Consecuencias traerían, a mi organismo, todos esos ruidos nocturnos que hacen que duerma con la mitad de las neuronas abiertas y la otra mitad alerta, pegada a mis sensores. Probé de todo para tratar de dormir. De todo, menos la química encapsulada; no confío para nada en los inventos del hombre en cuanto a medicina ni en los avances hipocráticos, ni en los hipócritas avanzados.
Alguien me habló una vez del sueño placentero, me dijo ya verás, luego de tener sexo del bueno. “¿Existe de otro?” pregunté, asombrado; ya verás que sí; bueno, luego de un buen orgasmo, tus ojos se cerrarán exhalando imágenes, y tu sonrisa será una mueca estática y dulce y el peso de tu cuerpo no necesitará la ley de la gravedad.
La verdad es que, tratando de llegar a ese momento, mis relaciones sexuales comenzaron a fracasar. Antes de empezar, ya quería terminar y -buscando los atajos al sueño placentero- me encontré con muchos obstáculos por parte de ellas; insatisfacción, celos, reproches, risas. Por mi parte, pérdida de horas tratando de comprobar la teoría, pérdida de mujeres, con la escasez que hay en los saldos de la noche montevideana.
Entonces recurrí al hipnotismo y a la autoayuda. Me compré un libro de esos que venden por suscripción. Tapa dura y todo. Edición limitada; tan limitada como el presupuesto desbalanceado por este libro, que pasó a ser un adorno en mi biblioteca intelectual. Los libros se apartaban, se caían de su lado. Comencé a pensar que realmente tenía poderes y una de esas noches de insomnio comencé a leerlo.
Es muy importante la respiración, titulaba el primer capítulo; seguidamente un sinfín de ejercicios de respiración que acabaron por darme un ataque de asma que me tuvo en el hospital dos semanas, lleno de visitas y, por si fuera poco, de flores o tarjetas que me enviaba todo el mundo. Una de mis ex, material de prueba para el sueño placentero, me trajo envuelto en un muy bonito papel el mismo maldito libro.
Cuando me recuperé hablé con el médico de esta endemoniada afección nocturna. El me recomendó una copita de licor antes de acostarme. Al poco tiempo me convertí en alcohólico; por las noches andaba de bar en bar y comencé a ir a Alcohólicos Anónimos en los momentos en que podía dormir unos minutos, hasta que me preguntaron, cuéntenos su experiencia. A base de contar tanto, me recuperé y salí un día a la calle con la férrea ilusión de caminar hacia la noche con la sábana en la espalda, almohada en mano. En un negocio vi lo que realmente sería la última posibilidad. Té de hierbas para dormir, rezaba la cajita de madera de sándalo en el viejo negocio. Ahora sí, me dije, esto es sano, natural, además de que la sabiduría de esta gente está por demás demostrada. Pero, justo me tocó un empleado nuevo, el nieto del dueño que acababa de llegar de SAN.TIA.MEN.
No nos entendimos y me terminó dando opio, lo que me llevó a un barrio vecino donde encontré a Lucy y al submarino amarillo y, luego, la comisaría próxima en donde me encontraron. Tirado en el banco de la celda, comencé a restregar los barrotes con una taza de metal, gritando agua, agua. El carcelero la hizo fácil: tomó el balde, lo llenó de agua y me mojó hasta la médula. Empapado, decidí renunciar a dormir. Me dije seré el rey de los despiertos. Dedicaré todas esas horas a algo, constructivo, divertido. Escribí entonces un libro de cómo permanecer despierto y, con el dinero que he ganado, financio mis expediciones nocturnas.
Algunas noches visito a mis ex; otras, salgo a tomar hasta por los poros y, de cuando en cuando, voy al negocio chino, pido que me atienda el nieto del dueño y compro un poco de té para dormir.