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Yo todavía me acuerdo del monstruo porque ese día se bañó Bernardino Chalahuite con agua del pozo hediondo que tenían los Mauros en su patio, pero por fin se bañó, y eso que estaba pegando un norte fuerte, de esos que vienen con mucha lluvia y frío que cala los huesos y recrudece las reumas. Bernardino no acostumbraba limpiarse el cuerpo con cosas húmedas, desde que lo conozco, que fue cuando los gringos hundieron aquí enfrente al Faja de Oro y al Potrero del Llano y después le echaron la culpa a los alemanes para que México entrara a la guerra, y cuando se robaron a la Javiera, una vieja muy ganosa, de caderas anchas y cintura de avispa, que apodaban La Marejada.
Bernardino Chalahuite se quitó con piedra pómez y cáscara de coco, todas las costras de mugre que consiguió en la temporada de pesca. Porque ese día iba a casarse, doña Chabela Paredes le hizo el favor de plancharle con plancha con brasas la única camisa blanca que tenía y el único pantalón de poplin que le compró a plazos a don Manuel, el abonero. Cuando fue a la orilla del mar a quitarse las chanclas arenadas para lavarse los pies y enfrentar al juez luciendo huella digital, salió el monstruo arrastrado por una ola y Bernardino en vez de correr hacia los médanos corrió hacia la bocana alcanzándolo una ola de esas que levanta la marejada cuando hay mucho viento.
Bernardino tuvo que volver a bañarse y esperar que Chabela le lavara y planchara la ropa, otra vez, retrasándose a la hora de la firma, de la que no pudo escapar porque los hermanos de la Toña –quien ya le había entregado la prueba de su amor en un arrebate ganoso-, vinieron en caballos tosedores para llevárselo amarrado con el que da nombre a los niños y es vengador de las mujeres con hombres olvidadizos.
Canijo monstruo, a todos nos vino espantar porque Mínguez llegó corriendo al Triángulo de las Bramudas a contar que un monstruo acuático había atacado a Bernardino Chalahuite y estuvo a punto de devorarlo. Nosotros corrimos a la playa machete en mano porque ningún ser marino, por muy monstruo que fuera, iba a comerse a un pescador, pero lo que había recalado en la playa nos bajo la borrachera del puro susto. Ahí estaba tirado en la arena como turista chilango, pero era como cinco veces más grande que el Gigantón Reyes y tan gordo como doña Cruz, que tiene una barriga de dos metros de ancho, sólo que la cosa esa tenía un cuerpo de serpiente. El Peludo Origel, encargado de la báscula de la pescadería de los Rodríguez y que pesa el pescado en kilos de ochocientos gramos, comentó que él le calculaba 35 toneladas de peso. Bartolo Saqui lo midió con la cinta con que mide los terrenos del fraccionamiento Arcadia y dijo que de largo medía diez metros más otros tres metros de sus colmillos. Deveras que estaba feo el animal porque no se le veían aletas ni cola y su piel estaba recubierta de un vello rojizo, como el del marinero noruego que embarazó a la Lucrecia.
Hasta por el lunes regresó Bernardino muy trasijado y dijo que le cortáramos un colmillo al monstruo para vengarse del susto que le había metido y porque necesitaba beber y comer para reponerse. Después supimos que la Toña necesitaba más de uno para ser feliz y su fama creció como rompedora de catres reforzados.
Como a la semana llegó gente de la capital y con ellos los del canal Ocho. Las muchachas de merecer se paseaban frente a las cámaras y Sirle Ragazzo hasta llegó a contar en la plaza que los de la televisión se la querían llevar a México como actriz, pero Dominga Tassinari dijo que a menos que fuera en el papel de duende en el Teatro Fantástico de Cachirulo, no le veía la razón. ¡Ha como nos reímos de ella en el Triángulo de las Bramudas!, hasta los policías fueron a ver que pasaba.
Las personas de México dijeron que el monstruo posiblemente había pertenecido a la era de los dinosaurios y podía tener hasta 50 mil años de edad, pero la madre Justita dijo que eso era imposible porque, según el padre Filemón, por esas fechas todavía Dios no creaba el mundo. El profesor Blas, que no iba a la iglesia por ateo y comunista, exigió que en aras de la ciencia se le hicieran al monstruo más pruebas y se aclarara de una vez de qué animal se trataba, pero los científicos venidos de la capital dijeron que eso era difícil porque la gente le había quitado los colmillos al espécimen y tantos pedazos de carne que ya era prácticamente irreconocible. El Chaparro Luna, que además de presidente municipal se creía muy estudiado porque era licenciado, ordenó a don Agapito, el comandante, que se agarrara una recua de policías y detuviera a todo aquel sospechoso de haberse robado alguna parte del monstruo. A nosotros nos fueron a agarrar en “El Perro Tuerto” y tuvimos que confesar el paradero de los dos colmillos, uno se lo habíamos cambiado por cinco cartones de cerveza al Siete Cocas Romagnoli y el otro a doña Rita por siete días de comida a base de pescados y mariscos. ¡Ah que coraje hicieron el Siete Cocas y doña Rita cuando se enteraron que los colmillos no eran de marfil, pero más cuando los obligaron a devolverlos! Doña Rita nos quiso demandar, pero el licenciado Barandica, que dos días había ido a comer unas jaibas al mojo de ajo con nosotros, le dijo que un trato era un trato, y que si ella se había quedado sin colmillo también nosotros sin comida, pues el séptimo día del trato ya no nos lo quiso cumplir.
La policía también llegó hasta la casa de los Cayos Espinosa, porque doña Petra Salas, su vecina, los había visto arrancar del monstruo grandes pedazos de carne, pero no les pudieron comprobar nada porque ya los filetes se los habían comido a las brasas y sin pruebas pues no hubo delito que perseguir.
Un científico de los de México platicó que quizá el monstruo marino había quedado aprisionado y preservado en algún iceberg ártico, hasta que por fin se deshizo el hielo, y que el cuerpo no estaba muy descompuesto porque todavía estaba en agua salada. Pero cómo chingados iban a oler si traían sus narices tapadas como los doctores. A los quince días el olor estaba muy hispano y los vientos llevaron la peste hasta el pueblo, la muchachada lo quiso arrastrar hasta la barra para que la corriente del río se lo llevara, pero cuándo lo iban a mover si el canijo animal parecía vagón de ferrocarril y lo mismo pesaba.
El presidente municipal ordenó que se cobrara un peso a todo aquel visitante que quisiera ver al monstruo, pero como ya apestaba mucho y le faltaban los dos colmillos tuvieron que rebajarlo a un tostón los adultos y treinta centavos los niños.
Ya para cuando entró la primavera, el olor era insoportable. Los científicos se fueron porque nunca le hallaron forma al monstruo y hasta pensaron que pudiera ser un cachalote. Los de la televisión también se aburrieron y se fueron tras los científicos sin llevarse a Sirle Ragazzo
Pinche monstruo hediondo, nos hizo trabajar de más porque un domingo tuvimos que ir todos los del pueblo a enterrarlo, así nomás, sin velorio y sin café con piquete. El presidente municipal se quedó con los colmillos dizque para resguardarlos, pero parte del cráneo está en la cooperativa, cuando quieran se los enseño.
Por cierto, la Toña contó en la pescadería de los Bovio que Bernardino se había visto como toro en brama la noche de bodas, pero nomás esa noche ¿Le habrá afectado el susto?

Texto agregado el 25-05-2006, y leído por 936 visitantes. (0 votos)


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