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…alrededor del cordero que no quita ningún pecado sino que los peca todos.

Sólo había visitado el lugar de noche dos veces. La primera, cuando tuve que “verlo con los ojos”. La segunda, estaba sucediendo. Parecía no correr viento, como si todo se hubiera congelado de repente porque un acontecimiento trascendental estaba a punto de ocurrir.
El ángel sin alas parecía mirarme desde lo alto de su torrecilla en aquel pilar vacío. No estaba seguro si ocultarme, y si lo hacía, ¿dónde sería? ¿Detrás de alguna de las columnas que encerraban el patio abandonado? ¿Tras de uno de los menguantes de la luna?
Varios pares de pasos comenzaron a sonar entonces, uniformes, lejanos. Luego fueron las sombras, quienes surgieron de la nada y lo fueron todo. Un tropel de sombras levantadas alrededor del cordero que no quita ningún pecado sino que los peca todos.
Ellos lucían capas y máscaras de todas las formas, con dos orificios a la altura de los ojos. Las antorchas parecieron haber sido reemplazadas por la sola luz del satélite natural que presenciaba el espectáculo desde su sitio celestial.
Los encapuchados se ubicaron en sus respectivos sitios y formaron el círculo casi perfecto que habían dibujado tantas veces con sus propias figuras. Dos de ellas se adelantaron y dejaron un bulto justo a mis pies. Un revoltijo de sábanas, cuyo contenido exacto no pude determinar en aquel momento.
-¡Hablen!- grité-. ¿Dónde lo tienen?
-¿Dónde tenemos a quién, dices?
-A Pietro Daneri.
-Él está bien- el enmascarado que habló bajó la mirada, como queriendo contemplar el brillo de mis zapatos en medio de la oscuridad.
Admiré el bulto.
-Pietro- murmuré.
Me agaché para poder desatar la miscelánea, pero una voz me lo impidió.
-¡Alto!
Por una fracción de segundo creí que aquella voz provenía de otra dimensión, de una dimensión celestial y divina, pero pronto me percaté que era uno de ellos el que hablaba. Lo busqué en el círculo.
-Alto, ¡¿por qué?!
-Porque aún no es tiempo de que lo veas.
-¿Y cuándo será tiempo?
-¿Sabes lo que es filosofía?- dijo.
-¿Qué?- más que el contenido, me sorprendió la incoherencia de la pregunta.
-Contesta. ¿Sabes qué es filosofía?
-¿Qué tiene que ver en todo esto tu pregunta de mierda?
El aludido no respondió. El que permanecía a su lado habló:
-No te dirijas de esa manera al Mar.
-El Mar- murmuré. “Se lo llevó. El mandamás.” Había dicho la Luna.
-Tú eres el líder entonces.
-Etimológicamente- dijo el Mar con suavidad, pero sin perder aquella voz de otro mundo que casi hipnotizaba-, filosofía es el amor (filos) al saber (sofía), a la verdad. ¡La verdad! ¡Ay, de mí! Todos por naturaleza somos filósofos, por lo tanto. Todos, absolutamente todos- me refiero a los mortales por supuesto- buscamos la verdad, vivimos buscándola, necesitamos de ella.
No dije nada. No estaba seguro adónde quería llegar pero opté por seguir escuchando, pero sin dejar de vigilar de rato en rato el bulto que descansaba debajo de mí.
-Nadie, por supuesto- continuó-, quisiera vivir engañado. Ni mucho menos tú…
Se volvió a uno de los del círculo.
-Santiago Armas- dijo ésta, y reconoció la voz de la Luna.
-Santiago Armas- prosiguió el Mar-, de ninguna manera, bajo ninguna circunstancia quisieras vivir tú engañado. Por ello, en este lugar nuevo, extraño, decidiste meterte en asuntos ajenos, hurgar en los secretos más oscuros que- bien lo sabías- no te llevarían a nada…
Hizo una pausa. Pude captar una risita.
-… bueno.
Toda la atención recaía sobre mí. Como si aquel fuera un circo romano y yo, la atracción principal, tal vez alimento de leones, quizás un gladiador desarmado.
-Entonces averiguaste todo sobre nosotros- dijo ahora-. Con ayuda de por medio, por supuesto. Una vez escuché una frase célebre. Lástima que no tenga el autor exacto, de lo contrario lo citaría si fuera necesario: “Los grandes pecados comienzan con pequeños juegos inocentes”. Has pecado, Armas. Contra nosotros y contra los dioses. Ahora, debes pagar por tus pecados- no dijo nada por un rato, pero de pronto pude escuchar una carcajada sonora saliéndose de la careta-. Puede besar a la novia.
-¿Qué?
-Ábrelo- señaló el bulto a mis pies.
Me incliné lentamente, sin poder entender lo último que el Mar acaba de decir.
-Pietro, espera- pensaba. Sin embargo, no quedaban ya más sábanas y no encontré a ningún Pietro Daneri, sólo una muchacha con quien hablaba de cuando en cuando. Sofía Flores todavía respiraba. Levanté la mirada.
-¿Dónde está?
-¿Dónde está quién?- dijo el Mar.
-Pietro Daneri. ¿Dónde está?
-Él está en todos lados, siempre lo ha estado, siempre lo estará, por ser el Mar en paz y en guerra a un mismo tiempo.
Pietro Daneri dejó caer la máscara al piso. Sólo la capucha le hacía sombra al rostro.

Texto agregado el 21-05-2006, y leído por 132 visitantes. (0 votos)


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