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[C:189845]

Hombre enfermo, loco y ojos.

Salgo a la calle a caminar
con mi alforja en la espalda.
Caminando, voy a caminar.
Mi espalda está cansada de tantas alforjas.
Cansada de caminar.
De tantas caminatas absurdas
sin más destino
que mi casa enterrada,
de la huyo a diario saliendo
a caminar.
Camino un cuadrante austero,
de baches, de señalamientos,
de brujas y arrieros.
Camino de grietas,
camino de tumbas,
y alientos matinales con olor a cruda.
Bajo el sombrero
mis pensamientos ansían detonarse,
y caminan como yo,
caminan para no esperarme.
Esta vez no tengo servilletas
ni lápices.
Caminan todos, como yo.
Caminan caminantes
y caminan y caminan,
y se caen
y se revuelcan en la fría acera,
como yo en este instante.

II

Números.
Poema número dos.
Cada uno es la estadística,
cada cartel anuncia una última vez, cada conductor de taxi espera
el descenso de su pasajero, multiplicando su obstinación
con el ábaco de su estrés.
Las mujeres dividen en fechas el rostro del amor,
también hacen restas a su vejez,
cada bolsillo vacío
implora siquiera un puñado de piedras o cascabeles,
o veinte, o siete, o cinco por dos.
Números.
Amor de lejos,
felices los cuatro.
Jinetes de Apocalipsis,
cinco continentes,
y millones de judíos muertos
por eso me esfumo.
Baile de leguas,
metros y centímetros que me llevan al paraíso baldío.
Donde de mil no se hace uno.

III

Pensando. Pensando.
Enredo los hilos de mi mente formando garabatos sombríos,
voy cercado de llanuras,
y litorales de peste
y hastío.
Se acerca un noviazgo artificial.
Se aproxima con su botas de engaño.
Él erguido y orgulloso
como un obelisco fino,
ella me sonríe coquetamente, insinuando la ineficiencia
del pino.
Ella está con él,
¿Por qué me sonríe así ?
Sonrisa que da cosquillas.
Es para olvidar.
Algunas mujeres son tan injustas como el hombre,
Algunos hombres como yo
vemos irresistiblemente sensual,
ese brillo de maldad
que la mujer enseña,
en el regazo de su santidad.

IV

Subterráneo voy.
Hombre caprichoso
y sediento de tener sed,
hambriento de tener hambre
y de avidez.
Un niño.
Expulsa fuego de su boca.
Mitología oriental.
La gasolina es su Biblia,
el fósforo puede ser la luz de su espíritu santo
o la figura paternal.
Las monedas brillan como pequeñas lunas en su palma
y me avienta una sonrisa envuelta en la llamarada
estremeciendo mi alma.
En sus pupilas se encuentra un castillo antiguo, impenetrable,
de muros encorvados,
y llovidos.
Me despido del dragón,
y aún entre la gente voy subterráneo,
masticando la imagen de sus mejillas suaves y tiznadas.
Víctimas de la vida y el petróleo
y de sus manos.

V

Un abanico orea mi rostro destejido.
Un máscara contra máscara me recuerda que debemos despojarnos algunas veces, de algunas cosas.
Tenemos las manos repletas,
repletas de dinero,
repletas de joyas,
de piedras y armas,
y a veces no podemos acariciar. Como ese hombre.
O ese saco fino,
la corbata adecuada,
zapatos bruñidos,
dentadura de piano
irrumpida por un habano.
¿Es un zopilote esperando mi caída?
Es un hombre.
Con pieles de búfalo encima,
con colmillos de elefantes angoleños en su cuello,
con narices de cocodrilos muertos en el pantano de la avaricia.
Está desnudo sin alforja,
y me desnuda,
con su mirada ostentosa.
Su mirada vende,
es títere de la vanidad
movido por los hilos de la superstición al dinero.
Adiós.
Mejor Sigo caminando,
dejando huellas y abanicos pobres, de simples hojas
de mi huerto viejo.

