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Inicio / Cuenteros Locales / daicelot / Día 12: Apocalipsis, viene el cielo.

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Podría decir muchas cosas. Podría narrar lo que hice ayer, lo que pensé, lo que me dijeron o lo que vi; podría escribir sobre algún recuerdo de las fotos que saqué, de las 12, de ese día, que llovió; podría no hacer nada y congelar los ojos en un punto ciego determinado; podría simplemente ver televisión. Son tantas cosas que no me decido por nada, como una balanza demasiado equilibrada en la que un grano de arena quebraría lo ecuánime.
Es sencillo. Simplemente, no me decido por contar sobre las aventuras de hombres sin miedo del futuro, difuminándose las sombras en la noche en medio de carcajadas motivo de los inventos más freak que puedan salir de la cabeza (fantas afrodisíacas, orbicularidades, calabazas nacidas de la nada) o balancearme entre las palabras de vidrio traspasado compartido con mujeres de fe que ayer fueron dos. No sé si contar eso o atender los pensamientos que se me venían a la cabeza mientras Nazareno conversaba animado con Pino sobre lo brígido que se había puesto un amigo una vez, y yo, mirándolos, pensaba que el ron puro sí que quema el esófago. En la noche, más en la noche, pero no tan en la noche, se lo conté a Alex, que me dijo, paternal, "estás aprendiendo, hijo". Quizás debería delatar a Mono, que agarró con la mechona que le hace ojitos a todas las personas, o jurar que no fui yo el que derramó lo que sea que se derramó sobre el suelo de Mario. O contar que me acerco a las personas que dicen ser felices y les pregunto por qué, por cómo, y las escucho e intento aprender, ansioso, como niño que es instruido por Indiana Jones a moverse en una selva salvaje, que en caso de dudas o errores, acabaría contigo.
No sé si contar eso o contar lo de después, o lo de antes, lo que yo quisiera que fuera el futuro; algún sueño volátil, uno de esos que te tranquilizan, y no te atormentan como las pesadillas que tuve ayer. Ayer.
Le pregunto a Antonia sobre la fe, como le pregunté a Danitza sobre el amor, en una pregunta tan fuera de lugar, pero tan fuera de lugar, que no podrías imaginar que 13 personas estén bailando reguetón, saltando y haciendo temblar el piso (y Mono agarrando en el medio de todos), mientras 2 se gritan al oído los por qués de los misterios más profundos de la tierra (los sin respuesta). "¿Tan rápido?" me pregunta Antonia indicando a la mechona y Mono, inspirados. Yo pienso otras cosas. Además, eso se pertela. Se intuye tan bien como las chicas que se juntan con chicas como abejas por no tener los atributos para enganchar al jote de turno, o los hombres que palmotean en la espalda a otros hombres, o los silenciosos, los que se quedan con una sonrisa rígida en la cara mientras los demás intentan navegar en los remilgos de la fraternidad, mirando, o no mirando, drogándose con el mismo aire que respiran y deseando con un fulgor armagedónico que esta sea la última noche. "¿Has pensado en ir a un psiquiatra?" pregunta Antonia. Musito algo incomprensible. "Puede ser biológico, las serotoninas..." complementa, mientras yo recuerdo algo que tenía que escribir.

Pienso. El día 12 es el día en que se acaba la serial, y sería bueno hablar un poco de ello. Intentaré hacerlo y olvidar que cuesta domar las intenciones, la gana suprema por contar lo que en el momento se desee contar (que podría ser que quizá el arte de hacer balsas de deba enseñar en el colegio), o reflexionar, o causterizar. En todo caso, aquel día y aquella sesión, fueron también, un arrebato del impulso.

Estaba este extraño fulgor en el aire, como de electricidad; ese advenimiento de la naturaleza que avisa con sus signos que pronto, muy pronto va a llover. Imposible dar un paso más, o uno menos: es el sitio perfecto. A lo lejos unas ovejas y las personas caminando, ignorantes de su existencia. Varios. Adultos. Hay un poste de corriente allá, a la izquierda, ¿cómo lo habrán hecho para colocar? ¿Cómo es que yo estoy aquí? (y me río internamente sabiendo que estoy viviendo, como los pacientes que tienen sangrado interino y ya saben que van a morir). Saqué estas 12. 12 exactas. Y saqué más también, sólo que no de ese lugar. Recuerdo que fotografié una taza, un perro, un hombre, un caballo, un auto, un camino, una niña, una flauta, una vaca, unas botas, un anciano, una bicicleta, un cartel, una señora, un telar... Y es gracioso, porque a medida que lo describo vienen a la cabeza más recuerdos que quedan ahí en lista de espera, innarrados porque las teclas son unidireccionales y no una manta abarcadora de pensamientos. Y diciéndolo, subiéndolo, anotándolo, me nace una sensación dulce como cuando te empecinas en repasar, antes de dormir, lo mucho que disfrutabas del pan con miel cuando eras niño, o la primera mujer de la que te enamoraste, o la vez que te clavaste un clavo y pensaste que ibas a morir. Y es una sensación tan indescriptible que ni siquiera intento hacer la prueba de cubrirla con estos caracteres o lograr hacerte rozar, al menos con la punta de los dedos, qué es lo que quiero decir. Además, en una de esas sabes de qué estoy hablando y todo esto sobra, y deberías, entonces, dejar de leer y tomar cartas en el asunto, decidirte por correr o por, qué sé yo, golpear la puerta, pasear, conducir hasta el punto más lejano de la ciudad (el que nadie más conoce) o declarártele al árbol que está al frente de tu casa (dile que lo amas desde la primera vez que lo viste desnudo). Y es una sensación grata que se estanca inmaculada en la cabeza, como colgada por un ganchito racional para los días en que quiera llamarla a través de unas fotos, o de un texto como este, o simplemente por por vivir algo parecido. Y es como un abrazo metafísico o un beso imaginario, como una ronda infantil o el acto de tirarle migajas a las palomas de la plaza. Es como todo eso y todo junto, revuelto en lo que te decía, una vorágine indescriptible varada en la greda forjadora de los recuerdos: aquel papelito anónimo de una botella en el medio del mar.

Texto agregado el 05-04-2006, y leído por 257 visitantes. (0 votos)


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