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Los edificios altos, las escaleras mecánicas y las grandes superficies comerciales avanzan imparables en esta ciudad. El centro sofisticado de la urbe crece, de asfalto y cristal, de mármol caro y pobres en la acera... con los desajustes de la modernidad, que no querría dejar ni un hueco... pero que no le queda más remedio que permitir que los mendigos deambulen. Es Madrid.

En su lecho de muerte, D. Carlos de Villanueva veía como se escapaban una a una, todas sus esperanzas. La vida se le iba, como se va el humo de un cigarrillo. Termina el día y comienza la noche. La luz da paso a las tinieblas y las ideas y los sueños se mueren. El gran patriarca de los Villanueva, una conocidísima familia aristocrática de arquitectos, no concluiría su gran obra y, sabía que su hijo Alfredo, heredero de los bienes y de posturas contrarias en muchos aspectos para él fundamentales... no haría nada para remediarlo.

-“Es necesario que cambie tu actitud, hijo mío. Debes de planificar tu vida pensando y haciendo cosas para los demás y no sólo para ti. Si no lo hace así la sociedad no te devolverá el favor”-

-“Ya estamos otra vez con el mismo cuento de siempre, padre.
¡Tengo casi treinta años!. Ahora me saldrás con lo de tu Fundación para la lucha contra el Alzheimer, que hay que colaborar con los menos agraciados, etcétera, etcétera, etcétera. En el fondo ya sabes que pienso: has gastado mucho dinero en mantener esa clínica. Es hora de ceder a otros esa responsabilidad. Hay proyectos de futuro que de verdad merecen la pena una inversión y tú te empeñas en malgastar un “solar de oro”, situado en el centro de Madrid, para mantener a unas personas carentes de razón y que podrían estar en otros sitios.” –

-“Esa clínica es más que eso, hijo. Y a esas personas que sé que tu consideras desequilibradas yo las conozco muy bien. Tu ignorancia, querido Alfredo, es total y absoluta sobre estas personas y su misión “divina”. Pero consuélate con saber que la gente corriente, al igual que tú padece esta “falta de luz”. Esos hombres son tan necesarios como tú y como yo y aquí, desgraciadamente, necesitan más ayuda que la que puedas necesitar tú, ... o yo....”-

El viejo Villanueva, herido por la palabra de su hijo, mostraba arranques de una bravura, perdida ya con los años. En la habitación, el médico, muy atento, iba interrumpiendo, en ocasiones la conversación:

-“Debe descansar, don Carlos... su corazón está muy débil.”-

-“Sí, ya sé que mi hora está llegando... ya comienzo a ver los destellos de “la luz”en algunas partes de mi pensamiento. Me siento cansado...

... Pero todavía han de quedarme fuerzas, hijo mío, para contarte algo que me sucedió, cuando tenía más o menos tu misma edad. Aquel suceso cambió mi vida por completo. Nunca jamás hablé de él, ni siquiera con tu madre... a la que voy a ver en unos minutos, después de tantos años. En mi juventud yo era un ambicioso arquitecto y uno de mis primeros proyectos era derribar el viejo caserón del hospiciado, y construir allí un gran complejo. Aquel era el sueño de cualquier hombre que sintiera la modernidad: uno de mis mejores trabajos. Un proyecto que no llegué a realizar. Justo cuando comencé a diseñar los primeros planos sufrí un accidente, algo muy extraño y que nunca he podido explicar...

Estuve varios meses en coma, participando en otro mundo muy diferente al que tú vives y cuando me recuperé, créeme que fui un hombre nuevo, de cuerpo y mente... esos fueron los mejores momentos de mi vida. Los momentos con “la luz”. Resucité.

De repente, un gesto de dolor en la cara del viejo Villanueva dio paso a una suave y relajada sonrisa de satisfacción por el deber cumplido. Sus ojos se cerraban por última vez y se abría un mundo nuevo para él, en un paraíso ganado con el sabio cultivo diario de las tres virtudes, llamadas teologales. El médico, con una mirada de asentimiento, certificaba la muerte a su hijo, que entre lágrimas se aferraba al cuerpo sin vida del patriarca.

-“Llevaré muy lejos tu apellido, ¡te lo aseguro!”-

. . .

