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La fuga del Osito y la Munse

Fue tan curioso el volver a verla el domingo en la noche, en Misa. Mas aun porque habíamos pasado juntos desde el jueves en la noche, cuando la fui a recoger con rumbo a Saint Bart`s, hasta el domingo a las 9 y media, cuando la dejé en su casa. Ella no lo sabía, pero en esas horas, entre domingo en la mañana y la misa de la noche, ella estuvo conmigo más que nunca.

Recuerdo que llevaba la chompa amarilla. Al verla recordé una vez más cómo nos habíamos conocido: ¨ ¿Y tú que vas a estudiar?....Periodismo....A, te va a ir bien porque como eres simpática siempre te van a dar chamba ¨. Definitivamente no fue la mejor primera impresión, pero marcó cada una de nuestras conversaciones. Yo siempre le diría la verdad, aun siendo ácido y sarcástico; y ella se reiría, haría una mueca con los ojos y me diría ¨ Ay osito! ¨.

Sí, yo era el Osito. Y ella la Munse. No recuerdo alguna vez que yo la llamase por ese nombre, pero varios en la Comunidad lo hacían. Ello porque en vez de decir ¨ monse ¨ ella decía ¨ munse ¨, poniendo una voz delgadita, tierna, juguetona.

La Misa continuaba y yo no me atrevía a mirarla. Sabía muy bien a qué había venido, pero aun así faltaba mucho para ello. Tenían que darse mil y un coincidencias, pero mis esperanzas en ellas estaban altas, considerando todas las coincidencias que se habían dado los últimos días.

Saint Bart´s fue no sólo entretenido, sino revelador. Muchas veces intentamos tapar nuestras verdades, recubriéndolas de máscaras, de razonamientos que nos llevan lejos de lo esencial. Durante los dos meses que habían pasado desde que volvimos a hablar yo me había cerrado a la posibilidad de sentir algo por ella. Cuando un muy lejano noviembre le dije que me gustaba, ella se frikió y comenzó a tomar su distancia de mi. Curioso, yo le dije que me gustaba para dejar atrás esa incomodidad y ser claro y abierto con ella, porque yo quería, a partir de ese momento, conocerla en verdad y ver si podía sentir algo más que un gusto. Creo que no funcionó. Luego vino el campamento de Año Nuevo y ella prefirió buscar a la personificación de todo lo hueco antes que a mi. Allí supe que no iba más, se me cayó y me di cuenta que lo que yo intentaba ofrecerle era demasiado para ella: nunca sabría apreciarlo en su mente adolescente. Al pasar los meses, eso se haría más evidente.

Pero aun así, sabiendo muy bien que ella buscaba a alguien más ¨ peligroso ¨ que yo, ambos seguimos juntos. A partir de febrero empezamos a acercarnos de nuevo, nos hablábamos, jugábamos, reíamos, salíamos con Daniel, hasta el momento un amigo nuestro. Un amigo...quien diría: una semana de enero yo la llamé a su cell. Me contestó muy rara y se escuchaba la calle...donde estás pregunté ¨ por el Swiss Hotel ¨, recuerdo que hice bromas, diciéndole que se cuide cuando vaya a un telo. La llamaba para decirle que había conseguido una invitación extra para el cumpleaños de Zheyda, la enamorada de Daniel, que lo iba a celebrar en una discoteca. Me dijo que no iba a poder. Cómo es de enredada la vida: en ese momento ella estaba por el Swiss Hotel con Daniel y más tarde se estarían besando.

Llegó el momento de la Paz. Por suerte estaba lejos, sólo tuve que saludarla con la mano. Su chompa cobraba un amarillo más intenso, como mil soles. Me hizo recordar a la caja que conseguí para poner su regalo de cumpleaños. Ese tiempo yo estaba sin trabajo y no tenía nada de dinero, pero se venían el cumpleaños de la Munse el 15 de abril y el de Daniel el 17 y yo quería celebrarlos con ellos. Daniel no sabía que hacer, así que le animé a hacer una parrillada en su casa, organizándolo todo. Sería el 14 y podríamos celebrar ambos cumples.

