La luz caía, lenta, tierna, sin apresuramiento, sobre el frío concreto de la casa de enfrente, como quien cubre el cuerpo tumultuoso de la tierra madre, rozando, acariciando, con sutileza, con-tacto-ardiente la piel de la memoria; bajaba y bajaba, más y más, calentando las amplias paredes de una casa rustica y estática, terruño que existe para recibir la calidez del sol y proteger el sensual continente de Diana... mujer de delicada figura, sobresaliente sonrisa y agraciada personalidad, que sonreía al compás de las horas en ese minúsculo mundo apresado sin remedio. Ella era de mediana estampa, caminaba con delicadeza, como si el viento la llevara, libre y ligera... poseía ojos tiernos y carismáticos que junto con labios rojos, desprendía sabor suave y primaveral. Eran como las 7:30 y su ventana, sin cortina, recibía un aventurado rayo de sol que recorría su recámara, sin impaciencia, absorbiéndolo todo como el ardiente deseo que engulle la voluntad de la zozobra... camina, sigiloso, recorriendo la sabana y la colcha desordenadas; toca violentamente, después de un tranquilo movimiento su pierna fuera del cobertor, y sigue moviéndose con paso firme y seguro, acariciando y dejando huella en el candente cuerpo que empieza a ser seducido, poco a poco, con el roce, la fricción, el contacto somnífero de la perversión. El rayo sube cada vez más, conquistando las partes, frutos del camino parecido al pétalo de rosa, impermeabilizable, pero, al mismo tiempo entregado al contacto grandioso de la posesión. La piel se deja conquistar, arrastrar, porque no hay nada más en este mundo que muestre la felicidad paradisíaca, sino el cálido y romántico impulso de la pasión... se sueña, no obstante, casi nada se parece a lo soñado, excepto una mano tibia subiendo por su muslo firme, aspirando robarle su tesoro guardado celosamente, esperando que el buque mejore -¡ pero quién se lo roba!-, un asaltante que recorre y construye una sensación placentera, no es de este mundo, no, no puede ser de aquí, debe pertenecer a otro tiempo, debe arribar del futuro, porque el sueño no es de aquí, aquí sólo la miseria prevalece. El merodeador matutino continúa su labor, y ella, se abre más y más, descubriendo su piel, prominentes senos y profundo silencio, para que el extraño conquiste, sin que nadie lo moleste, lejos de la realidad, en el cielo onírico, ella y él, arrebatados de este mundo, más allá del horizonte... - ¡ continua, vamos!... viola mi secreto, arrástrame a tu mundo, no digas nada, termina, ¡ vamos!, no quiero abrir los ojos, estoy en el cielo o en el infierno, no lo sé... me gusta, pero no lo confíes a nadie...-. Su cuerpo desnudo, sin protección, apartado de la seguridad de la palabra, desea, necesita ser violentado, sin prejuicio, acompañado para traspasar el silencio, la angustia, la desequilibrante existencia, la zozobra, el olvido, la mente emponzoñada de los otros que la guardan, la recluyen dentro de los límites del sin-sentido, mientras que su mente viaja, más allá del equilibrio, de lo razonable; abandona lo que nos hace ser muy fríos, helados, muertos... Fluye una sonrisa, pues el ladrón ha terminado; ella parece la “mona lisa”, en un cuento, dentro de una pintura, un lugar inhóspito que mira sin ser mirado, siente sin necesidad de explicar, de racionalizar, de banalizar, simplemente goza en la tierra de la libertad cuyo lugar está lejos de la soledad...