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Por lo general oímos, leemos y vemos a Adolfo Hitler como una de las figuras más odiadas de la historia, que es indudablemente el austriaco Adolfo Hitler, quien causó la muerte no solo de más de 6 millones de judíos, sino que también causó una devastación en Europa a como no se dio en todas las guerras anteriores puestas juntas. Sin embargo, aunque haya sido un masacrador sobresaliente, nadie le puede vencer en el cargo que como político obtuvo.
“Nosotros los nacionalistas, hemos puesto deliberadamente punto final a la orientación de la política exterior alemana de la anteguerra (…) detendremos y dirigiremos la mirada hacia la tierra del este. Cerraremos al fin la era de la política colonial y comercial de la ante guerra y pasaremos a orientar la política territorial alemana del porvenir”
Logró ascender vertiginosamente hasta ser considerado, muy a pesar de muchos, como un genuino estadista.
Pero en este breve ensayo tratare de salirme de esa línea y dar algunas razones del como, Adolfo Hitler se inicio en esa gran empresa de masacre nacionalista y las circunstancias que lo llevaron a ello, para acercarme a lo que considero, puesto que creo que no es un solo hombre el que llego a tal suerte, le atribuimos a él casi siempre lo acontecido, como si el fuera el único, o más aún, la gente de su alrededor y seguidores no tuvieran conciencia propia. En general desde mi punto de vista y tratando de hacer una analogía, es como decir que Cristóbal Colon tuvo que ver con la gran masacre que viene detrás de él. Cuando sabemos que el ni siquiera descubrió América, solo hizo un viaje tras atlántico y cargamos sobre sus hombros toda una catástrofe, cuando él solo fue un seguidor más de sus impulsos, al igual que Hitler, considero que solo siguió su modo de vida y cada seguidor tenia libre conciencia de actuar o parar.
En cualquier caso, lo escalofriante es que millones y millones de alemanes si creyeron que el Führer era una suerte de enviado. Y era una creencia que se extendía no solo entre el pueblo, sino igualmente entre los intelectuales y científicos, entre los ministros y seguidores del partido: le creyeron incluso, hasta muchos de sus adversarios políticos como cuando decía:

“… en Viena, me di cuenta de que la obra de acción social jamás puede consistir en un ridículo e inútil lirismo de beneficencia, sino en la eliminación de aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura económico-cultural de nuestra vida y que constituyen el origen de la generación del individuo o por lo menos de su mala inclinación”

Lo cierto es que Hitler no se creía Dios, pero si un predestinado suyo. Se veía como depositario de los secretos del Temple, llegados a sus manos por intercesión divina al haber sido elegido - tal era su firme convencimiento- para llevar a cabo una misión destinada a cambiar definitivamente el rumbo de la Humanidad. Por esta forma de pensar muchos se dejaron seducir olvidando su razón “… la noción de autoridad absoluta (…) dará lugar a la formación paulatina de una selección de elemento Führer, algo que hoy, en la época del parlamentarismo irresponsable, es sencillamente inconcebible” pero Hitler no era un semidiós, sino un personaje de calle que se había creído su propia historieta. Lo que sucede es que su creencia era tan imperturbable que la hazaña dibujada en los apuntes pudo llegar a hacerse realidad, sin duda mediante un acto de encantamiento genuino. Y así fue como el mundo, fue llevado hacia la más espantosa de las tragedias.

Sin embargo, el verdadero poder de este hombre estaba en su fe. Y la fe, como sabe cualquiera que esté mínimamente iniciado en las ciencias, es el verdadero motor del encanto. El creía ser uno de los hombres más duros que tenía Alemania en muchas décadas, ya que creía en él y su éxito.