Y se acercaba el 14 y yo no tenía ni un centavo. Dicen que la necesidad es la madre de la inventiva, pero en este caso fue el azar lo que me llevó a Mala. En una reunión familiar dos semanas antes llegó un tío que es policía y a la vez seguridad en una discoteca en Mala. Me dijo que ganaba S/.50 la noche y que si quería el me podía llevar unos tres días a trabajar, porque justo uno de sus vigilantes, también policía, había sido destacado a la selva. No lo dudé y decidí sacarle provecho a mi tamaño por primera vez. Me puse toda mi ropa negra y me fui a Mala. En el camino me reía: estudiar 7 años Derecho en la PUCP para venir a sacar borrachos en una discoteca al sur de Lima. Bueno, luego me daría cuenta que decir discoteca era demasiado: era un terreno baldío donde habían puesto una especie de carpa enorme. Se presentaban grupos chicheros y la gente bailaba con botellas de litro cien en la mano. La primera noche tranquila, sólo separar a dos tías que se estaban peleando nunca supe porqué. La segunda noche ya un poco más movida, aumentaban los clientes, una chica se asfixió y tuve que sacarla. En ese momento la sentí tan liviana, pero ya afuera del local la vi bien y de liviana no tenía nada. La tercera noche fue extrema. Todo empezó con un flaquito borracho que se había querido poner a orinar en una esquina de la carpa. Yo lo vi y lo agarre por detrás de los hombros y le empecé a jalar hacia fuera. Nunca me di cuenta que en efecto ya se había abierto la bragueta y estaba orinando mientras lo arrastraba. En su camino le orinó el pantalón a dos sujetos que se veían de lo peor, con cortes en los brazos y en la cara. Y, para remate, el pendejo del flaquito terminó orinándome la pierna a mi, una vez que lo dejé afuera. Respiré hondo para no matarlo y regresé al local y allí ardía el infierno. Los dos sujetos habían querido salir detrás mío y del flaquito y mi tío se dio cuenta y les quiso detener. Uno sacó una cuchilla (de no se donde, porque a todos los revisábamos al entrar) y recuerdo que corrí y me le fui encima. Nunca había estado en una pelea. ¡Qué manera de empezar! Recuerdo que su amigo me encajó una patada en las costillas que me quitó la respiración, pero igual me levanté y logré alcanzar la cuchilla que se le había caído al primero cuando lo embestí. Mi tío se encargó del otro y al final los botamos. Nada mal para un osito abogado.

Con mis sueldo pude ver de comprarle algo bonito a la munse. Me daba mucha risa que al final casi me cortan y me rompen las costillas para eso: un regalo y una parrillada. Me iba riendo solo en la Pucp, mientras iba camino a su tienda de regalos. Le había prometido que le compraría una ardilla de peluche con polito amarillo de la Pucp. Pero ya no había, así que me quedé dando vueltas, viendo libros. En eso me crucé con lo que esperaba. Un cuento para niños que se llamaba ¨ ¿Donde estás Osito?¨. Era una historia muy tierna de un abuelo que busca su osito de peluche para dárselo a sus nietos. Recuerdo que me enamoró una frase: ¨ Y mi osito se sentaba allí, quietecito sobre la silla, como esperando que alguien pasara y lo abrazara ¨. Me hizo pensar que en efecto yo era el osito, sólo esperando que alguien quisiera abrazarme y llevarme a casa. Así fue que compré el cuento y fui buscar la caja más amarilla de toda Lima. Por suerte la encontré a tres cuadras. Al guardarlo, puse dos notas: una encima del cuento, saludándola por su cumple, otra al final en que decía que yo era también como ese osito un alma triste en una ciudad de cartón, esperando que alguien pasase y me llevase.

