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Inicio / Cuenteros Locales / nopasaran / El viaje de Isabel.- (II) Los milicianos no van al cielo

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II. Los milicianos no van al cielo.

Raúl limpiaba, sosegado, el cargador de su fusil de asalto. Había pasado todo el día cavando trincheras y ahora, cayendo la luna, descansaba junto a sus veintiséis compañeros de la CNT que se encargaban de vigilar la entrada norte de la ciudad, a unos cuatro kilómetros fuera del área urbana. El objetivo de esta milicia no era batirse con la pesada infantería nacional que se esperaba de un momento a otro, sino esperar su llegada, hacer un posible recuento de hombres y material del enemigo, pegar cuatro tiros mal pegaos y salir con pies en polvorosa. Todo el ejército leal a la república se estaba replegando en Valencia, con el fin de conseguir mayor organización, así como alistar voluntarios, militarizar milicias y esperar el ansiado apoyo de las democracias europeas. Pocos sabían en ese momento que los grandes pilares del mundo libre y demócrata del globo, llámense franceses, ingleses o norteamericanos, iban a volver la cara a la legitimidad de la República española, por miedo a anticipar la inexorable llegada de la segunda gran guerra. Sólo un grupo de voluntarios de diversas patrias y ajenos a patrias, con la libertad como única bandera y la razón cosida a sus botas, habían llegado a una guerra lejana para combatir contra la tiranía fascista. Las brigadas internacionales. Esos mismos brigadistas que, en el caso de los norteamericanos, fueron perseguidos por sus mismos compatriotas años más tarde, señalados de comunistas, muriendo muchos a la vejez sin el reconocimiento de los suyos. Aunque no es necesario que un servidor explique lo “raros” que son los americanos en temas bélicos; cuanto menos, raros.
Iñigo González, compañero de Raúl y secretario de la milicia, estaba acodado sobre la trinchera, observando los Montes de Málaga con unos anteojos. Raúl, quien desmontaba lentamente el fusil que había aprendido a usar sólo un par de semanas antes, lo escuchaba hablar en un tono muy bajo.

- Cabrones hijos de puta.

- Creo que estás hablando sólo, compañero. ¿Estamos perdiendo el juicio, eh?- bromeó Raúl.

- Lo que vamos a perder pronto es la cabeza, pero en sentido literal.

- ¿Ves algo?

- Nada. Pero ya sabes lo que dicen. De esta noche no pasa.- Iñigo cerró los anteojos y se tumbó junto a Raúl-¿Y tus hijos, con quién los dejaste?

- Isabel es mayor. Tiene ya diecisiete. Bueno, y José dieciséis, aunque ya sabes que las niñas a esa edad son ya mujeres. Ella es responsable y sabrá que hacer si se tuercen las cosas.- Iñigo miraba como la expresión de Raúl se iluminaba al hablar de sus hijos. Él no tenía familia, cosa que en estos momentos casi celebraba, pero al mismo tiempo añoraba tener alguien por quien luchar.

- Tú tienes a tus hijos, que son jóvenes. Pero, ¿Por quién lucho yo?

- Sabes bien que no estoy aquí sólo por ellos. Y no me dudes tu, compañero, porque me llenas de desesperanza. Recuerda que fuiste elegido en la asamblea como secretario por tu convicción en la resistencia. No me dudes tú, Iñigo, por Dios.

- Por Dios. Tiene gracia esa expresión en nosotros.

- Ya sabes que lo digo como frase hecha.

- Claro. ¿Pero no has pensado en eso últimamente?

- En verdad que no sé a qué te refieres.

- Me refiero a eso, a Dios. Nosotros luchamos por cambiar este mundo. Pero no tenemos esperanza más allá de él. O al menos, la mayoría de nosotros, claro.

- Quizá exista Dios, aunque nada tenga que ver con la Iglesia. Y si luchamos por el hambriento y el desamparado, quizá nos hagan hueco allá arriba-. Esas palabras provocaron una sonora carcajada en Iñigo.

- Somos anarquistas, compañero. No creo que Dios nos tenga en buen concepto. Quemamos cruces y vírgenes, ¿o no lo recuerdas?
Raúl quedó en silencio un momento, el aire ausente.

- Ellos luchan convencidos de tener a Dios de su parte, y quizá lo tengan-, dijo al cabo de unos minutos-. Pero ten presente que no pienso dejar de luchar. Aunque no haya cielo, es más, aunque haya infierno y tengamos nuestro sitio dispuesto allá, con una butaca y nuestro nombre en el espaldar. Mientras haya un niño en la tierra golpeado por el hambre y con la mirada ignorante de lo caciques y obispos, yo seguiré luchando.

Los dos se miraron fijamente unos segundos. Había miedo en sus rostros, pero eran conscientes de que en su desesperanza residía también su valor. Estaban convencidos de tener la razón de su lado, una razón que los condenaba a una muerte que significaba final definitivo y oscuro o eternidad dolorosa en los fuegos del averno.
Raúl terminó de limpiar el fusil e Iñigo volvió a tomar los anteojos para observar los montes que se levantaban frente a ellos.

- Ya están aquí. Y no vienen pocos.

Texto agregado el 01-06-2006, y leído por 89 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-06-2006 Acabo de leer el relato y cuando finalicé me defraudó no poder continuar metido de lleno en tu historia. ! Qué buena novela! Mis felicitaciones ***** eneas
 
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