Sale a la calle. Se llama Marianna; ayer era Sofía. Ya sabe a dónde se dirige. Por el camino se topa bultos grises y oscuros; la gente arropada por el invierno. Lleva guantes, porque es una mujer de manos frías.
Quiere regresar pronto a su casa porque el frío y porque el sueño. Va pensando; tal vez mañana se llamará Penélope, y el viernes, se llamará Andrea; depende de con qué cara amanezca ese día.
Llega a donde decía la nota, la arruga y la arroja al suelo, la pisa y se incorpora al gris del asfalto.
Toca la puerta. Abren. Se introduce. Hoy es Marianna. La invita el dueño a pasar. Se quita los guantes mientras el hombre se voltea a ver en un espejo.
No supo él lo qué pasó. Unas manos frías le apretaron el cuello y sintió el frío bajarle hasta los pies; es glacial.
Cuándo lo termina de estrangular, Marianna le corta la garganta. La sangre le calienta las manos. Se esconde las manos en los guantes (así nadie notará la sangre). No es la primera vez que lo hace.
Sale a la calle. Mañana será Penélope.