Por la noche todos nos reunimos en su casa con otros amigos, a fin de ir donde Daniel a la parrillada. Ya le había dado la casa en la mañana, pero no esperaba que me dijera nada más allá de que estaba lindo el regalo; se que es difícil decir algo frente a ese tipo de cosas. Nos fuimos a comprar al supermercado antes de embarcarnos y ella me jaló a un costado y me dijo, con los ojos rojitos, que la había hecho llorar. Nunca me había puesto a pensar que pudiera se capaz de eso, de mover aunque sea un poquito su corazón. Fue como descubrir que cuerda tocar de la guitarra para obtener el sonido buscado. Llegamos a la parrillada y todo fue excelente. Hasta que vi que escribía en su celular un mensaje que empezaba con ¨ Ay amor...¨ Luego vi que ella y Daniel estaban con el cell en la mano, escribiendo a cada rato. Que uno salía del patio, donde estábamos todos, con rumbo a la sala y al minuto el otro repetía la ruta. Luego salían en orden inverso, guardando las distancias y los tiempos. Decidí no creer, ni preguntar.

Luego todo estalló. Y no nos volvimos a hablar por todo un mes, hasta un 05 de junio en que, frente a su mail pidiéndome perdón, no tuve más opción que seguir queriéndola.

No voy a negar que al principio me dio mucho miedo volver a ser su amigo y empezar de cero. Porque, aunque el gusto seguía allí, por lo bajo y adormilado, eso ya no me importaba. Me importaba ella. Y no podía hacer nada porque ella seguía con Daniel...o al menos eso pensaba, ya que cuando nos volvimos a ver, casi 20 días después, ella me dijo que no estaba con él. Me cayó como un balde de agua fría. Hablamos. Fuimos a capilla y a Misa. Las cosas no volvieron a ser como antes, sino mejores. Ahora yo sabía quién era ella, su verdad, su mentira, su valor.

Llegaba la Comunión y empezamos a hacer nuestra cola. Yo iba mirando al suelo, pensando en lo que iba a hacer. Nada hubiera pasado si no fuera por Saint Bart´s, Daniel F y la casa de Andrea.

Desde el jueves 27 de julio hasta el sábado 29 estuvimos en la casa de playa de Saint Bart´s. Y fueron casi tres días en que estuvimos juntos a toda hora. Eso no fue algo que yo buscase, sólo se dio. Dormíamos en el mismo cuarto, nos echábamos a escuchar música, paseábamos por el malecón y por la playa, también con música. Recuerdo que ella me cogía del brazo al caminar, y algunas veces se colgaba de mis espaldas para que la arrastre, cual bulto. Recuerdo también que la primera noche estábamos en la sala, de pie, y ella apoyó su cabeza en mi pecho. No se bien porqué, algún instinto ancestral empezó a moverme despacio, de lado a lado, como quien baila un bolero, abrazándola. Ella bailó conmigo unos segundos, luego se soltó y nos fuimos donde estaba el resto.

Aunque no lo crean, ninguna de estas cosas me emocionaban o daban alas. Eran cosas que yo no buscaba, sino que simplemente sucedían. Como dormir al lado de ella. Recuerdo que la ultima noche ella durmió con mi casaca y me quedé mirándola en la oscuridad, sin saber bien que sentir. La miraba y me inspiraba por momentos ternura, por momentos pena, por tener que dejarla atrás, porque si ella hubiese querido algo conmigo en algún momento, eso ya hubiera sucedido.

Como dije, Saint Bart´s fue revelador, porque me dio a conocer a Daniel F y su música. La munse llevó un cd y lo puso el viernes en la mañana. Nunca había escuchado esas canciones, excepto una. Hablaban de dolor, de añoranza, de nostalgia, de distancia. Hablaban de querer hasta la última gota del ser, de cantar por alguien que te da alas para vivir, de cómo se acaba cada pena contra el pecho del otro. Recuerdo que lo escuché y el universo desapareció. Daniel F me hablaba de amor y yo entendí. Por fin empezaba a entender.

