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Inicio / Cuenteros Locales / mochica / XII. Agua (Jaa)- II

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Sofía Flores se levantó del suelo, dejando caer el lío de sábanas que la envolvía.
-Mi gran escena final- dijo el Mar-. Espectacular, ¿no lo crees?- Sofía se le acercó y embistió sus labios contra los de él. Tardé un instante en reaccionar, pero luego estaba vomitándolo todo en la pileta del ángel caído. El Mar siguió hablando-. Siempre fuimos doce.
"Ella es como el Junco.” Como el junco. ¿Qué es como el Junco?
-Agua (Jaa)- murmuré-. ¿El Junco?
-Te equivocaste de persona, Armas. El imbécil del conserje jamás podría pertenecer a nosotros.
-¿Quién es el Junco?
Raúl Romaní dejó en el piso su careta. Era otro de mis compañeros de laboratorio. Tal vez aquello no haya sido una total coincidencia.
-Bien- alegó calmadamente Pietro Daneri-, tú y yo, Armas, tenemos un pequeño secreto, y me temo que no querrás callártelo. ¡Agárrenlo, mierda!
Un bólido de pasos comenzó a sonar. Eché a correr. Los pasos no dejaban de golpear el suelo. Crucé el huerto. El ruido se apaciguó a causa de las plantas, pero no cesó. Había adquirido ventaja. ¿Hacia dónde iba? ¿Hacia dónde? ¿El rector? ¿Algún profesor? ”Son unos ineptos, incapaces. Podemos jugar en sus narices.” Vi entonces la ventana prendida de la cabaña de Porfirio Flores. “El imbécil del conserje…”, pensé, pero no tenía otra salida.
Llamé a la puerta, desesperado. Tenía la pijama empapada en sudor, y la saliva me cubría el mentón helado. La puerta de madera se abrió.
-¿Qué pasa?- preguntó el conserje, pero cuando reconoció el estado en el que me encontraba, me obligó a entrar.
Me dejó esperando en una cama compacta y dura, mientras me preparaba “algo caliente”. Una segunda cama estaba cuadrada al lado de la que me soportaba. El siguiente cuarto- la cocina- estaba separado de dónde estaba por un madero viejo que en algún tiempo pudo ser una mesa.
-¿Quiénes?- no estaba seguro si tenía que contarle, aunque él parecía saber. Toma- me dijo, dándome unas frazadas y dejando sobre una mesita cerca un recipiente humeante-. Fueron ellos, ¿verdad?

-¡ELLOS!- pareció exaltarse-. Los que me quitaron a la Sofía. ¡Esos malditos! ¡ESOS HIJOS DE SUS MADRES!
-Vienen para acá- confesé.
-Ya no- dijo. Lo miré sorprendido, alcanzando el recipiente y acercándolo a mi boca-. Me tienen miedo. Saben que yo sé su secreto y que puedo hablar.
-¡¿Por qué no habla?!
-¡PORQUE NO ME CREERÍAN! Escucha, muchacho. El rector me protege. Sea como sea, estoy a salvo aquí. Pero tú no, tú ya estás marcado. Ya no puedo hacer nada por tí. Lo único- parecía compadecerse de mi situación-, es sacarte vivo.
No llegaba a comprender entonces la magnitud de los hechos de los cuales estaba siendo parte.
-Ahora, descansa, hijo. Mañana será otro día.
Me recosté en la cama. Apenas pude pensar en algo cuando entré en el mundo extraño de los sueños nocturnos.

-Vamos, muchacho, despierta.
Abrí los ojos con dificultad. Reconocí la silueta de Porfirio Flores. A su lado, dos profesores y el rector. Me incorporé.
-¿Qué sucede?
El director me miró, preocupado.
-Don Porfirio nos dijo que pasaste la noche aquí. Que tienes algo que decirnos.
Busqué la mirada de Profirio Flores. Éste asintió. Resolví entonces contarles la historia, desde mi llegada, las circunstancias, todas las circunstancias por las que pasé, hasta llegar adonde me encontraba, hasta aquella habitación olvidada. Cuando terminé, ninguno de los tres invitados sabía qué decir. El anfitrión de la casa se aclaró la garganta:
-Lo ve, señor director. Algo anda mal. Me contó la misma historia anoche. ¡Absurda! No pude hacer más que decir que le creía y esperar a hoy día, para que usted resolviera qué hacer.
El rector se volvió a uno de los profesores, el profesor de psicología.
-Parece estar confundido. Tendríamos que llamar a sus padres.
-¡No llamen a mis padres!- me puse de pie-. ¡Es cierto!
-Lo ve, señor director- dijo el conserje-. Es a lo que me refiero. Parece estar trastornado.
-¡NO ESTOY TRANSTORNADO! ¡USTED TAMBIÉN LO SABE! –no podía controlar la impotencia-. ¡POR QUÉ LOS ENCUBRE! ¡POR QUÉ NO HABLA USTED TAMBIÉN! ¡COBARDE! ¡COBARDE!
Porfirio Flores me miró a los ojos, fija, muy fijamente, me tomó por el brazo y acercó su pecho contra el mío, murmurando a mi oído, para que sólo yo pudiera oírlo.
-Escucha, muchacho: éste es nuestro pequeño secreto. Te sacaré vivo de aquí, te lo prometo. Ahora cálmate.
Hacía un tiempo tranquilo, el sol- no el Sol de los doce-, apenas tomaba parte; el viento pareció haberse quedado rezagado. Todo seguía igual desde el lejano día en que entré por la puerta que abrió don Porfirio Flores, y por la que él mismo me iba a hacer salir.

Texto agregado el 21-05-2006, y leído por 119 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-07-2006 Acabo de terminarlo... me creerás que lo he leido sin interrrupción y he dejado mi trabajo de lado para hacerlo? excelente novela aunque un poco corta. El inicio debería ser un poco más largo quizás, explicar en cierta forma porque se le eligió a él. De todas maneras soy la primera en darte las 5 estrellas. BZS. KaReLI
 
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