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EN LA CONDENA
Omar Barsotti

En la ventana una reja. Entre barrote y barrote una ventana diferente. Voy y vuelvo frente a ellas, asomándome a sus espacios en cada uno de los cuales veo distintos paisajes.. De ida y de vuelta: una nube en un rayo de sol, los árboles lejanos en otro, el viento moviendo ramas más allá, y en el último un relámpago mudo y furtivo.
Soy libre de suponer: supongo que entre los troncos del bosque corre un arroyo de aguas límpidas y vivas, supongo peces escarbando las orillas y niños intentando atraparlos, supongo rizos súbitamente provocados por la brisa que se arroja traviesa desde las ramas. Supongo que hundo mis pies desnudos en el cristal helado del agua, y el escalofrío me hace reír. Supongo que río..
Más abajo, uniendo todo en un haz, un largo murallón gris y árido que iguala las visiones pero no las puede borrar, no puede quitármelas. Yo tengo mis límites, pero el muro no puede invadirlos y debe continuar en los suyos, ambos insoslayables. Él se queda con su dura impavidez y yo con mis visiones infinitas. Él está preso de la rigidez de la piedra, baldío de opciones con sus pies de cemento clavados profundamente en la tierra. Yo prisionero de él y él prisionero de su infame misión.
La puerta es de rejas y cada espacio entre ellas da a otros tantos corredores. Explícitamente se me prohíbe caminar por cualquiera de ellos, como si ya no poder hacerlo no fuera suficiente. El castigo, pienso, consiste en ofrecerme opciones que no puedo tomar. El corredor, multiplicado es ahora muchos corredores que van a distintos destinos, ¿cuál irá a la libertad?.¿ Cuál a la muerte?
Las paredes son grises y el abandono y la incuria las han rescatado de la uniformidad, perdida en manchas de humedad cuyo caos semeja paisajes poblados por duendes esfumados, ríos lechosos y remotos picos de escabrosas y oscuras montañas. El techo, gris del humo del tiempo, es un cielo perdido, sin sol, sin luz, un vacío, una nada, una pizarra sobre la que la imaginación dibuja las estelas remotas de viajes al infinito, raudas cometas, difusas galaxias, dioses ciegos e indiferentes y negras estrellas de desesperanza.
Los ruidos se arrastran mezclados con ecos y gritos y al hacerse indistintos me privan de su variedad, me dejan sin sonidos, sin música. Tan sólo, cada tanto, un portazo ominoso hace temblar el aire y es la última interrupción al constante sordo rugido que recorre los pasillos y trepa por las paredes salpicándolas de angustias anónimas, de rencores tan antiguos que ya nadie recuerda qué los originó. Solo sobrevive una furia estéril e incomprensible.
Entre tantos espacios ajenos y remotos el piso es mi universo privado. Puedo recorrerlo libremente en todos los sentidos, puedo sentarme en él, acostarme o abrazarlo y olerlo. Paso la mano sobre el pavimento y siento un millón de pisadas penetrando profundamente en el duro material inclemente. Las superiores son las mías, más abajo son ajenas. Mi piso termina ahí nomás, cuando ya aparecen las pisadas de otro. Es apenas una lámina sin profundidad, apenas una separación con el aire, un inexistente soporte para mi vida. En realidad una ilusión en la que podría hundirme con el pavor final del ahogado.
Voy y vengo frente a la ventana. Cada espacio entre las rejas un mundo distinto con distintas nubes, distintos soles, distintas estrellas, distintas vidas. Ninguna la mía.

Texto agregado el 10-01-2006, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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