El sábado, al salir de Saint Bart´s llamó Andrea, que había quedado en ir y no pudo. Nos invitó a su casa en la noche y quedé con la munse el pasar por ella. No la acompañé a su casa, pues la combi la dejaba a una cuadra, me fui de frente a la mía para dormir un poco, bañarme, cambiarme e irme a recogerla para ir donde Andrea. No hacía ni dos horas que nos habíamos visto y me llamó dos veces, una para verificarme si íbamos a ir, la otra para contarme que habían comido pizza en su casa o algo así (la verdad es que para la segunda llamada estaba medio dormido).

La recogí y fuimos donde Andrea. Luego de comprar comida, nos pusimos a jugar cartas, ya que se nos había pegado el vicio en Saint Bart´s. Fue muy gracioso, especialmente cuando ella y yo estábamos jugando la misma mano sin saberlo. Coincidencias que se habían dado mucho en estos últimos dos meses. Como cuando los dos decíamos las mismas cosas al mismo tiempo. O completábamos lo que el otro iba a decir. Coincidencias.

Nos cansamos de jugar y nos sentamos en el sofá. Ella había llevado el cd de Daniel F para escucharlo y para prestármelo luego, pero Andrea no tenía un cd player disponible. Así que nos conformamos con el radio mientras Andrea nos contaba que se quería cambiar de carrera. Yo estaba en un mueble con Andrea y ella en otro, puesto en L. Y empecé a reflexionar en voz alta sobre lo que es seguir una carrera y estudiarla y no se bien porqué empecé a contar sobre mi propia carrera, sobre lo difícil que me había sido terminarla, sobre los problemas económicos en mi casa, sobre mis hermanas, mi papá, mi mamá y las cosas que quería y no podía darles, sobre mis sueños y mis miedos. Alguna lágrima se me escapó, lo se. Es difícil abrir tu corazón sin que se te quiebre la voz. Hablaba mirando al vacío, no sólo porque me estaba concentrando en mis recuerdos, sino también por vergüenza. En eso volteé a verla y era un mar de lágrimas. Me arrepentí de hacerla sentir mal, después de todo es tan chica y no tiene porqué saber estas cosas. Desperté a Andrea, que se había quedado dormida a mi lado. La munse, desde su mueble, me abrazó, recostándose en mi barriga. De pronto se resbaló del mueble y quedó arrodillada a mi lado, abrazándome. Le dije que subiera a mi mueble, no quería verla de rodillas ante mi. Subió y me abrazó.

Avanzó la noche. Ella se durmió en mi regazo. Recuerdo que me pasé la madrugada acariciando sus cabellos, viéndola dormir y darse vueltas. Aun no podía creer lo que estaba pasando. Nunca pensé que me iba a abrir así a ella. Jamás cruzó por mi mente compartir esas cosas tan mías, esos miedos tan profundos. Y sucedió y ella no corrió, sino que se mantuvo a mi lado toda la noche.

Como a las 9 y media de la mañana Andrea nos pidió que nos retirásemos de su casa, pues iban a servir el desayuno. La dejé en su casa y me fui caminando a la mía. Y al dejar la cuadra de su edificio, empecé a recordar las canciones de Daniel F: ¨ quiero enterarme de tus pasos incluso de aquellos que no son exactos ¨. Empecé a sonreír y a llorar, sentía que iba a estallar. Era como si se hubiera roto una represa y la marejada enorme de mis sentimientos guardados y embotellados se encontrase libre para fluir otra vez. Todo el camino reí y lloré. Al llegar a mi casa puse el cd que la munse me prestó y lo escuché unas 10 veces. Y en todas alguna lágrima escapó, mi papá pensó que estaba loco y yo le respondí que no, que estaba feliz. Luego de meses de meses, era feliz. Justo antes de ir a misa me senté en la mesa y, por una vez más, escribí. Escribí como nunca le había escrito a ella ni a nadie. Al terminar nunca supe si fui yo o inspiración del Espíritu Santo, porque en el papel estaba todo lo que sentía de una manera tan clara, tan transparente, tan ajena a mi.

