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Charly

Charly era Charly. Inconfundible e indiscutible Charly. Sus zapatillas blancas de cien dólares para arriba, su pelo casi inexistente, sus casacas oscuras, sus jeans siempre Levis, su anillo dorado en el dedo anular "para que no se esperancen conmigo, on", sus ojos de menta como sus cigarros; un Charly. Tenía su corte como bueno que era; yo era uno de ellos. Siempre estuvimos con él: cuando se iba a remar al Regatas, en los tonos y chupetas, en las pichangas los domingos por la tarde, cuando se metía un par de tiros y había que detenerlo para que no se siguiese polveando la nariz. Él siempre estuvo con nosotros, especialmente cuando afanábamos alguna chica.
No puedo negarlo: en materia de faldas, nadie como Charly. Sabía qué decir, cuándo hacerlo, con qué tono de voz, hasta la iluminación correcta para caerle a la que sería irremediablemente nuestra enamorada si seguíamos todos sus consejos. No por nada se había levantado a todas las chicas de la cuadra. Era nuestro gurú, nuestro líder, oh gran desvirgador Charly Magno. Pero, siempre el inoportuno pero, tenía una mancha en su historial que tenía que borrar. Esa mancha era Eli.
Eileen llegó hace dos años en medio del murmullo de nuestras madres sobre el diplomático que se mudaba con toda su familia a nuestra calle. Al saberse que tenía una hija nuestras respectivas madres nos vistieron lo más elegantemente posible para hacer una visita de bienvenida. Se plancharon nuestras viejas, porque Eli (así la llamaban en su casa) era muy tímida y no quería bajar a saludar. La vimos por primera vez sentada en la entrada de su casa con un punzón en la mano, decorando tarjetas como pasatiempo. Todas las tardes hacía esto por un par de horas. Se le veía flaca, esmirriada, con su pelo amarillo cual espiga de trigo. Para nosotros parecía una calavera con peluca, indigna de nuestras miradas. No hablaba con nadie y nadie hablaba con ella.
Muchas tardes pasó sentada en la entrada. No podría decir que el patito feo se convirtió en un bello cisne y colorín colorado el cuento ha terminado; más bien se convirtió en un patito estándar. Engrosó un poco pero su cara adoptó una expresión anodina y lejana.
¿Qué le vio Charly?. Creo que era algo puramente animal: todas las mujeres de su cuadra tenían que estar marcadas como suyas. La única que faltaba era la inefable Eli. Entonces desplegó su táctica como nunca lo había hecho: estaba dispuesto a usar todas sus artimañas para hacerla caer.
El lunes se levantó más temprano que de costumbre para ir a clases. Estaba tan emocionado que hasta él mismo se sorprendió: sería el éxtasis de la caza, pensó. Tomo su taza de leche "para cargar la pluma fuente" y salió corriendo. Llegó antes de que abrieran las puertas así que se sentó en la acera a fumar un pucho. Lo tenía todo calculado. Conforme fuimos llegando, nos llamó a un costado y nos dijo:
- Me la cojo. Nunca se me ha escapado una flaca y Eli no será la primera a la que no me tire. Necesito que me averigüen todo lo que sepan de ella.- Estaba rojo y con ojos desorbitados.
- Pero para qué te la quieres tirar - dijo el Chino - mejor está la del Villa María del otro día.
- ¡Sólo has lo que te digo, carajo!- dijo Charly dando por terminada la conversación.
La mañana siguiente llegamos avergonzados al colegio. No pudimos averiguar nada de ella, nadie la conocía, no tenía amigos, conversaba sólo con su sombra. Charly se decidió por el ataque frontal, sin intermediarios.
Esa tarde fue el primer encuentro. Ella estaba sentada usando el punzón cuando escuchó un ruido sordo y seco, como el de un costal de papas golpeando el piso, seguido por los lastimeros quejidos de alguien. Corrió a ver y se encontró con Charly cogiéndose la pierna y revolcándose. Para nosotros era obvio que se había caído de la bicicleta a propósito, pero la actuación se le fue de las manos; así lo comprobaba la sangre que salía de su pierna. Eli lo ayudó a levantarse y lo llevó a la entrada de su casa.
- Listo, ya estás bien. - dijo ella señalando orgullosa el parche de gasa en la pierna de Charly - Tienes que andar con cuidado Charly, eres muy joven para morir.
- Gracias - contestó el remendado Charly, sorprendido de que Eli supiese su nombre sin que él se lo hubiera dicho. - Has sido muy buena conmigo, así que te debo un favor. Ven conmigo al cine el jueves por la tarde… no te puedes negar.