Seis meses después Alfredo ya se había ganado la confianza de personas influyentes en la sociedad madrileña y su nombre, unido al de los grandes planes urbanísticos del futuro, comenzaba a oírse, cada vez más. D. Alfredo Villanueva, quería quitarse el apodo de “hijo de” y para ello tenía un gran proyecto: Antavis, un centro comercial situado en el un lujoso paseo de Madrid, en donde hoy se ubica la Fundación Villanueva contra el Alzheimer.

Pero ese proyecto le estaba costando muchos quebraderos de cabeza:

-“Tú sabes que tu padre nunca hubiera permitido que se cerrara la Fundación...”-
-“Mira, Marta: tú eres mi esposa y la madre de mis hijos y tienes que velar por nuestros intereses. Además he pensado en subvencionar de alguna forma a los centros que acojan a estos pacientes. La decisión está tomada. Mañana volveré a Madrid y explicaré a los doctores el porqué de esta situación.”-
-“Y...¿qué les dirás? ¿a dónde van a ir ahora? ¿qué van a hacer esos pobres, desamparados?
-“Ese no es mi problema, que ya lo fue de mi familia durante décadas. Han sido muchos años, es hora de que sean otras personas quienes se ocupen de este problema. Tenemos que dedicarnos por completo a Antavis”. No debemos perder más el tiempo.-

Alfredo, con un gesto de enfado hacia su compañera se levantó y salió de la habitación.
“Estamos en el siglo XXI... el márketing... la globalización. He de seguir con Antavis, que será un símbolo de modernidad y dará muchos beneficios económicos.” Debes comprenderlo…

A la mañana siguiente Marta esperaba en el aeropuerto a Alfredo, que estaba terminando de preparar su vuelo privado hasta Madrid.

“-He decidido acompañarte-“
-“ Marta, escúchame ... ¡si vas a discutir, una por una, las acciones que voy a realizar es mejor que te quedes aquí, con los niños! Debo de continuar adelante con el proyecto, por el futuro tuyo y de nuestros hijos.”
-“Está bien, Alfredo: no pienso inmiscuirme. Pero no quiero que afrontes sólo esa dura decisión. Será un momento muy duro para todos cuando tengas que dar esta triste noticia”-
-“Gracias, Marta. En el fondo siento remordimientos pero... es muy importante este proyecto para mi carrera. Antavis tiene que estar emplazada ahí, no hay “vuelta de hoja”.


Eran las once de la mañana y el matrimonio ya se encontraba embarcado y en la pista, dispuesto a despegar.

-“¡Estos Jets privados son una maravilla!, ¿verdad Alfredo?!
-“Sí... la privacidad... la clase ... la velocidad, y sobre todo la tecnología. Ya sabes que todo ese mundillo me apasiona”-

Se aproximaba el momento del despegue y Alfredo intentaba disimular su nerviosismo.

-“Alfredo... ¡si ya has volado muchas veces...!
-“¡Lo sé... Marta. Hoy, aunque no lo parezca, estoy muy tranquilo.”-
-“Alfredo... ¡¿estás sudando...?!”-
-“Sólo es durante el despegue. Después ya me acostumbro”-

El avión inició su camino en un extraño día en que las flores no habían despertado al sol. Un día gris y triste que presagiaba momentos de tragedia. El matrimonio mantenía una conversación muy distendida, sin saber lo que le esperaba, en poco tiempo...

A la hora y media de viaje, la voz del piloto les interrumpió:

- “Disculpen, Señores de Villanueva. Nos aproximamos a una gran tormenta por lo que podemos sufrir turbulencias. Mantengan puesto el cinturón de seguridad y no tomen bebidas. Faltan dos horas y veinticinco minutos para llegar a la terminal. Gracias”-.

El ambiente y el miedo se iba haciendo cada vez más negro, conforme iban pasando los minutos. La tormenta había convertido la luz en tiniebla, el día en noche... la vida en muerte. De vez en cuando los temblores producidos por las turbulencias despertaban a Alfredo de un inexistente sueño, mezcla de temor e incertidumbre.

Alfredo se aferraba a la ventana para ver... nada. De repente, cuando quiso dirigirse a su mujer:

-“¿Sabes Marta, no se ve el fin de la torment...?”-

Giró su cabeza para dirigir la mirada hacia su esposa y de pronto, el pánico sobrecogió su cuerpo: Marta ya no estaba allí. Tocó con sus manos el asiento, exaltado, por arriba y por abajo... ¡era inexplicable: su esposa había desaparecido!. Los nervios apenas le permitían respirar cuando comprobó que las azafatas de vuelo tampoco estaban. Rápidamente corrió hacia la cabina de los pilotos, dando pasos de metro y medio y con el corazón explotándole por segundos: ... no estaban.