Terminó la Misa y salimos afuera. Recuerdo que sentía la carta en mi bolsillo muy pesada, tanto así que estuve animado a arrojarla y olvidarme de todo. Ella tenía que entrar al colegio a hablar con los coordinadores, y yo me quedé afuera hablando con otros amigos nuestros, que querían irse a comer al chifa. Ella me había mandado un mensaje en la mañana contándome que había ido a un buffet en la Calle Capón con su familia y que estaba repleta. Yo sabía muy bien que ella no iba a querer ir al chifa, mas aun al que siempre íbamos, donde la comida era abundante y barata, pero que también era un nido de cucarachas.

Pasó el tiempo y salió. Me dijo que tenía que ir a su casa a sacar unas cosas para una de las coordinadoras. Los chicos fueron avanzando al chifa y yo fui con la munse y la coordinadora a su casa. Ella bajó con el paquete y pensé que se iba a quedar. Inclusive dijo que en su casa justo iban a comprar pizza, y ella siempre iba a preferir la pizza al chifa. Pero no, quiso venir con nosotros. La carta cada vez pesaba más en mi bolsillo.

Fuimos conversando. Se sentó a mi lado en el chifa a comer de mi plato. Allí me di cuenta que en los últimos días, casi siempre que nos sentamos en una mesa, ella estuvo a mi lado. ¿Yo buscaba eso? ¿Simplemente se daba? ¿Coincidencia? No se, me pareció un detalle intrascendente, pero detalle al fin y al cabo.

Salimos del chifa, uno a uno iba parando en sus casas o sus paraderos, hasta que no quedamos más que ella y yo. Recordé que ella me había comentado que guardaba alguna de las cartas que yo le había escrito para cuando se fue a Vilcashuamán, hace dos semanas. Le escribí una carta para cada día en que estuviera allí. Pero el eje eran tres cartas: una en que le decía que estaba muy orgulloso de cómo ella había sabido dar la cara y salir adelante frente a los errores que cometió, otra en que solamente me dedicaba a hacer preguntas que no me atrevía a soltar antes, por temor no sólo a incomodarla, sino también por temor a las respuestas; y una última, en la cuál le decía que la quería y que yo era lo que ella quisiera que yo fuera. Como me había dicho que guardaba algunas cartas en su billetera, me provocó curiosear y al abrirla vi justo esas tres cartas, las identifiqué por sus fechas. Pero no sólo eso: ella llevaba consigo cada una de las notas que le había dado desde mucho antes, inclusive el ticket del concierto de Mar de Copas al cual fuimos. Esa fue una gran revelación de Saint Bart´s. ¿Qué significaba eso? ¿O acaso no tenía significado alguno? No lo quise pensar mientras estuve allá, pero mientras caminábamos la noche del domingo, rumbo a su casa, me vinieron a la mente todos esos recuerdos que ella cargaba consigo, en especial las cartas de Vilcas. Y me atreví a preguntar, porque ya no tenía miedo de las respuestas. El amor expulsa el miedo y yo, esa mañana en medio de lágrimas, sonrisas y mucha música, comprendí que la amaba.

Primero por Daniel. Si ella me hubiera contestado que seguía enamorada de él, que quería volver con él, hubiera guardado mi carta y todo hubiera quedado allí. Pero no fue así. Le pregunte también por Erick, otro supuesto pretendiente. Así fuimos hablando y poco a poco fui entendiendo. Sus miedos, sus ilusiones, sus errores y su manera de lidiar con ellos. Me di cuenta que estaba en lo cierto, que esta no era la misma munse de noviembre del año pasado. Que había vivido, pensado, reflexionado, crecido. Que yo mismo no era igual que antes con ella, porque luego de la distancia, del silencio, de la traición y del perdón habíamos vuelto a comenzar. Y en estos dos meses la había conocido a profundidad, como nunca y ya no sentía que sólo me gustaba. Era algo más, mucho más.