-Ya pues, te espero el jueves.
Después de esto ella se puso de pie y entró a su casa, dejando a un Charly con la boca abierta y bastante atontado por lo que había pasado. ¿Por qué había atracado tan rápido? ¿Había perfeccionado tanto su técnica o era Eli una aguantada?. Él esperaba que fuese lo segundo, ya que así su trabajo sería más fácil. Bueno, el primer paso había sido exitoso. Ahora a esperar el jueves.
La tarde acordada Charly llegó vestido con sus mejores galas, vestido para matar. Ella lo esperaba en su lugar de siempre: la entrada. Él agradeció que no tendría que entrar a presentarse ni nada por el estilo. Eli estaba vestida sencillamente: un jean, un polo algo gastado y unas zapatillas con varios kilómetros en su haber. Repito: nada extraordinario.
Todo iba muy normal dentro del cine. Ya había comenzado la película, sólo habían cruzado un par de palabras en el trayecto de la casa de ella al cine. Eli estaba callada y Charly desesperado por no tener como meterle floro. Entonces él se decidió por una jugada peligrosa: cruzó su brazo por encima de la espalda de ella y puso su mano en su hombro. Pasaron unos segundos y no hubo reacción alguna, ¡lo había logrado!. A partir de allí todo sería fácil. Salieron del cine cogidos de la mano. Ella se le acercó y le susurró tenuemente un "me gustas mucho" que sonó para Charly como una invitación para entrar a un reino inexplorado y desconocido.
Como se esperaba, la llevó a su lugar clásico, el departamento de su primo que vivía en el extranjero. Allí fue directo al grano. Pasó por alto que nada más habían cruzado unas diez palabras y que ella era una total desconocida. En cambio sintió que ella lo conocía muy bien. Pasó por alto que ella era quien lo desvestía, quien lo acariciaba, quien lo manejaba. Charly sólo puso su cuerpo mientras se regocijaba por marcar a la única que le faltaba. Ella se comportaba mecánicamente, como si fuese una danza ensayada hasta el cansancio. Él sentía placer, pero su mente estaba en otra parte. De pronto la cama hizo silencio y llegó la humedad: sólo allí se dio cuenta que todo había terminado. Cerró los ojos y al abrirlos ella se había ido. La certeza de que lo que acababa de suceder era realmente raro lo asaltó, pero más pudo el supermacho y el superego que llevaba dentro.
* * *
"Charly te conozco. Te conozco porque te he visto pasear al lado de muchas chicas para luego jactarte con tus amigotes sobre cómo te has acostado con ellas. Sí, para ti somos ganado a marcar. Tenía que parar eso. Primero sería la cuadra, luego toda la avenida y así hasta que no hubiese mujer en Lima libre de ti. No somos tu juguete. No te diste cuenta de que fui yo, y no tus "irresistibles" encantos, quien te permitió acercarte. Yo dejé tu mano en mi hombro, yo te lleve a ese cuchitril donde se lo haces a todas, yo te desvestí, yo te dejé hacerlo. Luego tuviste el descaro de decir que yo era una perra, cuando el que se dejó llevar a la cama como cordero al matadero fuiste tú. Sí, eras mío, me pertenecías tu y tu vida. Lo único que he hecho ahora es cobrarla."
* * *
La tarde siguiente nos reunimos en la calle en torno a nuestro maestro para escuchar su relato triunfal.
- Sí cojudos, me la recontratiré. Se dejó hacer de todo, la hubieran visto. Y eso que era la primera vez que salíamos. No fue la gran cosa, pero algo es algo. Era una aguantada, bien que le gustó.
Todos lo festejábamos y alabamos. Era nuestro ídolo, el gran Charly, super Charly, el todopoderoso Charly. Fuimos a tomar unas chelas para celebrar. Dijo que vendría un poco más tarde porque quería cambiarse de ropa. Lo último que vimos de él fue su pantalón al doblar la esquina. Lo último que él vio fue la vereda acercándose rápidamente contra su cara.
Preocupados por su ausencia, fuimos el Chino y yo a buscarlo. En la misma esquina en que lo vimos doblar lo encontramos. No tenía polo y su espalda era un charco sanguinolento. Parecía que le hubiesen escrito en perfecta letra pálmer y con algo muy afilado, como un punzón. El Chino fue corriendo a buscar ayuda y yo me quedé cuidando lo que ya era el cadáver de Charly. En su espalda, en su carne, se leía algo como "Charly te conozco…

Texto agregado el 05-08-2006, y leído por 91 visitantes. (0 votos)


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