Mañana el zumbido de mi padre afeitándose me despertará pasadas las siete. Trataré de seguir durmiendo. Tumbada en la cama me enrollaré como un feto en el vientre de su madre. Pero no podré volver a dormir. No creo.
Mi padre hará café, luego tostadas. El olor de la mantequilla derretida se colará bajo la puerta de la cocina, y despertará a mi madre. Se levantará para despedirle con un beso y después desayunará acompañada del transistor, con la esperanza puesta en que mañana sea un día diferente a los demás.
A las ocho entrará en mi habitación y abrirá la ventana para que el frío me despierte. Pero yo no estaré dormida. No creo. Me levantaré al servicio y mi madre arrancará las sábanas de la cama una mañana más. Las meterá en la lavadora y suspirará. Pero no dirá nada. Seguirá callada como una muerta.
A las ocho y media saldré de casa. Ella creerá que voy a clase como siempre. Nada de besos. No quiero besos falsos que se pierden antes de posarse. Pasaré la mañana caminando. Puede que vaya al Cafetín, a leer el periódico o a quedarme allí sentada, mirando a la gente. Nada más. ¿Cuál será la última noticia que lea? ¿Y la última canción? No había pensado en eso aún.
Volveré a casa después de comer. Aunque no creo que tenga hambre mañana. Mi madre me preguntará qué tal el día. Yo le sonreiré y le diré que muy bien. Ella se sorprenderá de verme feliz. Le diré que un chico me miró en clase. Y ella se sentirá orgullosa. Como si que un chico me mirase fuera a solucionar todo.
A las siete de la tarde se irá en coche a buscar a mi padre al despacho. Tendré treinta minutos para tirar un cable, preparar el ordenador del estudio y ocultar bien la cámara en mi habitación. Tiempo más que suficiente. Mi hermano pequeño me ha explicado cómo hacer que mi madre pueda ver en el ordenador lo que está grabando la cámara.
Esperaré sentada en la cama hasta que escuche el motor afuera. Iré hasta la puerta y besaré a mi padre mientras le rasco la barriga. Me besará y no sospechará nada. Tengo que actuar como todos los días, no ponerme nerviosa. Tratar de que mi padre no sospeche.
Durante la cena le diré a mi madre que tiene una sorpresa en el estudio, que sólo tiene que sentarse a mirar. Me mirará desconcertada. Al acabar el postre mi padre se limpiará la boca con la servilleta. Y me dará un pisotón por debajo de la mesa. Yo me iré hacia mi habitación seguida por mi padre, mientras mi madre se da la vuelta para no mirar como el marido persigue a la hija, que se contonea con una extraña sonrisa en los ojos.
Entraré yo primero en la habitación. La cámara ya estará grabando desde antes de cenar. Mi padre se sorprenderá al ver la cama en otro lugar, frente a la estantería llena de trastos. Se meterá la mano bajo el pantalón y empezará a retumbar en mis oídos el sonido metálico del reloj golpeando furioso la cremallera. Me colocaré en la cama como una perrita herida que no puede caminar, y permanece inmóvil con sus cuatro patas temblorosas, desnuda. Mi padre se acercará y se colocará detrás de mí. Y se meterá en mi cuerpo una vez más. ¡La última!, gritaré. Entonces meteré la mano bajo la almohada y sacaré la pistola. Me apuntaré al corazón y dispararé.
Alguien oirá el disparo y avisará a la policía. Unos tipos entrarán en casa y encontrarán los dos cuerpos unidos aún en un abrazo mortal, manchados de un dolor rojo que la alfombra absorberá hasta vaciar nuestros corazones.
En el estudio, frente a la pantalla del ordenador, verán a mi madre. Puede que muerta, de un ataque al corazón. O quizás la encuentren dada la vuelta, para no mirar.
Y más tarde, con la entrada llena de hombre desconocidos con traje oscuro, llegará a casa mi hermano. Esto es de lo único que voy a arrepentirme en ese cielo de mentira que hemos inventado.