Al terminar las preguntas, me contó que un amigo le había dicho que ella no debería estar cerca mío, porque de repente yo aun tenía sentimientos por ella. Ella contestó que desde fuera la gente lo ve así, pero desde dentro las cosas son distintas, porque yo la quería libremente, dándome por dar, sin querer nada a cambio. Allí sentí que era el momento correcto, porque las cosas ya no eran tan así. Yo la quería y la quería para mi, para amarla en cada segundo y en cada lugar.

Nos sentamos en el mismo lugar donde un 05 de junio, dos meses atrás, conversamos y nos reconciliamos. El mismo lugar de donde nuestra amistad volvió a empezar, de cero. El lugar desde donde le había dicho que no la odiaba, que la quería y que le dejaba abierta la puerta de mi corazón para que la cruzara cuando ella quisiera.

Empecé a hablar. A hacer un recuento de nuestra amistad. De cómo el osito conoció a la munse, de cómo nos fuimos acercando, alejando y volviéndonos a encontrar. De cómo esto ya no era un gusto. Mi voz alguna vez estuvo a punto de quebrarse y sus ojos se enrojecieron un poco. Nunca me atreví a besarla, la respetaba mucho y no quería presionarla. Quería que ella me escuche, construir con palabras un puente hasta su corazón. Ella tenía frío y le di mi casaca. La carta estaba más pesada que nunca, así que le pedí que la sacase. Me dijo que se imaginaba algo así, después de todo, siempre fui muy obvio y predecible.

Sacó la carta y la leyó. No les pongo qué decía, pues su texto era y aun es exclusivamente para ella. Es algo que nadie más en el mundo va a tener, ahora o nunca.
Yo no la miraba mientras leía. En eso levanté la mirada cuando ella terminó y lloraba. Lloraba y no podía dejar de llorar. Me dijo que no era tan predecible como creía. Le dije que sólo quería amarla con todas mis imperfecciones y con las suyas. Ella seguía llorando. Le dije que no quería hacer la llorar, sino que fuera feliz, felices los dos.

Me senté a su lado y extendí mi mano sobre mi pierna. Y ella la tomó. Nuestros dedos se entrecruzaron y comencé a besar su mano. Y su frente. Ella se recostó sobre mi hombro. Y, por diez segundos, tuve entre mis manos el universo. Si hubiera sido de cartón piedra, hubiera podido decir que corrícorríconella hasta mi portal. Pero ella no era ningún maniquí, sino de carne, hueso y lágrimas. Por diez segundos se abrió una ventana, diez segundos en que ella se dejó querer por mi...y me soltó. Seguía llorando. ¿Porqué lloras? le pregunté. Y me dijo entre lágrimas: Lloro porque no puedo ser lo que tú quieres que sea.

Sonreí. Esta bien dije y le pedí que, al llegar a su casa, revisase todos mis papeles y recuerdos y etc. Que se diera cuenta de que de repente las cosas tenían que darse así para que pudiéramos darnos una oportunidad. Que teníamos que perdernos para encontrarnos. La dejé en la puerta de su edificio y me abrazó amarilla y suave, dándome un beso en la mejilla. Yo la apreté muy fuerte contra mi, porque no quería dejarla ir. Ella pasó y se fue. Caminé de nuevo por las mismas calles que en la mañana de ayer domingo (pues ya era lunes 12:20). Ya no lloraba, tampoco reía. Sólo recordaba sus ojos y su respuesta, un juego de palabras muy parecido al que yo le decía en la carta de Vilcas y en un mensaje posterior: yo sólo soy lo que tú quieres que sea. Me di cuenta que inteligente era y la amé un poco más. Llegué a casa, me senté, y dejé a Daniel F cantar de nuevo. Y tanto insistió su música que me animé a mandarle un mensaje, unas palabras que dieran a entender que no me iba a rendir así nomás: Déjame intentar sanar tu corazón, déjame intentar devolverte la sonrisa, déjame hacer que creas nuevamente en el amor; puede que no sea quien tu esperas, pero soy quien más te quiere amar, de verdad y con verdad. Déjame intentar.

