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LOS COLORES.

Como todos los años se celebra una fiesta en la comunidad de Tlacoapa, festejándose San Pedro y San Pablo santos patronos, era una fiesta muy grande y representativa de la región. Sería la única fiesta a la que yo asistiría, ya que todos los días me iba a cuidar chivos, sobre todo los Sábados y Domingos, entre semana iba a la escuela (de donde nosotros vivimos hasta la escuela, la gente dice que es de un sombrero, en referencia de que comienzan hacer el sombrero en la comunidad y terminan cuando van pasando por donde nosotros vivimos, yo todavía no puedo tejer sombrero)

Ese día yo iba contento y feliz porque por fin me compraría una caja de colores, ya que mi Mamá había vendido una gallina, con el dinero se compró tela para hacerse un vestido y el resto me lo dio para comprar mis colores que me habían pedido en la escuela. Aunque la maestra también pidió un juego geométrico, no era tan importante comprarlo porque mis otros compañeros que sus papas habían ido al corte de café a la sierra o al corte de jitomate a Culiacán ya lo tenían, como son muchas “reglitas” luego me prestan alguna, pero nunca me quieren prestar sus colores porque dicen que se acaban.

Muchas veces vi a mi Mamá vender algunas de sus gallinas para que nos pudiera comprar un pan o algún plátano, ella desde luego no comía y prefería que nosotros comiéramos y ella quedarse sin nada.

Ese día yo llevaba diez pesos, tenía como dos meses que mi Papá me había comprado huaraches pero no me los había puesto para no ensuciarlos ya que esperaba estrenarlos en la fiesta. Mientras andaba descalzo y mis pies hasta callos tenían.

Caminamos con mi tía que llevaba quelite y panela en su “ayate” para cambiar por ollas de barro, plátano, cal o alguna otra cosa que se presente de oportunidad. En el camino nos alcanzó Don Beto y llevaba una “colamba” (recipiente hecho con cuero de chivo que sirve para transportar o almacenar líquidos) con pulque, también para vender o intercambiar por algunos productos.

Ya teníamos rato caminando porque nosotros vivimos en Barranca Mina del Municipio de Acatepec. Desde antes no había tantos municipios y mi abuelita siempre perteneció a la hermandad de Tlacoapa. Salimos desde el primer canto del gallo, decía que para que llegáramos cuando el “sol fuera encumbrando”. Yo llevaba un manojo de ocote (de tamaño regular) era con el que nos alumbrábamos el camino. Lo bueno es que no llovió porque casi siempre llueve mucho en esta fiesta, pero de todas maneras llevaba mi naylo (plástico).

Mi tía me venía platicando que iba mucha gente a la fiesta porque se veía un montón de carbón de ocote que iban dejando por el camino que también utilizaban para alumbrarse. Pero además se veían las antorchas de ocote adelante y atrás de nosotros.

Mientras mi tía iba platicando con Don Beto, yo iba planeando lo que haría con mis colores: Primero iba a dibujar un arco iris de muchos colores, luego haría un paisaje donde se vean los cerros, los árboles, los ríos, las casas, venados, gatos y algunos otros animales. Seguí pensando en qué más utilizaría mis colores cuando los tuviera y se me ocurrieron muchas ideas.

Nos iban alcanzando las personas algunos del pueblo otros no, hasta el comisario y los integrantes de la banda de la comunidad nos rebasaron se veía que llevaban mucha prisa porque iban casi corriendo. (claro que por mas prisa que llevaran nos saludan de mano y le preguntan a mi tia y a Don Beto si iban a la fiesta)

Durante ocho horas caminamos y al encumbrar el cerro divisamos a Tlacoapa, se veían y se escuchaban cohetes por la celebración de la fiesta, más contento me ponía, es que entre más nos acercábamos, escuchábamos aun más fuerte los tamborazos de las bandas. La quietud de la montaña se ve interrumpida por esos días de fiesta, ya que generalmente todo permanece en silencio, en el camino solo se escuchan las chicharras, grillos y pájaros de todo tipo hasta las cascaditas de los ríos parecen que “cantan”. Pero ese día era cuete tras cuete, tamborazos, sonido de los cuernos que se soplan ya sea para llamar a “guerra” a los danzantes de los doce pares o para otra indicación. Las campanas repican y las misas eran interminables.

Cuando llegamos mi tía tendió su naylo, extendió su quelite y panela sobre su ayate, me senté a lado de ella, con alegría pero a la vez con miedo. Como no había salido de la comunidad, tenía miedo de perderme, por lo que no quería salir a buscar los colores que necesitaba comprar.

Mi tía al ver que no me animaba a salir, me dijo que fuera a buscar mis colores antes de que se acabaran.

Solo entonces me animé, Comencé a caminar y vi mucha mercancía tendida en los puestos, había llegado muchas bandas y danzas me quedaba viéndolos un rato y luego continuaba caminando.

En esa vuelta vi mucha mercancía que vendían entre ellos panes, bombones, chicles, fruta, y muchas otras cosas que se me antojaban. No podía darme el lujo de comprar nada más que mis colores, (aunque tengo que reconocer que se me antojaba el pan que se veía muy sabroso y suavecito, no como el que llevan a vender al pueblo todo tieso), seguí buscando mis colores hasta que por fin los pude encontrar en un puesto, pero resulta que la caja costaba nueve pesos con cincuenta centavos, lo que me alcanzó para comprar la caja y de esa manera poder llevar mis colores a la escuela.

Con la cajita de colores en mano regresé al puesto de mi tía vi que estaba regateando con un señor que llevaba cal y escuché que decía, “tu quelite nomás vas y cortas pero en cambio yo tengo que trabajar mucho para sacar una poquita de cal” y mi tía le dice “el quelite lo tengo que ir a cortar al cerro”, asi seguían regateando hasta que mi tía se medio enoja y le dice que si no quería para que se acercaba. Entonces el señor le dice que le de tres manojos de quelite.

Luego llegó una señora de Tenamazapa (la reconozco por su forma de vestir y de hablar) a ofrecer plátano diciéndole que quería intercambiarlo con su quelite, mi tía al ver la insistencia le dice a -ver pues, cuantos plátanos me vas a dar por este manojo de quelite-, la señora le contesta que cinco mi tía dice que sí, luego hacen el intercambio. (la gente de esta comunidad tiene fama de que es muy coda). Pero a mi tía le fue bien.

Pero luego le dije a mi tía que iba a dar otra vuelta -me dijo- ándale pues. Me dirigí a la iglesia como era corto de estatura me “apachurraron” mucho la gente parecía hormiga, unos tratando de entrar otros tratando de salir, cuando por fin logré entrar a la iglesia la vi muy grandota y con muchos santitos, muchas luces, adornos y flores por todos lados, sobre todo en los santitos festejados, en cambio la iglesia de mi pueblo es chiquita, está hecha de adobe, teja y solo con tres santitos también chiquitos, y en las fiestas solo unas cuatro o cinco personas están rezando en la iglesia.

Regresé nuevamente al puesto de mi tía que ya había terminado y tenía un montón de cosas que intercambió con su quelite, ya los estaba acomodando para regresarnos. Le dije que si quería que le ayudara me dijo que sí, entonces llenó mi bolsa de ixtle (fibra de maguey) con cosas, pero fui listo porque saqué mis colores para que no se maltrataran además para irlos viendo cada rato.

Con cincuenta centavos en la bolsa de mi pantalón, una caja de colores y un montón de ilusiones me regresé a mi comunidad.

Texto agregado el 28-12-2005, y leído por 204 visitantes. (0 votos)


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