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Inicio / Cuenteros Locales / Schiav / La muerte no se le desea a nadie

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Fue así. Un día como este, todo nublado, con probabilidades de lluvia, muchas probabilidades de lluvia, bah, yo estaba sentado en el cordón de la calle San Martín. La gente iba y venía. Yo me dedicaba a mirarlos. Estaba al pedo… muy al pedo. Pasó un dark, pasó un grupo de minas, pasó un viejo, y bueno, el tiempo fue transcurriendo. Fue haciéndose tarde. Yo no me acuerdo a quién esperaba. Seguramente lo estaría esperando al Flaco Gómez, que tiene la mala costumbre de olvidarse de las reuniones. Y bueno, me comí un garrón esperándolo. Lo había esperado una hora, dos, tres. Ya para las ocho no había aparecido. No quedaba mucha gente en el centro. Me levanté, prendí un pucho, y cuando me disponía a guardar el encendedor, apareció.
— ¿Tenès fuego, flaco?
La voz era profunda, y cercana. Levanté la vista, y te juro que fue una de las pocas veces en mi vida que me quedé shockeado, cagado de miedo hasta las patas. Era Ella. Con esa túnica raída, con los huesos pálidos dibujándose sobre la tela negra. Los ojos… no había ojos, eran solamente cuencas en un rostro cadavérico que había perdido cualquier rastro de humanidad. Bien como la pintaban los cuentos y los libros viejos.
Se olía cierto aroma a podrido…Muchas veces habìa imaginado el momento… pero te aseguro que no hay nada comparable a vivirlo.
— Flaco, ¿tenès fuego? — repitió.
Temeroso, sin mediar palabra, le alcancé el encendedor.
— Hará mal a los pulmones, pero a mi me causa un placer muy intenso-dijo.
Yo quise preguntar si tenía pulmones, pero el miedo era tal que no podía articula palabra.
— ¿Sos de acá?
Medio tartamudeando, le respondí que sí, que era de acá, que toda mi vida había vivido en el mismo lugar, en la misma calle y con la misma gente. Ella largó una risa despectiva.
— ¿Y para qué lo querès cambiar? Yo me sentiría a gusto estando mucho tiempo con la misma gente. En cambio, mi trabajo hace que me mueva de un lugar a otro. A veces tengo que recorrer miles de kilómetros en una hora. ¿Sabès como se complica?
Dios, murmuré. Salvàme de esta y te prometo que nunca más le voy a desear la muerte a nadie.
— No tiene sentido que le ruegues. Si el tipo se dedica a jugar a la pelota con ustedes. ¿Entre Aquel y el de abajo sabès como me tienen? Tráela para acá, llevala allá, guarda con el calor…Re podrida me tienen.
No sabía si reírme o llorar. ¿Yo que tengo que ver? Te estás quejando con el tipo equivocado.
— Ah, los mortales tienen mucho que ver. Ustedes están pidiendo constantemente que se muera una u otra persona. Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, los señores —miró para abajo y para arriba alternativamente — atienden algún llamado, y después, como dicen los argentinos, anda a cantarle a Gardel. No hay a quién quejarse en este negocio. Ahí viene. Se me terminó la espera.
Miré para la esquina… ¡el Flaco Gómez! ¡Lo iba a matar al Flaco!
— ¡Flaco! ¡Volà de acá!— le grité. Pero fue en vano. El Flaco ya estaba cruzando la calle, y entre el griterío de la gente y el ruido de los autos no escuchaba nada. Ella levantó la mano huesuda, apuntó con un dedo al cual le faltaba claramente una falange, y sonrió. Creo que sonrió.
El Flaco se paralizó y se puso blanco, pero blanco papel. Y cayó. Me quedé anonadado, sin poder hacer nada.
Por arriba le deben haber pasado seis, siete autos. Era plena avenida. Y bueno… así se murió el Flaco. Y nadie me quiso creer. Pero Ella me habló… Ella me contó todo lo que acabo de decir.

Schiav

Texto agregado el 03-08-2006, y leído por 70 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-08-2006 me gusto la forma de contar la historia...es casi como si la contaras con un cigarro en la mano y sentado en la cuneta...jajaja siteevistonomeacuerdo
12-08-2006 jajaja...cuidado con lo que pides dicen por ahi... siteevistonomeacuerdo
 
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