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Inicio / Cuenteros Locales / nopasaran / El viaje de Isabel.- (I) Están entrando

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I. Están entrando.

-¡Están entrando, los nacionales están entrando!

Isabel se levantó confusa de la vieja silla de madera y mimbre en la que había pasado tantas tardes distraída, casi siempre dibujando hasta apurar la luz del día. Se acercó rápido hacia su hermano que seguía gritando como loco, asomado al balcón, desde donde parecía recibir los detalles de la que era sin duda una trágica noticia para la familia.

-Están entrando, Isabel. Mira.- Le acercó a la baranda del balcón, e hizo un gesto con la mano señalando el caos que se extendía bajo sus pies. La gente corría despavorida de un lado a otro, cargados la mayoría de talegas, mantas, mochilas…- Dicen que la ultima resistencia al norte de la ciudad ha caído y que en unas horas toda Málaga será ocupada por los militares. Debimos irnos ayer, con Alberto López, con los primos y no quedarnos aquí. Te lo dije, Isabel. ¡Te lo dije maldita sea!

El rostro de Isabel palidecía al tiempo que miraba absorta a su hermano menor, el pequeño José, de dieciséis años recién cumplidos. Sin embargo y pese a un gran esfuerzo consiguió mantenerse fría. Sabía que no debía dudar ante él, debía guardar sus ganas de llorar para más tarde, cuando estuviera sola, como últimamente venía haciendo; en definitiva mantenerse impasible y cumplir con ese rol que tanto pesaba en una niña de diecisiete años; ese rol que su padre, Raúl Rodríguez, peón de albañilería y viudo, le había asignado una semana antes, cuando marchó a la defensa de la ciudad con un fusil y un pañuelo rojo al cuello alentado por sus compañeros de sindicato. Sin duda le venía grande ese papel. -Cuida de tu hermano y de la abuela, hija,-le dijo antes de marcharse- y si las cosas se tuercen, coged cuanto podáis cargar y marchaos con vuestro tío, que él sabrá llevaros a un lugar seguro.- De ahí los reproches de su hermano. Justo la noche antes, su tío, que estaba al tanto de la situación, se había personado en su casa para advertirles que debían partir con ellos hacia Almería, ya que de buen recaudo sabía que esa noche la resistencia de la ciudad desistiría ante el avance del ejército sublevado.
Pero el hecho era que Isabel se quedó en casa a pesar de los consejos de su tío y las súplicas de su hermano. No podía concebir una realidad tan desalentadora. Pensaba que la guerra era algo que se leía en los diarios, algo lejano, abstracto, donde moría gente pero nunca gente conocida ni querida, y menos su padre. Por eso había estado esperándolo, deseando el momento de verlo entrar por la puerta con su típica y cálida sonrisa, mientras les decía que todo había terminado. Y hasta la noche anterior podía haber sido ése momento.

-¿Sabes lo que hacen con la familia de los milicianos, Isabel? Seguro que alguien nos delata. Dicen que a las mujeres les cortan el pelo y… a nosotros… ¿Qué nos harán? ¡Isabel, reacciona! - José no podía controlar su ansiedad ante la situación.

La verdad es que Isabel no tenía la más mínima idea de lo que podía suceder si se quedaban en casa. Está claro que en esa España divida alguien los señalaría de rojos, al ser familia de un miliciano, pero desconocía lo que aquello podría suponer. Quizá nada- pensaba- al fin y al cabo no somos más que dos niños y una vieja de casi ochenta años y medio demente. Pero ante la duda de que su familia pudiese sufrir alguna represalia, algo que nunca se perdonaría, tomó la decisión de seguir los pasos de su tío.

-Coge la bolsa de con las monedas que nos dejó papá, ropa y mantas. Ah, y algo de comida. Y dile a la abuela que nos tenemos que ir.

Texto agregado el 01-06-2006, y leído por 92 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2006 Te feliicito por tan magistral historia. ***** eneas
 
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