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Teo

Acababa de levantarse de la cama cuando escuchó un extraño susurro. Pensaba que la televisión se había quedado encendida toda la noche, así que fue a revisar a la sala. No, estaba apagada. De pronto el susurro se hizo mayor y claramente pudo escuchar una voz llamando su nombre.
- Teófilo, escucha con atención lo que tu Señor tiene que decir. Dentro de tres días será el momento de mi retorno. El Juicio Final ya está aquí. Los días que te restan en este mundo debes utilizarlos para remendar todo lo malo que has hecho y así purificarte para entrar a mi reino. Pero te advierto que si comentas una palabra de esta revelación con al-guien el final será inmediato y ya no dentro del plazo que te he dicho. Recuerda mis pala-bras Teófilo, tienes tres días.
Algo quiso balbucear, pero ningún sonido reconocible como humano salió de su bo-ca. Intentó calmarse, así que tomó una gran cantidad de aire en sus pulmones y lo dejó salir poco a poco. Tenía ganas de decírselo a todo el planeta, de llamar a su madre (que me puso ese nombre horrendo de Teófilo) o a su ex enamorada (qué bueno que te vas a ir al infierno pronto, maldita) pero se contuvo bajo el peso de la amenaza divina. Le extrañó que Dios lo amenazara. Él recordaba cómo los padres del colegio le decían que la esencia del divino era el amor y que por ese amor él nos iba a llevar a todos con Él. Pero si los quería a todos, ¿por qué revelarle el día del juicio a una sola persona? El preguntarse por qué fue elegido para recibir el mensaje celeste también era inútil. Decidió entonces comenzar su tarea de purificación.
Salió a la calle y le extraño que el loco que anunciaba el fin del mundo todos los dí-as en la misma esquina no estuviera allí. Pensaba que invitando a comer a ese viejo harapo-so haría una buena acción. Siguió caminando rumbo a la plaza principal y vio en la mirada de la gente un resplandor misterioso. Debe ser que el mensaje me hace ver las cosas de dis-tinta manera, pensó. Encontró que en todas las tiendas, ya fuesen de ropa, comida o cual-quier otra cosa, los dueños estaban dando sus productos a ningún costo. Esto sí le pareció demasiado sospechoso. Supuso entonces que sus ganas de hacer el bien estaban cambiando al mundo sin quererlo. "El poder de uno es sorprendente y contagioso".
Los dos días siguientes fueron muy parecidos. Cada vez que intentaba hacer algo bueno, alguien más ya lo estaba haciendo. Lo único que le faltaba era hablar con Claudia, su ex enamorada, y aclarar las cosas. De repente sonó el teléfono y era ella. "Discúlpame, sé que me comporté como una ingrata y que no tengo excusa alguna". Luego de perdonarse mutuamente colgaron. Ya se acercaba el final del tercer día y escuchó de nuevo la voz de Dios. "Ya puedes contarle a quien quieras". Inmediatamente cogió el teléfono para llamar a su madre, pero todas las líneas estaban congestionadas, pese a ser casi medianoche. Diez minutos después el cielo se puso de color dorado y un coro de ángeles descendió del cielo cantando. Sonó el teléfono y era su madre: "discúlpame por no poder decírtelo antes, pero el Señor me dijo que esto iba a pasar". Colgó y empezaron a golpear la puerta: "vecino, lamento no haber podido avisarle que esto iba a pasar pero me estaba prohibido". Teo miró por la ventana y se dijo para sí mismo: "No hay nada que hacer, Dios es un pendejo".

Texto agregado el 05-08-2006, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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