Todos habían desaparecido. El avión funcionaba sin control en mitad de la tormenta.


Una “crisis nerviosa” casi hace desmayar a Alfredo, que se siente abatido “¿Me habré vuelto loco? ¿Será real lo que está ocurriendo?” El avión, escondido en el manto negro de los nubarrones, continúa su rumbo, sin importarle nada, como si ya estuviera escrito.

Mientras, dentro, Alfredo se debate entre la locura y la desesperación... unos segundos que parecían ser días... la agonía de sentir próximo el final.

Tras unos instantes más, dentro de las tinieblas por fin un ligero sentimiento de alivio, un poco de aire, una esperanza: un halo de luz clara iluminaba de nuevo al día. Pero algo extraño llamaba poderosamente la atención de Alfredo al comprobar que aquella luz no era natural y había sido desconocida, hasta ahora para él. A aquel vuelo de luces le siguieron otros, de muchos colores... cada vez más y más. Los destellos de luces salían de todas partes, con sonidos de aire que rasgaban el espacio, convirtiendo aquel lugar en un verdadero paraíso para los sentidos.

Las emociones se disparaban y Alfredo se entregaba por completo a los hechos que le estaban sucediendo. Pronto, una figura mitad humana, mitad celestial, que él asemejaba a los “santos de los cuadros”, se acercó para hablarle:

-“Hola, Alfredo, bienvenido seas a este “Océano de la Comprensión”-
-“...¡¿Océano de la Comprensión?... ¿quién eres? ¿dónde está mi mujer? ¿hemos muerto?”-
-“No debes temer por nada. La verdadera realidad no es exactamente como se te ha descrito. Tu esposa fue un regalo, un premio que naturaleza te otorgó para que te condujese por las sendas de la comprensión. Ella ya cumplió la misión encomendada: ha realizado su trabajo con éxito y es hora de que comience a disfrutar su premio. No has de sufrir por nada: pronto te reunirás con ella.”-

Una lágrima, mezcla de rabia e impotencia resbaló por su mejilla. Había perdido lo más valioso para él. En esos momentos no podía comprender nada. Un extraño enfado, envuelto en la gran sorpresa le hacía reaccionar:

“-¿Cómo debo de llamarte? ¿tienes nombre... o ...?
-“El nombre, por el cual se me conoce en la vida de los hombres es Nicolás...”
-“¿Nicolás? ¡Vamos!... ¡No me lo puedo creer!... ¡Me dirijo a Madrid, en vuelo privado y estoy aquí hablando con una figura inerte que se llama Nicolás!... No debo de ser muy listo para darme cuenta de que el avión ha sufrido un accidente. Dime: hemos muerto, ¿¡verdad!?...”
-“No, no has fallecido, todavía... yo creo que justo lo contrario: vas a empezar a vivir ahora. Pero no es momento de hablar sino de : ... ¡echar a andar!. No te extrañes, Alfredo!: en realidad todo es muy sencillo: es necesario que realices el viaje más importante de tu vida... Vas a visitar un lugar del que aprenderás mucho. Esta vez harás el recorrido sólo, sin ayudas exteriores.

Tendrás que llegar al Paraíso de Canaima. Y recuerda algo muy importante: “tras la noche siempre llega el día”; “la luz nace de la penumbra”; “todos los caminos te conducen a un sitio: deberás saber escoger...”-

Los luminosos rayos de luz que le sujetaban en el espacio, de repente cesaron. Apareció la noche, muy oscura. Alfredo se encontró sólo y desnudo en mitad del desierto.
-“ Esto no puede ser real. Debe ser un sueño. Quiero despertar cuanto antes”-

De pronto un soberbio viento se levantó, arrastrando a gran velocidad la arena contra su cuerpo pelado. Por instinto comenzó a andar sin saber a donde iba. El frío polar engarrotaba sus huesos. Metro a metro, camino tras camino, el tiempo parecía haberse detenido. El dolor y el frío le quemaban hasta la enajenación. La noche duraba cientos de horas y la locura comenzaba a apoderarse de su mente:

-“¿Cuándo saldrá el sol? ¿Cuándo un poco de calor se apiadará de esta alma errante? ¿Por qué pago esta pena?”-

En momentos recordaba a su familia: su mujer, sus hijos, su casa... Todo perdido. La desesperación y el llanto se unían entonces al sufrimiento de un camino de destino incierto, lleno de desalientos y desierto de ánimo y esperanza.

