Estoy sumido en la desesperación.

El hombre que tengo a mi lado no me habla, no me mira, cierra los ojos y calla.

Vengo del trabajo y no responde a mi saludo. Le toco y no reacciona. Le beso y no se inmuta.

Si tuviera el valor suficiente para pedir el divorcio… Pero no me atrevo. Me asusta la soledad. Me asusta entrar en casa y encontrarla vacía. Me asusta morir sóla, y que se encuentre mi cadáver uno o dos meses después, descompuesto, inundando el vecindario de nauseabundo olor.

- No, ya no me quieres, pero eso no me importa, mientras sigas a mi lado.

- Engáñame, si así eres feliz. Ignórame, si así lo quieres. No hables conmigo, si así lo prefieres. Que mas me da mientras no te vayas de mí.

- Aunque ahora que lo pienso, hace mucho, mucho tiempo, que no te vas de mí. No sales de casa. No haces nada. ¿Qué te ocurre? ¿Tan mal estás conmigo, que ni siquiera te apetece salir a la calle?

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- Quien iba a decirlo. Mató a su marido porque le había pedido el divorcio.
- Pues a mi me han dicho que cuanto entró la policía en su casa, ella estaba hablando con el muerto, como si estuviera vivo.
- Y a mí, que el marido aún tenía clavado en el pecho el cuchillo que ella usó.
- Cómo está el mundo…

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- ¿Te has enterado de lo de la vecina? Hay que ver que cosas pasan. Es que todo el mundo está loco.
- Si –dijo ella, mientras se acercaba a su pareja, con un enorme cuchillo en su mano derecha, y un pendiente que había encontrado debajo de la cama en la mano izquierda-…

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- ¿Por qué no me hablas? ¿Por qué me ignoras? No, ya no me quieres, pero eso no me importa, mientras sigas a mi lado…