Faltaba poco para llegar a la cima, las provisiones no durarían mucho y tal vez no alcanzarían para el regreso. Pero nada los detendría, habían recorrido el mundo entero escalando picos, montañas, volcanes, y no dejarían que los intimidara. Los de mayor altura eran los preferidos, y su bandera se ondea en todos ellos como muestra de su triunfo. Este pico era especial, era el último de los denominados, “los más altos”. Era el esfuerzo final y el sello para terminar con broche de oro las hazañas de toda la vida.

Frankz, el líder de la expedición, giro su cabeza para darle a sus compañeros con una sonrisa, la noticia del final. Agotados, con nieve cubriéndolos de un resplandor blanco, con un sol que no parecía calentar en la inmensidad del cielo. Cielo cubierto de grandes nubes hacia el sur, su dirección, corrieron hasta el final movidos por la emoción. Allí, se dejaron impresionar por el panorama, sus ojos se posaron en el horizonte, y después de un momento que deseaban eterno. Frankz, le pidió al más joven que le pasara el asta y la pequeña pero compacta piedra, preparada especialmente para esas circunstancias. Con gran solemnidad elevo su mano y, con dos golpes secos introdujo en la tierra su señal de victoria. Sin saber, que en ese mismo instante, en otro lugar del mundo desconocido, un nuevo pico más alto que el anterior, se levantaba a rozar el cielo con su imponente formación.