La noche duró veinte días. Los vientos cesaron y una extraña calma despertó a Alfredo, que tras cientos de kilómetros había caído muerto en el camino. Una voz le gritaba en su interior:

“Ya falta poco para que tus sueños se acaben. Debes luchar: debes proseguir.”

La claridad del día le despertó. El olor de la playa y el ruido del mar llamaron su atención. El desierto limitaba con un extenso océano azul. En su mente sabía que la única forma de continuar era atravesarlo pero ¿cómo?.

Con unos juncos construyó una balsa y se lanzó al océano. Pero el mar, no contento con su nuevo inquilino, pareció enrrabietarse. Una gran tormenta oscureció totalmente el día y las grandes olas lo lanzaban una y otra vez fuera de aquellos troncos. La desesperación y la angustia reinaban, de nuevo, en su mente. Frío y miedo, tristeza y soledad, hambre y muerte... ¿cuánto más tendría que pasar?.

La tormenta duró varios días. El agua salada había penetrado en los huesos de Alfredo, que se encontraba abatido encima de los troncos podridos y rotos. Ya no podía más. Había luchado contra la tormenta, contra peces que estuvieron a punto de acabar con su vida... Aquellos troncos y la vida de Alfredo parecían ir definitivamente a la deriva, al final, al último y mayor descanso: ... hacia la muerte.

-“ Marta,¡ Vida Mía!:¡ Te echo tanto de menos...!”-


Abrió los ojos, recostándose sobre los troncos. Las luces comenzaban a despuntar el día.
-“¡El alba ...!, ¡cuánto tiempo sin ver la luz del sol! ¡qué preciosidad! ¡por fin el día!. Un atisbo de claridad en la oscuridad de esta agonía”-

A lo lejos se divisaba la costa. Alfredo había llegado a la ” Maravillosa Canaima”.

Cuando llegó a la playa quedó maravillado ante la riqueza y esplendor de la vegetación de aquellas tierras, con árboles de colores increíbles, que escapan a la razón, cargados de unas frutas muy exóticas.

La vegetación cubría por completo todos los rincones de Canaima. Grandes espacios verdes con ríos de agua dulce, que tras recorrer los caminos cae desde chorros de mil metros, cristalizándose y purificándose al chocar con la roca. Para Alfredo era sonido celestial escuchar el ruido ensordecedor de las grandes cataratas, que empapaban de aire mojado su piel.

Pronto un viejo amigo se acercó para saludarle:

-“¡Muy bien, Alfredo! Has realizado el camino, no sin dificultad!. Este es tu premio: ¡Canaima!”-
-“¡Esto es lo más increíble que mis ojos han podido contemplar, amigo Nicolás! Es un milagro estar aquí... ¡No te imaginas lo que me ha costado llegar!”-


Caminaron hasta un pequeño cerro, desde donde se podía contemplar aquella bella fotografía: un cielo violeta, lleno de estrellas que se movían cual ballet sincronizado, luces mágicas de colores que hacían una mezcla constante entre el día y la noche. Un paisaje de color y de sensaciones en el ambiente, que le maravilló por completo.

Dieron un paseo por el campo en donde crecían frutas muy diversas. Nicolás le guiaba por una pequeña senda que llevaba a un rincón del jardín donde se divisaban unas pocas vides, sembradas sin orden, bajo las piedras de un extenso muro.

-“Todo lo que estoy viendo posee una belleza magnifica, digna de dioses... ¿dónde nos encontramos?”-
-“Estamos en las viñas de Canaima “El Pulmón del Mundo”. Desde aquí se dirigen las almas. Hemos venido hasta aquí para que observes uno de los principios primordiales de la vida: observa esta cepa, cargada de uvas.”-

Tras acercarse a la vid, comprobó que aquellas uvas en nada se parecían a las que él había conocido: con grandes granos de un morado intenso, aquella parecía ser la fruta más deseada del Paraíso.