Hitler sabía que para un requerimiento sea eficaz debe estar alimentado por el fuego de la emoción más genuina. Por eso en sus discursos se inyecta con la morfina de su propia charlatanería y crece; el diminuto Hitler se transforma en el gran Führer, lo que fascina al público, y esa fascinación repercute, como una llamarada de fuego, en la autoestima del orador. Cuanto más capaz era de convencer a la masa de la elevada antorcha de que era portaestandarte, más se convencía a si mismo, basándose en la teoría de que ochenta millones de alemanes no pueden estar equivocados.

El poder y la fascinación del verbo de Hitler descansaron casi por entero en su capacidad de sentir lo que un público dado quería oír, y en manipular el tema de manera que excitara las emociones de la multitud. ¿Quién no se sentiría atraído? Al leer Mi lucha, si el pueblo estaba abatido y desolado después de la primera guerra mundial, con palabras de Adolfo Hitler que podían leerse y dar esperanza al pueblo alemán. Palabras como:

“O bien decidirse a hacer que nuestra industria y nuestro comercio produzcan para el consumo extranjero, dando la posibilidad de vivir a costa de los beneficios resultantes. (…) adquisición de nuevos territorios colonizables, para el excedente de nuestra población, ofrece indudables ventajas, ante todo si se tiene en cuenta el porvenir y no el presente”

Por eso, surge el gran espíritu, e ideología aria en el libro Mi lucha el ario es el espíritu que eleva al hombre sobre la faz de la tierra, permitiéndole hacer y deshacer lo que el considere propio, ya que esta impulsado por la sangre, por el aliento divino. Mientras que el judío sería el virus destructor que anidaría principalmente a cobijo de los elementos más débiles e insanos.

Al examinar las pautas de conducta del Führer, podemos llega a la conclusión de que no se trataba de una sola personalidad, sino de dos, y que se alternaban. La imagen mística que ofrecía a la propaganda fue la del más humilde discípulo de si mismo, el más severo de todos los disciplinarios; la de un monje moderno, en suma, con los tres nudos reglamentarios de la pobreza, la castidad y la obediencia. No comía carne, no bebía vino; y declaró que su verdadero amor era Alemania.

Actualmente podemos preguntarnos si, ¿Era un psicópata? Posiblemente. Pero la gran desgracia para Alemania y más aún, para los que le creyeron fue que también era un fascinador que se las ingenió para convencer a millones de personas de que la imagen ficticia de su personalidad era la verdadera.

Pero lo que el poderoso fascinador de Hitler no sabía, o no quiso tener en cuenta, es que una acción mágica puede ser muy eficaz, pero jamás puede ser muy duradera si obra a contrapelo de la naturaleza; y nada hay más alejado de la naturaleza -y del sentido común- que la idea de una "raza superior" dominando al resto de la humanidad durante los "mil años" que iba durar el III Reich.

El libro en sí es una alabanza del nazismo, eso lo sabemos todos, pero no sólo sirve para adoctrinar a futuras generaciones de cabezas rapadas, sino también para comprender que no podemos permitir que la historia se repita. Hay una frase muy buena que dice que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla.

Si el libro de Hitler (o cualquier otro panfleto fascista) cae en manos de algún ser que se deje afectar, no es culpa de nadie. Hay gente que mata por el Corán y no está prohibido. Muchos han leído el Apocalipsis de San Juan y han hecho barbaridades y la Biblia sigue vendiéndose. Por eso sostengo que no fue Hitler en si, considero que son los que se dejaron influenciar a si fueran eruditos u obreros. Que yo sepa, a nadie se le ha aparecido el fantasma de Hitler tras leerlo y le ha ordenado que mate a 6 millones de judíos.

Texto agregado el 30-01-2006, y leído por 191 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-01-2006 el criterio de autoridad está muy presente en el lector medio que toma un libro, si tiene poco bagaje cultural aceptará todo las deducciones q lea. El problema no son los libros "peligrosos" como bien dices, sino la falta de capacidad de juicio de la gran mayoría de lectores. Menos prohibicion y mas y mejor educacion apeman
31-01-2006 Buena reflexión en estos tiempos de escaso espíritu crítico. ergo ergozsoft
 
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