Dejé mi celular prendido en la noche, como nunca. Pero el cell no sonó ni ese día ni ningún otro durante toda una semana. El sábado la vi y ella actuó como si nada hubiera pasado. Entendí. Esa ventana no se iba a abrir de nuevo. La respuesta estaba en sus ojos esa noche: yo era el osito.

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Pasaron los años. Yo también me hice el loco y pudimos ser buenos amigos otra vez. Nunca volví a mencionar nada, ella tampoco, nos unía un pacto de silencio. De pronto dejamos de vernos. Yo fui creciendo como abogado, entré a un Estudio grande. Ella a una Ong, la misma que la mandó a Italia trabajar. No quise ir a despedirla al aeropuerto, sólo le envié un mensaje al celular que decía hasta pronto munse. Me sentí extraño, nunca la llamé así antes.

Pasaron aun más años. Estando ya como Jefe de un área del Estudio y candidato a socio, me llegó un informe de una empresa de auditoría, firmado por un nombre muy familiar. Me di cuenta que era de su hermano, quien antes de conocerla a ella fue mi amigo y lo busqué. Quedamos en encontrarnos para tomar un café y conversar.

Su hermano estaba muy bien. Se había casado con Lucía, su enamorada de la universidad y ya tenía dos hijos. Curiosamente, pese a ser menor que yo, tenia la barba canosa y me hizo recordar muchísimo a su papá. Le pregunté por ella y sus ojos azules se ensombrecieron. Me dijo que seguía trabajando en la Ong en Italia, que en el trabajo le iba muy bien. Mas que se había casado hace tres años con un italiano y él sabía por sus correos que no era feliz, que quería dejarlo y no sabía como.

Yo había pensado que el osito había muerto hace años, después de lo que les conté al principio. La verdad es que lo llegué a odiar tanto que lo enterré, debajo de mis ternos, mis leyes y mis diligencias judiciales. El abogado mató al osito. Pero, luego de lo que su hermano me dijo, llegué a la oficina y sentí algo tibio en mi pecho. Mi voz se quebró una vez más al mencionar su nombre en el aire. Llamé a mi secretaria, pedí hablar con el socio mayor.

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Al despertar en esa mañana tibia de Firenze, ella no sabia que hacer. No había dormido toda la noche pensando en cómo salir de esa casa, de ese matrimonio, de esa vida que nunca había querido ni buscado. Se sirvió un café. Abrió la cortina del cuarto y vio una sombra oscura, parada en la reja amarilla de entrada a la casa. El rocío de la mañana empañaba la ventana, pero ella creía distinguir esa figura alta y redonda. Dejó la taza de café y bajó corriendo en piyama a la puerta. Al abrirla estaba él allí, con un maleta vacía y abierta. Ella no sabía que decir, empezó a llorar porque en su mente empezó a sonar fuertísimo Daniel F, cantando ¨ pero cuando hay amor...la distancia a la mierda ¨. Él cruzó la reja, venciendo la distancia del espacio y del tiempo, se acercó y le susurró: ¨nos vamos¨. Ella subió, sacó una polera amarilla, una rosada, un par de jeanes, zapatillas para verse más alta y las metió como pudo en la maleta que le habían llevado. Antes de partir la miró: los años no habían pasado en vano, ambos eran otros, ya no eran más el osito y la munse. Tendrían que descubrir quienes eran en el camino, andando juntos. La besó en la frente y le extendió su mano. Una vez más ella la tomó y él, como casi veinte años atrás, sintió que tenía el universo entre sus manos. Ella, por primera vez en años, no sentía miedo de nada. Ambos caminaron hacia donde los llevase el viento y aunque no fueron felices siempre, fueron felices mientras lo intentaron. Y eso es más de lo que muchos consiguen vivir alguna vez.

Texto agregado el 02-08-2006, y leído por 211 visitantes. (1 voto)


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