-“ Como verás ésta es una de las cepas de esta viña, que aunque parece un pequeño huerto en realidad se extiende millones de kilómetros... “-

Alfredo, un tanto incrédulo de las palabras de su compañero, alzó la vista a lo lejos... Miles de hectáreas de terreno plantado, de diferentes colores y formas, pintaban aquel precioso cuadro. Allí habrían millones y millones de uvas...

-“En esta cepa puedes ver fruta grande, hermosa y bien desarrollada y también encontrarás uvas más pequeñas pero igualmente necesarias, ... esto es la Vida. Así es la Creación. Pero ahora fíjate en una cosa ...: observa detenidamente los sarmientos de esta cepa”-.

Al segundo los gruesos sarmientos que sujetaban tal cantidad de fruta se volvieron de un color transparente que dejaba ver el flujo de las sustancias que corría por toda la planta, de diversos colores muy fluorescentes. Aquella imagen asombró profundamente a Alfredo.

-“Como verás, de todos y a todos los frutos llegan y salen corrientes, energías. Todas estos movimientos son las que posibilitan que esta cepa exista y tenga vida y que sea una más de entre las escogidas, en esta viña maravillosa... no importa que algunas de sus uvas estén menos desarrolladas... Todas cooperan y todas hacen la unión.

Y ... ¡fíjate en esta uva, la más grande y hermosa! Como ves, de ella fluyen y recibe más corrientes fluorescentes que el resto. Es la que más aporta a la planta... pero también es la que más recibe... como tú, que recibiste a Marta... esa criatura divina, que te fue enviada por nosotros.”-

-“¡Ya entiendo! A eso se refería mi padre desde siempre. Yo debo de aportar tanto como recibo. ¿Es eso?”-
-“Ahora sabes lo que es el sufrimiento: luchar contra el viento y la marea. También sabes que si recibes más debes de aportar más a esta planta, para que la sociedad crezca y sea más justa. Y no olvides que todos formamos parte de ella.

Recuerda tres cosas, Alfredo, en este camino que ahora inicias: confía en tu fe, ten esperanza y, siempre se caritativo con los que te rodean, que ellos harán posible tu triunfo en la vida de ahí abajo. De esta manera, el camino será mucho más fácil que el que tú has pasado. Y créeme: ¡te reconfortará más!”.-


La figura incandescente desaparecía y de nuevo todo el ambiente de luces y colores era aspirado por un torbellino natural y mágico al mismo tiempo, que transportaron a Alfredo a un nuevo mundo... un mundo diferente. Aquí encontró un tipo de paz especial, tranquila, con colores tenues pero agradables, con incienso en el ambiente. Sólo pero acompañado... triste, pero con el consuelo de la verdad. Estaba en un estado de sueño, de esparcimiento del pensamiento. Sus capacidades de razonar se iban alargando, cual semilla crece en buena tierra, en tierra oscura. Ahora podía comprender otras vidas, otros caminos. Él, paralizado, ajeno en un extraño purgatorio sentía, en esos momentos, como mente sólo servía para llenar de ideas el infinito, para engrandecer de filosofía la existencia. Y se sentía feliz, como se siente el que da agua a un perro sediento, o comida y paz a alguien que sufre. Él sabía que desde ese trance podría aportar grandes cosas al pensamiento. Fueron esos momentos una demostración de vivir, en su estado más puro.

Pero después de muchos meses en esta situción virtual parecía que por fín le llegaba su hora.

De repente y cuando menos lo esperaba una fiebre y un mareo intenso se apoderaron de su cuerpo, que comenzó a caer al vacío, por un pasillo estelar de luces blancas. Los recuerdos de un accidente de avión se le insertaban en el cerebro, a velocidades vertiginosas. De nuevo el pánico y la angustia. ¿Vendría ya el final?

. . .


