carlos Segura, administrativo de una pequeña empresa de seguros. Eran las ocho de la noche, viernes y casi final de mes. La barba de quince días sin afeitar marcaba en él la dejadez y el abandono en el que se había tenido que someter en ese tiempo. Se había, o lo habían metido según él, en un serio problema de malversación de fondos de la empresa y de distribución de drogas. Y desde que se descubriera ese desfalco, andaba escapado, fugado para la justicia, como se suele decir vulgarmente, ya que no tenia ninguna prueba de su sólida inocencia. En una cuenta bancaria, que no sabia quien la abriera a su nombre, había una considerable cantidad de dinero, que como decían los agentes de los servicios fiscales, de dudosa procedencia.

Ante ese panorama que se le presentaba, no tenia idea de cómo salir del paso y además para su mayor colmo, su novia, Matilde, no le creía. Nunca imagino que el amor de su vida le fuera a fallar y menos en ese momento. Por eso estaba allí, encima de aquella cornisa. Quería estar lo mas cerca posible de Dios para pedirle consejo y que le ayudara en su serio problema.

Estaba, y era, consciente de que no había sido lo buen cristiano para pedirle nada a El, a El a quien nunca él le había dado nada. Pero él pensaba que si nunca lo había molestado. ¿Porque Dios le iba a negar una ayuda?, Hablando en términos comerciales se decía, “Si Dios me concede la ayuda y este problema se soluciona, se tendrá asegurado un cliente”

Miró hacia abajo y, por un momento, se le pasó, por su torturada mente, saltar al vació y acabar con todo. ¡Será un vuelo corto!, ¿tres segundos? ¿Dos? O ¿…menos? Allá en el fondo, al final, o al principio, del edificio, según como se viera, las personas tenían el tamaño de unas hormigas. Se movían como ellas formando las desordenadas hileras de su acostumbrada procesión. Mirando para aquella dirección perdió un poco la noción del tiempo y también la estabilidad corporal. Al sentir perder el equilibrio se echó intuitivamente para atrás. Sacudió su cabeza con fuerza y se sacó la idea del salto de la misma. Ante todo era cristiano, bueno o malo lo era, y esa… no era la mejor de las formas de solucionar los problemas.

Los problemas él siempre trato de solucionarlos, nunca sacudírselos. Su lema siempre había sido enfrentarlos y arreglarlos. Nunca meterlos en habitaciones ya que nunca tendría una casa tan grande con suficientes cuartos para guardarlos. Así que, aunque se tardara tiempo en hacerlo, lo solucionaría. Pero para eso necesitaba una ayuda, un aviso, una muestra de Dios. Quería, sobre todas las cosas, continuar escribiendo el libro de su destino.

Al los pocos minutos de comenzar con sus rezos particulares y personales, empezó a llover. Al principio era una especie de sirimiri para convertirse en un aguacero torrencial a los pocos segundos. ¿Será esta la prueba de Dios, para continuar con mi lucha? ¿El agua estará diciendo que todo se lavara? ¿Será que la….?

Entonces se oyó el “Fifirifififfi, Fifirifififfi, Fifirifififfi”, era el sonido del móvil que tenia en el bolsillo interno de la chaqueta. Se pasó la mano izquierda por la cara y se secó el agua que le caía por la misma. Con la mano derecha sacó el teléfono del bolsillo. Se lo acercó a la vista y vio sobrescrito en la pantalla del mismo, el nombre de su novia, Matilde. Con cierto enfado en el rostro aceptó la llamada.

.- Si. Que quieres ahora. Estoy ocupado y además no tengo mucho de que hablar con….
.- Déjame hablar Carlos, por favor. Guárdate tus sermones y déjame hablar.
.- ¿Qué quieres?¿Que me entregue?¿No lo voy a hacer todavía? ¿Quiero primero encontrar a los hijos de la grandísima pu..?
.- De eso te quiero hablar. ¡Ya no tienes que encontrar a nadie!
.- ¿Cómo? ¿Qué estas diciendo? ¿No te entiendo?
.- ¡Si! Lo que te digo. La policía me acaba de llamar y me dijo que ya han atrapado a los culpables. Fueron tus jefes, bueno tus ex-jefes, los agarraron en Brasil y… Te quiero… y perdóname. ¿Podrás hacerlo? ¡No debí de desconfiar nunca de ti! Serviría de algo… contestarte que… que si quiero casarme contigo.
.- Pero… ¿No me mientes? ¿No es una trampa, para… que me entregue?
.- Puedes, y estás en todo tu derecho, de pensar lo que quieras. Si no quiere venir ahora, espera a los periódicos de mañana y lo leerás en ellos.
.- Estoy cansado. Matilde. Déjame pensarlo un poco y… ¡Que coñ…¡ Creo que tienes razón tarde o temprano se solucionara esto y quien mejor que la policía para hacerlo. ¡Voy para allá! Chao.

Esta pequeña conversación hizo que Carlos mirara al cielo y con voz muy suave, salida de entre dientes, dijera. “Gracias Señor, tienes en mi a tu oveja descarriada “Gracias por dejarme seguir escribiendo mi libro del destino” “Gracias por…..”

No pudo seguir hablando. El único sonido que se volvió a escuchar en aquella terraza, y que salió de su garganta, fue el grito aquel que lo acompaño en ese último viaje de dos segundos hacia la acera, quince pisos más abajo.

En la emoción por habérsele arreglado el problema. No tuvo la precaución de caminar con cuidado por la cornisa resbaladiza por la lluvia caída. Iba tan contento mirando para el cielo, dándole las gracias a Dios por haberle mandado la señal de la lluvia para “lavar los problemas”. Que no se fijo en la superficie musgosa del suelo. Resbalándose y yendo a caer al camino surcado por las hormigas humanas.

Carlos lo que nunca pudo imaginarse era que, en el libro del destino, escrito por Dios y refrendado por él, con sus actos. La letra pequeña, y el agua caída en la terraza ablandando los musgos, la había puesto el diablo. Y este tampoco quería perder un cliente.

Texto agregado el 06-11-2003, y leído por 939 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
07-11-2003 Paco, me encantó y me conmovió... es verdad hay que leer la letra pequeña en cualquier situación, las estrellas acompañadas del sol y la luna para ti amigo, un biko meiga
07-11-2003 Lo leí 2 veces, me ha gustado Te envio un saco de estrllas por todos los escritos tu amiga y besos monilili
 
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