VI

La mirada callejera:
Antipática y locuaz,
indiferente, trágica.
Simpática y veraz,
mentirosa, hipócrita.
Y camino entre susurros y redes,
la maleza se vierte como un vino.
Camino.
La hierba se mece
y no puedo evitar sentirme cautivo. Susurros y redes
caer en el estribo
con la cara en el lodo,
escupiendo al destino.

VII

Esmeraldas relampagueantes,
lagunas o rayuelas.
Ojos verdes restallantes.
Perfil de estatua
y de cabriolas.
Miran este costal de recuerdos,
este álbum errante de fotografías en blanco y negro.
Estira la mano.
Con pintura sobre la luna de sus uñas y sus dedos.
Enciendo su fuego.
Y se marcha como un aparecido,
soy una cigarra,
ella es un mástil embarnecido.
Ella es el fin de mis sueños
cuando la risa ha nacido.

VIII

Sátira de ojos.
Mi hastío.
Que me importa.
No importan los restaurantes lujosos, los bares donde
los hombres ejemplares
esconden las acciones
que no se publicarán en sus biografías,
las corridas taurinas,
el caviar, la cordura fingida.
No me importan
las perlas, la nota social,
los azulejos en los sanitarios perfumados,
la propina generosa,
los mingitorios automáticos,
los vestidos italianos.
No me importa eso,
la cifra en el cajero,
un cuerpo de mujer formado de plásticos
o no sé qué,
una adolescente hablando
con una papa debajo de la lengua,
y un rezo hacia el dinero.
Que me importan.
Las etiquetas, los rubros,
los maquillajes,
las caras beatonas y sonrientes
el escaparate del orgullo,
las colonias de altas cumbres,
la fragancia de un billete.
No importa
el brillo opaco de una gema,
el fardo de elogios
que después se convierte en amenaza
y después mata,
y después quema.
Menos me importan
esas casas con servidumbre
y escalones, y cuadros empolvados,
y pianos, y anillos, y príncipes,
y locos, y pantalones, y muebles coloniales,
y tapetes, y vidrios, y fantasmas,
y campanitas, y timbres,
y escudos, y guerras y alambres,
y costos, y enganches y diamantes.
Que me importa un grillo,
los títulos de nobleza,
la música clásica que no es clásica,
los aretes, los discursos,
los patanes políticos ricos, los apellidos,
las caras aburridas,
las bebidas extranjeras,
y que me importan las maneras.
La fea, y el cielo, y la bufanda,
y aquel, y yo, y la muerte
y esas costumbres viles del matrimonio de contrato.
Que me importa ese sudario.
Que me importa todo eso,
si todo eso tengo.
y poesia.

XIX

Sigo la travesía,
La huida.
No hay pupila espejo,
no he encontrado mi refugio.
Ah, un espejo.
Que bonitos zapatos.
Que mirada.
Sortilegio...
Eres tú...
Ahí tienes una mirada,
una pupila.
No tienes sinceridad.
Mirada injusta, inservible, furtiva.
Tu mentira.
¡Desgraciado!
¡Despójate la ropa y camina!
Después contarás con los dedos de tus manos,
los ojos que te advirtieron
mientras de la risa pendías.
La mirada de la calle
es un juego popular como el trompo, las canicas o la infidelidad.
¡Ahí estás!
Mirándote.
mintiéndote en cada segundo que el tiempo acarrea,
en cada grano de arena que te regala mediodías, tardes,
noches y madrugadas tardías.
Angustiosos amaneceres.

X

Un día después.
En la mansión.
Hoy amanecí rodeado
de suaves amapolas,
entre candelas e inciensos,
rodeado y ebrio de caprichos
y de hijos muertos.
Gotas adheridas del dintel,
caen multiplicándose, gotas saladas,
con persianas y pestañas y arañas. Hoy amanecí más muerto que nunca,
más vivo que ayer.
Con ganas y sábanas húmedas,
y algunas raíces de risas
y tumbas de ayer.
No soy del vientre de la razón,
ese es un cauce estrecho,
vengo del agua,
donde lo turbio se asilencia en la cascada del amor
y desemboca en el océano de la locura.
Hoy amanecí, hoy nací.

Luis D Lax.

Texto agregado el 18-03-2006, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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