Alfredo despertó en una sala de hospital. Se encontraba rodeado de aparatos y tubos que le cubrían por todo su cuerpo. Una sensación, entre el susto y el aturdimiento lo dominaba. Pronto llegaron las primeras preguntas “¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Cuánto tiempo...?” Al momento, uno de los médicos entraba en la habitación:

-“¡Dios Mío! ¡Es un milagro! ... ¡Sr. Villanueva! ... ¿Está usted consciente...?”-
-“¡¿Qué ha pasado?! ¿Cuánto tiempo llevo aquí?”-
- “¡El accidente de avión...¿no lo recuerda? Hace tres años y medio que permanece usted en coma. Las variables ya eran muy bajas y pensábamos que podríamos perderle con mucha probabilidad. Pero, afortunadamente no ha sido así y sus constantes son ahora perfectamente normales... ¡es un milagro!”-
-“¡Tres años y medio, ... en coma...!”-
-“Sí, Sr. Villanueva: ¡un milagro! Del que tenemos todos que dar gracias. Permítame que llame a alguno de sus familiares, para comunicárselo...”-.

El médico salió de la sala en busca del teléfono, dejando a Alfredo lleno de preguntas. Pero en diez minutos, se volvía a abrir la puerta de su habitación para dar paso a dos niños, ilusionados y radiantes de felicidad de poder, al fin, ver a su padre recuperado.

-“¡Papá! ¡Papá!”. –
-“¡Mis Hijos...!-

Su corazón comenzaba de nuevo a latir, a sentir, con el abrazo de sus hijos. Los niños dieron un gran salto para abalanzarse sobre el padre, que no pudo evitar que explotaran las lágrimas, en el abrazo. La enfermera, que contemplaba la escena, también sacó su pañuelo, muy disimuladamente.

-“¡Gracias, Señor, gracias!” –

Alfredo, que se encontraba tendido en la camilla, abrazado a sus dos cachorrillos, comprobó, que otra persona más había en la habitación, detrás de sus hijos. Alzó la cabeza... miró hacia arriba y entonces la vio:

-“¡Marta, Vida Mía..., Bendita Seas, por siempre. Eres lo más Maravilloso del Mundo!”-

. . .


Todo el edificio quedó conmocionado con la noticia. La máquina de venta de pañuelos de papel se había agotado en el hospital y los medios de comunicación, que siguieron su evolución pusieron así el broche de oro a una historia que había mantenido expectante a la sociedad, durante más de tres años.

Y con el alta médica, el primer sitio al que pidió que le llevaran fue a la sede de la Fundación “Villanueva” contra el Alzheimer, donde se encontraban ingresados un gran número de pacientes y en el que trabajaban y estudiaban los especialistas en la materia, más prestigiosos del mundo. Allí, sin él saberlo, le esperaba una bonita recepción.

Cuando traspasó la puerta comenzó un bonito ceremonial de recibimiento, en que no faltaba ninguno de esos ingredientes básicos de una bonita fiesta: música, banquete, decoración ... médicos y pacientes se habían esforzado por engalanar aquel día tan especial. Pero el momento más solemne y emocionante estaba por llegar.

Tras un paseo, con todos los invitados, llegaron a la parte trasera del jardín. Marta tomó la iniciativa:
-“¡Vamos a ver, cariño: ¡debes de girar con los ojos vendados para que te demos la sorpresa!”-

Marta iba guiando a Alfredo, por una pequeña senda entre el jardín, seguida de todos los comensales.
-“¡Bien!...¿Estás preparado? ... ¡Voy a quitarte la venda!”-

Al abrir sus ojos vio frente a él la figura de dos niñas, que sostenían una bandeja repleta de unas uvas muy exóticas, que estaban realmente apetecibles. Las niñas le dedicaron unas palabras:

-“¡ Señor: acepte estas uvas, que hemos criado en nuestro huerto, con nuestro trabajo y como reconocimiento de su gran labor social con los menos favorecidos. ”-

Cuando las niñas fueron a abrazarlo, entre los aplausos, le dejaron entrever un fondo que le resultó conocido: una viña, pequeña y desalineada, pero con un atractivo especial. En aquel momento a Alfredo le invadió un profundo sentimiento de nostalgia y se acercó hasta el pequeño sembrado, pretendiendo ver las miles y miles de hectáreas de viña que suponía detrás…

El jardinero, que arreglaba unos rosales, en el jardín de al lado fue lo único que vio:
-“¿Cómo está, señor Villanueva? Me alegro de verle otra vez por aquí”-.
-“Gracias, Nicolás... ¿todo bien...? ¿...como siempre?”-
-“¡Como siempre!... ¡Ya sabe usted: Vamos tirando!”-.



Texto agregado el 07-08-2006, y leído por 325 visitantes. (0 votos)


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